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Capítulo 39

La lluvia calmaba las profundas quemaduras de la piel de Alérigan. La Dama de Cristal estaba muy concentrada utilizando su magia para tratar de curar al muchacho. A su lado, Ishalta se había dejado caer de rodillas, impactada por el mal aspecto de su compañero. Ella le había prometido que los iba a ayudar a escapar, y no podía evitar sentirse culpable con todo lo que había pasado. Nym capturada y Alérigan prácticamente destrozado, quemado y casi sin vida.

Anders, por otro lado, estaba ausente y perdido en un mar de dudas, de temores e inseguridades. Todo había pasado tan rápido. En una misma noche había perdido a la mujer que amaba y había estado a punto de perder a su hermano, aunque su vida todavía pendía de un hilo.

El bardo se acercó a mirarlo, pero no podía ver en lo que se había convertido: tenía la mitad de la superficie del cuerpo calcinada, además de la herida que se había vendado torpemente en el abdomen. Lo peor es que había tenido que enfrentarse a todo eso solo, sin nadie que lo apoyara. Había dado su vida por salvar a Nym y ni eso había sido suficiente. Aun así, se la habían llevado.

Lienne observaba la situación desde la distancia, tratando de organizar a su gente para que bloquearan las entradas de la ciudad y trataran de buscar a los posibles supervivientes. En tiempos aciagos, pensaba el señor de Olusha, los humanos eran capaces de unirse y trabajar en equipo. Lo cierto era que los habitantes de Olusha estaban muy bien organizados y hasta habían creado un pequeño hospital de campaña cerca de los muelles, donde disponían del agua para lavar las heridas y calmar los dolores de las personas que habían sufrido quemaduras.

De pronto, uno de los ciudadanos se acercó a Lienne a toda prisa.
—Señor —dijo, casi sin aliento—, hay unos hombres a las puertas, dicen ser Hijos de Dahyn y solicitan asilo en la ciudad.

—¿Hijos de Dahyn? —Anders volvió en sí y miró a Lienne, quien afirmaba con la cabeza.

—Llegaron hará unos días, pero les impedí la entrada porque supuse que venían a por vosotros.

—Dicen que hablaron con el señor Alérigan y que él les encargó que cuidarán de su amiga, pero que ella se les escapó dejándolos inconscientes en las afueras de la ciudad.

Canela, que había presenciado esa escena y ahora se había tumbado al lado de Alérigan, miró hacia Anders tratando de mostrarle que era la realidad.

—¿Es lo que ocurrió, Canela? —le preguntó este, a lo que el animal asintió—. Lienne, permíteles entrar en tu ciudad, debemos hablar con ellos. Al menos a su líder.

—De acuerdo —dijo el señor de Olusha—. Decidle a su líder que se le permite la entrada, pero que debe venir solo y desarmado. No pienso fiarme de nadie más.

Ya había perdido demasiado por fiarse de la palabra de una mujer que nunca había mostrado su verdadero rostro. El Lienne confiado había muerto en cuanto su ciudad comenzó a arder.

El muchacho que había adoptado el puesto de mensajero volvió corriendo hacia las puertas de la ciudad con el mensaje.

Mientras tanto, Alérigan empezó a agitarse en el suelo. Parecía que recobraba la consciencia. La venda de sus ojos se había calcinado por uno de los lados, dejando uno de sus ojos al descubierto y, cuando abrió su ojo blanquecino, volvió a ver las sombras que intentaban atraerlo y sujetarlo con sus garras. Los gritos de pavor salían atronadores de su interior, y Anders se tumbó a su lado con agonía.

—¡Haz algo, por favor! Está sufriendo —le suplicó a la nueva Soleys.
La mujer de hielo lo sujetó y le puso una mano sobre los ojos, lo que hizo que Alérigan parara de contorsionarse y su respiración acelerada se tranquilizara ligeramente.

—No es por el dolor —dijo ella—, es por el amuleto que lleva puesto.

Entonces, Anders se fijó en una extraña herida con forma de estrella que tenía en el centro del pecho ya cicatrizado, pero que había quedado disimulada tras las quemaduras. En el centro de la misma había una inscripción incomprensible.

—¿Qué es eso? —preguntó Anders.

—Es un amuleto que se utilizaba para contener la magia. Ha debido de utilizarlo para controlar las habilidades que le proporcionó el fanghor. —A su mención, Canela soltó un bufido, y volvió a recostarse alrededor de Alérigan—. Pero este es especial, es el amuleto de Áthero. Se hizo exclusivamente para él.

