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Capítulo 4: El gimnasio de Connor



Sábado. Esta vez sólo llego con diez minutos de retraso a la clase de repaso con Dustin. Vuelvo a presentarme jadeando por culpa de ese dichoso ascensor que nadie parece querer arreglar. Seguro que es cosa de aquellos vecinos rancios que nos cruzamos el otro día...

Cuando ya he recuperado un poco la respiración, llamo al timbre. Espero que sea Dustin quien me abre, pero en su lugar me recibe su compañero de piso.

—¡Gracie! Ya estás aquí. —Sonríe Shane—. Pasa, que Krausser te está esperando.

—Siento llegar tarde, es que me entretuve en el restaurante y...

—¡No te preocupes, mujer! —me dice, mientras pasamos dentro y él cierra la puerta—. Venga, que igual me puedes ayudar.

—¿Ayudar?

—¡Hannah Grace! —Veo a Dustin levantarse enseguida del sofá donde estaba sentado y saludarme de mano, nervioso. Ese movimiento tan repentino ha hecho que el gato que tenía sobre él maúlle molesto y salte, dejándole un recuerdo de sus uñas en el brazo—. Ay...

Me río sin poder evitarlo. Shane sin embargo se agacha para recoger al minino y se incorpora con él en brazos.

—Necesito apoyo con Krausser —continúa Shane, acariciando a su gato bicolor—. No logro convencerlo de que se tome un descanso y se venga conmigo al gimnasio de Connor.

—¿Al gimnasio de Keith? —cuestiono, divertida—. ¡Eso suena muy bien! Me parece una idea genial.

—P-pero tenemos clase de repaso, Hannah Grace.

—Lo que le estoy diciendo es que por un día no se va a morir nadie —le interrumpe Shane, aunque va dirigido a mí—. Además, aún falta un montón, tanto para sus exámenes como para los tuyos, ¿no? No creo que pase nada por distraeros un poco, ¡que os va a dar algo!

—Yo estoy con él, Dustin. —Pongo mis brazos en jarra—. Necesitamos despejarnos. Ya verás, ¡el ambiente del gimnasio te va a encantar! Las pocas veces que he ido me he sentido súper motivada. Aunque reconozco que debería ir más, que tengo una resistencia nefasta...

—Y-yo...

—¡¿Pero aún estáis aquí?! —exclama de pronto Josephine, la abuela de Shane. Ninguno de las tres la ha visto salir de su habitación: yo, y creo que ellos también, creíamos que se había vuelto a ir al bingo.

—¡Sí, yaya! Es que estábamos aquí hablando con Krausser, que tiene algunos problemillas con...

—¿"Problemillas"? —La mujer achina los ojos a su nieto, a su lado—. ¿Y dónde está el alcohol, que no lo veo?

A Shane le entra la risa floja y se rasca la poca barba que tiene.

—¿Qué alcohol ni qué alcohol, yaya?

—¡En mi casa todos problemas se resuelven con alcohol o con sexo! Y no creo que vayáis a tener lo segundo entre vosotros. —Me mira a mí entonces—. ¿Tú estás segura de que quieres ver eso, muchacha?

—Yo... —Me río, porque por momentos esto parece una cámara oculta.

—Eh... sí. —Él se aclara la voz bruscamente y mantiene su sonrisa—. Oye, que nos vamos al gimnasio ya. Y luego a la pizzería, ¡no nos esperes despierta, yaya!

La señora se ajusta la bata y va hacia el sofá para sentarse a mi lado. El gato salta de los brazos de Shane y acude a ella al momento, en busca de mimos. Con su pequeña estatura, Josephine hace un contraste enorme con su nieto.

—Yo nunca os espero, tontos del bote. Si seguro que llego yo más tarde a casa que vosotros.

—Ah, es verdad. Que hoy es sábado, ¡toca bingo!

—¡Iros ya! Que va a empezar la telenovela y no os quiero por en medio, malandrines.

Shane tira del brazo de Dustin y lo trae hasta nosotros. Qué burro es.

—¡Recibido, señora! ¡Nos vamos al gym!

—¿Q-qué haces, Shane? ¡Que y-yo no voy al gimnasio!

—¿Cómo que no? ¡Si hasta Gracie te ha convencido! Además, me dijiste que querías ponerte fuerte "como el gili de Connor", ¿no?

—¿Qué? —Le sale un gallo en la voz—. ¡E-esa frase ni siquiera es mía!

