Capítulo 9. Parte II
Soleys avanzaba con paso decidido, había escogido no mostrar el mínimo temor a sus viejos conocidos. Sabía lo que le esperaría al final del camino, pues no era la primera vez que superaba una de esas pruebas. Pero esta vez todo era diferente: sabía que quien la esperaría al final no sería otra que la mismísima Prístina'dea.
Pero se equivocaba.
Cuando llegó a la sala mayor no había nadie esperándola. Sabía que algo no encajaba, era imposible que no quisieran que volviera, que no hubiera prueba para ella.
-Muy bien, ¿vas a explicarme qué significa esto? -gritó a la nada-. ¡Vamos! ¿Después de todo lo que hicisteis para mantenerme atrapada, ahora vas a dejarme marchar sin más?
De repente, la sala cambió y se convirtió en una especie de calabozo, rodeado de estalactitas y estalagmitas que le daban un aspecto tétrico y lúgubre. Los túneles de salida estaban bloqueados con unos barrotes de metal inmutables y en la pared del fondo, justo a la espalda de Soleys, comenzaron a aparecer un grupo de niñas, sucias y malheridas. Sus largos cabellos estaban enredados y manchados de sangre seca, al igual que su piel, que una vez fue blanca y perfecta, ahora era un lienzo de heridas y cicatrices.
La joven Circulante se horrorizó ante aquella visión que no hacía más que recordarle el pasado sufrido. Una de las niñas se acercó a ella, hasta lo que le permitieron las cadenas que tenía alrededor de sus finas muñecas, sus tobillos e incluso alrededor de su cuello. Más que niñas parecían bestias encadenadas de aquella manera tan excesiva. Soleys se arrodilló de modo que sus rostros quedaron a la misma altura. No recordaba a aquella niña, lo que le hizo sentirse aún peor.
-¿Por qué te fuiste? Llevamos mucho tiempo esperando a que volvieras a por nosotras. -La chiquilla hablaba arrastrando las palabras. Soleys no pudo contener el llanto y la abrazó con fuerza.
-¡Lo siento, pequeña, lo siento muchísimo! Yo... estaba asustada y tenía miedo. Te juro que intenté volver a por vosotras, te lo juro... pero fue imposible.
-¡No te creemos! -dijo la niña soltándose de su abrazo con fuerza, mientras el resto de prisioneras se acercaba a ella, con furia y dolor guardados durante años de cautiverio.
-¡Tenéis que creerme, por favor! Intenté volver, pero ella no me dejó. Me dijo que si lo hacía os mataría a todas. -Soleys continuaba de rodillas en el suelo, derrotada.
-Nos abandonaste y sabías lo que íbamos a pasar, ¡lo mismo que sufriste tú! Y aun así te marchaste como una cobarde. Nunca deberías haber vuelto.
Dicho esto, las niñas retrocedieron hacia la pared, seguidas del tintineo de las cadenas.
-¡No! -gritó Soleys-. ¡Os juro que volví, os juro que intenté hacer todo lo que estuvo en mis manos! -Las lágrimas salían de sus ojos sin medida, como si llevaran siglos retenidas tras un antifaz de falsa alegría.
Del otro lado de la cueva surgieron unas cadenas exactamente iguales a las que llevaban las niñas y se amarraron en torno sus extremidades y cuello, asfixiándola. Intentó gritar y acercarse a las otras presas, pero las cadenas la arrastraban hacia el lado opuesto de la cueva, y la que tenía alrededor del cuello le impedía emitir sonido alguno. Cuando llegó al fondo de la cueva sintió el frío y húmedo aliento de la roca en la espalda, tan familiar, tan idéntico al pasado. Ahora no había más que sufrimiento. Había luchado tanto por su libertad, por encontrar la felicidad, había sacrificado tanto... y total, ¿para qué? Ahí estaba, otra vez en su misma prisión; un poco más adulta, pero igual de inútil e inservible que en el pasado.
-Mírate -volvió a decir la misma niña desde la distancia-, no has cambiado nada. Sigues siendo la misma niña pequeña asustada que un día, por azar del destino, consiguió escapar. -Soleys continuaba sollozando en la esquina-. Sí, lo único que puedes hacer en este momento es llorar, pues esta vez no habrá nadie que te ayude a escapar. No cuentes con nosotras, ya nos abandonaste una vez y sabemos que lo volverías a hacer. No eres más que una sucia egoísta y traidora.
Las niñas se desvanecieron en el aire y Soleys se quedó abandonada y destrozada en el suelo, rota por dentro, como una muñeca de trapo sin corazón ni alma. Esta vez la habían vencido y sus peores temores no habían tenido comparación con lo que sentía en aquel momento. Pero entonces otra niña apareció ante ella, con más heridas que las anteriores, más pequeña que ninguna, y con los cabellos de plata manchados de sangre.
