Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo II

Bosque Firiůr

Había planeado caminar hasta que el joven estuviese tan exhausto que no pudiese continuar. Cuando se quedase dormido, Sye había planeado escabullirse sin dejar rastro. Así, él no tendría más remedio que regresar a su casa.

Desafortunadamente, las cosas no se dieron de aquella manera.

Habían caminado por horas, internándose en la espesura del Bosque Firiůr, entre robles y pinos de follaje espeso y verde, cyridaes gigantescos, olmos y arbustos de ulls llenos de fragantes flores de color violeta y diminutos frutos rojos tan dulces como venenosos.

Había amanecido hacía varias horas y, para entonces, Sye sabía que era muy poco probable que la gente del pueblo pudiese encontrarlos.

Los pies le dolían y, a pesar de que estaba acostumbrada a caminar mucho, algunas nuevas ampollas se le habían formado en los sitios en los que los zapatos no se ajustaban del todo bien a la forma de sus pies. Pero lo que verdaderamente le molestaba era la rodilla izquierda. Había comenzado a cojear hacía un par de kilómetros y su paso se ralentizaba más y más conforme avanzaba.

Volteó unas cuantas veces a mirar al joven que la seguía sin decir palabra alguna, pero él parecía tan fresco y descansado como había lucido la noche anterior.

—Es hora de detenernos —masculló, molesta por ser ella quien tuviese que proponerlo.

El muchacho se encogió de hombros.

—¿Aquí? —preguntó.

—Es un lugar tan bueno como cualquier otro. —Sye arrugó el entrecejo.

Él pareció a punto de discutir, pero al final se mantuvo en silencio.

La joven se dedicó a observarlo con atención por primera vez desde que emprendiesen el camino.

Notó que, además del carcaj en el que guardaba sus flechas y el arco de tejo, no llevaba mucho más. Un odre de agua, una escarcela pequeña y la capa gris de lana que lo cubría parecían ser sus únicas pertenencias.

Sye se sentó en el suelo y su cuerpo entero se estremeció con dolor. Dejó escapar un gemido leve. El muchacho se sentó frente a ella y procedió a beber un poco de agua.

—¿Tienes comida? —ella preguntó, pensando el trozo de tarta de fresas que había tomado de la posada. Le gruñó el estómago de tan solo recordarlo.

—Tengo una hogaza de pan —él respondió, extrayéndolo de la escarcela.

Sye sabía que, si no se deshacía de él pronto, tendría que comenzar a compartir las provisiones. Y ella había tomado poco más que lo justo y necesario para llegar a Lagde.

—¿En qué rayos estabas pensando? —preguntó, molesta.

Toda aquella situación todavía le parecía tan inverosímil que parecía más propia de uno de esos sueños incoherentes que de la realidad.

El muchacho no respondió de inmediato, sino que comió un trozo de pan.

Tenía los cabellos oscuros como las alas de un cuervo y el haz de luz solar que le daba justo sobre la cabeza revelaba tonalidades levemente azuladas de las que jamás se habría percatado de otro modo. Sus ojos eran de un lánguido gris y se encontraban velados por pestañas largas y espesas.

—Estaba pensando en que eres una bruja —respondió después de un largo rato—, y yo quiero aprender a hacer lo que haces.

Sye profirió un bufido para luego reír una breve carcajada sardónica. Se llevó el trozo de tarta a la boca. Se había endurecido un poco, pero sabía tan bien que dedicó largos instantes a disfrutar del dulce sabor sin pensar en nada más.

—Había escuchado en el pueblo que curaste al hijo del alcalde: entonces comencé a sospecharlo. Lo hice aún más cuando se corrió la voz de que hechizaste las aguas del pozo —continuó explicando el joven, haciendo caso omiso al hecho de que ella se había reído—, así que comencé a seguirte cuando caminabas por el pueblo.

»Ayer no saliste en toda la tarde, de modo que se me ocurrió que, de seguro, te preparabas para marcharte. Esperé en los alrededores de la posada por bastante tiempo y, justo cuando había decidido irme a casa, vi que caías desde la ventana como un costal de papas.

—¿Costal de papas? —Aquello la molestó—. Ya me gustaría ver que tú cayeras con más elegancia.

Él no replicó, sino que se limitó a continuar comiendo la hogaza de pan que había traído consigo.

Sye apartó la mirada, ofendida, y luego se tendió en el suelo utilizando su bolso como almohada. Se sentía demasiado cansada y adolorida como para esperar a que él se durmiera. Y, si las fuerzas no la abandonaban para ese momento, no estaba segura de poder llegar muy lejos.

Aún faltaba por lo menos dos días para llegar hasta Lagde. Si no tenía ocasión de deshacerse del muchacho hasta entonces, en la enorme y bulliciosa ciudad sería mucho más fácil.

Ni siquiera tendría que esperar a que se durmiera.

