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Capítulo 41

El joven avanzaba con paso firme, era cierto que el ambiente era extraño y notaba como si mil ojos lo estuvieran observando, pero no tenía tiempo para esas tonterías. Además, la mochila de explosivos pesaba bastante, y tener un saco lleno de cosas que te podrían hacer saltar por los aires en cualquier momento no era algo muy agradable.

Ya llevaba bastante tiempo caminando, lo sabía porque notaba el cansancio ya que a su alrededor todo era igual. Las paredes eran las mismas, la niebla que lo rodeaba no cesaba en ningún momento y las bifurcaciones se iban sucediendo una detrás de otra sin sentido. Solo podía esperar que la suerte lo llevara a buen puerto, o que Canela lo encontrara pronto y lo trasladara a las puertas que tendría que hacer explotar.

Se detuvo un instante a coger aire, soltó la bolsa en el suelo y apoyó la espalda contra la pared. Estaba agotado, no podía andar más con tanto peso a la espalda.

De pronto, una figura apareció en el camino, pero era incapaz de diferenciar qué o quién era.

—¿Hola? ¿Quién anda ahí? —susurró, para luego arrepentirse. Si se trataba de una amenaza le había dicho dónde podía encontrarlo.

La otra persona caminaba justo en la dirección contraria, así que Lienne volvió a cargarse la mochila a la espalda y trató de seguir a la sombra desde lejos. Cuando llegó adonde se supone que debía estar, ya había desaparecido. El joven de Olusha empezaba a pensar que su mente le estaba jugando una mala pasada; Anders le había contado que el laberinto trataría de volverlo loco, que debía permanecer sereno en todo momento o no habría oportunidad de salir.

Así que se detuvo, cerró los ojos y respiró hondo para serenarse.

Aunque al abrirlos lo que vio no fue serenidad; a su alrededor todo estaba ardiendo y ni siquiera estaba en el laberinto sino en su ciudad, volvía a estar en Olusha. Y seguía ardiendo.

—No puede ser —se dijo a sí mismo.

A pesar de ello, el fuego era tan real que incluso podía sentir el calor a su alrededor. Miró en todas direcciones y del interior de la casa empezaron a aparecer personas ardiendo, gente que conocía... sus amigos. Todos corrían hacia él con el cuerpo en llamas y suplicándole ayuda. Al intentar huir de uno de ellos, que se arrastraba por el suelo tratando de sujetarle las piernas, otro lo agarró por la espalda y comenzó a sacudirlo con fuerza.

—¿Por qué no nos salvaste? ¡Eras nuestro protector!

—¡Lo intenté! —dijo Lienne entre sollozos—. ¡Juro que lo intenté!

—¡Mientes! —dijo un niño, que ardía de mitad del cuerpo hacia abajo.

El señor de Olusha cayó al suelo por los constantes zarandeos a los que estaba siendo sometido y cuando volvió a mirar hacia arriba, estaba rodeado de gente que ardía.

—Todo fue culpa tuya, tú los dejaste entrar —decían a coro las voces.

—¡No! Yo lo hice para salvarnos, ellos me traicionaron. ¡Lo juro!

Y los hombres ardientes se fueron acercando más y más al joven que suplicaba su perdón desde el suelo, y los gritos de Lienne resonaron en el laberinto.

De pronto, una mano iluminada surgió de entre los hombres ardientes y el joven se aferró a ella, haciendo que su pesadilla desapareciera. Seguían en Olusha, pero ya no había fuego, todo era como antes. Y Nym estaba junto a él.

—¡Aún estás viva! Todavía podemos salvarte —dijo Lienne al verla.

—Lienne, estoy en mis últimos momentos. He utilizado las pocas fuerzas que me quedan para comunicarme contigo y pedirte que te marches de este lugar. Áthero va a volver a la vida y los primeros en morir seréis vosotros. Márchate y llévate a los demás contigo, puede que si os escondéis sobreviváis un tiempo.

—No, hemos venido a salvarte y lo vamos a hacer. Además, tenemos un plan por si todo sale mal, impedirá que el mago vuelva.

—¿Qué?

—No te preocupes, es cosa nuestra. ¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó refiriéndose a lo que le había pasado.

—Este lugar está lleno de espíritus atormentados que se aprovechan de los miedos de las personas para hacerles sufrir. Está claro que utilizaron tu sentimiento de culpabilidad para atacarte.

—Ha sido... perverso —soltó aún con el miedo en el cuerpo—. ¿Tú podrías guiarme hasta la entrada?

—Intentaré marcarte el camino, pero estoy muy débil y no sé si...

Y tan pronto como había aparecido, se marchó. Volvía a estar en medio del laberinto y no había ni rastro de los hombres quemados, pero tampoco de Nym, así que tendría que apañárselas solo para continuar.

Lienne empezó a caminar de nuevo y una línea blanca brillante apareció ante él indicándole hacia dónde debía girar en la siguiente intersección.

Nym lo había conseguido. Ahora el camino hacia la entrada al mausoleo era pan comido.

