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Capítulo 1

Cuando el cuerpo explotó, Vanora sintió la sangre caliente adherirse a su piel como una segunda capa. Las vísceras y los restos de aquellos que la habían acompañado, ahora descansaban sobre sus botas y la tierra.

Si una cosa tenía clara, era que, si los Ementals eran justos, ella debía de haber muerto en la explosión, pero de alguna manera, ese no había sido su destino. Contra todo pronóstico, se encontraba sobre un corcel negro cabalgando a duras penas lejos de lo sucedido.

Su mente aún recordaba los gritos de guerra y de auxilio entremezclados. ¿Qué había pasado? No lo recordaba. ¿Quién los había atacado? Ni idea.

Pero... Y, ¿Quién era ella?

Tampoco sabía la respuesta.

Sus recuerdos parecían difuminarse en su cerebro, como una capa de niebla que ella trataba de alcanzar con las manos ensangrentadas y se le escapaba inútilmente de los dedos.

Despierta y dormida, consciente e inconsciente...Sus cabezadas eran lo único que le recordaba que seguía viva, si a aquello podía llamarse así.

Sus heridas abiertas seguían sangrando, sus dedos y sus manos lucían quemadas. No había tenido tiempo de comprobar la situación, cuando unas manos enormes, las de un chico, pues era lo único que llegaba a recordar, la habían subido a ese caballo el cual ahora cabalgaba sin rumbo.

¿Pero quien era el chico? No lo sabía.

Era incapaz de saber si había avanzado mucho o poco, si seguía cerca de lo sucedido o a kilómetros de distancia. El animal había seguido su rumbo sorteando bestias que rugían en las sombras, cruzando cuevas y bosques, atravesando ríos y adentrándose en la oscuridad más absoluta... Cuando la esperanza por encontrar a alguien que pudiera ayudarla se había desvanecido, escuchó unas voces en la distancia y a partir de ese momento, supo que viviría.

Vanora recordó letra a letra su nombre con cada cabezada, con cada quejido, gruñido o suspiro que escapaba incontrolablemente de sus labios. Y aunque no tuviera claro el motivo, sabía que aquella palabra, aquel nombre, solo le causaría más problemas.

Su identidad, su pasado corría hasta ella y luego desaparecía. ¿Sabía quién era? Tal vez a medias, la información bailaba en su mente nublada. Sabía que hasta que ella no estuviera a salvo tal vez no recordase nada, y aun así...La magia había sido quien le había arrebatado aquello, los recuerdos.

Quizás fuera una intuición o lo poco que su memoria ahora recordaba de la que un día había sido su identidad, pero sabía que lo más seguro sería darles a aquellas personas que ahora se aproximaban a ella un nombre falso, antes que darles uno que le auguraba problemas.

Sobre todo, si quería seguir respirando.

A la siguiente cabezada, Vanora se encontró medio colgando por el lado derecho del caballo, aferrándose con las pocas fuerzas que le quedaban a la crin del animal que relinchaba avisando de la caída que había a su lado. El desfiladero al que el corcel había dado a parar tras un camino serpenteante por las cuevas era estrecho y apenas cabían dos caballos uno al lado del otro. Sin embargo, más adelante se encontraba una guardia completa. A la cabeza iba su capitana y los soldados tras ella.

Así que de ahí venían las voces que había estado escuchando. Bien, ya no moriría perdida en medio de la nada, en un lugar en el que nadie sabía su nombre, ni del que ella conocía el suyo.

La figura de la capitana o capitán, pues no alcanzaba a identificar en la lejanía de quien se trataba, se acercó lentamente sobre su corcel blanco hasta ella. Los ojos de Vanora volvieron a alzarse brindándole una visión borrosa de aquella persona a la que ahora podía identificar dada su cercanía.

Y vaya que sí supo con certeza si era una mujer o un hombre...Después de toda la intriga resultaba ser una chica, no más grande que ella tal vez uno o dos años mayor. Su cabello era como una esmeralda oscura y sus ojos ámbar se abrieron ante la sorpresa de encontrarse con una daga apuntando a su cuello antes de que pudiera tocarla.

—¿Dónde estoy? —Rugió Vanora sin apenas voz, con los labios secos y cortados aun manchados de su propia sangre.

No había momento para presentaciones y siendo sinceras, Vanora sabía que a la capitana tampoco debía interesarle demasiado su nombre. Por la cara de la chica y de los soldados que no eran más que adolescentes, indicaba la sorpresa de que una desconocida hubiera ido a parar allí, fuera donde fuese.

