Capítulo XI
Todas las conversaciones hablaban de Huria y Razzan y de cómo la Fuerza Ýriga los había capturado. A todo lo largo de las mesas del comedor de la posada, la gente comentaba acerca de lo malvado que era el hombre calvo, de lo vil que era su mujer, del cargamento de ditrelisio que transportaban y de lo buenos que eran los dioses por haberlos detenido.
Aunque había estado prestando atención a lo que oía, Sye no llegó a escuchar nada que pudiese ser de utilidad. En su mayoría, las historias que contaban sacaban de proporción lo que había ocurrido en realidad.
Había quien decía que Huria había intentado resistirse al arresto y se había necesitado a toda una brigada de soldados para detenerlo. Otros aseguraban que Razzan había tratado de envenenar a los oficiales, entre otras exageraciones dignas de convertirse en historias que contar a los niños antes de dormir.
El ambiente en general se sentía muy distinto al que había percibido al llegar a la ciudad.
Sye había deducido que, ahora que los malhechores habían sido apresados, la gente se sentía segura de nuevo. Aquello, además del hecho de no haber oído que la Fuerza Ýriga estuviese buscando a más sospechosos, la había hecho asumir que ella y Arlo estaban a salvo, por lo menos de momento.
Lo había celebrado comiéndose dos platos de la sustanciosa sopa de habas que había para cenar, sentada en silencio junto a su aprendiz.
Siquiera pensar en aquella palabra le hizo sentir una punzada de nervios.
Ya le costaba bastante explicar cosas cotidianas.
¿Cómo se suponía que iba a enseñarle de un concepto como la magia que, de buenas a primeras, parecía ser tan abstracto? ¿Y si él no fuese capaz de utilizarla? ¿Cómo sabría si era acaso por falta de talento de parte del joven o por su propia ineptitud como mentora?
Aquella palabra la aterraba. Sobre todo, porque la hacía pensar en Zadra y Sye sabía muy bien que no estaba a la altura.
Quizás nunca lo estaría.
Había estado a punto de levantarse para ir a la habitación que había rentado a tratar de pensar en un plan para rescatar a Huria y Razzan, cuando el sonido de la música se abrió paso entre los murmullos de la gente, acallándolos.
De manera simultánea, los allí presentes se volvieron hacia el joven que había tomado la tarima del comedor en la posada.
Sye colocó los codos sobre la mesa y reposó la cabeza sobre las palmas de las manos, observándolo.
Era un poco mayor que Arlo, o eso le pareció. Tenía los cabellos dorados como el oro batido, lisos y largos, pasando la altura de sus hombros. Su mandíbula era tan afilada como el borde de una espada y sus dedos arrancaban al arpa una melodía alegre.
Hizo una pausa en la tonada en la que alzó los ojos hacia el público, esbozando una sonrisa torcida.
Y, entonces, con una voz límpida y melodiosa, comenzó a cantar.
Al notar que se trataba de El beso de la doncella, una popular canción de tabernas y ferias, algunas personas se pusieron de pie para bailar. Sye; sin embargo, se mantuvo en silencio, escuchando con atención.
La música fluía del arpa y la garganta del joven como el agua cristalina de un manantial. Difería bastante de la calidad acostumbrada de los bardos errantes que recorrían Yrdi. Era, posiblemente y para casi todos ellos, lo más parecido que jamás encontrarían a los famosos músicos de la Corte.
Sye, sin dejar de disfrutar de la interpretación, ladeó el rostro para posar los ojos en Arlo, quien observaba al músico con el rostro tan inexpresivo como siempre. A su lado, un par de jovencitas cuchicheaban con frivolidad, sin despegar los ávidos ojos del muchacho que cantaba.
Sye sonrió con cierto atisbo de burla.
―Te has quedado sin admiradoras ―señaló para el muchacho, en quien las jóvenes se habían mostrado interesadas más temprano, sólo para darse de bruces contra un montón de monosílabos y respuestas medio-gruñidas.
Arlo se volvió hacia Sye con una de sus gruesas cejas enarcadas.
Desde luego, no dijo nada, limitándose a mirarla como si se preguntara qué bicho le había picado.
Ella se encogió de hombros, devolviendo la mirada hacia la modesta tarima.