Era como si hubiese vuelto al pasado. Las voces suplicantes que, siendo un muchacho, le habían atormentado pidiéndole ayuda volvían a estar presentes. Con cada paso del bardo, más crecían los susurros en su mente. Pero esta vez estaba preparado, esta vez no tenía miedo, así que continuó avanzando.

Al contrario que Lienne, Anders había utilizado la lógica para avanzar, suponía que la entrada al mausoleo debía de estar en la parte central del mismo, así que en cuanto tenía una bifurcación que se dirigiera hacia el centro, la tomaba. Pero las cosas no eran tan fáciles, porque al pasar el tiempo empezó a perder el sentido de la orientación y ya no sabía hacia dónde estaba la salida y hacia dónde estaba el centro del laberinto.

El muchacho se imaginaba dando vueltas en una espiral de desesperación, viendo a sus amigos llegando a la entrada y enfrentándose solos a los atherontes mientras él seguía girando y girando en el laberinto. Con esta imagen en la mente, llegó a una curva y al tomarla se topó de frente con una pared.

—Lo que me faltaba, camino cerrado —masculló para sí mismo.

Suspiró ruidosamente y se giró para retomar el anterior camino. Avanzó unos pasos y al volver al pasillo recto en el que se había encontrado antes, halló compañía. Eran dos encapuchados oscuros que permanecieron parados cuando vieron aparecer al chico, lo que hizo que Anders pensara que era su mente de nuevo tratando de engañarlo. Pero entonces, uno de ellos movió los brazos provocando un poderoso ataque de viento que le hizo chocar contra la pared del fondo del pasillo.

Anders maldijo a aquellos hombres para sus adentros, al tratar de moverse mientras el viento le azotaba el cuerpo. Cuando el aire cesó, entre las carcajadas de sus enemigos, el joven bardo se

arrojó a la protección de la esquina, donde los ataques mágicos no le llegarían. Recuperó la respiración y tosió ruidosamente, los ojos le escocían por toda la tierra que el viento había levantado.

—Vamos, humano —dijo el Evocador de Viento—. ¿Es esto todo lo que sabes hacer? El otro le siguió con risas.

Tenía que hacer algo, pero no sabía qué. Podía utilizar a los espíritus, pero aún no conocía cómo funcionaba el vínculo entre ellos, hasta ahora se habían manifestado por su propia voluntad y Anders no había hecho nada. Podía invocar a Soleys, ella lo ayudaría en cualquier situación, al contrario que Koreg del que todavía desconocía sus intenciones.

Anders hizo sonar la enorme caracola que le había dado Soleys y emitió un sonido muy extraño, casi imperceptible. De pronto surgió un charco de agua ante sus ojos y se elevó formando la figura de una mujer de agua transparente.

—Tienes que ayudarme, me atacan dos atherontes —suplicó Anders.

—Tus deseos son órdenes para mí, Anders —dijo la mujer de agua.

Y Soleys lanzó una enorme ola que se originó en la pared de la nada y recorrió todo el pasillo, llevándose por delante a los atacantes, o eso pensaba Anders. Cuando se puso en pie y se asomó para ver lo que ocurría, la ola había sido contenida por los dos Evocadores que habían originado una potente ráfaga de viento conjunta que impedía que avanzara.

—Son muy poderosos, nadie hasta ahora había podido detener mi poder. Pero tranquilo, sus fuerzas irán mermando y entonces la ola los devorará.

—¿Y tú podrás aguantar hasta entonces? —preguntó Anders al ver que el cuerpo, ahora sólido, de la mujer estaba tembloroso.

—Eso espero, no pensé que los guerreros de Áthero se hubieran vuelto tan poderosos en tan poco tiempo. Intentaré empujarlos para darte una vía de escape, tienes que estar preparado —dijo ella mientras caminaba hacia los atacantes.

El agua de la Dama de hielo empujaba con más fuerza, pero aun así no era suficiente para movilizar a los atherontes que permanecían en el mismo lugar, quizá con algo más de dificultad. Anders aún tenía esperanzas y se preparó para salir huyendo, entonces apareció un tercer encapuchado que también se concentró sobre la barrera de agua que había enviado Soleys.

Este último no era un Evocador de Aire, sino de Agua y manipuló la barrera de Soleys que se encontraba desprevenida en su maniobra de empuje. La ola regresó hacia su creadora y la empotró en la misma pared donde había estado Anders antes.

La mujer volvió a convertir su cuerpo en agua para unificarse con el impacto.

—Lo siento, Anders —susurró en el aire al evaporarse.

