Capítulo 4
Los altos techos estaban decorados por guirnaldas de flores que no hacían más que perfumar, en exceso, la gran sala. Los enormes ventanales estaban cubiertos por unas cortinas blancas, que llegaban hasta el suelo de mármol perfectamente limpio. El lugar donde se celebraban todos los bailes, donde sus majestades recibían a propios y ajenos a su corte. Por defecto y preferencia, la gran sala principal, la sala de los tronos, o también conocido como el gran salón, solía ser el ala más cuidada de todo castillo.
—¿Cuánto tiempo debemos esperar?
—El necesario.
—Llevamos una hora. — Se quejo Vanora entre bufidos, aun con la vista clavada en los dos grandes tronos que tenía delante. Y que ya estaba aburrida de admirar.
—Esperaremos a sus majestades las horas que se requieran.
Vanora suspiro con cansancio ante la respuesta de Elyan. Por el amor de los cinco Ementals, aquella mujer era realmente aburrida. No le daba conversación, y tampoco se molestaba en contestar las preguntas que pudiera hacerle. Una parte de ella estaba deseando provocarla de nuevo y ver, aunque fuera, alguna reacción.
— Es curioso que no hayáis preguntado por vuestro caballo. — Habló entonces Elyan con la vista fija sobre los tronos de plata.
— ¿Mi caballo?
— Sí, un corcel negro de pura raza. —Los ojos de la capitana se fijaron entonces en Vanora que seguía sin comprender a qué se refería. — ¿Realmente no lo recordáis?
— Apenas recuerdo nada antes de despertarme aquí. No sé de qué caballo me habláis, y...
— Sus majestades entran en la sala. —Anunció el soldado de turno que daba la bienvenida a la Alta Lady de la Corte Este.
Vanora observo con atención como una mujer de cabello negro y rizado, de piel oscura como la noche entraba a la sala con andares relajados. En sus brazos se podían ver líneas dibujadas con alguna pintura plateada. Era hermosa a pesar de estar entrada en años. Su cuerpo voluptuoso llego entonces hasta su trono, ataviado con uno de los vestidos más bonitos que jamás había visto.
—Mi reina... —Elyan no tardo en hacer una profunda reverencia, mostrando así todo el respeto que tenía por aquella dama.
— Capitana Viridian. Mis ojos se alegran de verla después de tanto tiempo.
— Igual yo mi señora.
La mujer, que se acariciaba las arrugas de su rostro observaba con un cariño familiar a Elyan. Como si la conociera desde siempre, como aquel que ve a un amigo después de mucho tiempo, o incluso algún familiar.
Los ojos oscuros de la reina se percataron entonces de la extraña compañía que poseía esta vez su capitana.
— ¿Dónde ha dejado a Torek y Leyna?
— Están fuera mi señora.
— ¿Graduados?
— Así es.
— Perfecto. Se acercan tiempos oscuros y necesitaremos toda la ayuda posible. — Fue en aquel instante donde la reina ya acomodada en su gran trono examino con detenimiento a la nueva invitada. — ¿Vuestro nombre querida?
Silencio.
Elyan no le había preguntado por el nombre, ni siquiera parecía algo que le interesase. Pero ahora que la reina de la corte, la Alta Lady del Este se mostraba realmente interesada en ella debía pensar rápido. Si era cierto que el rencor por lo que sucedió hace años seguía palpable, debía tener cuidado y no usar su nombre. ¿Pero entonces? No era tan fácil inventarse una identidad completamente nueva.
Vanora se quedó en silencio durante unos segundos, mirando sus manos heridas, y el susurro que le propiciaban las cicatrices que estaban grabadas en ellas, en su piel. Concretamente en una vieja cicatriz que se encontraba en la palma de su mano, una que en ocasiones aun podía sentir que le ardía. Aunque muchas de sus heridas ahora estaban cubiertas por vendas, y ungüentos que procuraban sanarlas, y por lo tanto podrían estar cerradas en un par de semanas.
