Capítulo 40
Las cadenas de los atherontes consistían en dos anillas de plata muy finas pero indestructibles que, a medida que te movías o intentabas eludirlas, aumentaban la presión mediante magia, e incluso podían llegar a amputarte las manos. Nym trataba de moverse lo menos posible, pero aun así le dolían las muñecas por el efecto que producían sobre los seres con habilidades mágicas. Parecía que se te metían en la cabeza y te pinchaban con dolores desquiciantes.
Había caminado largo tiempo hasta llegar al Mausoleo, y cuando atravesó el laberinto junto a Ethelhar, ya su padre estaba allí esperándola. El volver a verlo después de tanto tiempo le provocó un sentimiento de repulsión profunda. No había cambiado nada, siempre tan pulcramente vestido con su túnica negra y su largo pelo blanco trenzado. Pero lo más característico era esa mirada sucia que siempre le dirigía desde que era una niña. Lo más doloroso era saber que ya no estaba su hermano mayor para cuidarla y protegerla de ese monstruo.
—Me alegro tanto de volver a verte, mi dulce Lyrah —dijo abrazándola.
Nym se quedó callada, asqueada por el contacto. Ya ni siquiera se sentía unida a él, ahora era Nym y moriría como Nym.
—Siento mucho lo de tu hermanito. Una pena que lo hayamos perdido tan trágicamente en manos de ese animal.
—Me das asco —soltó—. A Vryëll lo perdí el día que te llevaste su espíritu. Alérigan lo liberó de la tortura a la que lo tenías sometido.
—Al menos como Victimario podía ser útil a nuestra causa. Además —la miró y le sonrió maliciosamente—, él nunca sirvió para nada, ni siquiera para aquello que se supone que había nacido.
—Te equivocas, él no era hijo tuyo. Era hijo de las estrellas y ellas lo trajeron a este mundo para que me brindara un poco de luz en la desgraciada vida que tú me diste.
Había, tras el Sumo Sacerdote, un grupo de atherontes encapuchados y uno de ellos se contrajo con las palabras de Lyriniah, y más aún cuando este le propinó una bofetada a su hija.
—Por suerte para ti, tú has resultado más útil y, como estoy muy orgulloso de ti, voy a dejar que tengas la muerte más digna y maravillosa que se pueda dar a uno de los nuestros. Tú traerás a nuestro amado señor de entre los muertos.
Todos vitorearon las palabras de su líder, que había abierto las manos hacia el cielo.
—Entremos en el mausoleo, tenemos mucho trabajo por delante.
Los encapuchados abrieron las grandes puertas de mármol blanco y entraron en las dependencias. Nym miró al cielo, había comenzado el amanecer y los primeros rayos de sol ya le bañaban la piel. La muchacha pensaba que al menos había podido disfrutar de un amanecer por última vez en su larga vida. Era imposible cansarse de la hermosa sensación que producía ver salir el sol un día más.
El camino hacia el núcleo de la tierra era oscuro, no podía verse nada alrededor, pero los atherontes caminaban como si hubieran memorizado el camino, tomando curvas donde era preciso, e incluso descendían los escalones sin frenar el paso. Nym, por el contrario, se sentía desprotegida en la
oscuridad y tropezaba constantemente con los escalones y las esquinas. Además, se oían ruidos extraños que provenían de otros caminos.
Ahí abajo había algo más que ellos, pero fuera lo que fuese, guardaba las distancias, como observando los movimientos de los intrusos. Eso significaba que debían de ser seres inteligentes, probablemente acostumbrados a la penumbra y con habilidades especiales para la visión. Pensar en ello le hizo sentir un escalofrío, solo esperaba que todo acabara pronto.
Llegaron a lo que parecía la puerta del primer nivel. Nym conocía la leyenda que hablaba de que se debían utilizar dos llaves para abrirlas y que cada raza se quedó con una de ellas, no entendía cómo iban a poder atravesarlas sin la llave de los humanos y la de los lia'harel. Pero estaba equivocada, con un gesto del Sumo Sacerdote, dos encapuchados colocaron las llaves en lo que debió ser la cerradura, supuso Nym al oír el clic del cerrojo al abrirse.
—¿Sorprendida? —le preguntó la voz de Ethelhar a su lado.
—¿De dónde han sacado las llaves?