Para cuando la canción hubo terminado, la hospedería entera estalló en aplausos.
La gente estaba encantada.
Había quienes pedían al joven que entonase otras canciones. Algunas mujeres le preguntaron cómo se llamaba y de dónde venía. Un grupo de mineros, a juzgar por sus fachas, insistían en invitarle a una ronda de sidra.
Sye se levantó de la silla de madera.
―Me voy a dormir ―anunció, para Arlo―. ¿Recuerdas lo que te dije antes?
―Hn.
Rodó los ojos, fastidiada, antes de encaminarse al piso superior de la posada.
***
Los golpes en la puerta de madera de la habitación rentada, aunque discretos, la despertaron de inmediato y con un sobresalto.
Sye se sentó sobre la cama. La oscuridad era interrumpida por un delgado haz de luz que traspasaba el cristal de la ventana, así como por la llama de la vela que no había llegado a apagar y que no se había consumido del todo todavía.
Los ojos le dolían y sentía la cabeza pesada de sueño.
¿Por qué rayos le había parecido una buena idea acordar que comenzaría con las lecciones de Arlo esa misma noche?
Claro, descontando el hecho de que era uno de los pocos momentos en que no debía preocuparse por ser escuchada por los oídos incorrectos.
Dejó escapar un suspiro de fastidio y resignación y se levantó de un salto al oírlo golpear la puerta de nuevo. Ni siquiera se había sacado la ropa de viaje antes de tirarse en el lecho, de modo que lo único que hizo antes de abrir fue atusarse un poco el cabello con las manos.
Arlo no lucía soñoliento en absoluto. Sye asumió que no había dormido todavía.
―Te has afeitado ―comentó a modo de saludo, alzando un poco las cejas antes de hacerse a un lado para permitirle entrar.
―No tenía nada más que hacer. ―Él se encogió de hombros, dando un par de pasos hacia el interior de la pequeña habitación.
Sye esbozó una sonrisa maliciosa a sus espaldas, cerrando la puerta.
«¿No será...» se preguntó, «...que le han entrado celos de la atención que el bardo recibía de las jovencitas?»
Rio por lo bajo, mas no exteriorizó aquel pensamiento, en especial porque, a pesar de haber pasado ya bastante tiempo a su lado, la verdad era que no tenía suficiente confianza con el muchacho como para hacerle una broma como esa.
Arlo frunció el entrecejo al oírla, como si pensara que era una chiflada. Sin embargo, tampoco le preguntó qué le hacía tanta gracia.
―Bueeeno ―Sye suspiró, rascándose la cabeza con algo de incomodidad―, ¿comenzamos?
Él asintió una única vez. Sus ojos grises pasaron de la molestia a la determinación.
―¿Por qué no te sientas? ―sugirió la joven, señalándole una silla de madera que se hallaba al costado de la mesa. Ella tomó asiento sobre la cama―. Antes de comenzar, tengo que explicarte algunas cosas ―agregó.
Arlo obedeció, tomando asiento donde se le había indicado. De nuevo, no dijo nada, limitándose a escucharla con toda su atención.
Sye abrió la boca para hablar, pero volvió a cerrarla sin haber emitido sonido alguno.
A decir verdad, no sabía ni por dónde empezar. Trató de pensar en Zadra y en su primera lección, pero lo único que recordaba bien era que lo primero que había aprendido con su mentora había sido a leer. El resto de las nociones que hacían de base a la hechicería eran como un cúmulo de conocimientos que flotaban desordenados en su consciencia, como si siempre hubiesen estado allí.
―Existen tres tipos de magia ―dijo por fin, imaginando que aquel era un comienzo tan bueno como cualquier otro―. El primero es el que me viste realizar aquella noche en Init ―recordó―, y es una herencia de los sakrats. ¿Has oído hablar de ellos?
Arlo frunció el entrecejo, no con molestia esta vez, Sye notó, sino con concentración. O, al menos, eso le pareció, observando su rostro en la penumbra.
―Los sakrats... ―repitió en voz baja―, ¿el pueblo del norte?
―Sí ―la joven asintió con energía―. ¿Sabes leer? ¿Has leído sobre ellos? ―Su voz había tomado un matiz emocionado. Carraspeó al darse cuenta, levemente avergonzada―. Quiero decir, a mí siempre me ha interesado mucho su cultura. Son un pueblo fabuloso. Siempre he querido ir a Sakre, pero... ―Se interrumpió a sí misma, sacudiendo la cabeza.
