Capítulo once: ¿El pasado en el presente?
Shera Jones Doson
A veces crees que nada en la vida puede sorprenderte, pero de cierta manera inesperada, algo fuera de lo común llega a tu vida y la cambia radicalmente. Nunca fui de admitir mis sentimientos o mis debilidades, pero debía admitir que estaba aterrada por la idea de que Kaden estuviera con personas malas.
Tenía miedo de no volver a ver nunca más a mis madres y sabía que aunque mi furia con ellas no se había ido del todo, sabía que no tuvieron mala intención y que debían estar tan preocupadas como yo.
Si pudiera volver a verlas una vez más, les diría que las amo y que nada podría borrar los recuerdos de ambas protegiéndome de todo peligro. Porque esa es la función de los padres o madres, proteger a sus hijos sin importar qué, ¿pero qué sucede cuando ese peligro está fuera de su control?
—Deja de mirarme así, por favor —comentó la peli marrón.
—Agradece que no te he matado —dije secamente.
No sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que estamos aquí, pero creo que ya había pasado un día, porque los párpados me pesaban y bostezaba todo el tiempo. A veces cuando hacía pijamadas con Nix, estábamos toda la noche despiertas, hasta que el sol salía y nos hacíamos las dormidas para que sus padres pensaran que habíamos dormido al menos dos horas.
Había tratado de no pensar en ella durante todo el viaje, pero me fue imposible, porque no tenía esperanza alguna de que viviría. Y sabía que cuando mueriera, ella no estaría a mi lado, no estaría nunca más a mi lado y solo deseaba poder decirle que mi corazón siempre le perteneció y siempre le pertenecerá.
Sumida en mis pensamientos, oí como los pasos de alguien se acercaban a nuestras celdas. Kyan, desde la celda de enfrente, me observaba como si buscara alguna respuesta en mí, pero no tenía nada que ofrecerle.
La misteriosa sombra del hombre cada vez se acercaba más a mi celda, hasta que el joven que se hizo pasar por Kyan. se hizo presente. Su sonrisa arrogante era irritante, en sus ojos podía ver cuánto disfrutaba habernos engañado y cuánto disfrutaba mi sufrimiento.
—La historia de los gemelos se repite —fruncí mi ceño al no entender lo que dijo—, solo que con algunos cambios de última hora.
Me levanté del frío suelo y lentamente me acerqué a los barrotes de la celda. Lo analicé de arriba a abajo y mi mirada se detuvo en su abdomen desnudo, más específicamente en donde estaba su tatuaje de dos espadas cruzadas.
—¿Qué simboliza el tatuaje?
—Simboliza el hecho de que al igual que tú, soy un mestizo.
—¿Tu madre es esa mujer horrible?
—Sí, pero las cosas no son como tú crees, niña.
—Nos engañaste, nos tendiste una trampa y resulta que eres el hijo de una mujer cuyo nombre desconozco.
—Físicamente eres igual a tu mamá, ahora entiendo porque él cayó ante su belleza —río.
—¿Quién? ¿Quién cayó ante la belleza de mi mamá?
—Lo entenderás eventualmente.
Su maño, que estaba hecha un puño, se abrió lentamente y en la palma de su mano, había una llave larga y oxidada. La metió lentamente en la cerradura, dio tres vueltas y la puerta de mi celda se abrió lentamente, mientras hacía un rechinido.
Una parte de mi me decía que algo malo iba a suceder, no tenía idea de qué me podrían hacer o de por qué estaba aquí. Solo sabía que seguir con vida era prioridad para encontrar a Kaden y buscar a nuestras madres.
—¿Esperas una invitación?
—¿A dónde me llevarás?
—Eso no es asunto tuyo, niña —respondió amenazadoramente.
Di un paso hacia adelante, pero de pronto sentí un toque gélido en mi muñeca. Miré por sobre mi hombro y observé el terror en los ojos de Stephanie. Me solté de su agarre y ella retrocedió unos pasos.
—No vayas —suplicó.
—No necesito de tu preocupación, solo nos has traído problemas —me di la vuelta y observé al traidor—. Iré sin oponer resistencia.
—Haces que todo sea aburrido, niña, pero mi madre te quiere viva y dudo que muerta le sirvas.
Se hizo a un lado, para que yo pudiera salir de la celda y pese a las miradas de Kyan y Stephanie, que me suplicaban que no debía ir, ¿pero qué otra opción tenía? Ninguna.
