Capítulo 38
El lia'harel había visto las llamas en el cielo como un reflejo de lo que sucedía a lo lejos. Su hija aún dormía después de la horrible batalla que se había visto obligada a llevar a cabo, y toda la información que les había dado había empezado a ocurrir esa misma noche. Sefiir se sentía culpable por estar allí sentado en la rama del árbol, como un mero espectador, mientras personas inocentes resistían el ataque de los atherontes. Cuánto sufrimiento les iba a deparar esta nueva etapa que se avecinaba.
Tenía el carcaj lleno de flechas, no había podido cazar absolutamente nada. Los mismos animales habían percibido que era el momento de esconderse, como les había ordenado la Sacerdotisa de la Madre, pero Sefiir seguía conservando el espíritu del guerrero en su interior y, aunque había permanecido dormido muchos años, ahora refulgía en sus entrañas y no podía evitarlo.
Era como si la Edad Oscura ya estuviera de nuevo en Miradhur y los antiguos guerreros volvieran a las armas. Una pena que muchos ya no pudieran empuñar sus escudos.
Sintió una presencia bajo sus pies y, en cuestión de un pestañeo, había desenfundado el arco y una flecha cortaba el viento hacia el suelo. El objetivo la esquivó y comenzó a zarandear el árbol, haciendo que Sefiir bajara con un salto muy acrobático.
—¿Crees que esta es la forma de dar la bienvenida a un viejo camarada?
—Kindu... ¿eres tú? —preguntó el lia'harel, recomponiéndose tras la caída.
—¡El mismo! Solo que algo más cascado por el paso del tiempo.
Los dos amigos se dieron un largo abrazo.
Kindu tenía razón, tenía muy mala pinta. Seguía siendo tan grande como majestuoso, pero estaba cubierto de cicatrices por todo el cuerpo además de estar sucio y algo desnutrido.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Sefiir mirándolo de arriba abajo.
—Si te dijera que llevo enterrado bajo tierra algún tiempo, ¿me creerías?
Se rieron juntos y echaron a andar por el bosque, Sefiir esperaba encontrarle algo de comer a su amigo para que repusiera fuerzas antes de continuar con su viaje.
—¿Y cómo acabaste enterrado?
—Vryëll me atacó.
—¿Vryëll? ¿Cómo es posible? ¿No te reconoció?
—Claro que sí, por eso me mató, porque sabía que volvería a la vida. Trató de avisarme, pero estaba metido en problemas con su padre. Creo que sospechaba algo.
Sefiir recogió un poco de fruta de un árbol y se la cedió a Kindu, que se sentó bajo uno de estos árboles frutales. Estaba derrotado, había venido corriendo desde Shanarim.
—¿Los tuyos van a ayudarnos? —preguntó Kindu, comiéndose una manzana entera de un solo bocado, para luego escupir el corazón totalmente pelado.
—No, nos han ordenado permanecer en Eluum hasta que las cosas se calmen.
—Pues tú no pareces haber obedecido, amigo.
—Sabes que nunca he sido de cruzarme de brazos viendo las desgracias ajenas, y mucho menos cuando hay posibilidad de una buena batalla. —Sefiir se sentó al lado de Kindu—. ¿Aún recuerdas cuando hicimos el ritual?
Kindu soltó un bufido.
—Cada año que pasa lo olvido un poco.
—Yo trato de recordarlo a través de mi hija. Todas las noches me pide que le cuente alguna historia y, cada cierto tiempo, le cuento cómo nos convertimos en hermanos de sangre.
—¿Cómo está la pequeña Shei'lea? —preguntó Kindu recordando a la última niña de los lia'harel.
—A veces me da miedo lo mucho que se parece a mí —Sefiir bajo la mirada—, es aventurera y valiente. La noche pasada se enfrentó a una atheronte ella sola. Está creciendo muy rápido.
—¡Está hecha una guerrera! —Kindu se rio a carcajadas—. Yo he vuelto porque sentí lo de Vryëll.
—Yo también, por eso he salido esta noche. Quería dedicarle unas últimas palabras antes de que se reuniera con la Madre.
—Al menos ahora será libre del todo, como se merece.
—Así es, Kindu. ¿Crees que deberíamos ir a por Glerath?
—No, debemos dejar que esté con los suyos. Nosotros disfrutamos de él durante muchas décadas. En cuanto las cosas se calmen iré a buscar a mi hijo y me lo llevaré a Shanarim con los Circulantes.
