Capítulo 23
Los ojos grises de Novara se abrieron de nuevo y su visión borrosa trato de enfocarse por primera vez en horas, perdida en aquella marea negra que la había retenido ya tantas veces. En aquellos recuerdos que se habían vuelto pesadillas, que la habían estado ahogando en la oscuridad durante tantas noches y que ahora parecían querer atormentarla a la luz de la mañana.
Su padre, el hombre que la obligo a participar en las últimas Pruebas de la Unión y que la traiciono con tal de librarse de lo que, según él, creía que era una debilidad para su linaje. Solo por ser mujer. El artífice de todas sus pesadillas y su sufrimiento desde que tenía memoria era el mismo que debía protegerla de todas ellas, el mismo...Que la había entregado a los lobos y a convertirse en uno de ellos para sobrevivir de gente como él.
Novara alzó una de sus manos hacia el candelabro de araña metálica que colgaba del techo, con unas velas aromáticas que no habían sido encendidas. Sus dedos estirados trataban de alcanzarlo aun cuando quedaba lejos y su figura era apenas visible tras la palma de su mano temblorosa. Podía verlo tan cerca y a la vez tan lejos que las lágrimas asomaron de nuevo al recordar las voces otra vez en su cabeza.
Recuerdos que estaban tan cerca y que no podía atraparlos, pesadillas que deseaba apartar de un puñetazo y no las alcanzaba por más que lo intentará. Tan desgarradoras que habían dejado de atormentarla únicamente en la oscuridad para ir a por ella a plena luz del día, dejando en evidencia la tortura que había vivido desde que era niña.
Pero...¿Por cuánto tiempo más podría ocultarlo a los ojos del reino? ¿Del comandante? ¿Elyan? Ambos ya tenían sospechas y si su nombre salía a la luz, las mentiras de su padre la condenarían a la muerte de la que consiguió librarse hacía ya diez años.
Su mirada borrosa trataba de enfocarse en su mano temblorosa aun alzada tratando de alcanzar no solo el candelabro, si no también aquellos recuerdos e imágenes que iban y venían como las olas de un mar embravecido. Volviéndolo todo negro a su paso, por ello necesitaba la Copa de Somber. Necesitaba ordenar sus recuerdos y ocupar la oscuridad de aquello que su mente había decidido olvidar.
Aunque había logrado recordar más de lo que había esperado en un comienzo, pues no solo sabía quién era. No solo había renunciado a su nombre y titulo como princesa del Norte. Si no que había olvidado en quien se había convertido después de la traición de los suyos, de su propio padre.
Se había entregado a un grupo de infames mercenarios, a un ejército de una reina nunca antes vista, con tal de salvar a un amigo que la había ayudado después de la traición de su padre. Había entregado su nombre, su título y su alma a la Orden. Y ahora, ni si quiera le quedaba aquello...
No recordaba el propósito por el que aquel grupo la había dejado vivir, la misión que debía cumplir.
Aun en la cama, Novara miro de reojo hacía la puerta de sus aposentos y pudo vislumbrar la sombra de unas botas al otro lado antes de ver como un sobre se colaba finalmente por la parte inferior. Intrigada, se incorporó rápidamente aun cuando todo le dio vueltas durante unos minutos.
—¿Hola?
Sus piernas se movieron lo más rápido que pudieron, pero para cuando abrió la puerta, ya no había nadie al otro lado. Los dos extremos del pasillo se encontraban vacíos, ni tan solo un guardia que vigilase su puerta y es que Elyan había sido muy clara al respecto sobre quién podía custodiar sus puertas.
Tal vez fuera cautela o las sospechas sobre lo que ambas creían sobre el comandante, pero la capitana parecía haberse tomado más en serio la protección y vigilancia sobre Novara ahora que el ambiente se había vuelto más tenso.
Con la mano en el pomo y decidida a preparar el vestido que la reina había encargado para ella para la llegada de los príncipes y su respectivo baile Novara volvió a internarse en sus aposentos.
—¡Esperad!