Salí con recelo de la celda y giré mi cabeza para ambos lados del pasillo. Parecía ser un lugar con un sin fin de celdas y llenos de prisioneros gritando de agonía, de dolor y desesperación.
El peli marrón cerró la celda con brutalidad, haciendo que Stephanie se sobresaltara. Con su mano libre me empujó para que empezara a caminar. Mientras lo hacía, recibía muchos comentarios ofensivos de los prisioneros, tanto de hombres pervertidos, como de hombres que me suplicaban que matara al mal nacido que iba detrás mío.
Era horrible sentir esa sensación de que aquí las mujeres eran consideradas como un objeto para hacer los quehaceres de la casa o un objeto de placer. Había dado una charla sobre eso en la escuela cuando tenía tan solo diez años y aunque a nadie le importó, yo creía que era muy importante saber cómo las mujeres habíamos evolucionado y ver de lo que éramos capaces.
Recuerdo que Nix me alentaba a que siguiera, pese a que nadie me estaba prestando atención.
Ella era mi otro motivo para sobrevivir, porque en cuanto pudiera huir, la buscaría y la pondría a salvo en mi futuro reino, donde allí nadie podrá herirla y donde podremos estar juntas.
Mientras hacíamos el camino recto, el desgraciado me dijo que doblara a la izquierda, luego seguimos un camino recto, hasta que doblamos a la derecha, para después hacer lo mismo; seguir por un camino recto, derecha, recto, izquierda, recto izquierda, recto, derecha y de pronto me detuvo.
—Cierra los ojos —ordenó con superioridad.
—¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué vas a hacerme? —pregunté firmemente, cuando por dentro mi corazón no dejaba de latir fuertemente.
Sentía que en cualquier momento se me iba a salir, pero si de algo me había servido ver documentales de asesinos en serie a las tres de la mañana con Nix, era que cuanto más lo fastidiaba, más indicios me daba de cómo era él en verdad.
Sus manos tomaron mis brazos, me dieron la vuelta y me empujó contra la pared. Temía que hiciera algo que haría un pervertido, pero si quisiera hacerlo, lo habría hecho cuando había llegado.
De pronto me colocó un trapo viejo que olía a podrido en los ojos y ya no pude ver nada.
Durante un tiempo que para mí fue una eternidad, caminamos por dentro del palacio, mis pies tocaban el frío suelo, las piernas me temblaban y en lo único que podía pensar era en qué ahora deberíamos estar con nuestras madres en...
Diría en casa, pero la verdad no tenía idea en qué día es hoy, estoy realmente perdida sin rumbo alguno.
De pronto oí como el traidor le ordenaba a unos guardias que abrieran las puertas de la sala del trono, para que pudiéramos entrar. Al oír los gritos, los murmullos y las palabras de las personas, mi corazón empezó a latir con fuerza.
—¡Acábalo! —gritó un hombre.
—¡No tengas piedad! —espetó otra voz masculina.
No sabía que estaba sucediendo, pero al oír respiraciones agitadas y golpes entre dos personas, podría decir que había una pelea, como si se tratara de un programa de lucha libre.
Seguí caminando hasta que de pronto él me detuvo.
—Madre, aquí está —podía oír sus pisadas entre el caos que era la sala del trono.
Cerré mis manos, haciendo que mis uñas se clavaran en la palma de mi mano, mientras sus pasos se acercaban cada vez más, hasta que sus pisadas no se oyeron más. Intuí que estaba cerca de mí y en un intento inútil de querer huir, calculé donde estaría su mandíbula, gracias a la última imagen que tenía de ella en mi mente, mis puños se dirigieron hacia ella, pero con sus manos detuvo mis brazos.
—Igual de valiente que Kate, pero igual de idiota que Rachel —susurró con resentimiento.
Sus manos apretaban mis muñecas con ira, como si se estuviera desquitando conmigo, Traté de salir de su agarre, pero mis brazos estaban cruzados. Seguramente estarían rojos por la presión de sus manos.
Lentamente me fue soltando, hasta que sus manos abandonaron mis muñecas y se dirigieron hacia el nudo que tenía hecho en la parte de atrás de mi cabeza. Con rudeza extrema deshizo el nudo y abrí los ojos.
Lo primero que observé eran sus ojos marrones, llenos de odio, resentimiento, ira y maldad. Nunca había visto esa mirada en alguien, nunca había visto tanta maldad y satisfacción en alguien.