—Muy fácil —se rio—, entre nuestras filas hay muchos traidores especialistas en el engaño. Uno de ellos robó la llave a los lia'harel y otro engañó a un humano para luego robársela. La confianza es un enemigo cruel.
Reanudaron la marcha.
El aire en el segundo nivel era diferente, se notaba el tiempo que llevaba cerrado a cualquier presencia. Al principio les costó mucho acostumbrarse a respirar en esa atmósfera, incluso a los tan decididos atherontes que frenaron el paso. Conforme fueron avanzando iban apareciendo más puertas de doble cerradura. Nym estaba algo desorientaba, pero por el sonido creía que habían pasado, como mínimo, por cuatro niveles. Cuanto más descendían, peor era la sensación que le
llegaba; era como si caminara por una cuerda floja aguantando el equilibrio, pero sabiendo que al final del camino habría otro precipicio sin cuerda, que la llevaría a una caída inminente.
Y entonces, la última puerta se abrió y las peores pesadillas de la joven lia'harel se hicieron realidad. Allí estaba, el núcleo de la tierra donde tanto tiempo había permanecido encerrado el causante de la etapa más tenebrosa de la historia, ante sus ojos con un armazón de raíces como su propia prisión.
El Sumo Sacerdote se maravilló con la visión del nuevo futuro que les depararía tras la vuelta de Áthero. Caminó hacia el centro de la sala ovalada y, frente a la cubierta de madera, se giró para dirigirse a los presentes.
—Guerreros de Áthero, hoy es un gran día para todos nosotros, pues lograremos aquello por lo que tanto hemos luchado desde que decidimos abandonar a nuestros débiles hermanos. El ritual será largo y agotador para todos, pero no podemos permitir que nada salga mal. —Miró hacia los encapuchados—. Quiero vigilantes en el laberinto, nadie podrá entrar ni salir de este lugar y mucho menos una vez iniciado el ritual.
—¡Sí, maestro! —afirmaron al unísono los encapuchados al salir de la sala.
—Ethelhar, tú te quedarás aquí conmigo y crearás una barrera de fuego alrededor de Lyriniah y de mí, por si alguien consiguiera llegar hasta nosotros.
—Señor —dijo Ethelhar en voz muy baja, acercándose al Sumo Sacerdote—. ¿En qué consiste exactamente el ritual?
—Debo canalizar la energía mágica de la muchacha y transmitírsela al interior de la prisión. Es complicado y me quedaré muy débil. Quiero que te quedes aquí y que me protejas hasta que Áthero regrese. ¿Serás capaz?
—Por supuesto, gran maestro. Será un honor para mí, pero quisiera comentarle algo. — Ethelhar levantó la cabeza hacia Nym con desconfianza y comenzó a hablar en voz aún más baja—. La fuerza que sentí en la ciudad fue un Espíritu de la Madre, mi señor. Creo que uno de esos humanos es capaz de controlarlo.
—Eso es imposible, Ethelhar, no seas insensato.
—Maestro, me jugaría la vida a que es verdad. Lo sentí en mi propia piel y estoy seguro de que vendrá a por ella. —Señaló a la muchacha con un gesto de la cabeza.
—Entonces, tienes aún más trabajo por hacer, Ethelhar. Céntrate en tu deber y, si podemos llevarnos algo más, no dudes en actuar —le solicitó el Sumo Sacerdote.
Nym oyó parte de la conversación y se sintió como una vasija de agua a la que iban a vaciar para llenar otra nueva más útil. Ese era el objetivo de su vida, era tan poco importante para la Madre que solo servía para traer a otro a la vida. Se entristeció, pero trató de que su cara no reflejara más que odio y fuerza, no iba a darles el placer de que la vieran como un ser vulnerable.
Porque no lo era.
Los alrededores del mausoleo estaban tranquilos. Para el ojo inexperto allí no estaría pasando nada, pero los compañeros sabían que era una ilusión. Los atherontes debían de estar dentro, preparándose para defender al lugar con garras y dientes. Sería complicado entrar, pero la rendición no era una opción para ellos.
La bruma recorría el lugar, no había cambiado nada desde que Anders y su hermano, siendo unos muchachos, habían entrado en ese sitio. Los recuerdos de ese día los volvían a angustiar, pero esta vez era diferente, iban a entrar juntos y no se trataba de una prueba, se trataba de supervivencia.