La abuela Josephine les chista con insistencia y mirada de lunática, mientras enciende la televisión. Empieza a darme miedo volver a reírme.

—Vamos, tío. Te vendrá bien despejarte un poco —le dice Shane por lo bajo a Dustin—. Y así luego entramos juntos a currar, ¿no?

—P-pero...

—Venga, mañana si no estamos muy machacados, quedamos para repasar por la tarde un rato, ¿vale? —le digo.

—Mañana n-no podemos, Hannah Grace... Es domingo y t-tengo que coger el tren de las seis. El lunes tengo clase temprano.

—Bueno, pues ya la semana que viene, ¡no pasa nada!

Dustin suspira. Veo complicado que pueda rebatir nada de lo que le digamos, habiéndonos aliado de esa manera Shane y yo. El pobre no tiene escapatoria.

—...Está bien. Vamos.

—¡Así me gusta! —se alegra Shane.

Josephine chista de nuevo, molesta.

—Ay, perdón, yaya.

Dustin se va hacia una de las habitaciones, imagino que a preparar algo en una mochila para el gimnasio.

—Ya me veía yendo solo otra vez —me comenta por lo bajo Shane, para no molestar a la abuela—. Menos mal que lo has convencido, ¡tienes la capacidad de persuasión de una sirena con él!

—¡No exageres! Solo creo que tienes razón, le va a venir bien despejarse. Tanto trabajo y tanto libro no debe de ser muy bueno —aseguro, recordando lo que Logan y Elisa dijeron en la pizzería.

—¡Así se habla!

—¡¿Os largáis ya o qué pasa?! —grita de pronto la abuela, con el mando de la tele bien agarrado.

—Ah, ¡¡sí!! —Shane se apresura hasta la puerta de Dustin y da un par de manotazos—. ¡Dustin, venga! ¡Que se nos hará tarde luego!

—S-sí, ¡que ya voy! —Al abrir la puerta casi le da en los morros a Shane, que da un traspié muy gracioso—. Joder...

—¡Oye! ¿A qué viene esa cara? —le pregunta cuando pasa de largo hasta la puerta principal, cargado con una bolsa.

—¿No nos vamos?

—Tranqui, tío. Ahora te dejo uno de mis batidos de proteínas y te vienes arriba enseguida.

—C-claro... Sí. 

Shane decidió hace unas semanas apuntarse al gimnasio de mi chico, desde que se lo presenté aquella noche que fuimos a cenar a la pizzería y se cayeron genial, hará un año o así.

Yo nunca he sido muy fan de estos lugares ni del deporte en general, porque desde siempre he tenido una complexión más bien endeble y de resistencia nula, por no hablar de mi tendencia a las lesiones más absurdas y repentinas. Aunque he de reconocer que me encanta ir vestida con ropa deportiva: las mallas resaltan mi precioso trasero, una de mis pocas cualidades físicas. Por mucho que Sid se empeñe en decir que mis ojos iluminarían la ciudad entera, sigo creyendo que únicamente son saltones como los de un chihuahua.

Shane entra delante de nosotros y no se deja a nadie sin saludar en su camino, desde la secretaria hasta la gente que se está ejercitando en las máquinas más cercanas a la entrada. Tiene una verborrea impresionante y yo me limito a sonreír mientras él comenta de pasada a la chica del mostrador que "hoy viene acompañado", tras repetirle unas cuantas veces lo guapa que la ve, haciéndola reír.

—¡Eh, Krausser! —Chasca los dedos frente a Dustin, que estaba algo más despistado—. ¡Que hablo contigo, colega!

—Ah, hm... sí. —Mira a Shane y a la chica, carraspea—. ¿Qué?

—Que te dejo usar uno de mis bonos. Así no tienes que pagar —le dice—. Démosle las gracias a esta chica tan maja, que eso en realidad no se puede hacer. Pero hoy hará una excepción por ser yo. Así que dame también las gracias a mí.

—G-gracias... Shane. N-no era necesario.

—Y tú, señorita, tienes pase VIP —me dice, rodeándome los hombros con el brazo—. Ventajas de ser la chica del entrenador, ¿no?

—Claro. —Me río—. Es una lástima que no me guste tanto el deporte.

—Venga, vamos. —Quita su brazo de mí—. Que Connor nos está esperando.

—¿"N-nos" ...?

Shane sonríe y echa a caminar, no sin antes guiñarle un ojo a la secretaria.