Aquello no era importante en ese momento.
―Sé leer, más o menos ―Arlo respondió en cuanto ella dejó de hablar, encogiéndose de hombros―. Elyara siempre ha sido mejor que yo en esas cosas. No sé mucho de los sakrats; sin embargo.
―Fueron los primeros habitantes de Yrdi ―Sye le contó―. Hombres y mujeres duros y fuertes que se asentaron en las Cumbres Sagradas y el bosque que las rodea.
»Según he leído, eran gentes con los cabellos del color del platino y piel muy clara. Creían en la Diosa Sadarys'maá, la Madre Sagrada o Madre Creadora.
―¿Qué tiene que ver todo esto con la magia? ―preguntó Arlo.
Llevaba demasiado tiempo deseando aprender, primero por su cuenta, después siguiendo a Sye. Demasiado tiempo había esperado por aquel momento y ahora que por fin había llegado, estaba ansioso por saberlo todo, conocerlo todo.
A los infiernos con los sakrats, no le interesaban en lo más mínimo. Lo que él quería era saber de magia.
―Los sakrats conocían los secretos de la naturaleza, la sanación y el espíritu ―reveló Sye, demasiado ocupada intentando hilar lo que iba a decir para molestarse por la impaciencia de él―. Verás, te he dicho que hay tres tipos de magia y esto es cierto y, a la vez, no.
―No comprendo. ―La boca de Arlo se frunció con frustración.
―Aunque son cosas distintas, no existe la segunda sin la primera, y no existe la tercera sin las otras dos ―Sye citó, recordando haber leído aquella frase en alguna parte. No pareció que sus palabras hicieran nada por aclarar lo que quería decir; sin embargo―. No te preocupes. ―Intentó empatizar con Arlo―. Sé que es complicado al comienzo, pero lo irás comprendiendo a medida que conozcas más.
Él asintió, pero su boca se permaneció curvada en un gesto de velado disgusto.
Aquello la ponía nerviosa. Podía notar ―y además con aplastante claridad― que no estaba cumpliendo las expectativas que Arlo tenía acerca de aquella lección. Y ello, aunque no debiera, se sentía fatal.
―Da igual ―prosiguió tras una pausa breve―. El primer tipo de magia es la magia del espíritu ―resolvió resumir―. Como te he dicho, es la magia que procede de los conocimientos de los sakrats. Es una magia algo limitada, pero si no la dominas primero, no puedes aspirar a comprender las demás.
Arlo frunció otra vez el ceño. Sye podía imaginarse engranajes funcionando dentro de su cabeza a medida que su mirada recorría puntos aleatorios de la habitación.
―Creo que lo entiendo ―dijo de pronto―. ¿Es algo así como los peldaños de una escalera? ―tentó.
―¡Exacto! ―El rostro de Sye se iluminó, ¿cómo no se le había ocurrido aquella comparación a ella?―. Es justo como los peldaños de una escalera. Claro que, en la vida real, puedes subirlos de dos en dos o de tres en tres, en especial si tienes las piernas largas. Tú tienes las piernas largas, porque eres bastante alto, así que de seguro las puedes subir de tres en tres, pero estas escaleras son como que...
―Sye ―la interrumpió él, había un ligero atisbo de diversión colgando de sus labios―, lo entiendo.
―Lo siento ―ella suspiró, llevándose una mano a la frente―. Apesto para enseñar, ¿no? ―sonrió.
Arlo sonrió también.
Sye parpadeó varias veces, asombrada. Era la primera vez que lo veía sonreír.
Tenía los dientes blancos y parejos y la expresión suavizó las líneas duras de su rostro, incluso en la semioscuridad.
El contraste con su acostumbrado semblante inexpresivo, que tendía a convertirse en un ceño fruncido con facilidad, era como la diferencia entre el día y la noche. Sin embargo, igual que un relámpago quebrando por un breve instante las tinieblas, la sonrisa de Arlo desapareció pronto, dejando paso a una expresión serena.
Sye volvió a parpadear, apresurándose por encontrar el hilo que sus pensamientos habían perdido a causa de la sorpresa.