El grito de un joven llego desde el fondo del pasillo y Novara asomo su cabello burdeos de nuevo por la puerta, encontrándose a Torek que corría en su dirección con una sonrisa en el rostro y una carta en mano.
—¿Torek?—Preguntó confundida la joven.
—Disculpad la carrera y el griterío, pero quería agradeceros que hayáis convencido al organizador para dejarme entrar en el evento de mañana.
—¿Como?—Novara confundida, observó al chico y en como este sonreía de oreja a oreja sacudiendo una carta real frente a su cara. Nerviosa, arranco la carta de sus dedos y agarro al chico empujándolo dentro.
Torek tropezó con sus propios pies antes de caer al suelo y encontrarse de frente con un sobre cerrado que descansaba en el suelo. Su rostro alegre lentamente se volvió confuso y este alzo la el sobre que tenía un extraño sello en él.
—¿Qué es esto?
—No lo sé y no es de tu incumbencia.—Soltó Novara con cara de pocos amigos arrancándole el sobre de las manos antes de tirarlo sobre su cama y girarse para leer la carta que el chico le había dado.
No lo comprendía, no tenía ningún sentido...La carta era del Organizador Real, o al menos aquel era el nombre de quien había mandado la carta. Un hombre que bien se sabía que estaba a las órdenes del comandante y de la reina, para preparar sin fallo eventos tan importantes como el que estaba por suceder.
Pero estaba claro que el comandante no quería la presencia de Torek en la fiesta y si fuera posible tampoco la suya, por lo que aquella invitación...¿Habría sido cosa de la reina? ¿Quizás de Elyan?
¿Pero por que Torek había pensado que había sido cosa de ella? Novara no había mencionado al chico más que en dos ocasiones contadas.
Su mirada gris se puso sobre la del chico que deambulaba por la habitación con una sonrisa enorme mientras sus manos se posaban sobre sus caderas.
—¿Quién os la ha dado?
—Me la ha dado un compañero. Mencionó que fuisteis a ver a la reina hace unos días y no sé si la convencisteis para que me permitiera entrar en contra de las directrices del comandante, pero...
—Torek.—Le corto rápidamente Novara, tendiéndole la carta de nuevo al tiempo que observaba como esta llevaba el sello del Este. Uno muy diferente a la carta que ella había recibido. —Yo no he tenido nada que ver con eso.
—Pero...En la cocina mencionaron que vos habíais intervenido para que no me dejasen de lado. Pensaba que habríais hablado con la Capitana Viridian y...
—Sea quien sea no fui yo.
Novara miro al chico que observaba con intriga la carta que ahora sostenía entre sus manos y la chica agarro su propia carta para admirar bien aquel sello negro con un extraño emblema gravado en él. Una Triveta cruzada por dos hachas.
—¿Entonces quien fue?
—Eso me gustaría saber a mi.—Murmuró Novara ajena a la conversación con Torek.
Pues sus ojos estaban puestos en aquel extraño sobre que había ido a parar a sus manos en un momento como aquel. Y si una cosa estaba clara, es que quien fuera el mensajero no era del Este al igual que la carta...Por lo que debía averiguarlo antes que el resto o el comandante lo aprovecharía para ir en contra de ella.
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Los pergaminos y notas deambulaban de un lado a otro en la pequeña sala que tenía Elyan Viridian en lo alto de una de las torres del palacio. Allí, en las alturas y escondida del resto del mundo era donde se había refugiado en su gran mayoría de veces. Pues sus aposentos no eran el lugar más frecuentado por la capitana, dado que en aquel sitio tenía un buen sofá donde descansar y la soledad que añoraba en tantas ocasiones.
Su cuerpo se encontraba frente a una de las paredes antes desnudas, ahora cubiertas por papeles repletos de información sobre Novara Ganodac. Desde el minuto uno en el que la había conocido había reunido todo lo que fuera relevante, y ahora, no se arrepentía de haber llevado en secreto aquella investigación sobre ella.