Y que por lo tanto no era bienvenida.

La capitana alzó una mano para indicar con tranquilidad a sus camaradas que mantuvieran la calma, pero uno de ellos y el más diferente a las claras facciones del resto de la guardia, levantó su arco para apuntar directamente a la intrusa.

—¡Torek, quieto! —Le gritó una chica que estaba a su lado.

Vanora deslizó lentamente los ojos hasta aquellos dos chicos que ahora encabezaban la marcha. No deberían tener más de dieciséis años y aunque la chica compartía ciertos rasgos con el resto de sus compañeros, el chico era completamente lo contrario. Piel más oscura y ojos afilados mientras el resto eran pálidos como el papel o lucían un ligero moreno muy sutil.

—Va a matar a la capitana Viridian, Leyna.

—Ya está muerta, miradla. No puede sostener el cuchillo. Deberíamos darle piedad. —Comentó otro chico situado más atrás.

Los ojos plateados de Vanora brillaron con más fuerza entre el polvo que ahora se alzaba entre ella y el resto del pelotón, pero la capitana, quien no había despegado sus ojos ambarinos de ella, simplemente mantuvo la mano alzada en señal de que no tomaran ninguna decisión.

—¿Dónde estoy? —Volvió a exigir Vanora, esta vez con los ojos puestos en el chico del arco.

—Torek, haz caso a la capitana. —Le recriminó la chica situada a su lado quien ahora apretaba su antebrazo con intención de calmarlo.

—Pero...

—Deberías hacer caso a tu amiga si no quieres que le corte la garganta a tu maestra. —El cabello de color burdeos de Vanora ondeó al viento cubierto de polvo y dejando que así la sangre que lo cubría goteara al suelo como si se tratase de lluvia.

El silencio reinó ante los ojos del pelotón, quien con una mirada rápida a su capitana esta les dedicó un asentimiento de cabeza sin siquiera mirarlos. Una orden silenciosa más que tuvo el efecto deseado, pues Torek bajó el arco con la mandíbula apretada ante los insultos y recriminaciones de los chicos que había a su espalda. Llamándole cobarde y blando.

—¿Quién sois?

Esta vez la voz que resonó por el desfiladero fue la de la aclamada capitana Viridian, quien no había alzado la voz hasta aquel preciso instante. Los ojos de ambas se encontraron mirándose con desconfianza y suspicacia. El cabello corto de la capitana ondeó ligeramente ante la brisa fresca que provenía de las montañas del norte situada a la espalda del pelotón.

—Yo he preguntado primero, capitana. —Apuntó Vanora con una sonrisa de suficiencia en el rostro.

—Pero soy yo quien tiene armas apuntándoos. —Rebatió entonces la líder de los soldados encogiéndose de hombros y el rostro serio, aunque en sus ojos brillaba el desafío y cierta diversión.

La sonrisa ensangrentada de Vanora provocó un escalofrió en el grupo, en cada uno de ellos que se tensaron y se prepararon para sostener sus armas. Sin embargo, la capitana simplemente alzó la garganta esperando por que la intrusa fuera mínimamente inteligente, pues si acababa con su vida ella también acabaría muerta.

Aquellos ojos plateados examinaron con atención la situación, comprobaron las salidas y las posibilidades de éxito en cuestión de segundos y supo que tan solo ellos serían la única opción de salir con vida. Debía negociar si no quería ser agujereada por flechas o lanzada al precipicio.

—Responderme y yo haré lo mismo.

—Estáis herida de muerte, vuestra sangre cubre a vuestro caballo y vuestra piel pálida y labios morados indican claramente que os estáis desangrando. No creo que tengáis mucho tiempo para negociar.

—Entonces no tendréis las respuestas que deseáis.

En aquel instante, los ojos de Torek y Leyna miraron más allá de las montañas y los árboles viendo como en la lejanía aún se alzaba el humo negro cubriendo prácticamente todo el cielo. Allí, de aquel lugar era del que venía Vanora y en el que había pasado algo terrible que ahora no alcanzaba a recordar...

Y aunque ellos no supieran que no tenía recuerdos, era la única fuente de información que tenían a su alcance para saber qué había pasado.

—¿Y si es una superviviente de la explosión que se escuchó esta madrugada más allá de nuestras fronteras? —Preguntó Torek con la mandíbula apretada.