—E-espera, Shane. —Le sale otro gallo en la voz—. ¿P-por qué has usado el plural? Pensé que...

—¿Cómo que por qué? Pues porque hoy vas a entrenar con nosotros. ¿O es que tenías pensado entrenar por tu cuenta, sin tener ni idea? Será mejor que te oriente Connor a ti también, ¿no crees? A ver si te vas a lesionar, ¡no quiero que eso pese sobre mi conciencia!

—P-pero yo...

Frunce el ceño y se queda callado. Tengo que aclarar que la antipatía de mi amigo Dustin hacia Keith viene de bien lejos y está más que justificada: cuando íbamos al instituto, Keith se juntaba con un grupo bastante macarra que se dedicó a hacerle la vida escolar un poco imposible. Cuando no se estaban metiendo con él porque le costaba hablar durante la clase, se dedicaban a buscarlo a propósito durante los recreos para desquitarse con cualquier tontería. Supongo que la envidia es muy mala y no les sentaba demasiado bien que él fuese más inteligente que todos ellos juntos.

Yo era la única de la clase que nunca le rio un solo chiste a Keith, por mucho que él me gustase físicamente: hasta me enojaba más que Dustin, que sólo agachaba la cabeza aguantando el chaparrón de turno e insistía en que no era nada. Pero el hecho de que yo no le siguiese la corriente a Keith debió despertar algo de interés por mí, lo tomó como una especie de reto que fue acercándonos cada vez más. Fue en el último curso que, al fin, conseguí convencerlo para que él dejase en paz a Dustin.

Fue entonces cuando empezamos a salir.

—Mira, ¡ahí está el entrenador! —exclama de pronto Shane.

Al escucharnos, Keith se gira y nos dedica una gran sonrisa. Corro hasta él para abrazarlo y darle un beso como saludo.

—¡Joder, menudo recibimiento! —oigo decir a alguien a nuestro lado.

—¿Mike? No te había visto...

Mike Hill, el amigo más pesado de Keith. Miembro de aquella pandilla de macarras con los que se juntaba en el instituto. ¿Qué pinta aquí? Y justo el día en que Dustin viene a probar el gimnasio... ¿Será que le estoy contagiando mi suerte?

—¡Buenas a todos! —saluda Shane—. ¡Mirad! ¡Hoy se nos ha sumado alguien, chicos!

—¿Krausser? ¿El tartaja? —Se ríe Mike. La cara de Dustin es un poema ahora mismo.

—Lo he convencido yo —reconoce Shane, señalándose a sí mismo con un pulgar—. Tuvimos una pequeña charla sobre la importancia de socializar y he conseguido arrastrarlo lejos de sus libros, ¡por una vez! Estoy súper orgulloso de mí.

—¡Eh! Yo también influí algo, ¿no? —le recuerdo.

—¡Ah, sí, claro! Gracie vino para dar el toque final. Pero ya lo tenía hecho.

—¡Seguro...!

—¿En serio vas a dejarte entrenar por mí, tirillas? —dice entonces Keith, cruzado de brazos—. Esto no es el patio del colegio, aquí se viene a sudar de verdad, ¿eh?

—Sí, sí, ¡que a ver si le va a dar algo otra vez! —aventura Mike riendo. Logan tiene razón, este tío tiene dientes de rata almizclera—. ¡Que en clase de gimnasia daba un par de pasos más de la cuenta y ya estaba en la mierda! Desmayándose y todo, ¿te acuerdas?

—Ya ves. Era la Princesita Tartaja —recuerda Keith, cruzado de brazos—. Además, rubito, como la Bella Durmiente.

—"¡Ay profe, es que me canso más rápido! ¡Tengo justificante médico para tocarme los huevos toda la clasee!"

Por momentos creo que Keith y Mike van a pasarse toda la maldita tarde soltando chascarrillos que sólo se ríen ellos dos, pero entonces piso con todas mis fuerzas el pie a mi querido y ocurrente novio. Él cambia la expresión y carraspea agobiado. Continúo clavándole mi famosa mirada asesina para que se calle de una vez, ahora que por fin me mira. Igualito que en el instituto.

—¡Joder, qué calzonazos eres, Snake-Man! —se queja Mike—. ¡La enana esta de ojos saltones te tiene dominado!

—¿A quién llamas tú "enana", rata del almizcle? —le reto.

Ahora el que se ríe es Shane.

—"Rata del almizcle", ¡esa es buenísima, tía!

Sonrío. Qué satisfacción produce cerrarle la boca al imbécil de Mike.