-No llores, Soleys. Aún estoy aquí, contigo -dijo con voz dulce.
-¿Qué...? ¿Quién...?
-¿Ya no me reconoces? Soy tú cuando aún éramos un juguete roto, no te he abandonado en ningún momento desde que salimos de esta prisión. Pero míranos ahora, hemos crecido y somos fuertes y grandes como deseábamos ser. Ahora levántate del suelo y no dejes que nos derroten, porque juramos que nunca lo permitiríamos, ¿recuerdas?
-Mírame -ordenó Soleys abriendo los brazos, para que viera que las cadenas habían vuelto a ajustarse a su piel, como si no la hubieran olvidado-. He vuelto al mismo lugar y no he sido capaz de conseguir nada en absoluto. Soy un fracaso.
-No lo eres. Conseguiste salir con vida de donde nadie lo había logrado antes, y solo eras una niña. -Mientras la pequeña hablaba, Soleys continuaba en un estado de sopor del que ninguna palabra lograba sacarle.
-Prometí volver a por ellas. -Señaló al lugar donde antes habían estado las niñas de su visión-. Pero no lo hice, no salvé a ninguna. Entonces, ¿de qué sirvió que lograra salir de aquí? -dijo, gritándole a la pequeña que tenía ante sus ojos.
-Sí que conseguiste salvar a una de ellas... a mí.
Soleys se quedó sin palabras, nunca lo había mirado por ese lado. Era cierto que si ella no hubiera huido de allí habría muerto con el resto de las niñas, pero no debía haber sido ella.
-No tenía que haber sido yo, debí haber sacado de aquí a otra de las prisioneras. -Ahora lloraba con más fuerza.
-No lo habrían conseguido. Sabes que habrían muerto en el camino y, aunque hubieran conseguido salir de la Colmena, no habrían conseguido superar el desierto como hiciste tú. Hicimos lo que tuvimos que hacer, no había otra manera posible. Solo tú y yo podíamos escapar.
-Pero sufrieron demasiado en este lugar, mientras yo tenía una vida fuera de aquí, un hogar con los Circulantes. Fui feliz, mientras ellas... -Su voz sonó ahogada.
-No te culpes, todo fue necesario para que pudiéramos llegar hasta aquí, fuertes y con un gran poder en nuestro interior. -La niña se acercó y le colocó la mano en el pecho-. Has luchado mucho toda tu vida, Soleys, pero la lucha no termina aquí, me temo. Ahora has de ser aún más fuerte y continuar tu camino. Yo siempre estaré contigo, pues prometí cuidar de ti. No es momento de venganza aún, pero llegará pronto.
Al tacto de la niña, Soleys sintió una calidez interna que le recorría el espíritu, infundiéndole un valor que creía muerto. Y el cansancio que arrastraba desde que huyó de su prisión se fue apagando poco a poco mientras el peso de su espalda se aliviaba.
Abrió los ojos y descubrió que las cadenas que la apresaban se habían convertido en hilos de cristal. Con un simple movimiento para ponerse en pie se rompieron en mil pedazos, que a su vez se convirtieron en un fino polvo que voló a través de la cueva.
-Pero ¿cómo es posible que tú estés aquí? Se supone que las visiones son para derrotarnos, no para darnos fuerzas.
-Estoy aquí porque nosotras somos más fuertes que todo lo demás. Soy una ilusión, pero no de la Prístina'dea, sino tuya propia. Formo parte de ti.
-Y mi venganza, ¿cuándo llegará?
-Como ya te he dicho, llegará pronto, pero no de nuestra mano.
-¿Y qué he de hacer ahora? Estoy perdida, si ya no tengo que llevar a cabo mi venganza no tengo destino -dijo Soleys entristecida. Llevaba tanto tiempo pensando en esto que ya no había nada más en su interior.
-Continúa este camino y no abandones a tus compañeros, que ahora te necesitan más que nunca. Aún te queda tiempo, Soleys. Vive.
Soleys se sentía con más fuerza que nunca. Sus pesos habían desaparecido, ahora no cargaba con nada más que su propia alma, pero antes de continuar se giró hacia su propia visión.
-Hicimos los que debíamos, ¿verdad? -preguntó a su yo infantil.
-Sabes que no tuviste otro remedio: éramos nosotras o ninguna. Ellas te quisieron hasta su último suspiro, Soleys. Nunca te olvidaron, ni sintieron rencor hacia ti.
Al fin lo comprendió todo. Al lado de su yo infantil aparecieron las demás niñas, ahora liberadas de sus cadenas, limpias y bonitas como nunca las había visto. Ahora sí que eran libres. Ella asintió con la cabeza hacia su pasado y las niñas le devolvieron el gesto de asentimiento. Entonces supo que había llegado el momento de continuar adelante y ver qué le depararía el destino ahora que la venganza no era su elección.
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