—¿Y cómo ha llegado hasta aquí? La única entrada es por el valle y está a cinco días de viaje, habría muerto mucho antes de acabar aquí. —Rebatió Leyna.

La capitana inspiró hondo viendo como la chica herida se sostenía con una mano las costillas del lado derecho donde la sangre seguía fluyendo entre la tela y sus dedos. Ahí fue cuando Vanora comprendió que la capitana tenía ventaja y que tendría que tragarse su orgullo para sobrevivir.

Y no le hacía ni pizca de gracia.

—Estáis en la Corte Este, en el desfiladero que une el camino entre Tarántis y nuestra ciudad principal Erakan. —Se adelantó la capitana extendiendo la mano para indicar el bosque frondoso que se extendía más abajo del desfiladero.

—El Este...—Los ojos de Vanora miraron el bosque y lentamente bajó el cuchillo al comprobar como este temblaba entre sus dedos dormidos.

Su brazo entumecido comenzó a caer con el cuchillo aun aferrado a sus dedos helados y contra todo pronóstico y esperando a que la capitana la desarmase con facilidad, la sorpresa viajó como un relámpago ante los ojos de todos los presentes. La capitana Viridian agarró su muñeca con fuerza y alzó el cuchillo de nuevo hasta situarlo en su propia garganta.

—Si queréis resultarme una amenaza os recomendaría no bajar el cuchillo.

Los dientes de Vanora se apretaron ante la provocación de la capitana y una sonrisa desafiante apareció en sus labios ante los ojos vacilantes de la mujer de cabello esmeralda. ¿Quería jugar? Había dado con la presa perfecta.

Porque si algo recordaba Vanora, es que le encantaban los retos.

—Os toca. —Insistió la capitana.

—Capitana Viridian...—La voz cautelosa de Leyna resonó en la distancia.

—¿Cuál es vuestro nombre? —La voz calmada de la chica fue todo lo que los oídos de Vanora alcanzaron a escuchar cuando su visión comenzó a tornarse borrosa.

El cuchillo cayó de sus dedos y rebotó contra el suelo al tiempo que el corcel negro relinchaba furioso y miraba directamente a la capitana. Como si se tratase de un guardián, de su protector, este tensó cada uno de sus músculos al percibir la amenaza en los soldados que estaban tras la líder.

—¿Mi nombre? —Murmuró entonces Vanora echando la cabeza hacia atrás, obligándose a colocar la espalda recta y soltarse del agarre de la mujer quien la observaba con mucha atención.

Su risa débil resonó por el desfiladero al tiempo que todos los presentes se tensaban, mientras las botas de la chica se deslizaban de las espuelas y su cuerpo comenzaba a aflojarse por la pérdida de sangre. Mientras sus ojos plateados miraron con dolor los de los presentes y las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, recordó los gritos desesperados que aun resonaban en su mente nublada.

De aquellos a los que no recordaba y había abandonado.

—Está completamente loca...—Murmuró un chico.

—Está herida, deshidratada y...

—Y se está muriendo. —Dijo Torek terminando la frase de Leyna.

La capitana dio un golpecito a su caballo al tiempo que el cuerpo de Vanora se resbalaba finalmente de su asiento ensangrentado. Esta se interpuso entre ella y la caída del desfiladero antes de que la chica perdiera la vida cayendo al vacío. Las manos rudas y callosas de la capitana la atraparon antes de que esta comenzase a quedar aún más pálida y su piel más fría.

—Mi nombre solo lo saben los muertos. —Murmuró sin aliento la intrusa.

Los ojos de la capitana se ensancharon al escuchar la voz apagada y ronca de Vanora y en como esta quedó inconsciente una vez más, esta vez en los brazos de la guardia real de una ciudad en la que sin saber cómo había ido a parar.

—¿Y ahora qué, capitana Viridian? ¿Qué hacemos con ella? ¿Regresamos a Tarántis?

—No. La llevamos a palacio y allí la interrogaremos. —Contestó la capitana asegurando el cuerpo de la intrusa a su caballo para emprender de nuevo el viaje. Su cuerpo se encontraba más tenso, su postura estaba más rígida y su mirada era aún más distante, pues sabía a lo que podía enfrentarse al llevar a una desconocida a palacio.

—Pero... ¿Por qué?

—Pienso averiguar quién es y como ha llegado a nuestro reino, aunque tenga que preguntarle a los muertos.


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