Bilef y sus compañeros habían permanecido a la expectativa. Sabían lo que suponía todo lo que estaba pasando, pero desconocían su verdadero papel en la actuación. Tenía que haber un plan, pensaba Bilef. Sus amigos no irían a un lugar como ese sin una estrategia de base, así que él también tendría su tarea.
—¿Cuál es el plan, hermanos? —preguntó sin tapujos dirigiéndose a Anders, ya que Alérigan parecía bastante ausente bajo su capa oscura.
—Bien —dijo Anders tras soltar una enorme bolsa que había cargado a la espalda todo el camino—, no sabemos lo que nos espera dentro, así que debemos ir bien armados y preparados para lo que sea. Cuantos más seamos, mejor.
—Siento disentir en eso —soltó Lienne—, creo que tenemos que explotar el factor sorpresa, si es que aún disponemos de él, así que será mejor que entremos en un grupo pequeño y el resto se quede en la retaguardia.
—En ese caso —dijo Tiedric desde la distancia. Había permanecido callado durante todo el trayecto, pero este era su momento—, los Hijos de Dahyn seremos quienes entren y vosotros os quedaréis en la retaguardia. Este es un lugar sagrado para nosotros, así que no puede entrar cualquiera, y mucho menos sucios pueblerinos.
Desde que había conocido al tal Lienne no le había gustado un pelo, le parecía el típico mercenario oportunista con sus pintas de ser superior. No iba a permitir que ese tipo entrara en el que era el lugar más sagrado para su hermandad. Tan pronto como dijo eso dedicándole una mirada de repulsión al señor de Olusha, este se abalanzó sobre él insultándolo. Ishalta lo detuvo a medio camino tratando de contenerlo, y Bilef hizo lo mismo con Tiedric.
—¡Maldito bastardo hijo de perra! ¡No sabes con quién te estás metiendo! —le gritó Lienne, agitándose en brazos de Ishalta.
—¡Basta! —gritó Alérigan, y su voz sonó diferente tras un largo silencio—. El plan es el siguiente: los Hijos de Dahyn se quedarán fuera y, en cuanto vean algo raro, quiero que informen a Glerath. El resto entraremos al laberinto, nos separaremos y los primeros que lleguen, que entren en la tumba. No tenemos tiempo que perder.
—Y una vez dentro, ¿qué? —preguntó Anders.
Alérigan se bajó de Canela con torpeza y se dirigió hacia la bolsa que Anders había soltado en el suelo guiado por el sonido de su voz. Al abrirla sonó el tintineo de las botellas de cristal al entrechocarse unas con otras.
—Una vez dentro, intentaremos salvar a Nym. Pero si ya es demasiado tarde... —cogió aire— quiero que todos salgáis lo antes posible.
—¿Y tú qué harás, Alérigan? —Bilef sabía la respuesta, pero esperaba estar equivocado.
—Yo los entretendré todo lo que pueda y quiero que voléis la entrada con esto. —Señaló las botellitas explosivas del almacén de Lienne—. Alguien tendrá que hacerlo y creedme, es mejor que sea yo.
—¿Por qué, hermano? Podríamos echarlo a suerte, todos estamos capacitados para hacerlo.
—Anders... Mírame.
Alérigan se retiró la capa negra y bajo ella solo había un amasijo de piel quemada y cortes.
—Ya no soy rápido, casi no puedo caminar a una velocidad normal y encima estoy ciego. Si esperáis por mí para salir, el plan no servirá de nada. Dejadme hacerlo.
Los compañeros sabían que tenía razón, estaba muy dolorido y era un milagro que hablara y se moviera, pero nadie se atrevía a decirle que lo hiciera y mucho menos su hermano Anders. Era como decirle: «Sí, puedes ir a morir». Aunque era el momento de utilizar toda la frialdad posible y olvidarse de lo que te dictara el corazón, Anders no se sentía con fuerzas de renunciar a nada más.
—Alérigan, por favor, no lo hagas. No estoy preparado para perderte a ti también —soltó en un susurro, de forma que solo su hermano pudiera escucharlo.
—Hermano... ya no deseó seguir viviendo de esta forma, no así. Todo ha cambiado, ni siquiera soy el mismo que tú conocías. Déjame hacerlo, dame la oportunidad de poder hacer algo por las personas que me importan, déjame no fracasar esta vez.