—¿Y de dónde ha podido sacar algo así?

—Eso es lo de menos en este momento, Anders. Debemos tratar de sanarlo lo antes posible, está muy grave. —Paseaba sus manos por las partes quemadas y la piel adquiría mejor aspecto tras su toque mágico.

—¿Se recuperará? —preguntó este, con miedo a la respuesta.

—Puedo curarle las heridas para que no muera esta noche, pero tendrá que curarse poco a poco de las quemaduras, aunque haré que sienta el mínimo dolor posible y pueda moverse. La herida del estómago no ha sido letal, por suerte para él. Lo más grave son las quemaduras. —Miró hacia su derecha—. Ishalta, coge un retal de tela y véndale los ojos. Creo que la luz le provoca dolor.

La muchacha asintió y la obedeció. Le pasó el retal con mucho cuidado a la parte posterior de la cabeza donde también tenía quemaduras, y lo anudó con suavidad.
El mensajero ya había vuelto acompañado de un joven de baja estatura que caminaba de forma curiosa. Anders reconoció enseguida a su salvador.

—¡Bilef!

—Hola, hermano —dijo sonriendo—. Tenía muchas ganas de...

Se quedó sin palabras cuando Ishalta se levantó y vio que la figura que estaba magullada en el suelo no era otro que su hermano Alérigan.

—¡Por el Padre! —Corrió hacia el muchacho herido.

Pero Anders lo detuvo antes de que llegara a su lado. Era curioso el impacto que había tenido esa imagen en Bilef, que ni siquiera se había percato de la presencia del Espíritu del Agua, con todo su brillo cristalino.

—Tranquilo, amigo. Se está recuperando y va a salir de esta. —Anders se arrodilló para poder mirar a los ojos al muchacho—. Ahora tienes que concentrarte y decirme qué ha pasado, por qué estáis aquí.

—Veníamos a buscaros, Anders. El maestro nos dijo que eráis bien recibidos en el gremio, que entendía lo que habíais hecho y que mi misión era llevaros de vuelta a casa a salvo.

Mientras hablaba, no dejaba de intentar ver a través de la figura de Anders el estado de Alérigan, pero la muchacha que estaba a su lado se lo impedía.

—¿Glerath quería que volviéramos? —preguntó el bardo, desconcertado.

—Sí, dijo que seguíais siendo nuestros hermanos hasta la muerte. —Bilef se ponía incluso de puntillas y ni miraba a Anders, hasta que este lo zarandeó—. Entonces, Alérigan salió y me dijo que cuidara de la chica mientras él venía a buscarte en la ciudad. Por cierto, ¿dónde está la chica?
—Se la han llevado —contestó Anders soltando al muchacho y levantándose del suelo—. Se acabó todo para nosotros. Van a resucitar al mago y la humanidad se extinguirá como lo han hecho otras especies.

En cuanto lo soltó, Bilef corrió hacia Alérigan y se quedó sin respiración al ver su estado, incluso cayó al suelo del impacto.

—No todo tiene que estar perdido, Anders. Algo podremos hacer... —dijo Ishalta, que trataba de apartar las telas de los antiguos ropajes de Alérigan de las heridas. En ese momento, la dama de hielo se marchó y volvió al interior de su caracola, disipándose en el aire como si nunca hubiera estado allí.

De pronto, Lienne sujetó a Anders por el cuello de su capa, provocando que la capucha cayera hacia el cuello y se pudiera ver su cara de decepción.

—¡Deja ya de compadecerte! Tú y yo hablamos de morir luchando por salvar a la humanidad, es el momento de hacerlo. Ahora tenemos una oportunidad de hacer algo grande, de nada vale que nos quedemos aquí llorando como niñas. ¡Mira a tu hermano, Anders! Por lo menos él lo ha intentado y se ha dejado la piel en ello.

Lienne soltó la camisa arrugada del bardo y Anders perdió un poco el equilibrio.

—Lienne tiene razón —Ishalta se levantó—, aún podemos hacer algo. Que no se diga que toda la humanidad se rindió sin luchar.

—¡Ese es el espíritu! —Lienne asintió con la cabeza—. ¿Qué me dices, Anders? ¿Te unes?

—Ishalta, lleva a Alérigan a un lugar seguro —ordenó Anders.