—¡Ya, ya! Qué tal si comprobamos si puedes superar a "la rata", ¿eh? —desafía Mike a Shane. Para su estatura y su complexión más bien normalita me sorprende que plante cara a un tío tan grande como Shane.

—¿Superar? ¡No me hagas reír! Es obvio que no estamos en el mismo nivel, Hill.

—¿Y por qué no lo demuestras? ¡Vamos! ¡Calentemos y hagamos un circuito!

—Yo ya vengo caliente de serie, colega —se jacta Shane.

—Caray, qué mal ha sonado eso —Me río.

—¡Venga! ¡Y el tartaja también! —suelta Mike.

Miro hacia Dustin y no puedo verlo más tenso.

—N-no, yo no voy a...

—¡"No no no no no"! —Se burla Mike. ¿Le está intentando imitar, el muy imbécil?—. ¡Vamos, no seas marica! ¡Demuestra que ya no eres el tirillas que fuiste en el instituto!

—¡No tiene que demostrar nada a nadie, Mike! —le grito, harta—. ¡Dejadlo estar ya!

—Hannah Grace, no...

—¿Qué eres, su madre? ¡Deja que se defienda solo! Así no es divertido —replica Mike.

—Dejaos de tonterías de mocosos. Aquí se viene a hacer cosas de adultos —impone de pronto Keith. Hace crujir los huesos de sus manos al apretarla una contra otra—. Vamos a calentar todos, los cuatro: el reto de hoy va a ser subir hasta ahí arriba.

—¿Subir? —cuestiono.

Keith señala entonces detrás de nosotros. Shane, Dustin y yo nos damos la vuelta casi al mismo tiempo para ver el enorme rocódromo del gimnasio.

—Bah, ¡eso es pan comido! —asegura Shane, brazos en jarra.

Sólo de ver la altura de ese panel monstruoso me entra un enorme hormigueo por las piernas. ¿Es posible sentir vértigo por mirar hacia arriba?

—¡Madre mía...! —jadeo en un hilo de voz.

—Venga, va. ¡A calentar todo el mundo! —ordena Keith con tono de entrenador al fin—. ¿Tú te quieres unir hoy, chatina? —me pregunta, ya estirando los brazos.

—Ah, yooo... Creo que voy a pasar, ¿eh? ¡No me veo muy preparada para morir tan joven! Pensé que haríamos algo más normalito, pero...

—Si nunca te propones retos vas a vivir una vida aburridísima, Grace.

Mi expresión se tuerce ante ese comentario. Me cruzo de brazos y me siento en una de las máquinas de ejercicio.

—Tú qué sabrás cómo de aburrida es mi vida —murmuro.

—¡Tartaja! ¿Qué haces? ¡Muévete! —le oigo ordenar Keith—. ¡Tienes que calentar bien brazos y piernas para subir ahí! ¡Así!

—S-sí. Voy.

Miro desde mi asiento cómo Dustin intenta imitarle, cogiendo con una mano el codo contrario y estirando cuanto puede. Y así con el resto de movimientos que le ve hacer al entrenador. Quisiera preguntarle a Keith si para esto se utiliza un arnés o algo más aparte del casco, pero sigo molesta y me gustaría que se diese cuenta...

—No es como si fuese a subir más de dos peldaños, pero bueno —comenta entre risas Mike, mientras estira sus pantorrillas—. Seguro que se resbala enseguida.

—¡Eh, que mi colega Dustin es un felino muy hábil! ¡Un guepardo! —alega de pronto Shane—. No caerá. Y si cae, ¡lo hará sobre sus cuatro patas! Ya lo veréis.

Dustin le mira enrarecido y pierde el equilibrio al hacerlo, con una pierna cogida y a la pata coja. Casi desmonta la teoría felina de Shane cayéndose de bruces, de no ser porque se apoya con rapidez en una de las máquinas cercanas, con cara de susto. Keith y Mike terminan riéndose y a mi cada vez me hierve más la sangre.

En qué maldita hora insistí a mi pobre amigo para venir a este circo.

—¿Y tú qué eres, si puede saberse? —cuestiona Keith a Shane—. Ya que todos somos animales aquí...

—¿Yo? ¡Un gorila! —dice con orgullo, y se golpea el pecho con un puño.

—Joder. —Keith se carcajea, negante—. Sí que te pega, sí. Aunque yo te veo más como un tigre, con esa espalda tan atlética.

