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Capítulo 5: Perfección

—Alto —intervino Evangeline con voz autoritaria por el comunicador. Los dos soldados que estaban golpeando a Pax se detuvieron de inmediato y retrocedieron a la espera de nuevas órdenes.

La doctora atravesó la puerta acristalada y se detuvo frente a la silla donde tenían atado al mercenario.

—Dejadnos solos —ordenó—. Todos fuera —insistió al ver la mirada que soldados y científicos intercambiaban.

El silencio se hizo entre ambos. Finalmente fue Pax el que lo rompió escupiendo sangre y manchando las inmaculadas baldosas blancas del suelo.

—La simetría de su rostro resulta monstruosa —comentó—. ¿Se lo habían dicho antes?

Evangeline ignoró la pregunta deliberadamente y examinó una vez más las notas de su pantalla táctil.

—Por lo que veo tiene usted un largo historial médico, señor Alphax —comentó observando el escáner en 3D que le habían realizado poco después de apresarlo. Resultaba alarmante al mismo tiempo que sorprendente ver la cantidad de cicatrices y lesiones que había sufrido pese a lo joven que era.

—Es lo que tiene vivir fuera. Supongo que aquí lo más alarmante que usted ha visto ha sido un corte superficial por pasar demasiado rápido la hoja de un libro.

—No tenemos libros —lo cortó—. Se precisa talar árboles para sus hojas y son poco prácticos —añadió levantando la vista de su pantalla.

—Quién lo diría... —susurró Pax.

—Y ya que ha mencionado el tema de vivir fuera... Dígame, ¿cómo habéis logrado entrar en Vergel?

Una carcajada salió de su boca sin poderlo evitar. Pax hubiera continuado desternillándose de la risa si no fuera por el dolor de sus costillas magulladas.

—¿Qué estupideces está diciendo?

—Serán estupideces para usted —replicó con ira helada la doctora—. Yo tengo el perfil de más de quince pacientes diagnosticados con psicosis a causa de un agente infeccioso que los suyos han introducido en mi hogar.

—Es curioso. Nunca he visto a nadie de "los míos" perder la cabeza. No más de lo que llevan perdiéndola desde que se nos abandonó en las Tierras Perdidas. Vamos doctora —sonrió—, ya me ha realizado todos los análisis pertinentes junto con un escáner cerebral. Me da a mí que no ha encontrado a su "agente infeccioso" o no estaría hablando conmigo. Es más, me atrevería a añadir que no ha encontrado nada en los humanos que ha secuestrado.

—Es usted inteligente —admitió imperturbable Evangeline.

—Probablemente menos que usted —replicó Pax—. Dígame, ¿cuándo empezó su gente a perder la cabeza?

—Hace cinco años —contestó de inmediato.

—Hace cinco años... ¿No fue hace diez años cuando soltaron una bomba en los terrenos circundantes de su colonia? Supongo que los asaltos a los muros de Vergel se detuvieron, ¿no es cierto?

—Así es —asintió la doctora sin saber muy bien a dónde quería ir a parar.

—¿Sabía usted que no quedó ni un alma con vida y que, tras todos estos años, nadie, ni el mutante más vil de las Tierras Perdidas, ha osado habitar esas tierras?

—¿Qué quiere decir?

—Vamos, doctora, es usted inteligente. Quiero decir que ningún sapiens se ha atrevido a habitar las inmediaciones de Vergel. El agente infeccioso que con tanto ahínco busca, se originó dentro de sus muros.

—Eso no es posible —musitó Evangeline—. Nuestra seguridad es absoluta, es...

—Bueno, eso suponiendo que lo que ha provocado la locura de sus pacientes sea un agente externo. ¿Sabe? Yo también enloquecería si tuviera todo lo que deseara al alcance de la mano, si no tuviera que hacer nada, si no tuviera ninguna meta en la vida porque, tanto yo como mi mundo, fueran perfectos.

—Eso... ¡Eso es absurdo! —exclamó poniéndose en pie. Pero, en su mente, las palabras de Pax comenzaron a tener sentido.

—Siempre he creído que la perfección de su mundo resulta monstruosa. Nunca supe lo acertado de mis pensamientos hasta hoy.