Y entonces, Anders se sintió débil y las piernas le temblaron. Eso era algo que desconocía, el invocar a un espíritu a placer tenía su consecuencia y lo había dejado completamente frágil. El muchacho cogió el cuerno de Koreg y se planteó llamarlo, pero de ser así... ¿Qué le ocurriría a él?
—No lo hagas, Anders —volvió a susurrar Soleys en su mente—, o te debilitarás y morirás. No tenía otra opción que luchar, los encapuchados continuaban provocándole y burlándose,

así que Anders sacó su arma y cogió una de las botellitas que le había dado Lienne. Salió corriendo de su esquina protectora y arrojó la botellita a los pies de sus atacantes, a quienes pilló desprevenidos. La explosión no fue demasiado grande, pero levantó un muro de humo que les impidió ver y Anders aprovechó para atacar.

Consiguió llegar hasta uno de los Evocadores de Aire y lo apuñaló por la espalda a la altura del pecho para luego, mientras este caía de rodillas, rebanarle el cuello. El otro Evocador de Aire, con un movimiento rápido, logró eliminar la cortina de humo y dejar a Anders al descubierto. El bardo se abalanzó sobre él, pero el Evocador de Agua ya había lanzado una potente bola que lo absorbió en su interior, como le había ocurrido a Alérigan en su enfrentamiento contra Ethelhar.

Anders empezó a agitarse al notar la falta de aire, era una prisión de agua de la que no había forma de escapar. Al poco tiempo, las convulsiones en busca de aire se detuvieron.

—El Sumo Sacerdote se alegrará de esto —dijo el Evocador de Aire caminando hacia su prisionero.

—Será mejor que lo llevemos al interior del Mausoleo.

El atheronte creó una burbuja que recubría la cabeza de Anders proporcionándole aire para que respirara bajo el agua. Y los tres desaparecieron en medio de la nada.

Kindu y su hijo se habían alejado del grupo para continuar hablando. Cuando Bilef dijo que era el niño que él había abandonado años atrás, Kindu permaneció parado sin decir nada, pero cuando reaccionó se arrodilló en el suelo y abrazó al muchacho entre lágrimas y las únicas palabras que fue capaz de decir fueron: «Lo siento». Aún se sentía culpable por haber tenido que dejarlo atrás.

—Entiendo que tuvieras que marcharte, Glerath me lo explicó todo —le dijo Bilef después de que él se disculpara por décimo novena vez—. No quiero reclamarte nada, solo me gustaría aprovechar el tiempo que puedan darnos para estar juntos.

Kindu no cabía en sí de gozo, no esperaba que su hijo fuera tan comprensivo.

—Claro que recuperaremos el tiempo perdido, pero antes me gustaría contarte una cosa. Cuando me fui a Shanarim, con el paso de los años volví a enamorarme y me casé. —Kindu se avergonzaba de haberle fallado a su difunta esposa. Pensaba que, enamorándose de nuevo, la había deshonrado.

—Formaste otra familia...

—Lo siento, Bilef. Me enamoré de ella y tuvimos una hija, nunca pensé que podría volver a ser feliz tras perder a tu madre, pero ellas me hicieron recuperar la sonrisa por un tiempo. —El gigantesco hombre se entristeció.

—¿Qué quieres decir con un tiempo?

—Murieron por una infección. —Prefirió ahorrarle los detalles de la vida que había llevado con los Circulantes.

—L-Lo siento, Kindu.

—Olvídate de eso, fueron tiempos pasados. Ahora tenemos una batalla por delante y además he encontrado a mi hijo. —Kindu se levantó y se colocó a Cercenadora a la espalda—. Creo que será mejor que Sefiir y yo entremos en el mausoleo.

—Si Sefiir muere, ¿tú morirás también?

—Es así como va esto, muchacho, pero no podemos vivir eternamente. Si hoy es nuestro día, que así sea. Estoy preparado para ser recibido por la Madre. —Kindu le estrechó la mano con fuerza—. Volvamos con los demás.

Caminaron hacia la entrada del laberinto donde el resto del grupo permanecía con la mirada clavada en ellos. Cuando estuvieron a su altura, Kindu le pasó el brazo por encima a Bilef y lo apretó con fuerza hacia su cintura, que era prácticamente por donde llegaba el muchacho.

—Es un gran chico, Sefiir.

El lia'harel sonrió, sabía que la felicidad de Kindu era más grande de lo que demostraba.

—Es un honor conocer al hijo de mi hermano. Bilef, has heredado la valentía de tu padre, no todo el mundo es capaz de cuestionar a un hombre de estas dimensiones. —Sefiir se echó a reír.

—Creo que deberíamos entrar en el laberinto —dijo Kindu recuperando la seriedad.

—Sí, será lo mejor. Vosotros permaneced a la espera, es importante que cubráis la retaguardia. No sabemos por dónde saldrán los atherontes.

—De acuerdo, pero tened cuidado —les imploró Bilef—. Recuerda, padre, que tenemos mucho de lo que hablar.

—No te preocupes, chaval. Volveré lo antes posible.

Justo cuando estaban a punto de entrar, Sefiir sintió algo que le golpeó la mente como una maza y cayó hacia detrás. Tan pronto como Kindu se giró para ver si su hermano de sangre estaba bien, sufrió el mismo impacto y los dos cayeron al suelo.