Suspiro. Me levanto y camino hasta Dustin.

—Dustin, ¿estás bien? —le pregunto discretamente—. Si no lo ves claro, podemos irnos. Esto no es tan guay como creía...

—¿Eh? N-no, no te preocupes. Está bien. Estamos un rato y nos vamos, si quieres.

Igual que de críos, va a negarme hasta el final lo mal que lo está pasando.

—Vale. —Le sonrío.

—Encabezaré yo, chatos —anuncia entonces Keith. Posa una mano sobre el primer saliente del rocódromo—. Vosotros id a vuestro ritmo: sólo os pediré llegar hasta la mitad, ¿de acuerdo? Eso lo puede conseguir hasta un crío. Al fin y al cabo, es el primer día del tartaja. Tampoco es plan de dejarle en ridículo con nuestra habilidad.

—Se llama Dustin, no "tartaja" —le corrijo con irritación, acercándome a él.

—Krausser —rectifica él, sonriente.

—Eso.

Keith me da un pequeño beso y sonríe, antes de comenzar a subir. El muy idiota se cree que con eso lo soluciona todo, supongo.

—Joder, qué rápido es el cabrón —suelta Shane, al ver la velocidad a la que Keith trepa por el muro—. Está más fuerte que el vinagre.

—S-sube tú, Shane —le dice Dustin por lo bajo.

Mike se les ha adelantado y ha comenzado a subir tras su admirado entrenador.

—¿Eh? ¡Ah! Claro, ¡tú sígueme!

Shane echa a correr hacia el muro con una energía increíble y sube un peldaño tras otro, dejándonos boquiabiertos a Dustin y a mí. En poco tiempo adelanta a Mike, que se queda con más cara de idiota de la que ya tiene. Realmente parece un gorila ahora mismo... o un tigre hiper musculado. Keith lleva razón, menuda espalda tiene.

Miro hacia Dustin y veo que está totalmente paralizado.

—¡Vamos, Dustin! —le animo, envolviendo su antebrazo con mis manos—. ¡Te toca a ti ahora!

—Eh... S-sí. ¡Voy...!

Respira hondo y camina hasta la base del muro. Alza la mirada y posa la mano derecha sobre uno de los salientes. Me fijo en que sigue temblando... Dudo que esto sea una buena idea, pero ni de coña voy a ser yo quien le meta miedo ahora.

—Venga, ¡tú puedes...!

Él asiente, sin llegar a mirarme. Coloca el pie derecho en el peldaño más cercano y comienza a hacer fuerza para subir, lento pero seguro: el tembleque de los brazos no le abandona y saber que me tiene detrás observándole no creo que le tranquilice demasiado. Pero me niego a dejarlo solo con esos tres mandriles.

—¡Eso es! ¡Ya lo tienes!

Ese pequeño ánimo parece impulsarle un poco en su siguiente movimiento: sube un peldaño más, y otro tras ese. No va tan rápido como Keith o Shane, pero prefiero eso a que se mate.

—¿Aún vas por ahí, tart... Krausser? —escucho gritar a Keith, desde lo alto. Se ríe—. ¡Venga coño, no me seas flojo! ¡Si llegar hasta la mitad es súper fácil!

—¡Sí! ¿No eras tan rápido? —cuestiona Mike, que también ha llegado a la meta.

Veo que Dustin vuelve a paralizarse. De verdad, ¿no dan premios por ser imbécil? Esa rata se los llevaría todos.

—¡Venga, tirillas! —insiste Mike—. ¡No te nos desmayes antes de empezar otra vez!

—¡¿Te quieres callar, idiota?! —le grito desde abajo—. ¿Es que no penaliza distraer a los contrincantes?

—Eeh... Pues ahora que lo dices, no recuerdo nada de eso en el reglamento. Tendría que revisarlo, chatina. —Se ríe Keith, y Mike con él.

—Sí... Ya verás cuando bajes, ya. Chatín.

De pronto veo que Dustin ha vuelto a moverse... pero mucho más deprisa. Por un momento siento que se está dando tanta prisa para llegar hasta Mike, cogerlo de la pierna y tirarlo al vacío.

—¡Dustin, no vayas tan deprisa! —intento decirle, pero me ignora.

Sube un peldaño tras otro y llega a pasar meta, la mitad de la que Keith habló. Oigo a Mike diciendo alguna de sus gilipolleces y riéndose, pero ahora mismo tengo los nervios de punta por ver a mi amigo subir tan alto sin arnés.

