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Muerto


Para todos los que transitaran el periférico de La Ciudad de seis a ocho de la mañana, sería sencillo ver caminar por la acera a un adulto joven, calvo, de tez morena, expresión perdida y la ropa como si hubiese pasado por un triturador antes de que se la pusiera.

Además, su frente sangraba tan solo un poco.

Semanas habían pasado desde el asedio y con este, la posterior huida de casi toda la mafia malasangre de la Zona 2 de La Ciudad, un distrito comúnmente utilizado como vertedero. Antaño rey en la Zona 2, el Muerto quedó en la ruina tras apoyar al bando incorrecto: nadie sabía lo que hacía recorriendo la avenida esa mañana, así como nadie lo reconocía tampoco.

Sus pies debían estarse deshaciendo ya, pero eso poco importaba. Tenía que llegar a entregar su mensaje: esforzándose por no perder el conocimiento mientras andaba, intentó recordar los momentos vividos durante el asedio: su entonces mejor amigo Keith lo fue a sacar de la celda de una estación de policía abandonada para exigirle que arreglase las cosas en la Zona 2.

Muerto había obedecido, sintiéndose culpable por haberle hecho caso a su amor ideal a costa de incontables vidas. Tras pelear mano a mano contra ella y vencerla, se ocultó de las autoridades un mes entero hasta que llegaron ellas, apoyadas por pocos pero leales seguidores nuevos y se apropiaron de lo poco que quedaba en la Zona 2, que de por sí ya estaba en ruinas antes del asedio.

Muerto jadeó mientras esperaba a que dejasen de venir coches para cruzar al otro lado de la avenida: si seguía a ese paso, llegaría a su destino en poco menos de media hora, pero si se detenía, no creía poder levantarse después. Siguió caminando, aún cuando las ampollas en su pie derecho amenazaron con romperse por la fricción y el sudor que las recorrían. Aguantándose las ganas de tirarse al suelo y aullar de dolor, Muerto siguió caminando.

Keith había muerto: esa fue la versión oficial una vez terminó el asedio. El condenado se murió evacuando rehenes en una escuela y Muerto ni siquiera pudo ir a su funeral. Ahora, se encontraba caminando directo hacia el cuartel de Alba Dorada en La Ciudad a pedir ayuda porque no pudo combatir contra quienes lo echaron de su único hogar.

Bueno, aparentemente la vida tenía a sus favoritos.

Conforme avanzaba al interior de la ciudad y el periférico quedaba atrás, más coches pasaban a su lado y más transeúntes le hacían el asco, pero poco o nada le importaba al Muerto, concentrándose en no caer de bruces al piso, aunque sin poder disimular su expresión de dolor. 

Al pasar cerca del centro de salud del distrito May, una mujer que probablemente trabajaba como enfermera ahí lo vio pasar e inmediatamente, le pidió que se detuviese para poder tratarlo, pero Muerto no hizo caso. Él tenía que llegar con el nuevo jefe de Alba Dorada, un tal Ezra Saucedo y mientras más se tardase en hablar con él, más ventaja ganarían aquellas personas.

Ya a dos calles de donde debería estar la Base Uno, Muerto se cayó de rodillas, rindiéndose ante el cansancio por un breve instante. A como pudo, se incorporó nuevamente para después chocarse con la entrada del portón antes de poder decir una palabra. Por fortuna, un hombre joven estaba haciendo guardia en la entrada en ese entonces, por lo que Muerto tuvo muy fácil abrir la boca y pronunciar unas pocas palabras antes de permitirse caer al piso, inconsciente:

— El jefe Saucedo - Tosió el Muerto - Encontramos a sus empleadas.

Acto seguido, Muerto se desmayó.

Para cuando despertó, estaba rodeado de agentes de Alba Dorada vestidos como personajes de Voltron con sus trajes amarillo con negro, a excepción de Ezra Saucedo, presumiendo el suyo en amarillo y dorado.

— Entonces... Fernando, alias "El Muerto", ¿no? Debes tener una buena razón para venir a nuestra puerta hecho mierda.

Muerto parpadeó un par de veces, tratando de reconocer a todas las caras presentes: la verdad, no le sonaba casi nadie aparte del propio Ezra: una chica al lado suyo con expresión molesta, cabello largo y lentes de marco redondeado lo observaba como si fuese a sacarse una granada de alguna parte de su ropa. Al lado, otra chica con cierto aire de árabe lo observaba también, aunque visiblemente menos segura de sí misma que los demás. Por último, se fijó en el guardia que estaba en la puerta, de tez negra, cabello corto y ondulado.

— Al menos ya te alcanza para renovar el personal - Se burló Muerto, intentando no moverse demasiado en aquél camastro, dándose cuenta enseguida de que sus muñecas estaban esposadas a los descansabrazos - Pues... ayer vinieron tres chicas, ya sabes, a la Zona 2 - Confesó el Muerto - Mataron a bastantes de mis muchachos... de los que quedaban, al menos. Me golpearon bastante y luego me dejaron ir. Querían que viniera con el mensaje, o eso creo.

Ezra lo estaba meditando seriamente antes de pronunciar palabra alguna, eso Muerto podía verlo. Al parecer, Kai no había escogido tan mal a su sucesor, pues por el momento, parecía ser más analítico Ezra que su predecesor, mucho más espontáneo y propenso a actuar sin pensar las cosas.

— ¿Quiénes eran?

— No las pude ver muy bien mientras me rompían el hocico en un pasillo oscuro, pero sé que una de ellas tenía pelos de afroamericana, otra parecía el cantante de Kiss y la otra era bajita de cabello largo y rizada - Se limitó a describir el Muerto - Ellas y sus amiguitos me dieron estos regalos de despedida - Añadió, burlándose mientras recordaba lo inútil de su esfuerzo por señalar los múltiples moretones y cortes en su rostro.

— Son ellas - Asumió Ezra - Lo lamento mucho, pero aunque nos hayas venido a avisar...

— Sí, sí - Lo interrumpió el Muerto - Me llevarán a encerrar por mis crímenes y todo eso. Anda, llamen a la policía de una vez.

— Nosotros somos "la policía" - Se burló el agente de tez negra, el guardia de la entrada - Me han hablado mucho de ti, Muerto. No esperaba conocerte en estas condiciones.

Apenas terminaron de hacerle preguntas, Ezra y sus agentes abandonaron la habitación para seguir discutiendo las cosas en otra parte. Apenas cerraron la puerta, el guardia de la entrada, Gastón, salió del edificio para arreglar el traslado del Muerto a una prisión más adecuada que las instalaciones de la Base Uno.

— ¿Quiénes son esas personas de las que hablaba Muerto? - Preguntó Adhara, la chica de rasgos árabes.

— Eran parte de Alba Dorada hasta hace poco - Admitió Ezra - Fueron expulsadas por cometer traición y hubo una pequeña pelea. Pensamos que no iban a darnos problemas, pero... bueno, parece que debimos encerrarlas a todas en primer lugar, ¿no?

— ¿Qué piensas hacer entonces? - Preguntó Carol, la chica de lentes, dirigiendo la mirada hacia Ezra.

El chico lo pensó un momento antes de emitir su primera orden.

— Llamen a las otras tres de Copa Escarlata. Creo que... creo que ellas son las indicadas para atrapar a sus ex compañeras. ¿No crees?

Carol titubeó, pero no se le ocurrían mejores agentes para hacer ese trabajo.

— Mañana a las diez comenzamos - Ordenó Ezra - Asegúrense de que las tres estén aquí para entonces.

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