—Y ahora, ¿qué vas a hacer?
—Me camuflaré un tiempo por el bosque. —Kindu se levantó—. ¿Ya te has olvidado de mis habilidades especiales?
Kindu se transformó en su forma animal y miró a Sefiir.
—¡Cómo iba a olvidarme! —soltó este, viendo a la increíble bestia que era ahora Kindu—. Volveré a Eluum, amigo, pero saldré a dar contigo por las noches, cuando la guardia está más tranquila. Nos veremos al anochecer, hermano.
Kindu gruñó y emprendió el camino por el bosque como un animal más, mientras Sefiir volvía a Eluum.
El bardo permaneció aferrado al cuerpo sin vida de Soleys durante largo tiempo, la apretaba con fuerza a la vez que le bañaba el rostro con sus lágrimas. Ya no quedaba nada de la mujer que había sido en su día: de aquella sonrisa loca e infantil, de su actitud despreocupada y de sus bailes para vender ungüentos amorosos. Ella había sido una luz en su camino, la fuerza que siempre lo empujaba a avanzar y a disfrutar de la vida.
Ishalta y Lienne mantuvieron las distancias observando a su amigo, que permanecía abrazado al cadáver de la muchacha.
—¿Deberíamos hacer algo? —preguntó Lienne.
—No, Anders es un hombre fuerte. Sabrá reponerse de esto solo. Vamos a intentar apagar algunos fuegos, aunque sea los pequeños.
Pero cuando ambos se dieron la vuelta para continuar su camino, una luz surgió justo frente a Anders. Los cegó durante un momento y, cuando recuperaron la visión, el cuerpo de Soleys se había convertido en polvo en los brazos del muchacho que seguía mirando al vacío con los ojos muy abiertos.
La mujer que se apareció ante ellos no tenía nada que ver con Soleys. Su melena, antes enredada y blanquecina, ahora estaba sedosa y flotaba en el aire como si estuviera bajo el agua. Parecía una diosa vestida con una especie de armadura de hielo que le cubría solo las zonas íntimas, su piel se había vuelto azulada y también contenía cristales de hielo por todo el cuerpo. Se había convertido en un ser maravilloso que desprendía un brillo hipnótico.
—Hola, Anders. Soy el Espíritu del Agua.
Su voz sonaba fría, como debía ser su cuerpo. Era cierto que nada quedaba de Soleys en aquel
ser.
—Te la has llevado... —dijo Anders.
—No me la he llevado, ese cuerpo llevaba demasiado tiempo luchando contra la muerte. Ya no podía mantenerse por más tiempo.
—Debiste dejarla conmigo, no se merecía esto.
—Anders, yo soy ella. El recuerdo de mi vida humana perdurará tanto en ti como en mí, no tienes que despedirte, pues siempre estará viva en mí. —Se acercó a Anders, y por primera vez posó su pie descalzo sobre la tierra—. Veo el sufrimiento de tu corazón, pero no es el momento de sentirse débil. Esta gente nos necesita. Dame la orden y los salvaré a todos, como ella habría querido.
—Sálvalos —dijo Anders, pero nada más salió de sus labios. No podía olvidar el sufrimiento.
—Tus deseos son órdenes para mí, mi señor.
La nueva Soleys alzó una mano con elegancia al cielo y tan pronto como lo hizo, unas nubes oscuras y cargadas de agua aparecieron de la nada. Cuando el cielo se cubrió, descendió la mano y chasqueó los dedos. El eco del chasquido provocó una lluvia intensa, pero solo dentro de la ciudad. Todos se empaparon de un agua purificadora que parecía curar las heridas de los habitantes de Olusha.
Anders también sintió el poder del agua que caía sobre su capa blanca, cogió la capucha y se la colocó sobre la cabeza, al contrario que Ishalta que había levantado la cabeza y con la boca abierta, bebía del agua de lluvia.
Lienne vio cómo por arte de magia su ciudad se apagaba y, lo que antes eran llamas insaciables, se habían convertido en ceniza oscura y madera quemada. Los olushios se arrodillaron ante el milagro que había obrado la mujer de hielo, como la llamaron desde aquel momento.
Entonces, ella volvió a dirigirse a Anders.
—Ten, Anders —dijo a la vez que le entregaba una caracola de cristal que irradiaba un brillo especial—. Cada vez que me necesites puedes usarla, acudiré en tu ayuda... hoy, mañana y siempre.