—No será necesario... —Alérigan había recuperado la consciencia e, inexplicablemente, trató de levantarse del suelo; pero Ishalta lo sujetó y lo sentó—. No me voy a quedar de brazos cruzados, voy a luchar hasta el final.
Era increíble la fuerza que había adquirido en todo este tiempo. El sufrimiento por las quemaduras debía de ser horrible, pero allí estaba, luchando por levantarse del suelo para seguir adelante con sus compañeros. Anders sonrió.

—Pues como sigas así, no faltará demasiado.

Alérigan le devolvió lo que parecía una media sonrisa camuflada entre gestos de dolor.

—Venid conmigo —les pidió Lienne—, tenemos que prepararnos.


Llevaban días sin ver al maestro, casi desde que Bilef y los demás habían marchado hacia la ciudad portuaria de Olusha. Uno de los hermanos había empezado a preocuparse por él y decidió entrar en sus aposentos a llevarle algo de comida. Al llegar a la puerta, tocó con suavidad y al no recibir respuesta, la golpeó con más fuerza.

—¿Puedo pasar, señor? —dijo mientras giraba el pomo de la puerta.

En el interior de la habitación no había nada más que vacío, el fuego de la chimenea llevaba largo tiempo apagado y solo quedaban las brasas. La habitación estaba helada y una copa de vino a medio tomar se encontraba en el centro del escritorio de Glerath.

En su mesa había un mapa muy antiguo de Miradhur y la copa de vino se encontraba sobre él. Al retirarla, un cerco morado quedó marcado en el mapa, lo que hizo que el hermano volviera a colocar la copa en el mismo lugar. Él no había visto nada.
Fue entonces cuando se percató de que había un trozo de pergamino mal cortado al lado de la copa de vino, en él ponía: «Estoy en la biblioteca». Así que el Hijo de Dahyn se dirigió hacia ese lugar en su busca.

La biblioteca del gremio era una sala llena de libros antiguos sobre la hermandad, siempre solía estar vacía y aún más desde que Anders se había marchado. Era el único que pasaba el tiempo en ese lugar que olía a vieja amargada, como decían muchos de los compañeros para meterse con el bardo y su afición a los libros.

Al entrar, el olor a humedad fue como una bofetada. Era verdad lo que decían los demás. Caminó hacia el interior llamando por su maestro, pero algo estaba diferente en la biblioteca.

Al final de la sala había un gran tapiz que cubría una pared desnuda con dibujos de los héroes de la antigüedad, pero el tapiz había desaparecido y la pared se había abierto como si fuera una puerta.

El muchacho empujó el muro de ladrillos un poco más y se abrió mostrando unas escaleras de caracol que descendían. Era como la boca de un lobo, más allá de unos escalones solo se veía oscuridad. El hermano cogió una antorcha que había al inicio de la escalera y comenzó a descender.

«Padre, protégeme de la oscuridad», imploraba en voz baja mientras descendía con lentitud. Bajó el último de miles de escalones y ante él se abrió un lugar majestuoso, con techos que

parecían llegar al mismo cielo; aquel lugar debía de ser tan grande como todo el gremio unido. Era como una galería llena de columnas que soportaban el peso de la estructura que estaba sobre ellas. Había candelabros en cada columna con cinco velas, todas ellas encendidas, así que decidió seguir adelante.
Cuando había llegado prácticamente a la mitad de la sala, encontró una inscripción en el suelo. Era un símbolo circular con un escudo y una lanza cruzados en el centro y unas letras alrededor. Desconocía el idioma de la inscripción, así que continuó avanzando.

Al final había tres escalones y sobre ellos un altar cubierto con un manto blanco con el mismo símbolo del suelo bordado con hilo dorado. Además, tumbado en aquel altar había un hombre con armadura y una lanza cogida entre las manos.

Cuando el joven se dio cuenta de que se trataba del líder del gremio corrió hacia él, lanzando la antorcha el suelo.
—¡Maestro! —gritó.

Pero ya era demasiado tarde.
Glerath llevaba sin respirar largo tiempo, ya su piel se había convertido en alabastro. El muchacho comenzó a llorar al notar el frío de las manos de su señor que aferraban la lanza con rigidez. Se arrodilló en el altar al perder la fuerza de las piernas, y entonces se fijó en dos sobres pequeños que había al pie de las escaleras.