—¡Dustin...!

—¡¡Quieto, Krausser!! —le grita Keith, con voz potente—. ¡No subas más!

Ese tono tan autoritario me estremece hasta a mí. Pero consigue que, por un instante, Dustin se pare en seco y gire la cara hacia él, unos peldaños más abajo de donde está. Su atención se centra en el entrenador y de pronto su mano resbala. Siento un repentino vacío en el estómago al verlo caer de espaldas.

—¡¡Dustin!!

Shane trata alargar el brazo para pillarlo al vuelo cuando cae por su lado, pero no consigue alcanzarlo. Corro hasta él en cuanto impacta contra la lona y me arrodillo a su lado.

Keith y Shane bajan unos cuantos peldaños a toda prisa y el resto lo obvian con un salto para llegar cuanto antes. Mike no parece tener tanta prisa, allá arriba.

—¡Krausser, joder! ¡Te dije que no subieras más!

—¡Ahora no es momento de enfadarse, Keith! —me quejo. Él se arrodilla al otro lado—. Dustin, ¿estás bien? ¡Dime algo!

—¡S-sí! ¡N-no es... nada!

Miente como un concejal.

—Vamos, incorpórate. A la de tres —le pide Keith, tomándole por el brazo y por la nuca—. Una...

—¡N-n-no! —Le sale un nuevo gallo—. Espera... y-yo me levantaré.

Él le deja estar, sin abandonar su expresión contrariada. Veo a Dustin concentrar todas sus fuerzas en los músculos de la espalda, pero debe de haber algún cable que no hace buen contacto, porque no le obedecen.

Empiezo a asustarme, ¿se habrá roto algo por hacer el tonto en un gimnasio? ¿Qué necesidad tenía yo de arrastrarlo a esta situación tan absurda?

—Dustin, colega, venga —oigo decir a Shane, nervioso—. ¡No me hagas esto!

—Q-que no pasa nada, estoy bien —insiste, incordiado.

Se ayuda de los brazos para darse impulso y girar sobre sí mismo. Ya de costado puede usar la mano para apoyarse en la lona, pero vuelve a quedarse quieto de nuevo y advierto que tensa la mandíbula, le cuesta respirar.

—Dustin...

Mi voz parece captar su atención al instante. Me mira de soslayo y veo que su rostro se mantiene en tensión, avergonzado. Vuelve a hacer fuerza con los brazos para incorporarse y consigue quedar sentado sobre la lona.

—¿V-veis? ¡Ya está...!

—¡Joder, ya creí que te habías roto la espalda! —se lamenta Shane, aunque lo noto más relajado—. ¡Menudo golpe te has dado! Si no llega a estar la lona te descoyuntas, tío.

—E-es que me... he resbalado.

—Te has resbalado y has subido más de lo que te ordené, tartaja —le recrimina Keith—. No se puede subir a más altura de esa sin arnés y sin equipo completo de protección. ¡Se me podría haber caído el pelo por tu culpa!

—L-lo siento. N-no lo pensé...

—¡Pues a ver si pensamos, coño!

—¡Keith! —le grito, y consigo frenarlo—. ¿Puedes levantarte? —le pregunto a Dustin, ofreciéndole mi mano para que se agarre a ella.

—Sí.

Me coge del brazo y le ayudo a levantar del todo, aunque noto que él logra hacer bastante fuerza, lo que me tranquiliza.

—Eso es, ya está. ¡Qué susto nos habías dado! —Le sonrío, aunque por dentro me siento fatal—. Pero igualmente será bueno que te vea un médico, ¿vale?

—¡O un veterinario! Menos mal que era un guepardo que caería sobre sus cuatro patas, ¿eh? —se burla Mike mientras baja, mirando a Shane—. ¡Qué lástima no haberlo grabado!

—¡O te callas o el próximo que se estampa contra la lona eres tú, rata del almizcle!

Mike se limita a reír ante la reacción gorilesca de Shane, que lo amenaza con uno de sus puños. Veo que Keith no abandona su cara de enfado, pero francamente me da igual: él único que me preocupaba era Dustin y parece que está mejor.

Definitivamente, mañana no tendremos clases de repaso...

Holiiiiiiii :D

Como dije en el anterior capítulo, me ha apetecido subir doble, espero que os haya entretenido ^^

¡Contadme qué os va pareciendo! Me encanta leer vuestras opiniones, aunque esté empezando la historia. 

¡Nos leemos pronto, personitas!

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