—¿Qué está pasando? —Bilef se tiró al suelo al lado de su padre, que se contraía de dolor.

—Y-ya está aquí... —dijo Sefiir con una voz que no era la suya.


Ishalta avanzaba insegura, los caminos se le entrecruzaban, no tenía la menor idea de dónde estaba ni de cuánto tiempo llevaba andando. Lo que sí sabía era que una figura encapuchada llevaba bastante tiempo siguiéndola, pero no parecía decidirse a actuar, así que la muchacha permanecía a la espera, así podría aprovechar el factor sorpresa para el contraataque.
Pero el ataque no llegaba y comenzaba a hartarse de esperarlo. ¿Qué pretendía ese hombre?, pensaba la muchacha, cuanto más tiempo permaneciera tras su rastro más probabilidades tenía de ser descubierto. Así que, llegando al límite de su paciencia, Ishalta se giró de pronto con su vara desenvainada. Pero no había nada al otro lado, podía estar volviéndose loca, como les había explicado Anders, aunque creía haber oído y sentido los pasos. Esperaba no haber perdido la razón tan pronto.

Suspiró y decidió que lo mejor era seguir avanzando, a lo mejor Canela la encontraba pronto para llevarla a la entrada. Cuando se giró para continuar el camino, el encapuchado había vuelto a aparecer, esta vez frente a ella.

—Menos mal, pensaba que me estaba volviendo tarumba —soltó Ishalta—. Supongo que querrás pelear, así que adelante, no tengo nada que perder y llevo mucho tiempo aquí dentro.

Ishalta flexionó las piernas e hizo girar su vara en la mano derecha, colocándola delante de ella en horizontal.

—Eres tal y como había imaginado, Ishalta —dijo una voz de mujer.

—¿Cómo sabes mi nombre?

La encapuchada se quitó la capa y mostró un hermoso rostro lia'harel y un largo cabello negro.

—Mi nombre es Büsharia y soy tu madre —dijo con una voz armoniosa y embaucadora.

—¿Q-qué? —Ishalta no podía creérselo, podía ser un engaño del laberinto que trataba de aprovecharse de sus debilidades. Y su mayor debilidad era su madre—. Ya sé lo que intentas y no te creo. Bien jugado, maldito laberinto, pero a mí no me engañas.

—No te engaño, niña. He venido a buscarte.

—Claro, claro. Y luego nos iremos felices a vivir a Eluum. ¡Basta de tonterías!
Ishalta corrió hacia ella con la vara en ristre. Justo cuando estaba a la altura de Büsharia saltó y trató de descargar un tajo aprovechando la fuerza del impulso, pero antes de que pudiera alcanzar a la mujer esta utilizó una proyección que la golpeó de lleno. Ishalta recorrió varios metros por el impacto arrastrándose por el suelo.

—No quería hacerlo, pero tú me has obligado. Dime lo que tengo que hacer para demostrarte que soy tu madre.

Büsharia avanzó hacia donde se encontraba Ishalta tirada en el suelo y se puso de rodillas. Ishalta trató de incorporarse, pero sentía una fuerza que la empujaba hacia el suelo, no le provocaba dolor, pero le impedía moverse.

—Es mejor así —dijo la mujer—, evitaremos que te hagas más daño innecesario. Dime lo que tengo que hacer.

—Mi madre tenía una habilidad especial entre los lia'harel que yo heredé, somos las únicas que podemos utilizarlo —dijo Ishalta hablando con dificultad.

—Sí, tu madre es la única capaz de transformar su propia imagen a placer. —Ishalta asintió y entonces la mujer adoptó la imagen perfecta de su hija e incluso habló con su voz—. ¿Así?

La muchacha se quedó boquiabierta ante su propia imagen, dudaba mucho de que los fantasmas del interior del laberinto fueran capaces de hacer eso, así que tenía que ser su madre.

—Si eres mi madre —soltó aún desconfiada—, ¿por qué me abandonaste?

—Porque me tuve que marchar a un sitio horrible en el que no te habría gustado estar.

La mujer recuperó de nuevo su forma anterior y se levantó del suelo, dándole la espalda a su hija.
—Tuve que buscar una forma de subsistir cuando los lia'harel me negaron el regreso a Eluum, así que me uní a los atherontes.

—¿Estás con los atherontes? —Ishalta se levantó del suelo ahora que su madre había retirado la inmovilización—. Por eso estás aquí, tú quieres traer a Áthero.

—Escúchame, hija. Él es el único que puede devolvernos lo que nos pertenece. Desde que lo encerraron, los lia'harel nos convertimos en nada, no teníamos habilidades mágicas ni fuerza. Incluso la Purpúrea se está llevando a los pocos que quedan en pie. ―Suspiró―. No lo entiendes, él nos puede devolver la fuerza.

—¡Pero destruyó el mundo! —le gritó Ishalta sin darse cuenta de dónde estaba.

—Para traernos un mundo mejor, pequeña. Vente conmigo y volveremos a ser una familia. La mujer la abrazó con fuerza e Ishalta se sintió querida por una vez en su vida, así que le

devolvió el abrazo. Pero entonces, una mano le atravesó el pecho y le apretó el corazón. Se quedó sin aire, el dolor era horrible. Le dirigió la mirada a su madre con el rostro contraído y vio cómo esta volvía a adoptar la forma de Ishalta.

—Pobrecita Ishalta, que nunca tuvo una madre que le enseñara que no se debe confiar en los extraños.

Cuando sacó la mano del interior de su cuerpo, el corazón de Ishalta ya se había detenido y su cuerpo cayó al suelo como un tronco cortado en medio del bosque.

La nueva Ishalta sonrió con crueldad y se dirigió a la entrada del mausoleo.
Canela se había detenido en el primer camino recto que encontraban en mucho tiempo, ya estaban hartos de tantas curvas. Pero el fanghor se había parado por otra razón, había una fuerza que le impedía continuar avanzando, así que se sentó y esperó a que Alérigan llegara hasta el punto.
—¿Qué pasa, Canela? —preguntó.

Entonces, el muchacho sintió la fuerza que les impedía el paso. Cogió una mano y trató de atravesar el campo, pero no había forma.

—¿Qué significa esto? —Este golpeó con ira el campo de fuerza, pero no se inmutó y permaneció en el mismo lugar.

—Significa que debes volver al exterior, Alérigan —dijo una voz de mujer desde el otro lado.

—Sabía que no me dejarías llevar a cabo mi plan. Te agradezco todo lo que has hecho por mí hasta ahora, pero esto es lo que tengo que hacer y no me lo vas a impedir.

—Por favor, escúchame por una vez —imploró la Dama del manantial—, tienes que irte de aquí. Ya es demasiado tarde para Lyriniah, su vida ya está expirando de su cuerpo y el Mago Oscuro va a ser libre. Es mejor que tus amigos y tú estéis lejos antes de que eso suceda.

—No puedo dejarla sin ni siquiera intentarlo, ya sé que será inútil, pero... —Alérigan se detuvo—, pero prefiero morir habiendo intentado algo que vivir el resto de mi vida arrepintiéndome de haberla abandonado en este horrible lugar. Solo espero poder llegar a tiempo de verla una última vez... a tiempo para morir a su lado.

Se arrojó al suelo, estaba acabado y tenía tanto miedo como el resto de compañeros, pero había tomado una decisión y no iba a arrepentirse. Esta vez no derramó ni una sola lágrima, solo permaneció a la espera.

—Te dije que no utilizaras el amuleto a menos que fuera una última opción, muchacho.
—Lo sé, pero no había más opciones para mí. He vivido en un mundo de sombras toda mi vida, esto no es diferente.

La Dama sintió como si estuviera viviendo en el pasado. Hacía muchos años había tenido una conversación similar a esa con otro muchacho atormentado y, por su propia ceguera, no había visto lo que estaba por venir. Era el momento de que dejara ir a Alérigan, no volvería a cometer el mismo error.

—Ve, muchacho y haz lo que deseas hacer. Yo no te lo impediré —dijo, y la barrera mágica desapareció—. Además, guiaré a tu fanghor hacia la entrada del mausoleo.

—Gracias por entenderme, señora.

—Por favor, Alérigan. Llámame Cihe.

Entonces, Alérigan se subió sobre el lomo de Canela y esta cabalgó por los caminos hilados del laberinto mientras veía en su cabeza claramente el camino, como si lo hubiese recorrido mil veces.

—Si hay alguien que puede impedir su regreso, ese eres tú...

Esas últimas palabras persiguieron el rastro que dejó la cabalgada de Canela, pero nunca llegaron a alcanzarla.

Cuando el fanghor le mostró lo que veían sus ojos, el miedo volvió a estremecerlo. Las grandes puertas de mármol del mausoleo estaban abiertas y el único que había llegado era Lienne que estaba uniendo varias botellitas de cristal alrededor de las puertas, muy concentrado en su labor.

—Menos mal —dijo el joven—, ya empezaba a preocuparme.
—¿No ha llegado nadie? —preguntó Alérigan mientras se bajaba del animal.

—No, al menos que yo haya visto y llevo bastante tiempo aquí, ya lo tengo casi listo.

—Bien. —Alérigan miró a Canela—. Ahora es tu momento, tienes que ir a buscar a Anders e Ishalta y guiarlos hasta la salida, para luego venir a por Lienne.

El animal lo golpeó con la cabeza y Alérigan le rodeó el enorme cuello con los brazos, entendiendo el dilema que suponía ese momento para ella.

—Tranquila —le susurró su jinete—, puedes salvar tres vidas en lugar de una. Es la mejor opción. Además, necesito que alguien cuide de Anders cuando yo no esté y ese trabajo te tocará a ti. No dejes que se quede aquí. Llévalo a Shanarim y mantenlo a salvo.