Vanora Cadogan.
Ese era su nombre. El nombre de una...De nadie. Su pasado ya no importaba y mencionarlo, simplemente recordarlo le haría vulnerable. Debía mantenerse firme, aferrarse a la chica que se crio lejos de aquel nombre y de aquella forma, nadie podría imaginarse quien era realmente. Ni lo que significaba ser...ella.
¿Y si cambiaba el orden de las letras? Quizás fuera demasiado evidente, pero por lo poco que recordaba sabía que en ocasiones era mejor esconderse a plena vista. Novara Ganodac. Un anagrama perfecto. Esa podría ser su mejor opción, como lo había sido hacía unos años, si...si así se llamaba antes de todo esto.
Una sonrisa fugaz cruzo el rostro de Vanora quien observo sus manos cubiertas de pequeñas cicatrices, disfrutando de la sensación de saber en pequeñas dosis quien había sido. En recordar, al menos, ciertos fragmentos de su pasado.
—Os han hecho una pregunta, prisionera.
—¿Prisionera?
En aquel instante, la voz de otra mujer lleno la gran sala y antes de que Elyan pudiera empujar de nuevo a la prisionera, esta pareció quedarse completamente encandilada con la entrada de la nueva participante. Su aspecto era igual al de la reina, por lo que era evidente que era hija suya. Su cabello negro estaba perfectamente trenzado hacía atrás dejando a la vista las orejas semi puntiagudas que poseían todos en aquella sala, y ella lucía orgullosa. Las mismas marcas que decoraban los brazos de su madre, lo hacían en líneas finas por todo su cuerpo y rostro.
Flores y líneas onduladas que simulaban el viento, un elemento clásico y representativo de lo que era su corte.
— Hija, querida... — Entonces la reina comenzó a toser con fuerza y sujetándose el pecho, el soldado que se encontraba más cerca de ella le tendió un pañuelo de seda. No parecía encontrarse muy bien, y ahogándose se vio obligada a respirar profundo en varias ocasiones. —Anysa...
— Madre. No debéis hacer esfuerzos como este, deberíais descansar en vuestros aposentos.
La princesa se encontraba al lado del trono de su madre, que cubría sus labios con el pañuelo de seda y sus ojos se oscurecían agotados. Vanora mientras tanto observaba la escena con atención. Parecía ser que la reina de la corte se encontraba gravemente enferma, y aun así decidía cumplir con sus obligaciones para que su pequeña no tuviera que hacerlo.
Sin duda aquel momento era interesante, pues, aunque no quisieran estaban mostrando la debilidad del Este. Una corte con una princesa que parecía no saber demasiado de reinar, y una reina que se marchitaba como las flores en pleno otoño. ¿Lo más interesante? No se encontraba sobre la tarima real, si no a escasos metros de ella.
Elyan Viridian parecía haber contenido el aliento desde el minuto uno en el que la princesa había entrado a la sala. Su largo vestido blanco con detalles de color lavanda, así como bordados de flores y pétalos sutiles le hacían ver aún más joven y hermosa. Algo que, sin duda, la capitana parecía corroborar.
Su respiración ahora era irregular, su cuerpo más relajado se fue tensando al comprobar como la princesa Anysa clavaba entonces sus ojos verdes sobre ella.
— Elyan...Cuanto tiempo sin veros. — La alegría en su voz, hizo pensar a Vanora que esas dos mujeres eran muy buenas amigas. Aunque la devoción con la que cada una se miraba era completamente distinta.
— Cierto, mi señora...
— Oh por favor, llamadme Anysa.
— Si princesa...
— Elyan... — La joven le sonrió con dulzura mientras bajaba de la tarima y se aproximaba a ellas con calma.
— Déjala querida. Al menos ella cumple con los protocolos mejor que el comandante. — Se quejo entonces la reina que se limpiaba los labios ensangrentados de tanto toser.