Evangeline se desplomó sobre la silla mientras que Pax caminó hacia la puerta de la sala de interrogatorios pues había escuchado el ruido de un forcejeo.

—Su mundo se está desmoronando, doctora. Y yo estaré ahí para verlo arder —dijo a modo de despedida.

Entonces la puerta se abrió revelando el rostro de Nilovna:

—¿Me has echado de menos? —preguntó sonriendo.

—Mucho más de lo que imaginaba.

Nilovna sonrió encantada mientras se concentraba en extender su poder mental para ocultar a Alphax. Los haría desaparecer a ambos para que nadie se percatara de su escapada.

—Espera —la detuvo cuando se disponía a salir—. Escóndela a ella también —dijo señalando a la doctora con una sonrisa terrible—, nos la llevamos.

Si a Nilovna le sorprendió, no dijo nada. Cumplió con su petición y pronto los tres se volvieron invisibles para todos los habitantes de Vergel.

Pax caminó de nuevo hacia la doctora que no era capaz de reaccionar. Hizo un jirón con su bata blanca y procedió a atarle las manos a la espalda. En todo ese tiempo, Evangeline no reaccionó, pues permanecía en un estado cercano al shock.

—Va acompañarnos, doctora —susurró el mercenario en su oído—. No quiero que le cuente a nadie lo que he descubierto. —Los ojos de la mujer se abrieron como platos, despertando al fin de la apatía—. No vaya a ser que encuentren una forma de remediarlo.

Entonces sí, Evangeline se retorció y forcejeó intentando liberarse. Gritó, pero nadie podía oírla, pues Nilovna tenía el control de las mentes de los que estaban cerca. Tampoco habría grabaciones, ya que Orión se había encargado de inutilizar las cámaras de seguridad.

Sin embargo, ni Nilovna podría mantener su ilusión por mucho tiempo, ni Orión podría seguir luchando contra el sistema de seguridad de Vergel.

—No tenemos tiempo para esto —resopló la mujer. Caminó hasta la doctora que no dejaba de resistirse y rozó su frente—. Duerme —susurró.

Evangeline se desplomó en brazos de Alphax que se la cargó al hombro y siguió a Nilovna fuera de Vergel.

Nadie se percató de su huida, ni siquiera cuando se cruzaron a los guardias a menos de un metro. Nilovna sudaba por el esfuerzo, pero Pax tenía plena confianza en ella.

Cuando sugestionó al vigilante para que les abriera una de las puertas de Vergel y por fin respiraron en aire contaminado e hiriente de las Tierras Perdidas, el agotamiento casi pudo con ella.

—¿Estás bien? —preguntó Pax ofreciéndole apoyo. Estaban tan cerca que pudo ver todas y cada una de las gotas de sudor que recorrían su frente.

Nilovna lo rechazó enderezándose de nuevo.

—Me debes una bien grande —dijo entre jadeos—. Vamos, un camión nos espera tras ese montículo.

Cuando llegaron, la lona que cubría la parte de atrás se levantó y Rego los recibió sonriendo, pero su rostro se tornó serio cuando vio a la doctora.

—No hay tiempo para preguntas —siseó Nilovna—. No tardarán en darse cuenta y será mejor que hayamos puesto distancia.

Se subieron todos y Clowy arrancó sin siquiera saludarlo. Pax podría haberlo achacado a que estaba demasiado concentrada en llevarlos a casa sanos y salvos, pero sabía que Nilovna era la culpable de su cara de malas pulgas.

—¡Por fin! —exclamó Orión soltando el ordenador y estirando los dedos agarrotados después de tanto tiempo tecleando y hackeando el sistema de Vergel—. Me alegro de verte.

Pax lo vio realmente aliviado por su vuelta, aunque volver por fin a Ciudad Sur y poder encerrarse en el subterráneo también podía ser la causa.

Mientras se alejaban, volvió la vista atrás y contempló Vergel empequeñeciéndose en el horizonte. Se preguntaba cuánto tiempo tardaría en desmoronarse ese mundo perfecto o si lograrían prosperar.

¿Serían capaces de abandonar la perfección de su mundo de cristal en pos de una vida de esfuerzo y, por qué no, de dificultades?

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