***

El aleteo de algún ave la despertó.

Se sobresaltó un poco. No estaba segura de cuántas horas había dormido, pero, a juzgar por la forma en que la luz se filtraba en medio de los árboles, era probablemente media tarde.

Se talló los ojos con las manos, algo desorientada.

No tardó en ver el bulto que formaba el cuerpo del joven tendido a unos metros de distancia, su pecho subiendo y bajando conforme a su respiración acompasada.

Trató de ponerse de pie, pero el dolor de su cuerpo se lo impidió.

En los últimos meses, se había acostumbrado a viajar en caravanas y había perdido un poco la resistencia.

Sye se dispuso a realizar un conjuro para aliviar los dolores y acelerar la curación de los golpes que se había hecho en las piernas. Cuando hubo terminado, se sentía mucho mejor.

Volvió a observar al muchacho.

Parecía dormir plácidamente. Pensó en abandonarlo, pero desechó la idea con suavidad, como si dejara caer una pluma.

Con los ojos cerrados y las mejillas levemente sonrojadas, él parecía poco más que un niño.

Podía perderse en el bosque o ser asaltado por bandidos o encontrarse con una jauría de lobos y terminar siendo apenas una pila de huesos enterrada bajo un montón de hojas de cyridae. Y parecía un buen muchacho.

Le apenaba que pudiera terminar de aquel modo.

Resolvió perderlo en Lagde, donde, por lo menos, podría acoplarse a una caravana sin demasiado esfuerzo y regresar a su estúpido pueblo en Init.

Arrugó la frente al pensar en aquel sitio y, por fin, dejó que su atención se centrara en el pequeño —y molesto— sonido que había percibido hacía ya un rato.

No había sido claramente identificable en un comienzo, pero, en un instante, aquel murmullo inusual de las hojas cobró todo el sentido del mundo.

Se puso de pie de un salto, tomando su bolso rápidamente. El muchacho despertó al primer puntapié que le dio y Sye fue capaz de detenerlo justo antes de que hablara, por medio de un torpe manotazo que le tapó la boca.

La miró ceñudo antes de percatarse también del ruido.

Era aquel característico murmullo de muchas personas moviéndose juntas a través del bosque. Y perros. Había perros con ellos.

Oh, cómo Sye odiaba a los perros.

Sin decir una palabra, tomó al muchacho del brazo y señaló un enorme roble que se hallaba a unos metros de distancia.

—No podremos treparlo —él protestó bajito, la molestia y la preocupación escritas en su rostro—: las ramas están muy altas.

Sye lo había olvidado. Con magia, no le suponía ningún esfuerzo subir a los árboles. Pero no era así para él. Y, ciertamente, no era prudente confirmarle que era una "bruja".

Casi rodó los ojos al pensarlo.

Escuchó el ladrido de un perro y luego un grito que sonó como si la persona que lo había emitido hubiese hecho bocina con las manos:

-¿¡Arlo?!

El muchacho se tensó de inmediato y Sye, ahogando una maldición, lo tomó del brazo y tironeó de él hasta el roble.

Arlo estaba a punto de protestar cuando sintió que ella lo arrastraba hacia arriba, mientras corría —¡corría!— en vertical, sobre el tallo del enorme árbol.

Los primeros tres pasos que dio hacia arriba le resultaron tan incómodos y poco naturales que sintió que iba a caerse, pero la mano de ella no lo soltó y, sin que tuviera que hacer especial esfuerzo, las plantas de sus pies aterrizaron sobre la madera una y otra vez, propulsándolo hacia las alturas.

Las personas aparecieron en el claro justo un segundo después de que Sye se las hubiese arreglado para colocarlos a ambos a salvo en una de las ramas superiores, desde donde observaron, agazapados y en tenso silencio.

—¿¡Arlo!? —volvió a gritar alguien y los perros comenzaron a ladrar, el estruendo causando ecos en el pequeño claro.

Sye no podía inventar un rastro falso con magia, pero, con un murmullo y un imperceptible chasquido de sus dedos, borró aquel que conducía a su improvisado escondite.

Observó a las personas con algo de dificultad a causa de las ramas que obstaculizaban su visión. Parecían ser cuatro hombres robustos, el gordinflón del alcalde, la adusta mujer del posadero y una chica que lucía como si hubiese estado llorando desde la mañana.

Los perros olfatearon hasta el sitio en donde su indeseado compañero había estado durmiendo minutos antes y luego se detuvieron, ladrando a todas direcciones, como si estuvieran desorientados.

—¿Qué significa eso? —el alcalde inquirió con molestia. Sye se preguntó cómo había logrado llegar tan lejos a pie con semejante barriga.

Uno de los hombres, el que sostenía a los dos perros, sacudió la cabeza encogiéndose de hombros.

—No tengo idea —dijo mientras intentaba calmar a los animales, sin demasiado éxito.

