Llegué a casa empapada, con las gotas de lluvia resbalando por mi rostro, y tras una ducha rápida y un tazón de leche caliente, me escabullí bajo las mantas de mi cama. La habitación, se sumía en una penumbra húmeda, y las sombras danzaban contra las paredes. La lluvia tamborileaba contra la ventana, y los truenos, alejándose, aún retumbaban en el cuarto. De repente, la habitación se iluminó con un rayo, y yo, como un bebé asustado escondí la cabeza bajo la manta. Respiré hondo, tratando de controlar los latidos de mi corazón.

Después, la lluvia y el viento cesaron, dejando solo un rastro de brisa y el aroma de la hierba mojada y las flores silvestres. Entonces, entre los campos arados apareció él, con una camisa de lino, amarillenta por el paso del tiempo, adheríendose a su musculoso torso, los pantalones de algodón oscuro marcaban sus largas y fuertes piernas y sus robustas botas de cuero, hacían crujir las hojas secas bajo sus pies. Su cabello cobrizo, recogido en una coleta, caía en suaves ondas sobre su frente, y sus ojos azules y profundos tenían el mismo brillo que un estanque en la montaña.

Se acercó a mi, extendió una mano grande y cálida, y nuestros dedos se rozaron levemente.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo y desperté con un suspiro.

Mantuve los ojos cerrados, intentando aferrarme a la sensación de su tacto. Había soñado tantas veces con ese rostro que ya me era familiar. Pero cada noche cuando sus dedos apenas rozaban mi mano me despertaba. Pero ese pequeño roce, era suficiente para hacerme sentir que siempre habia estado estado ahí. Me preguntaba si le habría visto alguna vez y mi subconsciente guardaba esa imagen, que por alguna razón no llegaba comprender.

La habitación estaba en silencio, ya no repiqueteaban las gotas de lluvia contra mi ventana. la tormenta se había desvanecido, llevándose con ella los nubarrones grises. Las estrellas habían hecho su aparición, y la luna, tímida, ocultaba parte de su esplendor tras una nubecilla blanca. Bostecé, y estiré mi espalda entumecida por la noche. Y sonreí al recordar el rostro varonil que había aparecido en mis sueños. Lo único que últimamente me hacia sonreír, como si viajara en el tiempo cada noche, y me transportará a una época donde los caballos tiraban de los carros, y el ambiente tuviera un continuo aroma a hierba húmeda y flores silvestres.