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Capítulo 3

—Caminad.

Vanora trató de mantener el equilibrio ante el repentino empujón.

No eran precisamente hospitalarios en el Este, a pesar de que siempre se decía que eran de los más educados y mejores anfitriones. Quizás debería ponerle una queja a la reina.

Sus piernas aún se doblaban a cada paso que daba, pues el cansancio del viaje y las heridas, la tenían como un flan mientras desfilaban por los pasillos de palacio. A su espalda se encontraba Elyan que la seguía muy de cerca examinando cada movimiento, vigilante de que no hiciera nada raro. Más atrás, Torek y Leyna parecían teorizar sobre de donde podía provenir la nueva invitada.

—He dicho que caminéis.

Vanora se detuvo en seco al ver como una figura se movía entre las sombras del pasillo colindante. En aquel instante, sus manos aun esposadas se movieron a su cintura con la esperanza de encontrar algún objeto afilado que clavarle al sospechoso. Sin embargo, no encontró nada allí.

—¿No me habéis escuchado? Que caminéis. —Elyan la volvió a empujar esta vez sin lograr que avanzase. Sus ojos ambarinos se abrieron lentamente al comprobar la tensión en los músculos de la espalda de la prisionera, pues estaba en alerta y aquello solo podía significar una cosa —. Detrás de mí.

—No necesito protección. —La voz de Vanora salió entre sus dientes en un tono, tal vez amenazante. Sabía que no estaba en una posición demasiado autoritaria, pero no podía permitir que se le viera más débil de lo que ya parecía.

—Debéis de estar sorda. Sois mi prisionera y haréis lo que yo os ordene.

Las manos de Elyan eran más fuertes y callosas que las de Vanora, con un movimiento brusco la apartó de su camino. Trastabilló hasta Leyna y Torek que permanecían en guardia sujetando sus respectivas lanzas. En sus rostros podía verse el miedo palpitar en ellos, desde luego un signo claro de que apenas eran novicios en lo que se refería a ser guardias.

Elyan desenfundó su espada en silencio, preparada para rebanarle el cuello a aquel intruso que pudiera poner en peligro a su pelotón, y la misión de llevar a su prisionera ante sus majestades. La lealtad y el compromiso que Vanora había sentido en ella desde la primera vez que la había visto, se volvió una realidad al comprobar como estaba dispuesta a morir por cumplir sus órdenes.

— ¿Así recibís ahora a vuestro comandante, capitana Viridian?

De las sombras del pasillo, salió un hombre de cabello largo, que llegaba hasta sus caderas. Un cabello blanco como la tiza y una piel morena como el café de la mañana. Sus ojos eran de un verde apagado, muy similar al de los pantanos.

—Comandante Baito. —La capitana enfundó su arma al mismo tiempo que inclinaba la cabeza y el torso hacia adelante pidiéndole disculpas a su superior. —No esperábamos encontrarlo por aquí, señor.

—No he podido evitar quedarme un par de días más antes de partir, para comprobar lo que se mencionaba en las salas de palacio. —El hombre que podía parecer bello por fuera resultaba ser horrendo por dentro, pues cuando le dedicó una sonrisa podrida a Vanora, esta sintió arcadas. —Esa debe de ser la joven de la que todo el mundo habla.

Elyan se quedó en silencio mientras el hombre se aproximaba hasta la invitada, que mantenía la compostura observando al desconocido. Sin previo aviso y de forma abrupta, sus manos huesudas atraparon el rostro de la joven para acercarse peligrosamente a ella.

—Hermosa...Sin duda. Los rasgos norteños siempre me han parecido deslumbrantes. —Murmuró el hombre para sí, mientras sus ojos la observaban.

—Señor, la princesa nos aguarda. Tendrá mucho tiempo para hablar con ella cuando la dejemos en los calabozos. —Le frenó.

Elyan observaba como el comandante se relamía los labios al observar a su nueva prisionera. Aquello le revolvió el estómago.

—Al contrario, cuando terminéis con sus majestades que la traigan directamente a mis aposentos. Yo me encargaré del interrogatorio personalmente.

—Señor... —Elyan se aferró con fuerza a la empuñadura de su espada.

Vanora observó de reojo como la capitana de la guardia parecía ponerse cada vez más nerviosa, por lo que dedujo que aquello solía pasar con prácticamente todas las prisioneras que traían a palacio, o al menos que el comandante Baito veía. Ahora mismo deseaba tener algún cuchillo a su alcance para clavárselo en la garganta, y ver como se ahogaba con su propia sangre.

—¿Cómo os llamáis, preciosa?

La joven comenzó a sonreír lentamente, dedicándole la misma sonrisa torcida que el hombre tenía grabada en su rostro. Solo esperaría a que se acercase un poco más, solo un poco y tal vez podría...

—Acérquese un poco más y se lo digo. —Canturreó Vanora con la mejor voz sensual que pudo entonar—. No tendrá miedo a una joven damisela, ¿verdad?