—¡Arloooo! —gritó un muchacho más joven.

La chica dejó escapar un sollozo. Sus manos pálidas se aferraban con fuerza a la falda de su vestido verde claro, cuyos volados se habían ensuciado y desgajado, de seguro a causa de la expedición.

—¿Qué ha pasado? ¿Por dónde se han ido? —preguntó, con la voz entrecortada.

Sye sintió que el muchacho agazapado a su lado se tensaba aún más al escucharla.

Nadie le respondió y las palabras que siguieron se perdieron en el aire, mezcladas con sollozos e interminables ladridos y —en fin— un barullo insoportable, mientras el alcalde hacía aspavientos de molestia con los brazos, la mujer del posadero abrazaba a la joven para intentar consolarla y el dueño de los perros hacía lo posible por calmarlos.

—¡ARLO! —volvió a vociferar el muchacho más joven, tan fuerte que incluso de los dos perros dejaron de ladrar.

Fue como si todo se congelara apenas por un instante.

Como si todos ellos esperaran una respuesta que viniera volando en el viento, como el último alarido de una esperanza que agoniza produciendo ecos en cada hueco y cada resquicio.

Sye miró al muchacho a su lado.

Sus ojos parecían tan tristes que el corazón se le apretujó entre las costillas y, por un segundo, estuvo segura de que él respondería. De que iría a casa.

Pero no lo hizo.

Sus labios se mantuvieron cerrados como si estuvieran hechos de piedra. Su mirada estaba fija en la joven de largos y oscuros cabellos cuyas lágrimas brotaban interminablemente de un par de ojos azulados que, Sye juzgó, habrían sido preciosos de no encontrarse tan inflamados.

—Lo hemos perdido —el hombre de los perros habló en voz baja.

La joven rompió en un llanto más violento y se tiró al suelo, justo donde los animales habían perdido el rastro. La mujer de la posada la abrazó y le acarició los enredados rizos que se alborotaban alrededor de su cabeza.

—Arlo —murmuró en un susurro desgarrador que reverberó en los árboles, en la tierra y, sobre todo, en el corazón del muchacho, palpitando por interminables instantes como una súplica.

Después de aquello, fue como si un manto oscuro hubiese descendido sobre ellos. Hablaron en voz baja y, tras unos últimos momentos intentando hallar algún rastro, se fueron tal y como habían llegado.

Los fugitivos esperaron un tiempo prudencial antes de considerar seguro bajar del árbol.

Ya no utilizaron la magia como para subir, sino que treparon cuidadosamente y, cuando llegaron a la rama más baja —que era, por mucho, demasiado alta—, se detuvieron.

—Así que te llamas Arlo —Sye dijo, intentando romper la lúgubre burbuja de silencio que los rodeaba mientras balanceaba los pies sobre la nada.

Contempló la opción de saltar al suelo, aunque se arriesgara a lesionarse las piernas de nuevo.

En respuesta, el joven articuló un monosílabo que sonó como "hn". Sye lo encontró bastante irritante, pero no dijo nada al respecto.

Con deliberada lentitud, tomó su bolso y lo abrió, extrayendo de él una soga larga y delgada y se tomó su tiempo haciendo un nudo alrededor de la rama.

—¿Por qué no bajamos del mismo modo en que hemos subido? —Arlo preguntó en cuanto la vio descender dificultosamente por la cuerda.

Su voz era la de alguien cuya alma estaba agotada.

Sye no respondió hasta que hubo pisado el suelo.

—Porque subir y bajar no son la misma cosa —explicó.

Arlo la imitó en silencio, bajando por la cuerda del mismo modo en que ella lo había hecho.

Sye dejó escapar un suspiro.

Aquella soga era perfectamente buena, pero ahora tendría que dejarla allí y comprar una nueva. Como si no tuviese ya suficientes gastos que realizar.

Echó un vistazo rápido al muchacho y, sin decir nada, echó a andar. No escuchó nada tras ella por largos instantes y se preguntó si él decidiría seguir a las personas que habían ido a buscarlo.

Estaba a punto de voltear para echar un vistazo cuando lo escuchó moverse y ponerse en marcha tras ella, sus pasos enmudecidos por el colchón de hojas secas que cubría el suelo del bosque.

*******

Gracias por leer el segundo capítulo de La Sombra del Fuego.

¿Te gustó? De ser así, por favor dale a la estrellita ;) Votar apenas te roba un segundo de tiempo, pero es de mucha ayuda para que la historia mejore en el ranking y más gente la pueda leer.

Todos los comentarios son bienvenidos. Me encanta leerlos y siempre los respondo, así que podés plantearme las dudas o preguntas que desees. Si tenés alguna crítica que hacer en cuanto a la historia, una idea o sugerencia o ves algo en lo que debería trabajar ¡mucho mejor!

¡Saludos y hasta la próxima!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro