Capítulo 18
¿Quedarse o volver? Ahí estaba la gran pregunta que ahora se habían obligado a hacerse tanto Elyan como Novara. Pero no tenían víveres para afrontar el viaje por lo que la respuesta estaba clara, no podían permitirse ir sin refuerzos, ni comida, ni agua. Apenas con dos bollos de pan por cabeza y diminutos frascos de vino casero no eran precisamente unas reservas abundantes para un viaje de una semana y media.
Elyan parecía estar dándole vueltas sin cesar a la conversación que habían tenido, aprovechando ese tiempo para revisar los libros que se había traído en un intento desesperado por evitar pensar en lo que la atormentaba realmente.
La boda de la princesa Anysa Erendyl era cada vez una realidad más latente.
Y el perderla sin haberle sido sincera, era algo que le dolía cada vez más, pues sentía que estaba fallando a su lealtad hacia la corona y hacia aquella mujer que había sido siempre su amiga. ¿Debía decirle que sentía algo por ella? Pero, ¿Lo sentía? Si hablaba de ello, estropearía la confianza de ambas y debilitaría más la corte con algo como aquello, algo que sería terriblemente cruel para el Este.
Nunca había antepuesto sus sentimientos ni su vida personal a la familia Erendyl o a palacio y esta no sería la excepción.
A su lado, Novara había estado practicando el combate en el barrizal, tratando de controlar sus movimientos y recuperar al completo su estado físico. El cual, si Elyan debía ser sincera, era asombroso, igual que su recuperación, que había sido de las más rápidas que había visto. Tal vez fuese porque su cuerpo estaba acostumbrado a romperse y ahora, con el tiempo, sanaba más rápido.
Sus movimientos eran lentos y luego bruscos, dejando sus brazos recuperarse de lo que parecían golpes secos al aire, un entrenamiento de fortaleza. Su cabello. del mismo color que el vino. se sacudía al viento ante los movimientos repetitivos, mientras sus piernas se flexionaban y sus puños se cerraban y golpeaban a un lado y luego al otro, conteniendo toda la fuerza en ella y dejándola escapar por ellos en sus golpes.
Los ojos de Elyan la observaron en silencio durante más rato del que admitiría, disfrutando de aquel baile que conocía bien, aunque era diferente al entrenamiento que ella misma había hecho en Tarántis. Pero su cuerpo se movía como alguien que había recibido una buena y dura instrucción, sus brazos tensos y su abdomen duro reuniendo la fuerza en ese lugar.
No podía dejar de mirar su rostro, concentrado y duro ante los movimientos, en sus ojos grises perdidos en un limbo ante los movimientos repetitivos, en su pecho subiendo y bajando y su cabello cruzándose por aquel rostro que parecía tan hipnotizado como lo estaba ella admirándola.
Pero no había tiempo para aquello, para disfrutar de aquel baile de entrenamiento ni para estúpidas preguntas que sin la copa no tendrían respuestas. Pero las tenia, quería saber cómo era posible que Novara, aun sin recuerdos, pudiera saber que el Norte tramaba algo. Ni aquellos movimientos que eran fruto de años de entrenamiento. Pero no preguntaría, dejaría que las cosas fluyeran e iría recopilando la información que la chica le fuese dando poco a poco, aunque su cuerpo dejase ver que sí recordaba lo que su mente no.
Para cuando Tempest golpeó con su cabeza a Novara, Elyan ya estaba en pie recogiéndolo todo. El golpe de la chica en el barro no se escuchó en comparación a las mil maldiciones que bufaba como un anciano malhumorado, lo que pareció divertir a su amigo que, aun tirada en el barro, trataba de golpearla amistosamente con su hocico.
—No tiene gracia Tempest—Dijo entre risas la chica—. tengo barro hasta...
—Creo que prefiero no saberlo.—Le cortó Elyan con diversión.