Observé a mis alrededores, había dos tronos, uno le pertenecía a la reina sin corona y el otro le pertenecía a su rey, que tampoco llevaba corona. Las estructuras del palacio me recordaban a las estructuras de las iglesias góticas, frías, altas y con un aspecto que parecía de película de terror.
Di media vuelta, tan solo para darme cuenta de la atrocidad que estaba sucediendo frente a mis ojos. Había muchas personas en la sala del trono, diría que más de cincuenta personas estaban presenciando una pelea entre dos hombres.
Ambos estaban sin armas y sin protección alguna. Lo curioso era que cerca de ellos había una mesa en donde había muchas armas, como látigos, cuchillos, espadas, arco y flecha, pero sin usar.
—Observalos —ordenó la mujer sin corona.
Uno de los hombres estaba en el suelo, con una herida en su pecho, mientras que el otro hombre, se acercaba lentamente. El hombre vencido no hacía nada, no se oponía, no reaccionaba. Era como si supiera que iba a morir y lo estuviera aceptando de la mejor forma posible.
El hombre alto y robusto se acercó al hombre en el suelo, mientras todos a su alrededor gritaban que debía matarlo, incluso el rey gritaba de emoción. Él se agachó lentamente, observó a su contrincante a los ojos y cuando creí que simplemente lo golpearía, sus manos se posicionaron rápidamente en el cuello del hombre vencido y de a poco fue aplicando presión, hasta que el rostro del hombre se puso colorado.
Sus venas empezaban a notarse más de lo normal, pero no hacía nada, no se defendía. Sin poder evitarlo, corrí hacia ellos y de pronto sentí como alguien me agarró del cabello.
La mujer sin corona se acercó a mí lentamente, mientras tiraba de mi cabello. Cerré los ojos debido al dolor.
—No harás nada, Shera, porque si haces algo, él se muere —susurró en mi oído.
—Kaden está muy lejos... Nunca lo encontrarás —lentamente me incliné hacia el lado contrario de la mujer sin corona y en un movimiento rápido, levanté mi brazo, felxionandólo y con el codo golpée su abdomen.
—¡Mátalo! —exigió el rey.
Ella frunció el ceño y podía notar cuan furiosa estaba. Se acercó a mí como una fiera, me tomó del brazo bruscamente y me tiró al suelo sin piedad alguna.
—¡Mátalo, maldición! —espetó furioso el rey.
Apoyé las palmas en el frío suelo y mi cabello se interponía entre la escena que estaba observando. El hombre robusto apretó más fuerte el cuello del hombre y finalmente sus ojos se cerraron lentamente.
Lo había asesinado... Y yo lo había visto...
—No... —susurré.
El vencedor observó a su contrincante con algo de pena, como si sintiera remordimiento por lo que acababa de hacer. No entendía, ¿por qué no se había defendido? ¿Qué se lo impedía?
—Llévense a ese imbécil de aquí —ordenó el rey y dos guardias que estaban entre la multitud, salieron con unas sogas para amarrarlo.
El hombre se levantó, como si el muerto hubiera sido él. Juntó sus muñecas y los guardias pasaron la soga por ellas, como si fueran unas esposas. Lo tomaron de los brazos bruscamente y se encaminaron hacia las puertas de la sala del trono.
Estas se abrieron, el hombre giró la cabeza para observarme y bajó la mirada.
Lentamente me levanté del suelo y observé el cuerpo sin vida del hombre. A mi alrededor todos murmuraban, algunos decían que me parecía a la reina de la isla, otros decían que no debía enfrentarme a la reina de esa manera y otros simplemente comentaban lo aburrida que fue la pelea de hoy.
Eso quería decir que esta clase de peleas eran más comunes de lo que creía.
—Son familia, pero no se parecen en nada —oí que murmuró una mujer.
Tenía razón, yo no era como mis madres, ellas no hubieran dejado que un pobre hombre muriera por una absurda pelea. Físicamente era como mamá, pero no me parecía en ella en lo absoluto.
Oí como los pasos de alguien se acercaban a mi, pero no sonaban como los pasos de la mujer sin corona. Giré la cabeza lentamente y observé que el rey se dirigía hacia mi. Al acercarse colocó dos de sus dedos en mi mandíbula, para observarme mejor.