Ambos tenían inscripciones con pluma en el exterior. El primero decía: «Para Alérigan», y el otro: «Para quien me encuentre». El joven abrió el segundo sobre y comenzó a leer:

«Para quien me encuentre:

Siento que hayas sido tú quien haya tenido que ver esta horrible estampa; pero siéntete afortunado, pues estás en la sala donde empezó todo, donde un día los primeros Hijos de Dahyn se alzaron como tales.
Es aquí donde deseaba terminar mis días y en cuanto sentí a la muerte tras de mí, bajé a este lugar con mi lanza para morir en paz y tranquilidad. Sé que tal vez sea excesivo, pero quiero pedirte que hagas algunas cosas por mí. Primero, quiero que entregues el otro sobre a tu hermano Alérigan en mano, quiero que lea esas palabras porque son de vital importancia para él. En segundo lugar, quiero que mantengas este lugar abierto para que todos los hermanos vengan a ver las maravillas que se ocultan tras estas paredes. Y, por último, quiero que llevéis mi cuerpo al bosque y me dejéis. Sé que es difícil de entender, pero es allí donde debo quedarme.

Seguid como hasta ahora, Hijos de Dahyn, y no incumpláis jamás el juramento que un día hicisteis.

Glerath, Maestro, Hermano de los primeros Hijos de Dahyn»
Y así terminaba la carta. El muchacho se sentía superado por la situación, pero ahora debía tomar el mando y dar la noticia al resto de hermanos. Recogió ambos sobres, realizó una reverencia al cuerpo de Glerath, recogió la antorcha y ascendió hacia el gremio.

―Mi armería personal —dijo Lienne, abriendo uno de los almacenes de la ciudad, tras romper un enorme candado.

Había de todo lo imaginable: armas de todo tipo e incluso algunas botellitas de cristal con sustancias explosivas. Lienne siempre había pensado que era de vital importancia estar bien surtido de armamento, porque nunca se sabía cuándo podía iniciarse una guerra.
Ishalta entró y ayudó a Alérigan a sentarse en una caja que había en medio del almacén, con los gruñidos de quejas de este por creer que necesitaba ayuda. Los habitantes de la ciudad le habían prestado algunas piezas de ropa que se habían conseguido salvar del fuego, por lo que vestía de forma desigual y se encontraba incómodo, porque ya no llevaba su guante protector en el brazo deforme. Él no podía verlo, pero sentía las miradas extrañas puestas en él.

—Coged todo lo que necesitéis o que os guste, creo que esta va a ser la última batalla que luchemos. —Sonrió a sus amigos—. Hagámoslo con estilo.

Lienne se quitó su chaqueta blanca y la lanzó al suelo mientras cogía unas correas de cuero que se cruzó a la espalda. En ellas enfundó algunas dagas y botellines explosivos, además de colocarse un cinturón con el estoque que normalmente llevaba oculto en el bastón.

Ishalta lo miró con curiosidad. Ella nunca había pensado en armarse para su última pelea, pero seguro que allí podría encontrar todo lo necesario. Echando un vistazo por las esquinas encontró una larga vara con una cuchilla curvada en el borde, parecía pesada, pero cuando la sujetó se sintió cómoda con ella.

—Yo me quedo con esto —le dijo a Lienne.

—Buena elección, está hecha con madera de los árboles de la Montaña Nubia, por eso es tan ligera y manejable.

Anders se quedó al lado de Alérigan, viendo cómo sus compañeros se equipaban.

—Lienne me ha contado lo que pasó —soltó Alérigan—, lo siento.

—Olvídalo, hermano. Ahora no es momento para llorar.

—Fuiste muy valiente.

—¿Valiente, yo? Tú te enfrentaste a dos atherontes y casi te queman vivo... eso sí es valor.

—Anders resopló—. Y yo no estuve allí.

Anders evitaba mirar a su hermano mientras hablaba, no se acostumbraba a verlo tan destrozado.

—Todos estábamos librando nuestras propias luchas, Anders —dijo con tristeza—. Hemos perdido la primera batalla, pero no vamos a perder la guerra. Te lo aseguro.

Se levantó de la caja y tanteó la estantería más cercana. Cogió una espada que parecía ser de buena herrería, tenía un mango ancho y protegido con cuero, la hoja se agrandaba poco a poco hasta llegar a la punta y acababa con un corte longitudinal. Alérigan la giró en su mano y le gustó la fuerza que le transmitía.
—¿Y qué hay de Cercenadora? —preguntó Anders.