Novara, aun en el suelo, acarició a su amigo que parecía divertirse con la situación para así alejarse ante la llegada de la capitana e ir junto al otro animal que disfrutaba de la hierba fresca.
—¿Qué pasa capitana, os poneis nerviosa?
—Por favor...no seáis vulgar. No me interesa saber si el barro ha llegado a vuestra ropa íntima.—Sentenció Elyan ofreciéndole la mano.
—Por supuesto mi lady, no querría ser yo quien corrompiera a la perfecta, elegante, obediente y responsable capitana Viridian.
Novara agarró la mano de la chica y con su ayuda se puso en pie para sonreírle directamente de frente, disfrutando de la cara incómoda de Elyan al ver su mano manchada y sus botas hasta ahora medianamente impolutas, sucias.
—Sois insufrible.
Tras separarse, la capitana fue directamente a su caballo para preparar el viaje de vuelta. No parecía tener la cabeza demasiado centrada y Novara lo notó al instante por lo que se acercó con cautela y acarició al animal que Elyan estaba ensillando.
Tal vez no hacía falta decir nada, pero tenía la mirada perdida como si estuviera tratando de entender por qué la princesa le había dado aquellas cartas con su nombre y con la mujer que dirigía Tarántis. ¿Por qué no mandarlas con otro mensajero? ¿Con un cuervo?
—No os lo he preguntado hasta ahora, pero creo que debería. ¿Os encontráis mejor?
—¿Mejor? Estoy perfectamente. ¿No lo veis?
—¿Es una broma? Tenéis pesadillas por las noches, tan aterradoras que os hacen gritar y llorar despertando a las habitaciones colindantes.
Novara pareció quedarse en shock ante la nueva información y si, era consciente de que dormía mal, siempre lo había hecho. ¿Pero tener pesadillas? Tal vez fuera por todo lo que estaba tratando de contener, de sus recuerdos queriendo salir y de como ella estaba empujando todo el dolor que sentía a lo más profundo de su ser.
Pero también era consciente ahora, viendo a la capitana, que sacar este tema no solo era para saber qué era lo que le ocurría, sino también para poder evitar y despejarse del tema de las cartas y de su princesa.
Una distracción.
—Todo el mundo tiene pesadillas, capitana. —Le quitó importancia Novara limpiándose las rodillas embarradas.
—No como las vuestras, no tan fuertes y aterradoras. —Elyan terminó de preparar su montura y se giró para poder ver a la chica mientras acariciaba el cuello del animal—. Novara...
—No quiero vuestra pena, ¿queda claro? Puedo apañármelas sola.
—Nadie puede con todo sola, por más que os intentéis convencer de ello.
—Quizás vos no podáis, pero cuando habéis estado toda vuestra vida sola, acabáis aprendiendo a hacerlo. A no necesitar a nadie.
—¿Vais a seguir haciéndoos la fuerte? ¿La invencible?—Preguntó Elyan con la vista fija en la chica que trataba de desviar el tema, de ocultar sus sentimientos. Pero ella ya los había visto el día que se derrumbó al encontrar a los suyos. Pero... ¿Por qué ocultarlos?
Novara no contestó, con la mandíbula apretada se separó del animal para así comenzar a caminar hacia Tempest quien a pocos metros parecía demasiado concentrado en la hierba que tenía a sus pies.
—Novara, no os habéis permitido llorar la muerte de los vuestros ni un solo día desde que volvimos. Sé por experiencia que esconderlo todo y guardarlo dentro —Elyan se separó del animal y colocó una mano sobre su pecho, a la altura del corazón.— no es buena idea. Acabará saliendo queráis o no.
—¿Y qué es lo queréis que haga Elyan? ¿De que servirá llorar si no me los devolverán las lágrimas?
La capitana observó en aquel instante como los hombros de Novara se tensaban tratando de controlar el temblor que recorría su cuerpo y que finalmente acababa saliendo por sus brazos los que tenían un movimiento incontrolable. El brazo izquierdo controlado en un fuerte puño mientras el derecho, donde se encontraba la cicatriz en su palma, la chica lo miraba fijamente sin comprender por qué seguía temblando.
