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Capítulo 4: Sugestión

Su vuelta a Ciudad Sur había sido de todo menos celebrada. El ambiente entre el grupo de mercenarios era tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Clowy no le dirigía la palabra a Pax ni a Orión y, después de haber intentado matar a Nilovna, se había retirado a una esquina donde terminaba de ajustar las tuercas de un dispositivo mientras esperaba a que Mila, que esa mañana hacía las veces de enfermera, le implantara uno de los chips.

El plan era simple: a Alphax, Suria, Clowy, Rego y Nilovna se les implantaría uno de los chips de los soldados asignados a las instalaciones que pretendían asaltar. Y la última de ellos se encargaría de sugestionar tan fuertemente los cerebros cercanos que crearía la ilusión de que ellos eran realmente los soldados cuya identidad pretendían suplantar.

Orión iría con ellos en uno de los camiones que Clowy había reparado y les serviría de centro neurálgico.

El resto de mercenarios permanecería en Ciudad Sur y se encargaría de asegurar el perímetro y proteger la comunidad.

Mila realizó una incisión en el antebrazo de Pax e introdujo con pinzas esterilizadas el chip acoplándolo en las capas superiores de la piel. A continuación cosió la herida y colocó un parche que mantendría los puntos unidos.

Una vez todos tuvieron implantados su chip, repasaron el plan y se aseguraron de que todos habían memorizado sus perfiles y los de los siete plenus. Revisaron las armas de nuevo y, sin nada más que hacer, aguardaron a que se ocultara el sol para ponerse en marcha.

***

El traqueteo del camión sobre el desierto rocoso bamboleaba a sus pasajeros. El silencio reinaba en el interior y Pax se había colocado entre Clowy y Nilovna para intervenir si una quería lanzarse a la yugular de la otra. Orión conducía con Suria como guía.

Tardaron varias horas en llegar y ocultaron el camión tras unas dunas y lo taparon con mantas de arpillera para camuflarlo. Orión entró en la zona de cargamento, abrió un ordenador portátil y conectó una pantalla táctil. Les entregó un aparatoso comunicador a cada uno y les dio unas últimas instrucciones.

Entonces, Nilovna hizo su magia. Cerró los ojos un instante y, cuando los abrió de nuevo, había sustituido sus atuendos desgastados por el uniforme de los soldados de Vergel con su símbolo en la pechera: dos montañas triangulares con el sol sobre ellas y la tierra en forma de media luna. Sus rasgos habían cambiado siendo exactamente iguales a los cinco soldados que los mercenarios habían matado.

—Es increíble —murmuró Suria.

Rápidamente abandonaron el camión y avanzaron hacia las instalaciones. Por fuera parecía un edificio en ruinas, pero era de todo menos eso.

Se detuvieron frente a una enorme compuerta de acero y Pax, que había suplantado la identidad del líder, se aproximó hacia el identificador y pasó su antebrazo. Las puertas se abrieron y, uno a uno, pasaron.

Pax tuvo que reprimir una exclamación de sorpresa al toparse, nada más y nada menos, que Alice Crow aguardándolos.

—Os dábamos por muertos —dijo la mujer cuando formaron frente a ella.

—No, señora, sólo nos retrasamos. Una manada de esas horribles criaturas mutantes nos impidió regresar a tiempo y nuestro transporte quedó destrozado por lo que tuvimos que regresar a pie.

Pax pudo ver la desconfianza en los ojos de Alice por lo que miró de reojo a la mujer rubia que ahora era Nilovna. Ella cerró los ojos y el efecto fue inmediato: la desconfianza desapareció de los ojos gatunos y su expresión se relajó.

—Al menos tendréis los resultados sobre la ciudad a la que os enviamos, ¿verdad? —Pax asintió con firmeza—. Bien, acompañadme al Centro de Mando. La directora del CCAV llegó ayer.

La voz de Orión les informó de todo lo que tenía acerca de la doctora Evangeline y les instó a interrogarla respecto a lo que allí se hacía.

Siguieron a Alice por diversos pasillos acristalados tras los cuáles podían verse los laboratorios. Subieron un par de pisos y entraron en una sala luminosa, amplia y con una gran mesa de reuniones ocupada sólo por una mujer de rasgos orientales, piel inmaculada y pelo negro.

—Es la patrulla que enviamos hace cinco días para confirmar si había sapiens en la ciudad del Sector Sur.

—¿Y bien? —inquirió Evangeline volviéndose hacia Pax.

—No los hay, la ciudad está desierta.

—Es desafortunado. Tendremos que alejarnos más de Vergel para conseguir sujetos hasta identificar el foco de la epidemia...

—Clowy —dijo Pax.

La muchacha se adelantó y noqueó a Alice Crow. Evangeline estaba a punto de gritar, pero Pax se le adelantó:

—Nilovna.

Y la doctora se sentó de nuevo en la silla con la mirada ida.

—Rego, Suria, aseguraos de que nadie entre.

—Mirad —intervino Rego que, en su camino hacia la puerta, había pasado por el gran ventanal. Todos se asomaron y divisaron varias salas en las que los habitantes de las Tierras Perdidas estaban encerrados o siendo sometidos a estudios.