Anders negó con la cabeza mientras se rascaba la nuca con nerviosismo. Su hermano tenía razón, había cambiado mucho, pero él mismo también lo había hecho y eso no era una razón para dejarlo morir. Pero entonces miró hacia lo que quedaba de Alérigan, y comprendió que se culpaba por los sufrimientos provocados a todos ellos, y sobre todo por Nym. Necesitaba una forma de redimirse con el mundo.
—Adelante, hermano. Haremos todo lo posible porque tu plan salga bien —dijo Anders, poniéndole de nuevo la capa.
—Gracias por entenderlo.
—De acuerdo. —Bilef quería entrar y ayudar, pero al ver la decisión que había tomado Anders, él también se dio cuenta de cuál era su lugar—. Los Hijos de Dahyn permaneceremos vigilantes a cualquier señal.
—Yo prepararé los explosivos de la entrada, que cada uno se lleve algunas botellas por si es necesario. —Lienne repartió unas botellas a cada uno de los compañeros y se cargó con la mochila a cuestas—. En marcha.
Alérigan buscó con el tacto la gran hacha que llevaba Canela atada al lomo y la soltó.
—Quédate con esto, Bilef, y devuélvesela a Anders cuando todo haya terminado.
El muchacho corrió hacia donde estaba Alérigan para evitar que se moviera más de lo necesario y cargó con el arma con dificultad.
Se despidieron de los Hijos de Dahyn con un asentimiento y se adentraron en el laberinto. No hubo despedidas.
Comenzaron a avanzar en silencio, Canela iba en primer lugar y justo tras ella Alérigan, Anders, Ishalta y Lienne. Todos armados hasta los dientes y tratando de que el miedo no se les manifestara en el temblor de las piernas o en la respiración acelerada. El primer tramo del laberinto había sido recto, pero no tardaron en llegar a varias bifurcaciones.
—Es aquí donde cada uno debe coger un camino —dijo Anders, observando todas las direcciones que tomaba el laberinto—. Pero ¿cómo sabremos si alguien ha llegado a la entrada?
—Utilizaremos a Canela como enlace —afirmó Alérigan—. Canela, ¿crees que guiándote por el olor serías capaz de encontrarnos a todos?
El fanghor se giró para mirarlos bien. Los conocía bastante, llevaba largo tiempo a su lado. Quizá al que menos conocía de todos era a Lienne, pero el olor de su perfume mezclado con el toque avinagrado de la bebida que solía consumir era inconfundible. Así que miró a Alérigan y, en sus ojos, se podía ver que era capaz de todo por su jinete.
—Bien, sabía que podía confiar en ti. Vendrás conmigo, tienes que ser mis ojos. Pero si nos perdemos, buscarás a alguno del resto del grupo y yo seguiré solo.
Alérigan cogió el escudo que llevaba atado a Canela y se lo colgó a la espalda junto a su nueva espada.
—Lienne —Anders se dirigió a él—, no te busques problemas. Si ves algo raro, huye. Nuestro plan se basa en ti, así que trata de mantenerte vivo.
—Vamos, Anders. A estas alturas ya sabes que soy inmortal. —Lienne le dio un golpecito en el brazo y se introdujo en una de las bifurcaciones, caminando con las manos en los bolsillos de sus pantalones blancos y con la enorme mochila a la espalda.
—Bueno, compañeros —comenzó Ishalta mientras se colocaba en la boca de uno de los caminos —, no me gustan las despedidas ni esas cosas, así que solo diré... ¡Nos vemos al otro lado!
Y se alejó corriendo a toda prisa.
Ya solo quedaban los dos hermanos y Canela, que se había sentado en medio de uno de los caminos esperando por Alérigan.
—Parece que fue ayer cuando salimos del gremio hacia la montaña, y mira donde estamos ahora. —Anders bajo la mirada, aunque sabía que su hermano era incapaz de verlo llorar.
—Al final hemos vivido la gran aventura que soñábamos, hermanito. Tú querías ser un erudito y yo soñaba con la gloria... Si no hay gloria en esto, no la hay en nada en absoluto.
—Y yo conocí a un lia'harel, e incluso a dos Espíritus de la Madre.
—¿Qué harás después de salir de esta, Anders?
—¿A qué viene esa pregunta? Haré un gran agujero en la tierra para encontrarte —dijo en un burdo intento de que su voz sonara cómica y segura.