Y con una sonrisa se desintegró, convirtiéndose en un charco en medio del camino. Anders vio su propio reflejo en el agua, se vio roto por dentro, y entonces pensó en Alérigan por primera vez desde que había empezado todo.
¿Dónde estaría su hermano?
Los dos guerreros yacían en el suelo, ambos muy cerca, casi se podían coger de la mano de haberlo deseado. Las armas estaban tiradas mientras ellos permanecían boca arriba, cada uno sujetándose su herida, Vryëll el costado y Alérigan el estómago. A pesar de que el muchacho había propiciado el ataque de Vryëll, lo había hecho tratando que la profundidad de la herida no fuera lo suficientemente grave como para matarlo, pero empezaba a pensar que se había equivocado e iba a morir al lado de su enemigo.
—Ha sido un buen combate, amigo —dijo Vryëll con dificultad.
—¿Amigo?
—Sí, solo un amigo me habría liberado como lo has hecho tú. Gracias, Alérigan, deseaba la muerte más que nada.
—Pues yo no pretendía ayudarte, solo quería vengar a un buen amigo con el que tú acabaste. Alérigan se retiró la mano de la herida y notó cómo la sangre corría por ella, sino aparecía alguien pronto se desangraría. Esperaba que Canela encontrara a Anders lo antes posible, había
salido corriendo hacía bastante tiempo y aún no había indicios de nadie.
De pronto empezó a llover. Vryëll cerró los ojos y dejó que el agua se llevara los malos pensamientos al igual que se llevaba la sangre, para morir en paz.
—Sé que algún día te arrepentirás de esto, pero tranquilo, has hecho lo que debías.
—Eres un asesino, Vryëll. Jamás me arrepentiré de haberte dado muerte.
El atheronte soltó una carcajada a medias, lo que le provocó una tos asfixiante y, a la vez que tosía, la sangre salía a borbotones de su costado.
—Quiero que te quedes mi escudo, Alérigan, y que con él protejas a mi hermana como lo has hecho hasta ahora. —Volvió a toser, y en cuanto pudo continuar, añadió—: Cuida de Lyriniah como yo no he sabido hacer. Me hubiera gustado tanto poder llevarla lejos de todo esto... haberle evitado el sufrimiento...
—¿Nym, esto...? ¿Lyriniah es tu hermana? —Alérigan se giró en el suelo hasta que se quedó de costado, tratando de levantarse inútilmente—. Si lo que querías era su seguridad pudiste unirte a nosotros, no tenías por qué asesinar a Kindu.
—Kindu está vivo... renacuajo.
—¿Qué? —preguntó el chico estupefacto. No solo por la información, sino también por el mote que utilizó para dirigirse a él.
Los pasos de una carrera interrumpieron el diálogo.
Cuando Nym estuvo lo suficientemente cerca y vio a los dos hombres malheridos en el suelo, no pudo hacer otra cosa que comenzar a gritar.
Se lanzó al suelo entre ambos, pero sus ojos se posaron en el profundo corte que estaba atormentando a su hermano.
—Por la Diosa, Vryëll —dijo entre sollozos.
—Al menos puedo verte una última vez antes de marcharme, Lyrah. No sabes cuánto te he extrañado todo este tiempo.
El guerrero atheronte le colocó la mano que no sujetaba la herida en el rostro, tratando de enjugar las lágrimas de la muchacha y manchándola con su sangre.
—Estás tan bonita como la última vez que te vi, cuando te apartaron de mí. —Vryëll hablaba entre golpes de tos, no quería irse sin despedirse de su niña—. Siento todo lo que te hicieron, debía ser yo, y no tú.
—No digas eso, hermano. No fue culpa tuya, hiciste todo lo que estuvo en tus manos. Nym se giró y vio que Alérigan también estaba herido.
—Cuídalo a él —dijo su hermano al ver su indecisión—, véndale la herida. Aún puede salvarse si contienes la hemorragia. Ya yo puedo irme en paz, Alérigan me ha liberado de mi prisión.
—¿Te convirtieron en un Victimario? —Nym contuvo la respiración, no podía imaginarse peor tortura para él.
—Sí, padre me convirtió por mi falta de obediencia como castigo, pero no consiguió nada con ello, gracias a Alérigan, que me detuvo antes de cometer alguna atrocidad bajo sus órdenes.