El comandante parecía disfrutar del tono aparentemente inocente de Vanora, creyéndose tal vez un donjuán. Si creía que la tenía donde quería estaba demasiado equivocado, ella no era una de las damas de la corte, una joven impresionable que moriría por un poco de atención de alguien con rango. Estaba completamente equivocado.

—Padre. —Le cortó entonces Leyna que avanzó hasta ellos con rapidez dejando atrás a Torek. En aquel instante, Elyan agarró por el hombro a la prisionera y la apartó a un lado para así volverla a pegar a su vera.

¿Padre?

Aquello sí que la había pillado por sorpresa, pues Leyna y Baito no compartían prácticamente ningún rasgo, más allá de los ojos. Al parecer, la muchacha debía de ser un calco a su madre. Sin duda Vanora no podía dejar de observar a los soldados que la rodeaban preguntándose si podían aceptar que su comandante descendiera de algún nativo del Oeste, la corte con quien tenían tanta rivalidad. Desde luego aquel palacio iba a estar lleno de sorpresas, ¿y qué mejor que un poco de diversión? Al fin y al cabo, no podría ir a ninguna parte en mucho tiempo.

—¿Leyna? ¿Qué hacéis aquí? Deberíais estar entrenando en Tarántis. — Los ojos del comandante viajaron rápidamente a Torek. El chico que, según él, no debía servir en el Este pues era un refugiado del Oeste. — ¿Qué significa todo esto?

—Ya me gradué. —Se defendió la pequeña.

—¿Y qué creéis que hacéis con ese desterrado? Debería mandarlo directamente a su corte con una espada atravesándole el pecho.

El pequeño temblaba ante las palabras del comandante, en sus manos que apenas eran capaces de sujetar la lanza reglamentaria que siempre llevaba encima. Vanora observó con atención las primeras fisuras del reino. No podía perderse ningún detalle, pues todo podía ser importante en el futuro.

—Padre, por favor.

—Veamos si ahora sois mejor guerrero.

Elyan se interpuso entre el comandante y Leyna que ya protegía con su cuerpo a su compañero. No tenían tiempo para discusiones familiares sobre las amistades de su hija, aquello era mejor si lo solucionaban en privado. Ahora tenían una misión a la que ya llegaban tarde.

— Capitana Viridian apártese de mi camino, esto no os concierne.

— Al contrario, mi señor, son parte de mi pelotón. A quien no le concierne es a usted quien esté en él.

El duelo de miradas se volvió más intenso, como si allí mismo se fueran a desenvainar las espadas y empezar una lucha absurda. Vanora, que se mostraba aburrida, se puso al lado de la capitana y sonrió con suficiencia al comandante.

— Ahora que hemos terminado de pavonearnos todos y mostrar nuestra hombría, orgullo o lo que quiera que sea esto... ¿Podemos avanzar? Me muero de hambre.

El comandante se quedó sin palabras ante tal comentario por parte de una prisionera, mirando a Elyan que se hallaba igual de sorprendida y miraba a la joven con incredulidad. Las tripas de la prisionera se hicieron eco entonces en el pasillo, corroborando así sus palabras. Mas atrás, Torek y Leyna no podían dejar de compartir miradas perplejas ante lo sucedido. Nadie había tenido nunca el valor de hablar de forma tan directa al comandante Baito, ni siquiera su propia hija.

— ¿Cuál es vuestro nombre jovencita?

— Si me quita las esposas tal vez le dé una pista. —Murmuró la prisionera con tono juguetón. Solo necesitaba un poco más de caos y tal vez podría aprovecharlo para escapar.

— Que tenga un buen día comandante. — Elyan volvió a empujar a Vanora que, entre risas y bufidos, echó a caminar con la capitana a su espalda, y más atrás a los dos chicos. Al parecer no tenía ganas de seguir jugando con el comandante. — Camina, maldita sea.

— Ya veo que en el Este no es algo muy común eso de las presentaciones.

— Menos hablar y más caminar, prisionera.

Avanzaron por los pasillos en completo silencio, lo que fue agradable en cierta medida. La Corte Este siempre había presumido de tener uno de los castillos más bonitos de Alstaen y aunque podía competir con la belleza de los otros tres, sin duda lograba dejar sin palabras a cualquiera.

En el silencio y el agradable olor a malva, la discusión que se estaba llevando a cabo entre Torek y Leyna, terminó llegando a los oídos de Vanora. Los chicos hablaban en voz baja y por ello no lograba entender más que palabras sueltas. Parecían discutir sobre los ideales de su padre, o las normas de la corte. La capitana Viridian parecía más ensimismada en seguir su camino que en prestar atención a sus compañeros, algo que no podía desaprovechar para conocerla un poco más.

— ¿Me permitís una observación?

— Es evidente que sois incapaz de mantener la boca cerrada, así pues, adelante. Sorprenderme.