Desde su descripción y apariencia norteña hasta su carácter. Desde la historia que ella había contado a lo que había visto el día en el que se derrumbó frente a los huesos de los que eran los suyos. Sus cicatrices, su historia.
Necesitaba saber si podía confiar cien por cien en alguien como ella, no porque fuera por norteña, sino porque las sombras bailaban a su alrededor con tanta intensidad que en ocasiones desaparecía en ellas. Por ello había tratado de mantener las distancias respecto a la chica, no empatizar demasiado con su situación o su dolor y aunque en un comienzo parecía sencillo ahora...No lo era tanto.
Los ojos ambarinos de Elyan se posaron entonces sobre unas viejas cartas que estaba ancladas en la pared junto al resto de información. Podía ser la capitana de la guardia y tener un rango bajo dentro del escalafón de mando del Este, pero aquello no evitaba que tuviera contactos y más tras su estancia en Tarántis. Por lo que había pedido a un amigo suyo mercader que viajaba con constancia al Norte y conocía bien a su gente, información sobre el apellido Ganodac.
¿La sorpresa?
Era inexistente.
No había ni una sola familia en todo el territorio norteño que poseyera aquel apellido a sus espaldas, ya fuera conocida o no. La chica llevaba un apellido fantasma. ¿El motivo? Desconocido.
Pero las cicatrices que decoraban su piel no eran falsas. Las marcas de cadenas en sus muñecas, las cicatrices de sus brazos que parecían hechas a consciencia. Incluso en ocasiones había llegado a pensar que simulaban las rayas de los rangos de un ejército, pero era tan absurdo pensar eso...
—Por los Ementals...¿Qué es lo que escondes?
Sus manos volaron por su media melena azulada con la intención de despejarse durante al menos unos minutos. Alejándose de la pared observó sobre la mesa la información y las preguntas que había plasmado sobre el papel respecto al comandante.
Pues de alguna manera él también había cambiado su actitud y comportamiento desde la llegada de la chica, a quien no conocía y parecía tener un interés irremediable por ella. Ya fuera por querer poseerla o simplemente por posicionarse por encima, demostrando su valor y su hombría.
Pero había demasiados frentes abiertos como para centrarse en uno de ellos... Y siendo sinceras, ahora mismo quien parecía más peligroso era el comandante Baito y su facilidad para envenenar a sus tropas.
Elyan se acercó lentamente hasta el ventanal y dejo que la brisa acariciase su rostro mientras está se apoyaba en el marco de madera, viendo su hogar desde una perspectiva asombrosa. En lo hermosa que se veía la ciudad donde se había criado hasta que se había visto obligada a marcharse tras la muerte de su madre.
Una de sus manos se movió hasta introducirse en uno de los bolsillos de su pantalón sacando de él, el colgante de su madre que en ocasiones llevaba puesto y en otras simplemente prefería tenerlo oculto en sus bolsillos. Sus ojos se posaron sobre aquel colgante, al tiempo que su corazón se encogía hasta el punto en el que los recuerdos de su niñez iban y venían como una tormenta enfurecida.
—Si tan solo pudiera ser tan poderosa como Gallyan, las cosas serian diferentes. Pero quiero demostrarle a Alstaen que no hace falta la magia para vencer...No cuando fue ella la que te arrebato de mi lado.
Sus dedos rodearon con fuerza la hoja de arce con el zorro grabado en su centro, sus ojos ahora cargados de lágrimas miraron a la ventana abierta viendo en ella su reflejo. Con la mandíbula apretada vio una mujer que antaño no había sido más que una niña asustada. Su reflejo se convirtió ella de pequeña mirándola con el mismo colgante en las manos, pero temblorosa.
—Cueste lo que me cueste les demostrare a todos que la magia solo trae dolor. —Las palabras salieron de sus labios cargadas de demasiado sufrimiento y tormento.
El reflejo de Elyan siendo una niña temblorosa se calmó, como si la hubiera escuchado y con un asentimiento firme, la figura de su madre apareció tras ella sonriéndole con ternura antes de desvanecerse después de que la luz las golpease directamente haciéndolas desaparecer.
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