—Interrógala, Nilovna —le ordenó Pax apuntando a Evangeline.

—¿Para qué necesitáis a los sapiens?

—Para descubrir que es lo que ha infectado a nuestros ciudadanos, por supuesto —contestó la doctora fijando su mirada en los ojos magnéticos de Nilovna.

—¿De qué trata esa enfermedad?

Evangeline describió los síntomas junto con sus sospechas de que el agente se había fraguado en las Tierras Perdidas introduciéndose luego en Vergel.

—Es absurdo —siseó Suria con rabia—. ¿No han tenido bastante con abandonarnos en estas tierras muertas?

—Quieta —le advirtió Pax—. ¿Cuántas personas habéis capturado?

—Ciento tres —contestó Evangeline y fue coreada por varias exclamaciones de rabia.

—¿Cuántos soldados hay en estas instalaciones?

—Cincuenta —respondió la doctora con el ceño fruncido.

—Libéralos.

—¿Qué? —exclamó Nilovna.

"¿Te has vuelto loco, Pax?" —oyó a Orión en su comunicador.

—Somos demasiados para ellos. Muchos volverán a ser encerrados, pero el resto tendrán una oportunidad para escapar. Hazlo —le ordenó, esta vez a Nilovna.

La mujer frunció el ceño pero comandó a Evangeline para que fuera hasta el ordenador que controlaba la instalación. La doctora utilizó sus huellas dactilares, su voz y sus retinas para pasar los controles de seguridad y acceder a las salas a sus pies.

—Y cierra los laboratorios y los cuarteles —añadió Nilovna.

La doctora asintió e introdujo los comandos.

—Se están abriendo las puertas —dijo Rego junto al ventanal.

—Nilovna —la llamó de nuevo Pax—, intenta llegar a tantas mentes como puedas. Ínstales a escapar.

—No estoy segura de ser capaz de llegar a tantos —replicó ella molesta.

—Inténtalo, pon a prueba esos nuevos dispositivos que te has implantado.

Nilovna lo fulminó con la mirada, pero se concentró transmitiendo el mensaje.

Fue a penas un instante. Pax vio a Nilovna tambalearse llevándose las manos a la cabeza, entonces, Evangeline abrió los ojos desmesuradamente y realizó un extraño gesto con las manos. Nilovna gritó y se desplomó en brazos del mercenario.

—¿Qué diablos...?

—¡¿Qué habéis hecho?! —gritó Evangeline contemplando las salas abiertas y sus sujetos escapando.

"Ha sido capaz de repeler la sugestión de Nilovna —les habló Orión—. Es científica, sus capacidades cognitivas son muy superiores a la media. Tenéis que salir de ahí."

Se miraron a los ojos y no dudaron. Rego cargó con Nilovna y todos salieron del Centro de Mando a la carrera.

En los pasillos dispararon a varios soldados que les salieron al paso ya que no habían estado en los cuarteles cuando Evangeline los había cerrado. Afortunadamente, eran pocos y lograron deshacerse de ellos sin bajas.

Llegaron al corredor principal que conectaba con la compuerta y pronto se les unieron decenas de prisioneros.

La ilusión había desaparecido en cuanto Nilovna había perdido el conocimiento, sin embargo, ni el más perfecto de los disfraces los habría salvado de los seis soldados que les salieron al paso.

Pax frenó de inmediato y detuvo con una orden al resto. Los seis soldados de élite, los plenus más poderosos de toda la instalación, les cerraban el paso.

Clowy disparó cubriendo al resto que se ocultó tras varias cajas de suministros. Pax miró a su alrededor viendo cómo los plenus arremetían contra la gente que intentaba huir.

—Salid de aquí —les ordenó cargando su arma.

—¿Qué? —exclamaron.

—Rodead este montón de cajas y reuniros con Orión. Yo os cubriré. Haced lo que os digo —siseó antes de que ninguno pudiera articular palabra.

Pax disparó hacia los tubos de luz de la estancia y pronto la oscuridad lo cubrió todo. Sin perder tiempo, activó la visión nocturna de sus gafas y esperó.

—Te dije que tenía un tiempo de reacción lento —le susurró a Clowy que soltó una risa histérica—. Ahora vete.

Los plenus habían dejado de disparar y Pax agradeció que no hubiera ningún familiar de Alice Crow entre ellos. Disparó un par de veces a uno de ellos y cambió de refugio cuando la trayectoria de sus disparos delató su posición. Logró tumbar a dos de ellos e iba a por el tercero cuando alguien se le adelantó.

Era Suria que había decidido ignorar sus órdenes para quedarse a proteger a los sapiens que huían.

Ambos combatieron a los plenus hasta que los cargadores de sus pistolas se agotaron. Entonces, Pax la instó a marcharse mientras él los enfrentaba armado con un cuchillo. Vio las compuertas cerrarse de nuevo dejando atrapados a varios prisioneros. Entonces los plenus que quedaban se echaron sobre él, más fuertes y rápidos.

Lo último que captaron sus retinas antes de perder el sentido, fueron las patrullas que llegaron y se unieron conteniendo a los sapiens que aún trataban de escapar.

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