Sentí tanto asco y repulsión de un hombre como él, que sin pensarlo le di una bofetada. Inmediatamente los guardias se acercaron a nosotros, como si tuvieran que proteger a su rey, pero él simplemente levantó la palma de su mano y los guardias se detuvieron.
—De no ser porque físicamente eres igual a Rachel, diría que sí eres su hija —sonrió burlonamente.
—¿Conoces a mi mamá?
—Todos aquí la conocen —respondió la mujer sin corona.
Si la conocían era por algo, ¿pero cómo?
—¿Qué quieren de mí?
—Pelea —respondió aquella mujer con aura de diablo.
—¿Pelear? ¿Cómo?
—Como lo que acabas de admirar.
¿Me quería para ser una de sus gladiadores? Pelear como lo hacían ellos era una misión suicida, no tenía la fuerza, ni la valentía. Por desgracia, no me parezco tanto a mis madres como podría parecer.
Ellas siempre me parecieron invencibles, nada les afectaba, nada hacía que se rindieran o que dejaran de ser valientes tan solo por un segundo.
Me gustaría decir que tengo su valentía, pero la verdad es que no y estaba aterrada por lo que estas personas podrían hacerme si no accedí a su locura.
Todos en la sala me observaban. Los murmullos seguían y las miradas malintencionadas cada vez eran más. Algunas eran de personas pervertidas, algunos solo me observaban con asco, pero sin duda las miradas de personas que querían mi mal, no faltaban.
—¿Y si me niego? —el hombre de cabello marrón que aparentaba unos cuarenta y tantos, soltó una pequeña risita.
—No puedes negarte, estás en nuestro reino y seguirás mis reglas —llevó su mano izquierda a su cabello y lo revolvió un poco.
—Este momento me trae muchos recuerdos —comentó la peli marrón—, así fue como conocí a tu madre —fruncí el ceño.
—¿Entonces ella ya ha estado aquí? —negó con la cabeza.
—Digamos que tu madre y yo nos conocimos en otro reino...
La isla... Nosotros somos los príncipes y nuestras madres las reinas... Se conocieron allí, cuando la arquera y la forastera tenían que esconderse para poder vivir su amor...
—Eres tú... —caminé lentamente hacia ella.
La observé de arriba a abajo, sin poder creer que realmente nosotras fuéramos familia. Ella conocía a mis madres, porque era quien odiaba a su hermana, osea, mi mamá, la arquera, mientras que mi madre era la forastera que se había quedado en la isla para proteger a sus amigos que consideraba su familia.
Ella los destruyó...
No puede ser...
Mamá siempre nos había contado la historia de amor entre la arquera y la forastera, pero todos los personajes de la historia no tenían nombre, solo apodos o algo que los identificaban.
La reina de la isla era la mujer sin corona, como la mujer que está para frente a mí. El tío Katar era el mejor amigo de la forastera, el tío de Stephanie era el hacker, su padre era el fan de los cómics y su madre la exitosa abogada.
Ahora todo tenía sentido, ellas nos habían preparado durante toda nuestra vida para cuando llegara el momento de conocer la verdad. Nunca olvidaron quienes eran, ni nos ocultaron nuestra identidad del todo...
Pensar que Kaden y yo les dijimos tantas cosas horribles, cuando ellas solo querían protegernos de esto...
Ojalá pudiera volver el tiempo atrás y agradecerles su cariño y amor, pero tal vez nunca más las vuelva a ver...
—Eres la reina sin corona —murmuré.
—Tu madre era la forastera de la isla y tu mamá, la princesa, osea, mi hermana.
—Siempre quise tener una tía, una con quien pudiera hablar sobre chicas, una que me dejara quedarme viendo casos de asesinos seriales hasta la madrugada, siempre quise tener una madrina —mis ojos se pusieron llorosos—. De haber sabido lo desgraciada que serías, nunca lo hubiera deseado.
—Es como dicen; tienes que tener cuidado con lo que deseas —nos acercamos tanto, que podía jurar que ella sentía como mi corazón latía fuertemente.
No sabía porqué, pero aquella sensación que había sentido estando con Stephanie en la celda, había vuelto. Esas ansias de desquitar mi ira con alguien, me pedían que lo hiciera, que debía hacerle algo a esta mujer.
Sin tener control sobre mí, la palma de mi mano se dirigió hacia su mejilla, con toda la fuerza e ira que era capaz de sentir.