—Hablo en serio, hermano. Me gustaría que volvieras con los Circulantes, que les contaras lo que le ocurrió a Soleys y que te quedarás con ellos. Sé que allí serías feliz... por los dos.
Pero Alérigan no dejó que su hermano le contestara, porque ya se estaba adentrando en su camino cuando susurró las tres últimas palabras.
Era una buena opción, pensaba Anders, pero no se imaginaba una vida lejos de Alérigan que tanto le había cuidado siempre. Sí, al final excavaría el agujero.
Y entró en la última bifurcación que quedaba.
Desde los árboles se podía ver a un grupo de hombres armados a la entrada del mausoleo. Eran tan ruidosos que Kindu los había oído desde el otro lado del bosque, por eso se dirigió hacia la entrada de Eluum, para informar a Sefiir en cuanto se escapara de su cautiverio. Ambos sabían lo que se estaba cociendo, pero habían decidido no intervenir. Al menos no por ahora.
—Son Hijos de Dahyn, sin duda —dijo Sefiir al verlos—. Humanos tan bien armados hay muy pocos por aquí.
—Pues están muy nerviosos —soltó Kindu al ver que uno de ellos, el más pequeño de todos, caminaba de un lado para otro—. ¿Amigos o enemigos?
—Está claro que están aquí para evitar la vuelta de Áthero, pero no sé cómo reaccionarían si nos presentáramos ante ellos.
Entonces Kindu vio algo bastante interesante.
—¡Esa es Cercenadora!
Su hacha estaba en manos del hombre menudo que caminaba de un lado para otro. Avanzaba arrastrando el hacha por el suelo.
—Espera, hermano. No sabemos qué traman ahí parados, debemos analizar la situación.
Ya era demasiado tarde, pues Kindu había salido espantado de la espesura y se dirigió, tan grande como era, hacia los Hijos de Dahyn quienes, ante semejante amenaza, no pudieron hacer otra cosa que sacar las armas.
Bilef soltó la gigantesca hacha y sacó las suyas, al igual que hicieron los demás hermanos con sus espadas.
—¿Quién sois y qué queréis? —preguntó Bilef, intentando parecer un tipo duro ante el gigante.
—Quiero que dejes de destrozar mi hacha y me la devuelvas.
—El propietario de esta arma se acaba de marchar y me ha pedido que la cuide hasta que vuelva, así que debéis estar equivocado, señor.
—¿Señor? —Kindu comenzó a reírse—. Supongo que te refieres a Alérigan y siento decirte que ese muchachito de la primavera es incapaz de utilizar un arma tan grande como esa. ¡Es un flacucho!
Tiedric se echó a reír ante la mención del «Flacucho de Alérigan».
—¿Y tú de qué te ríes? Tú estás aún peor.
Cuando Sefiir vio cómo el otro se cuadraba, decidió actuar y salió de la protección de los árboles. Lo hizo más despacio y con las manos bien visibles para que no lo interpretaran como una amenaza, todo lo contrario que había hecho Kindu.
—Bienvenidos al Bosque, caballeros de Dahyn. Mi nombre es Sefiir y quiero pediros una disculpa en nombre de mi amigo —dijo poniéndose al lado de Kindu.
—Eres un Catalizador —soltó uno de los miembros de la hermandad asustado.
—Muy agudo, pero preferimos que no nos llamen por ese nombre. Como ya he dicho, soy Sefiir.
—¿Y qué quieres, Sefiir? —preguntó Bilef, señalándolo con una de sus hachas.
—Como os ha dicho mi amigo, esa arma le pertenece. Fue hecha exclusivamente para él. Ese muchacho del que habláis se la llevó para llevar a cabo una venganza en su nombre y ya la consiguió, así que ahora es momento de que Cercenadora de hombres vuelva con su dueño.
Bilef se quedó de piedra y perdió la fuerza en las manos de tal forma que sus hachas cayeron al suelo, como hubieran hecho sus brazos de no haber estado pegados al cuerpo.
—¿H-has dicho Cercenadora de hombres? —preguntó a media voz.
—Sí, chaval. Se llama Cercenadora de hombres y es mía, lleva conmigo toda mi vida.
—E-eres... eres Kindu.
—Así es. ¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó este, empezando a preocuparse por la reacción del chico.
—Porque... soy tu hijo.
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