No hubo respuesta, pues lo siguiente que sucedió sorprendió a la propia Vanora. Las manos de la princesa eran suaves, y sus largos dedos acariciaron entonces las mejillas de la prisionera. Parecía observarla con detenimiento, como si tratase de ver más allá de sus pupilas, y comprobar si era de fiar o no.
— Ella no es una prisionera. — Anysa miro fijamente a los ojos a Vanora, y sonriéndole le pregunto: — ¿Vuestro nombre?
— Novara. — Un silencio incómodo inundo la sala, pues todas parecían esperar a que también nombrara el apellido. Con un suspiro, decidió soltar la mentira al completo, a sabiendas de que estaba jugándose el cuello en que no la reconocieran. — Ganodac.
— ¿De dónde sois?
— Princesa, no sabemos si podemos fiarnos de ella. ¿Ya os han contado como la encontramos? Ni si quiera recuerda nada y...
— Por eso mismo capitana. — Contesto entonces la princesa de forma brusca para mirar a su amiga. — No recuerda absolutamente nada, y ha decidido confiar en nosotros. Si no quisiera quedarse probablemente se las habría ingeniado para marcharse.
— Pero...Anysa.
— Quitarle las esposas. Es una orden.
Vanora no podía creer lo que sucedía, pero debía aprovechar aquella oportunidad. No sabía cuándo podría librarse de las cadenas que ahora le escocían sobre la piel, quizás después de aquello sus opciones a ser libre fueran en aumento, o tal vez no. Todo dependería ahora de sus acciones.
La capitana obedeció sin rechistar, y frente a la joven le quito las esposas con la cabeza gacha. No se mostraba contenta, y podía llegar a entenderlo...No se caían bien, y era mutuo. No tenían nada en común, pero aquello no importaba. Solo tendría que soportarla el tiempo suficiente como para recuperarse al completo y después...Averiguaría que hacia allí.
— ¿Y ahora, princesa?
— Ahora os encargaréis de ella personalmente.
— ¿Disculpad? — La pregunta cargada de indignación salió de los labios tanto de Vanora como de Elyan con una sincronización aterradora. Con los ojos clavados en los de la otra, y unas miradas desaprobatorias volvieron a posar su atención en la princesa del Este.
— Si ha sobrevivido a la inmensa explosión que se dio más allá de las montañas, muestra la fortaleza que posee.
— No sabemos cómo ha pasado nuestras fronteras, no sabemos si puede ser una vagabunda sin más, o una amenaza...
Vanora no tenía demasiado que decir, no iba a entrometerse. En ocasiones era mejor aquel viejo dicho, "oír, ver, y callar" y aquel instante era el que mejor lo describía. Los dedos largos y finos de la princesa Anysa volvieron al ataque, esta vez sobre el rostro de la capitana Viridian que se mostraba alterada por poner en riesgo la vida de aquella mujer a la que había jurado proteger.
— Elyan, confía en mí. Averiguaremos como ha llegado aquí, si es quien dice ser...pero debemos poner en orden nuestras prioridades.
— Anysa por favor, os juré a vos y a la corona que protegería vuestra vida con la mía. No me lo estáis poniendo fácil...
— Solo os pido que confiéis en mí. Necesitaremos toda la ayuda posible, amiga. Esperadme en la biblioteca al atardecer, y calmaré las dudas que tenéis. Tengo un plan, solo os pido paciencia.
Las mejillas de Elyan se tornaron de aquel tono rosado, casi rojizo en cuanto los labios de la princesa depositaron un dulce beso sobre ellas. La respiración de la capitana había vuelto a cambiar, más agitada, más nerviosa, y su cuerpo aún más tenso que cuando había entrado en la sala. De alguna manera que Vanora no quería predecir, sabía que algo sucedía ahí.
Tal vez solo a los ojos de la capitana, pero por primera vez ella se relajó también al comprobar como Elyan Viridian debajo de aquellas armaduras de hierro tenía un corazón, tal vez, de cristal.
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