Todos en la sala del trono se sorprendieron por mi acción y los guardias nuevamente nos rodearon, protegiéndola. Ella sonrió maliciosamente y levantó la palma de su mano, en señal de que se detuvieran.
—Al menos mi sobrina es impulsiva, algo que los Doson llevamos en la sangre o eso era antes de que tu madre arruinara todo.
Tal vez para sobrevivir tenía que ser como ellas, fuerte, valiente y nunca temer. Tal vez mi madre era uno de los mejores ejemplos, porque ella siempre protegió a los que amaba, sin importar qué.
De pronto las puertas de la sala del trono se abrieron, me di media vuelta y observé cómo un guardia traía a un chico arrastrándolo como si fuera un trapo viejo. El pobre chico estaba pálido, con algunos moretones y su torso denudo estaba lleno de sangre. Sus pies estaban desnudos y solo traía un jean desaliñado y manchado de sangre.
¿Un jean? Si tiene puesto un jean, es porque es de la civilización, como yo...
Su cabello sucio por la tierra tapaba su rostro, impidiendo que vea quien era el pobre chico.
—¿Quién es? —pregunté.
—Amigo tuyo —respondió ella.
¿Amigo mío? Recordé la historia de nuestras madres, como mi madre tuvo que quedarse en la isla para dejar que su mejor amigo viviera, pero Nix no podría ser y Kaden tampoco, por lo que lo único que se me ocurrió es que podía ser...
—Zion —murmuré.
El guardia que lo sostenía del brazo, lo soltó abruptamente y él cayó al suelo como un muñeco. Sus labios estaban demasiado rosados y secos, su mandíbula tenía sangre seca y su cuerpo temblaba del frío.
Me quité mi camisa escocesa y rápidamente corrí hacia él. Levanté un poco su rostro para que pudiera verme y al hacerlo, sonrió de lado. Sus brazos débiles se estiraron un poco para que pudiera meterlos sobre las mangas de la camisa.
Cuando metió ambos brazos, abotoné la camisa para que no sintiera tanto frío.
—¿Qué te hicieron?
—Querían... querían que me alejara de él... No quería herirlo... Perdóname... —su cabeza se apoyó en mi regazo y sus ojos comenzaron a cerrarse lentamente.
—¡Zion! —exclamé—. ¡Por favor, no te vayas! —apoyé su cuerpo en el gélido suelo y acerqué mi oreja a su pecho.
Su corazón latía levemente, parecía como si en cualquier momento fuera a dejar de latir.
—¡Necesita ayuda! —observé a la mujer sin corona—. Somos familia, por favor. Haré lo que quieras, solo ayúdalo...
Mi corazón no dejaba de latir fuertemente, sentía que podía oírlo. Comencé a sudar frío, es algo que sucedía cuando realmente estaba nerviosa por algo y el saber que mi amigo podría morir en mis brazos, me estaba volviendo loca.
El rey observó a la mujer sin corona, esperando que ella le dijera algo en concreto, pero no era necesario. Su mirada lo decía todo, sus ojos marrones mostraban maldad, odio, frialdad y sobre todo, placer en el sufrimiento de los demás.
Simplemente asintió y fue suficiente para que varios guardias se acercaran a nosotros. Tres de ellos me tomaron de los brazos, alejándome de Zion, al principio me resistí, porque no sabía qué era lo que aquella mujer horrible podía hacerle, pero en cuanto le di un codazo a uno de los guardias, recibí una bofetada.
Una bofetada tan fuerte, que hizo que escupiera sangre.
—Yo no haría eso si fuera tú, sobrina. Eres débil y nunca serás como tus madres —dio unos pasos hacia mí y me miró fijamente a los ojos.
—Sé que no soy como ellas, pero te aseguro que jamás seré como la reina de una isla, que nadie la quería, que todo el mundo la odiaba y que estaba sola para todo. No seré un monstruo como tú —los guardias tiraron de mis brazos, indicando que debíamos irnos.
No sabía que harían realmente con Zion, pero si me basaba en la historia de mi madre con el tío Katar, diría que esta mujer cumpliría su palabra.
Algo en lo que dijo era verdad, era débil, mis madres nunca tuvieron miedo y yo estoy tan aterrada, que ni siquiera sabía si mañana despertaría con vida.
Deseaba con todas mis fuerzas que Kaden jamás me encontrara y que fuera con nuestras madres, porque sólo ellas podrían saber en dónde estaba. De lo contrario estaré aquí hasta morir.
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