La respiración de Vryëll se hacía cada vez más superficial y dolorosa para él. A través de la herida se podían ver las costillas rotas y los movimientos desacompasados de su respiración ineficaz.
—¿Puedes hacer una última cosa por mí? —pidió con una voz que Nym no entendía de dónde podía salir en el estado en que se encontraba.
—Lo que necesites, hermano. —Se colocó más cerca de él y le puso la mano sobre la suya, la que sujetaba el costado destrozado por el golpe de Cercenadora.
—Vive... vive por los dos.
Y Nym percibió cómo, tras el esfuerzo de decir las últimas palabras, los movimientos se detuvieron y los huesos resquebrajados cayeron al suelo junto con el último río de sangre.
Ethelhar estaba horrorizado al ver cómo su fuego insaciable se apagaba sin remedio, era la primera vez que una magia acababa con la suya. No había atheronte más poderoso que él, salvo el Sumo Sacerdote. Además, habían matado a la mascota del jefe, lo mejor era avisarle en un momento así para decidir qué hacer a continuación, aunque sabía que él lo estaba viendo todo y no tardaría en dar alguna orden.
Y así fue, la figura del Sumo Sacerdote se apareció al lado de su guerrero más habilidoso.
—¿Puedes explicarme cómo hemos llegado a esta situación?
—No lo sé, maestro. Creo que esos humanos son más duros de lo que pensábamos. Noto grandes energías en el interior de la ciudad que desconozco.
—Pues averígualo —dijo el Sumo Sacerdote mientras le daba la espalda, demostrando como siempre, la inferioridad del resto del mundo para él.
—Señor... ambos sabemos lo que pasó la última vez que perdí el control dentro de una ciudad. Ethelhar recordaba la explosión que había provocado, desintegrando a sus propios compañeros
en la lucha.
—Me da exactamente igual mientras no hagas explotar a la chica, con el resto puedes hacer lo que quieras.
—Sí, mi señor.
El Evocador de Fuego se enfundó los guantes negros ignífugos con maestría, su vestimenta era completamente inmune al fuego. Cuando era un muchacho y trataba de dominar sus poderes había sufrido profundas quemaduras y, el fatídico día de la explosión de poder terminó con el cuerpo ardiendo en su totalidad.
Unido a los malos recuerdos de ese momento, comenzó a andar hacia las puertas de la ciudad, con la esperanza de mantener el control en todo momento.
El joven seguía tumbado en el suelo, mientras Nym le cerraba los ojos a su hermano y decía unas palabras en su idioma que Alérigan no alcanzó a entender, luego le besó ambos ojos. La muchacha rasgó un trozo de su propio vestido y trató de contener la hemorragia del estómago de Alérigan haciendo presión con la venda y las manos. En un momento como ese, en el que él había sido el asesino de su hermano, no había palabras que decir, nada podía evitar el dolor que Nym debía sentir.
—Nym... yo...
—No tienes que decir nada —lo interrumpió ella—. Vryëll ha vuelto a la Madre, como él deseaba.
Alérigan se sentó para que el vendaje pudiera quedar más fuerte y contener la sangre. No podía verla, pero sabía que estaba llorando y que sus palabras eran una farsa, podía sentirlo.
—¿Qué significa lo que has dicho?
—«Vuela, hijo de las estrellas», eso significa. Así era como lo llamaba nuestra madre cuando era un niño. Le gustaba mucho soñar con volar y tocar las estrellas, decía que algún día me traería una para que pudiera llevarla colgada al cuello, como una joya.
—Te quería mucho... solo quería protegerte...
—Olvídalo. Has hecho lo que debías.
Era difícil creerla. Su voz decía una cosa, pero su entonación demostraba lo que sentía, además repetía el mismo discurso una y otra vez, casi tratando de convencerse a sí misma. Alérigan trató de levantarse y al hacerlo notó la debilidad que le había provocado perder tanta sangre. Sus piernas apenas podían mantenerlo en pie, por lo que Nym se colocó a su lado de soporte, colocando el brazo de él por encima de sus hombros.
—Se acerca alguien —dijo Nym asustada.
Ethelhar se paró ante ellos.
Así que ese era el hombre que había acabado con Vryëll, que ahora estaba en el suelo desangrado. Debió de ser una pelea dura, pensaba el Evocador, porque hasta el vencedor estaba herido.
—Supongo que tú eres la causa de que todo haya salido mal —dijo Ethelhar con chulería—. Que sepas que el hecho de que yo esté aquí significa que has hecho un buen trabajo, pero eso ya se te acabó.