Canela permaneció largo tiempo con su enorme cabeza apoyada, casi sin rozar la piel herida del hombro de Alérigan. Lienne los observaba y, sin darse cuenta, una lágrima le rodó por la mejilla. Nunca pensó que Alérigan fuera a hacer algo así por el mundo. Sin duda, era un gran hombre, el más grande de todos. Al final Anders tenía razón cuando relataba las aventuras de Alérigan el Grande.

—Ahora vete, podrían estar en peligro.

Y con esa orden, el fanghor corrió en dirección al laberinto de nuevo. Era mejor no pensárselo o no lo haría nunca.

—Ya sabes lo que tienes que hacer, Lienne —dijo, volviéndose hacia el señor de Olusha—. Dame algo de tiempo para que pueda aventurarme en el mausoleo y luego haz que salte por los aires.

—¡Cuenta con ello! —Lienne se acercó al chico y le estrechó la mano con energía—. Ha sido un placer conocerte, muchacho. Fuiste un gran guardaespaldas.

Alérigan esbozó una sonrisa.

Cuando se soltaron, se introdujo en la boca de la edificación. Justo cuando lo había absorbido la sombra, se giró.

—Por cierto, Lienne —dijo ahora que no podía verlo—. Eres un gran hombre, podrías ser un gran líder para la humanidad.

Y la voz se perdió en el interior de las escaleras que descendían a la tumba. Lienne sonrió para sí mismo. Sí que podría ser un gran líder.

Continuó colocando las botellitas alrededor de la puerta.


Cuando se desprendió el armazón de madera que rodeaba el núcleo de la Tierra, Ethelhar contuvo la respiración. Allí estaba, el hombre que casi consiguió acabar con la raza humana casi por completo, y no parecía más que un muchacho inocente de cabello oscuro y piel blanquecina. Pero fue entonces cuando el Evocador se dio cuenta de que algo fallaba en la situación: Dahyn no estaba atrapado en el interior con Áthero, como habían descrito aquellos que vivieron ese momento.

El Sumo Sacerdote permanecía con los ojos cerrados y centrado en sus rezos, mientras Nym ya había perdido el conocimiento y estaba tumbada en el suelo, rodeada de un aura rojiza que iba de su cuerpo a la prisión de Áthero.

—Señor —dijo Ethelhar en voz muy baja—, el cuerpo de Dahyn no está en la prisión.

—¡Olvídate de ese idiota y céntrate en protegernos!

El Sumo Sacerdote había perdido la concentración por un momento y el aura desapareció. Fue en ese momento que Nym aprovechó para buscar por el laberinto y comunicarse con alguien, el primero que encontró fue Lienne y utilizó su poca energía para indicarle el camino al lugar.
En cuanto el Sumo Sacerdote continuó con el ritual, la joven perdió el conocimiento por completo y se dejó llevar a un mundo de profunda oscuridad.

Ethelhar decidió olvidarse de Dahyn por el momento e invocó su poderoso fuego que rodeó el lugar como si tuviera vida propia.

«Ya puedes venir, muchacho. Mis llamas te esperan», pensaba para sí.


Ya estaba todo preparado, ahora Lienne solo tendría que alejarse lo suficiente y lanzar la última botella que tenía en la mano hacia las que había acumulado en las puertas y ya todo habría acabado.
Y Alérigan quedaría atrapado para siempre bajo las ruinas.

El joven empezó a alejarse, pero la inseguridad se apoderó de él, sería el responsable de la muerte de Alérigan y de Nym, o al menos él lo sentiría así.

Entonces, Ishalta apareció por uno de los caminos del laberinto, andaba encorvada y se sujetaba un costado, probablemente ella también habría tenido que pelear contra los espíritus de ese extraño lugar.

—¿Estás bien, Ishalta? —le preguntó.

—Sí, solo he tenido que combatir con unos tipos encapuchados, pero estoy bien.

—Qué raro, Canela salió hace bastante tiempo en vuestra búsqueda. —Era cierto que el fanghor llevaba un rato fuera y no había ni rastro de Anders ni de ella.

—¿Quién falta por llegar? —preguntó Ishalta, cambiando de tema.

—Solamente Anders, Alérigan acaba de bajar hacia la tumba.
—¿Y nosotros no entramos?

—Claro que no, el plan era que solo entraba Alérigan y yo hacía explotar todo esto, ¿no te acuerdas? —ahora Lienne comenzaba a desconfiar, podría ser otro espíritu como los anteriores.

—Sí, solo lo decía porque no estoy muy convencida del plan —soltó Ishalta.

—Contéstame a una pregunta: ¿cómo se llama la mejor posada de Olusha?

—¿A qué viene esto, Lienne? —preguntó riéndose Ishalta—. Supongo que te refieres al Tiburón Tuerto, pero yo no la consideraría la mejor ni en broma.

—Perdóname, es que me han atacado un montón de espíritus y creo que aún estoy un poco afectado por todo esto. Ni siquiera me siento capaz de terminar con el plan.

—Tranquilo, es normal. Todo saldrá bien.