―De cualquier manera ―prosiguió―, la magia de espíritu utiliza, como su nombre bien lo indica, la energía de espíritu del usuario, la cual es limitada.
»Si yo quisiera correr más rápido, por ejemplo ―mencionó―, una manera de hacerlo sería dirigir algo de energía de espíritu hacia mis piernas, pero eso querría decir que estaría... estaría privando de dicha energía a otras partes de mi cuerpo.
―Hn.
―También podría transferir algo de energía de espíritu a otra persona, por ejemplo, para sanarla ―hizo una pausa breve―. Sin embargo, no puedes sanar todas las cosas de este modo. Si la salud de alguien se deteriora más rápido de lo que puedes curarlo, por ejemplo ―puntualizó―, no habrá nada que puedas hacer para salvarlo.
Arlo asintió.
―¿Qué pasa si te quedas sin energía? ―preguntó.
―Nunca te quedas sin energía por completo ―ella contestó―. El cuerpo, por lo general, colapsa con una pequeña reserva que le permite continuar realizando sus funciones más elementales.
»Lo bueno de la energía de espíritu es que se recupera comiendo y descansando.
Arlo volvió a asentir.
Eso explicaba el extraño apetito de Sye que, para su pequeña contextura, excedía con creces al suyo propio.
―Entonces todas las personas utilizan la energía de espíritu ―concluyó de repente, sorprendiéndose a sí mismo en el proceso―. Dado que todos necesitamos comer y descansar... eso quiere decir que...
―Eres muy despierto, Arlo ―Sye reconoció, ladeando la cabeza para observarlo con cierta admiración―. Sí. Todo el mundo usa la energía del espíritu sin siquiera darse cuenta. ―Se encogió de hombros―. Cuando el uso responde a la voluntad y control consciente del usuario; sin embargo ―prosiguió―, es allí cuando se habla de magia de espíritu.
Arlo alzó las manos, sosteniéndolas frente a su rostro y se las miró como si las viera por primera vez.
―Entonces, ¿cualquiera podría utilizar la magia de espíritu si se lo propusiera? ―preguntó.
―En teoría, así debería ser ―Sye afirmó―. Pero las personas, en su mayoría, no son capaces siquiera de sentir su propia energía de espíritu, mucho menos de manipularla.
―¿Ni siquiera con entrenamiento?
―Ni siquiera con entrenamiento ―repitió.
Arlo frunció los labios y alzó los ojos otra vez hacia ella.
―¿Seré yo capaz de hacerlo?
La pregunta abrió un tajo invisible entre los dos, rompiendo el ambiente agradable que se había formado.
―No lo sé ―murmuró Sye.
Iba a sugerirle un ejercicio, el primero que recordaba haber intentado cuando Zadra la tomó bajo su tutela; sin embargo, una sensación que no había olvidado por completo, pero que había conseguido empujar hasta el fondo de sus pensamientos durante los últimos días, resurgió como una punzada dolorosa en medio de su pecho.
Por instinto, tomó aire con brusquedad y volvió la cabeza hacia el norte.
Era aquella cosa, aquella sensación que había sentido antes. Aquel presagio casi nítido del que le había hablado al hermano Frisst en Lagde. Esa energía oscura y temible, retorciéndose, muy lejana, repulsiva, hacia el norte.
Acababa de crecer otra vez, un poco más.
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Gracias por leer el décimo primer capítulo de La sombra del Fuego.
Como habrás notado, es un capítulo pesado en cuanto a información. Traté por todos los medios de que no fuera tan tedioso, pero no podía evitar meter esta parte, con las primeras delimitaciones claras del sistema de magia que maneja esta historia. Espero que no te hayas aburrido demasiado.
¿Qué te ha parecido? Si te ha gustado, por favor, dale a la estrellita :) No cuesta nada y me ayudará a que esta historia gane más visibilidad y llegue a más personas. Tus comentarios son bienvenidos también: me encanta leerlos y los respondo todos, así que siéntete libre de dejarme tus impresiones, sugerencias, dudas, ideas, críticas o lo que desees decirme al respecto de este capítulo o de la historia.
Sin más que decir, te deseo un buen resto de jornada.
¡Saludos y nos leemos!
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