Final
Dos meses después...
Eleanur estaba embarazada y su nombre había sido cambiado a Safiye.
«Pura»
Esa de pura no tenía nada, según Atike.
Esos dos meses se había dedicado a hacerle la vida imposible y desde que se enteró que llevaba a un miembro de la dinastía fue peor.
Orhan estaba embelesado con Safiye, casi ni llamaba a Atike. Por eso, ese fatídico día, no le creyó.
Safiye paseaba por el jardín y Atike también. Horas después se arrepentiría de haberlo hecho.
―¡Atike! ―gritó Safiye.
―¿Qué quieres, Hatun? Ten respeto.
―Ya no me llamarás Hatun cuando dé a luz a un şehzade y sea Valide.
―Sueñas mucho, Safiye. Pero no te preocupes, de sueños se vive.
En eso, Safiye, profirió un grito de dolor y la sangre manchó su vestido.
Safiye se miró horrorizada. No, no podía perder a su bebé.
―¡Zeynep! ―gritó Atike―. ¡Lleva a Safiye con la doctora!
Lo había perdido.
Safiye gritaba y lloraba.
―¡Esto es tu culpa Atike! ¡TU CULPA! ―Se oía desde fuera de la habitación―. Lo pagarás.
―¡No puedes hacerme esto, Orhan! ―lloraba Atike.
―¡Ya lo he hecho! ―le grito él―. ¡Te iras al palacio de lágrimas sin Ahmed. ¡Solo Hürrem, Nurbanu y Beyhan irán contigo!
―¡No puedes hacerle esto a los mellizos. ¡Ellos nunca han estado separados!
―Que aprendan ―se acercó al oído de Atike y susurró―: Y para que tú aprendas lo que sucede si te metes con mi favorita.
Atike tembló al oír eso. Orhan no le creía.
―¡Ya te he dicho que yo no fui!
―¡Vete, Atike!
Atike salió de los aposentos del Sultán. En la puerta secó sus lágrimas y levantó la cabeza.
―Me las pagarás Safiye. Lo harás y disfrutaré verte caer, lo juro por lo que más quieras.
Miró por última vez el palacio. No la habían dejado despedirse de Ahmed.
Ya no lloraba. No valía la pena hacerlo.
Se despidió de Ayşe Sultán y emprendió su camino al palacio de lágrimas.
―¿Mamá? ―La voz de Nurbanu la sobresaltó.
―¿Si, mi pequeña?
―¿Ahmed dónde está?
Atike se esforzó por no llorar.
―Él se quedará en el palacio con tu padre.
―¿Y cuándo lo veremos de nuevo?
―No lo sé.
Nurbanu comenzó a llorar.
―No llores, Nurbanu. ―Atike besó su frente―. Shh. Ya todo va a pasar.
Un grito despertó a Atike en medio de la noche.
Se levantó y fue a ver en la habitación de sus hijas.
Nurbanu gritaba, lloraba y no comía. Llevaba días así.
«Maldito seas Orhan»
―Nurbanu, tranquila. ―Atike la abrazó y acuno en su pecho. Al besar su frente se dio cuenta de que su hija hervía en fiebre.
―¡Esma! ―gritó Atike, alterada―. ¡Llama a la doctora! ―Llevó la vista de nuevo a Nurbanu quien había cerrado los ojos―. ¿Nurbanu? ―la sacudió, pero la pequeña sultana no despertaba―. ¡Nurbanu!
La doctora llegó y sacó a Atike.
Al salir, Atike supo que había perdido a otra Nurbanu.
Un grito desgarrador surgió de su garganta.
―Sultana, ¿le avisamos al Sultán de la muerte de Nurbanu Sultán? ―preguntó Esma.
―No ―respondió, con un tono extremadamente cortante y triste―. No creo que le interese.
―Pero... ―comenzó la pequeña de catorce años.
―Pero nada, Esma. Ni una palabra de esto a nadie ―alzó a Beyhan―. Hagan el entierro como mi hija se merece, pero que no salga de aquí.
«Ojalá que Alá los maldiga. Principalmente a ti, Orhan».
―¿No pelearás, Atike? ―preguntó Zeynep desde la puerta.
―No, Zeynep ―dijo―. Primero hay que sufrir para ser feliz.
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