— Creo que no conocéis muy bien las artes del cortejo, capitana. Si me permitís un consejo, lo estáis haciendo todo al revés.

Vanora miró sobre su hombro con los ojos plateados a Elyan, que con las mejillas sonrojadas volvió a empujar esta vez de forma brusca a la prisionera. De acuerdo, aquel era un tema sensible... tal vez podría indagar un poco más. No sabía exactamente a quien trataba de impresionar la capitana con sus dotes de liderazgo, dudaba que fuera al comandante, pero debía ser por alguien que mantenía tanta rigidez y se mostraba tan leal. Quizás resultase útil más adelante.

— Vos seguid hablando de esas cosas y os cortaré la lengua.

— ¿Qué es lo que os saca de quicio exactamente? — La prisionera se detuvo en seco y girando sobre sus talones terminó frente a la capitana que seguía tensa y en alerta por lo sucedido con el comandante. — ¿Qué os digan este tipo de cosas? ¿O que sea una dama quién lo haga?

Las mejillas de la capitana se tornaron de un rojo intenso, ya no era vergüenza lo que brillaba en ella, si no también rabia. Las grandes manos de Elyan agarraron rápidamente el cuello de la prisionera estrellándola contra la pared más cercana. Los cuadros que descansaban apacibles ahora tintineaban ligeramente junto a los candeleros de pared. Desde luego nadie esperaba una reacción tan violenta, pero al fin Vanora había descubierto un punto débil en aquella mujer que la tenía prisionera.

Vanora tosió con dificultad ante el fuerte agarre de la capitana, que la había alzado lo suficiente como para que aun tocara el suelo con la punta de sus botas. Sabía que debía mantener la calma, regular la respiración al menos hasta que la giganta se calmase de nuevo o si no, podría ahogarse. Y claro que se sabía la teoría, por lo que su memoria le dejaba recordar había entrenado durante gran parte de su vida, pero, aun así, el dolor en la cabeza y la visión borrosa la aturdieron durante un largo rato.

—¡Elyan!

—¡Capitana Viridian! —Torek se lanzó en carrera junto a Leyna, y ambos sujetaron cada uno de los brazos de la mujer para que soltase a la prisionera. —Soltadla, la vais a matar.

— No consentiré más comentarios de este tipo.

— Punto sensible por lo que veo... — La sonrisa de Vanora no hizo más que forzar a la capitana apretar su agarre el cual Torek y Leyna seguían tratando de impedir.

— Capitana, por favor, ¿no veis que es lo que quiere conseguir? — Leyna había soltado a su capitana, y junto a Torek ahora trataban de volver a calmarla con palabras.

Silencio.

Solo las miradas de la capitana y la prisionera ocupaban el lugar, como una conversación silenciosa. Vanora desconocía cuanto rato había estado entre las manos de Elyan pero gracias a ello pudo lograr averiguar ciertos detalles, que sin duda podría aprovechar más adelante.

Sin previo aviso, la soltó y su cuerpo cayó al suelo entre quejas y muecas de dolor por su cuerpo aun herido. Vaya, que poco tacto tenía la capitana. Parecía ser más salvaje que ella cuando se tocaban ciertos temas, y si quería tener ventaja sobre ella tal vez esa fuera su mejor opción.

Con la capitana Viridian avanzando, dejó que Torek fuera tras ella para hablar sobre lo sucedido. Leyna, al contrario, ya le estaba ayudando a ponerse en pie y evitar que siguiera tirada en el suelo más rato del necesario, mientras la joven continuaba tosiendo.

— No sé qué le habéis dicho, pero conozco a Elyan desde mi niñez y nunca le había visto perder los nervios de esta forma.

Vanora no contestó mientras caminaba junto a la chica que tendría unos quince o dieciséis años. ¿Así que nunca la había visto actuar así? Aquello iba a ser interesante, comenzando por descubrir los puntos débiles de aquella que podría ponerle las cosas difíciles, aunque eso implicase jugarse el cuello en alguna situación.

Siguieron entonces avanzando por el pasillo hasta perderse entre escaleras y varias plantas, con la capitana por delante y Torek tras ella tratando de entender lo que había sucedido. Mas atrás Vanora aun podía sentir los ojos de Leyna estudiarla con una calma tan extraordinaria como incomoda. Aun así...por más que la mirase no vería nada que la prisionera no quisiera mostrar.

—¿Qué pretendéis conseguir con esta actitud? — La pregunta de Leyna llego como un susurro hasta la prisionera, que avanzo en silencio frotándose las muñecas decoradas con esposas.

Sin quedarse atrás ninguna de ellas, avanzaron rápidamente hasta el resto del pelotón pues no podían hacer esperar a sus majestades que ya aguardaban en la sala del trono.

—Solo quería conocerla mejor. —Vanora se encogió de hombros con una sonrisa fugaz quedó oculta en las sombras. 

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