Canela apareció justo detrás de Lienne y se colocó entre Ishalta y él, gruñendo con agresividad.

—¿Qué te pasa? —le preguntó el señor de Olusha.

Fue entonces cuando se acordó de una vieja amiga que tenía una habilidad especial que le permitía adoptar la forma de otras personas y que, además, estaba metida en asuntos turbios con los atherontes.

—¡Sabía que no podía confiar en ti, maldita Büsharia!

Entonces, la mujer rompió a reír y recuperó la forma que Lienne conocía de ella, la hermosa lia'harel que lo había conquistado siendo un muchacho.

—No me decías lo mismo cuando estábamos en la cama, viejo amigo.

—¡Me traicionaste! Me prometiste que nadie sufriría si los dejaba entrar y mi ciudad terminó calcinada. —Lienne desenvainó su estoque—. Haré que te arrepientas de todo lo que me has hecho, de todos tus malditos engaños, sucia ramera.

La mujer salió huyendo entre sonoras carcajadas y Lienne corrió tras ella, pero Canela se abalanzó sobre él y lo detuvo empujándolo hacia el suelo. El joven pensó que el animal también lo estaba traicionando y se agitó bajo su gigantesco cuerpo, pero entonces ella lo inmovilizó por completo y lo miró. Le mostró a él mismo corriendo tras la mujer, que lo llevaba a una trampa donde varios encapuchados lo esperaban.

—Perdóname, Canela, es una vieja rencilla. ¡Pero ahora tenemos una misión! —le dijo al animal, que se apartó de encima.

Se dirigió hacia la puerta y avanzó los suficientes pasos para poder lanzar la botellita sin fallar. Pero cuando la lanzó, el fanghor avanzó hacia el interior del mausoleo y, aunque Lienne le gritó que se detuviera, el animal ya se había perdido en la oscuridad de la tumba.

Alérigan corrió a ciegas por los pasillos, sabía que estaba produciendo bastante ruido y notaba otros seres que se movían a su alrededor, pero continuó avanzando sin saber siquiera si era el camino correcto. Tropezó en varias ocasiones con escalones que aparecían de pronto, pero era una buena señal, estaba descendiendo hacia el interior de la Tierra así que no se detuvo.

Tras él, unos pasos aún más fuertes le seguían el rastro. Alérigan no sabía qué esperar, debía de ser un ser muy grande, pero continuó con su misión. Trató de correr con más velocidad, la que le permitía su cuerpo malherido y su falta de visión; pero el animal que venía tras él era mucho más rápido y de pronto sintió su respiración al lado.

Después de eso no supo qué había ocurrido, solo sabía que ahora volvía a cabalgar sobre Canela, como lo había hecho en el desierto de Shanarim.

—Has venido... —dijo Alérigan sin poder evitar la esperanza en su voz, pues ahora no estaba solo.

Continuaron descendiendo varios niveles, ahora a más velocidad y con mucha más destreza, hasta que Canela divisó al final de una larga escalera unas llamas. Se lo mostró a Alérigan, que no pudo evitar un escalofrío que le caminó por la piel quemada.

—Vamos, Canela. Entremos en esa sala y demostrémosles que los humanos no se rinden tan fácilmente como ellos se creen.

Y con el corazón henchido de valor, ambos descendieron las escaleras y se introdujeron en la sala ovalada.

Era un lugar enorme, pero el fuego debía recorrerlo por completo, porque Alérigan sentía un calor asfixiante. Tan pronto como irrumpieron en la habitación, el Sumo Sacerdote gritó unas palabras en un idioma desconocido y se oyó un estallido que retumbó en los muros.

Alérigan y Canela sintieron una lluvia de cristales que venía de todas partes. El muchacho se bajó del fanghor y trató de cubrirse con la capa negra.

Del interior de la crisálida salió una luz que bañó toda la sala, sobre todo cegó al Sumo Sacerdote que era el que más cerca se encontraba de la prisión. Pero cuando recuperó la vista tras el fogonazo de luz, acudió con rapidez a recoger al joven Áthero que caía desmayado del interior de la crisálida.

—¡Lo hemos conseguido, gran maestro! Te hemos traído de vuelta —dijo mientras abrazaba al muchacho llorando desconsoladamente.

El joven permanecía inconsciente y sin moverse, pero respiraba. Estaba vivo y pronto despertaría en un nuevo mundo que no tardaría en hacer suyo.

El fuego de Ethelhar había desaparecido en cuanto estalló la crisálida, fue como si toda la magia del lugar quedara anulada por un momento. El Evocador se levantó del suelo y volvió a crear la barrera de fuego. Cuando vio a Alérigan tumbado y algo aturdido, decidió dirigirse a él a través de la protección que le proporcionaba el fuego.

—Tu constante lucha no ha servido para nada. Nuestro líder ha vuelto y ahora nadie podrá detenernos.