—Todos tenemos derecho a llorar a nuestros muertos, incluso vos.
Elyan se aproximó hasta ella, lo suficiente como para recortar las distancias, pero no para rozarla. Observando su espalda, se percató de que Novara estaba teniendo un enfrentamiento interior, entre lo que su cuerpo le pedía y lo que su cabeza le estaba exigiendo.
Y conocía bien aquella sensación, aquellos movimientos corporales que trataba de controlar y apresar en lo más profundo de su ser para seguir adelante. Para continuar con lo que le habían encomendado. Sus piernas estaban tensas, aunque durante algunos segundos se permitía relajarlas, sabía que solo querían echar a correr.
Huir de sus problemas, huir de la realidad y de tener que enfrentar el dolor.
—¿Eso es lo que queréis?—Murmuró entonces Novara con la voz ronca, cargada de sentimientos que comenzaban a escapar por las grietas que no había conseguido tapar—. ¿Que muestre mis sentimientos?
—Me queda muy claro que siempre habéis tenido que esconderlos, por miedo a que os dañaran, a que os vieran inferior u a otro motivo que quizás desconozco.
—No sabéis nada de mi, Viridian, no soy la persona que creéis que soy. —Sentenció Novara silbando con fuerza para así llamar la atención de Tempest quien se acercó a ella golpeándola con suavidad con su hocico como si supiera que estaba mal.
—Conozco el dolor de ocultarse bajo una armadura y hacer creer al mundo que sois invencible, que podéis tirar y tirar...Pero también sé el precio a pagar por ser así.
Elyan se acercó un poco más justo cuando la chica subió a su corcel y el cabello burdeos ocultó su cara, como si no quisiera dejar ver la debilidad que estaba atrapada bajo su piel y sus huesos. Así que después de todo...comprendió por qué las mujeres norteñas eran tan duras, porque así les habían obligado a ser desde pequeñas.
—Si no dejáis salir el dolor, os consumirá.
Novara echó la cabeza hacia atrás con un suspiro tembloroso al tiempo que se arreglaba la mochila y para cuando sus ojos grises observaron a la capitana, esta vio un reflejo de su debilidad, de las lágrimas contenidas en aquella mirada que durante unos segundos se posaron en ella, con tanto dolor...
El sufrimiento de haber perdido no solo la mitad de sus recuerdos, de no saber qué hacía allí, de ser obligada a emprender una misión para asegurarse la existencia en una corte extranjera y de perder a quienes eran su familia a manos de las sombras del pasado.
De no tener ni un solo aliado con ella, de estar completamente sola.
Elyan apretó la mandíbula al sentirse reflejada en ella hacía ya muchos años cuando su padre no estaba ni se le esperaba y la pérdida de su madre. De quedarse sola en medio de un palacio sin familia, sin propósito, sin esperanza a ser recogida de nuevo por unos brazos familiares.
—Si seguís así, os destrozareis Novara.
—Ese no es asunto vuestro, Elyan, después de todo no somos aliadas. No somos nada.—Sentenció la joven con voz grave.
En aquel instante, la capitana volvió a buscar los ojos de la chica y vio como aquella mirada cargada de todo aquel tormento se transformó lentamente en una mirada fría y perdida. Como si el hielo del norte la hubiera vuelto a congelar desde dentro, colocando sobre su corazón una capa más para protegerla y aislarla de la realidad.
Tempest comenzó entonces su camino de vuelta a casa, ante los ojos de Elyan que recibió el golpe suave de su fiel compañera que esperaba por ser montada y seguirlos lejos del bosque de vuelta a su hogar. Mientras la capitana no pudo apartar los ojos de aquella figura alejarse de ella entre los matorrales y viéndose así misma en el proceso hacía ya mucho tiempo.
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