—Ya cumplió con su cometido, se la devolveremos a Kindu. —Entonces recordó lo que le dijo Vryëll—. Por cierto, Vryëll me dijo que Kindu sigue vivo.

—Eso es imposible, tú y yo vimos cómo lo partía por la mitad.

—Lo sé, pero parecía sincero cuando lo dijo.

—Lo habrá dicho para que fueras piadoso con él. —Anders cogió un cinturón nuevo que se ajustó al cuerpo, y colgó el cuerno y la caracola.

—No. —Alérigan negó con la cabeza, mientras se dirigía a la salida caminando con mucha torpeza—. Lo dijo cuando estaba agonizando.
—Pero ¿adónde vas, Alérigan? —preguntó Ishalta que estaba cogiendo botellines explosivos.
—A buscar mi escudo.
Pero en realidad se dirigió a las ruinas de un edificio cercano. Canela, que esperaba por fuera del almacén, lo siguió desde la distancia. Alérigan no quería la ayuda de nadie y se molestaba cada vez que Ishalta lo obligaba a caminar de su brazo, como en el almacén.

Entró en el edificio y comenzó a rebuscar entre las ruinas un rincón donde sentarse. El techo de la casa había ardido en primer lugar por ser de madera, pero las paredes de piedra aún se conservaban intactas, aunque ennegrecidas.

Se sentó en una de las esquinas y sacó una pequeña daga que había cogido del almacén de Lienne. Estaba muy afilada, lo comprobó con el dedo pulgar y notó cómo una gota de sangre le bajaba por la mano.

—Ven, Canela. Siéntate frente a mí.

El fanghor obedeció, se sentó frente a su jinete y permaneció a la espera.

—Quiero que me dejes ver a través de tus ojos por un momento. Sé que será doloroso, pero tendrás que aguantar un poco. ¿Podrás hacerlo?

Canela gruñó y Alérigan lo interpretó como un sí.

—Adelante, estoy preparado.

Entonces, se vio por primera vez desde el enfrentamiento con Ethelhar. Las cicatrices que le había hecho su padre ya no eran nada con las que le había dejado el fuego del Evocador. Además, había perdido gran parte del pelo, como había notado al tacto. Tenía un aspecto horrible y sentía las punzadas en la sien, pero debía seguir viéndose.

Cogió la cuchilla y empezó a cortarse el poco pelo que le quedaba. Cuando hubo terminado se miró por última vez y lloró. Se permitió volver a llorar desconsoladamente por última vez, como lo había hecho en tantas ocasiones de niño, escondido bajo las escaleras.


Canela llevaba a Alérigan sobre su lomo y Lienne se había encargado de amarrarle el nuevo escudo que se había quedado el muchacho y el hacha, para que él cargara con el menor peso posible y se pudiera recuperar un poco durante el camino al Mausoleo de Áthero. Habían tenido una conversación muy extraña sobre su nuevo destino, Alérigan había aparecido con la cabeza rasurada y con algunos cortes en el cuero cabelludo, se plantó ante ellos y dijo:

—Nos marchamos al Mausoleo, vamos a impedir que lo traigan de vuelta. Y desde entonces no había vuelto a hablar.

Anders caminaba al lado de su hermano, que actuaba de una forma extraña. Ahora parecía otra persona, con la venda de los ojos y una capa negra quemada y desaliñada que se había agenciado para cubrirse la cabeza y el cuerpo. Incluso evitaba la mirada de la gente, bajo la capucha solo se le veía la mandíbula contraída de dolor.

Bilef y los demás habían decidido que los acompañarían y ayudarían en todo lo posible, ya que era la batalla por la humanidad y les influía a todos por igual.

Tiedric no había hablado desde que se había reencontrado con los hermanos perdidos; permanecía en la retaguardia guardando las distancias con el nuevo y pintoresco grupo.

Todos caminaban juntos, decididos tras elegir no rendirse, pero Alérigan pensaba en volver a aquel lugar con el que había tenido pesadillas durante toda su vida, donde había perdido el brazo.
Y, sobre todo, acompañado de la persona que se lo había cortado. Pero ahora debía olvidarse de todo eso y pensar en Nym, en que le había prometido protegerla y que siempre iría a por ella, y le había fallado.

Si era demasiado tarde, estaba dispuesto a vengarse por lo que le habían hecho a la chica. Moriría en ese lugar, pero se llevaría a todos los que pudiera consigo.

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