Canela le gruñía y flexionó las patas traseras para abalanzarse sobre el atheronte, sin importar el fuego que había de por medio. Pero Alérigan la sujetó por el lomo para impedírselo y, de paso, utilizarla de soporte para poder erguirse.

—No es necesario, amiga. No tienes por qué sufrir ese dolor —le susurró—, pronto todo habrá terminado.

—¿Qué estás farfullando, maldito humano? —preguntó Ethelhar. Pero Alérigan continuó ignorándolo.

—Canela, ¿ves a Nym? —El fanghor le transmitió la imagen de Nym tumbada en el suelo. Con una dolorosa punzada en la sien vio a la muchacha encogida como un ovillo, tenía unos

aros plateados en las manos que se las mantenía unidas. Además, su piel había perdido el brillo que tenía en vida y sus ojos estaban abiertos con la mirada perdida en el vacío.

Había llegado demasiado tarde, ella no había podido ver que no moriría sola, que él había vuelto a por ella para morir a su lado.
Una explosión que se produjo bastante más arriba sacó a Alérigan de su trance. El Sumo Sacerdote, que permanecía abrazado a su maestro, miró hacia arriba.

—¿Qué es eso, Ethelhar? —preguntó, enfadado.

—N-no lo sé, señor.

—Ese —dijo Alérigan, recuperando las fuerzas—, ese es el sonido de la humanidad que no se rinde. Es el sonido de la victoria.

El suelo empezó a temblar bajo sus pies, y notaron cómo en los pisos superiores los techos se derrumbaban. Se oía cómo las piedras caían unas detrás de otras y Alérigan solo podía pensar en que Lienne había cumplido con su parte del plan. Respiró profundamente mientras pensaba: «Gracias, buen amigo. Tú también has sido valiente».

—Ahora todos estamos atrapados aquí y no tardaremos en morir aplastados —dijo Alérigan con una amplia sonrisa.

El Sumo Sacerdote se rio escandalosamente.

—Pobres y estúpidos humanos, siempre sobreestimando nuestro poder. ¿Crees que el mago más poderoso de todos los tiempos va a quedarse atrapado por unas piedrecitas de nada?

Dejó a Áthero tumbado en el suelo con delicadeza y se aproximó a la barrera de llamas que lo separaba del animal y del insolente humano.

—Coge al maestro y a la muchacha, prepárate para marcharnos —ordenó a Ethelhar que asintió obediente—. En cuanto a ti, humano —se dirigió a Alérigan que permanecía aún encapuchado—, espero que no tengas miedo a la oscuridad, porque te vas a quedar aquí mucho tiempo, y verás cómo el tiempo pasa y el hambre te va consumiendo el cuerpo poco a poco. Morirás como te mereces: entre tu propia putrefacción.

—No importa que yo muera —soltó Alérigan—, no nos rendiremos. Los humanos seguiremos luchando hasta que acabemos con vosotros, ¡habrá muchos más como yo!

—Pero mírate, solo te has enfrentado a dos de nosotros y ya no puedes ni mantenerte en pie. No habrá nadie que nos detenga, los tuyos se extinguirán como debieron hacerlo hace muchos años.

Y entonces Alérigan recordó la profecía que les había dicho la Prístina'dea.

—¡El Hijo verdadero, el heredero de Dahyn! —gritó al Sumo Sacerdote que se había girado, provocando que se detuviera en seco.

—¿Cómo has dicho? —preguntó.

—El Hijo verdadero luchará y acabará con todos vosotros.

—¿De dónde demonios has sacado eso? —Los ojos del Sumo Sacerdote estaban inyectados en sangre y se aproximó tanto a la barrera de fuego que los bajos de su capa ardieron. Pero Ethelhar apagó el fuego rápidamente gracias a sus reflejos.

—Es la realidad, es lo que os va a ocurrir —improvisó Alérigan—. Tú mismo lo sabes, porque lo has visto.

—¡Basta, maldito insecto!

Y Alérigan sintió que una fuerza le rodeaba el cuello intentando asfixiarlo. Canela trató de abalanzarse sobre el enemigo, pero un impulso la empujó fuera de la habitación y le impedía volver a entrar.

—Deteneos, mi señor, o no tendréis fuerza para sacarnos de este lugar. —Ethelhar lo hizo entrar en razón y soltó a Alérigan, pero mantuvo la barrera del fanghor.

El Sumo Sacerdote se acercó a los cuerpos que estaban en el suelo cogidos de las manos.
—Señor —dijo Ethelhar colocándose al lado de los cuerpos—, ¿podréis hacerlo? Aún estáis débil por el ritual.

—Lo sé, utilizaré la energía de Áthero para esto. Solo espero que funcione, o ese humano nos habrá derrotado con su insolencia.

El Sumo Sacerdote se colocó en medio del grupo y con un fogonazo de luz desaparecieron en medio de la nada.

El fuego se consumió y la habitación volvió a ser simple oscuridad.

El grito de Alérigan resonó más fuerte que la explosión que había provocado la crisálida. Cihe tenía razón, su destino había sido aún más cruel que el de Nym.

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