—¿Quién eres? —preguntó Alérigan, dirigiéndose hacia el lugar de donde provenía la voz.
—Es un Evocador de Fuego, Alérigan. Es muy peligroso.
—Hola, Lyrah. Me alegro mucho de verte sana y salva. —El atheronte hizo una reverencia burlona hacia la muchacha—. He venido hasta aquí para llevarte a casa de nuevo, princesa.
—Déjate de tonterías y márchate de aquí.
—No estás en situación de hablarme así, muchacha. —Ethelhar apretó los puños que empezaban a arder amenazantes.
—No puedes hacerme daño, el Sumo Sacerdote te mataría.
Nym continuaba sujetando a Alérigan que por su ceguera no podía ver a su enemigo, pero sentía que la temperatura a su alrededor estaba aumentando. Esperaba que la ciudad no estuviera ardiendo de nuevo.
—A ti no, cierto —dijo, y miró hacia Alérigan.
—No, por favor. Él no tiene nada que ver —suplicó la muchacha.
Alérigan movió ligeramente la pierna buscando a Cercenadora en el suelo. Sintió el metal moverse, pero era demasiado ligero para ser el hacha, debía ser la espada de Vryëll.
—No hagas tonterías, chico —soltó Ethelhar al ver lo que intentaba hacer—. No te conviene, créeme.
—No vas a llevártela, tendrás que hacerlo por encima de mi cadáver —gritó Alérigan.
—Será todo un placer.
Con el movimiento más rápido que había hecho desde que había perdido la visión, giró sobre sí mismo mientras se agachaba para coger la espada de Vryëll. Justo lo que había predicho el Evocador, que esperó a que el muchacho se separara lo suficiente de Lyriniah y, alzando uno de los puños, lanzó una gigantesca bola de fuego que chocó contra el cuerpo de Alérigan y lo rodeó introduciéndolo dentro del mismo fuego.
El dolor era indescriptible, las llamas eran controladas por Ethelhar como si fueran parte de su cuerpo y le iban quemando poco a poco.
—¡Basta! Por favor, déjalo libre —suplicó Nym.
—Pues ven conmigo sin oponer resistencia y tu amiguito será libre.
Nym miró en el interior de la esfera de fuego y vio cómo Alérigan trataba de decirle que no lo hiciera entre contorsiones de dolor. Ella le dedicó una sonrisa de despedida.
—Lo haré, pero déjame despedirme de él.
Ethelhar dudó por un momento, pero el humano estaba dolorido y no intentaría nada. Además, Lyriniah era una mujer de palabra.
—De acuerdo —dijo cerrando de nuevo el puño, y la esfera desapareció. Alérigan cayó al suelo. Tenía un fragmento del pelo calcinado al igual que una parte de la cara. Sus ropas habían desaparecido dejando la carne oscurecida al aire, salvo el brazo derecho que había permanecido inmune a las llamas.
Nym se horrorizó al ver lo que ella misma había provocado al incitar a Ethelhar. Sus llamas eran conocidas por todos los atherontes, al igual que su descontrol.
—Perdóname, Alérigan —dijo tirándose al suelo a su lado—. Todo es culpa mía.
El joven no podía hablar, ni siquiera parecía estar consciente, pero Nym esperaba que de alguna forma pudiera escuchar sus palabras.
—Alérigan —le susurró al oído—, olvídate de mí. Tienes que alertar a los tuyos, es momento de prepararse para lo que se avecina. El Mago Oscuro va a volver y yo moriré para traerlo a la vida. Pero si los humanos y los lia'harel vuelven a luchar juntos, habrá esperanza. Mientras tú luches, habrá esperanza... Nien'haleru.
Nym le besó en los labios malheridos y Alérigan, inconscientemente, le devolvió el beso con suavidad.
—Se me acaba la paciencia, Lyriniah —le advirtió Ethelhar—. Tu padre está deseando verte
—añadió con tono socarrón.
La muchacha se levantó del suelo y caminó justo detrás de Ethelhar como si este la llevara a través de unas cadenas invisibles. Se acababa todo para ella, era su fin.
—¡Nym! —oyó a lo lejos.
Anders, Ishalta, Lienne y Canela corrían hacia donde se encontraba Alérigan en el suelo. Liderando el grupo iba el fanghor con Ishalta, a la que le dedicó una mirada tratando de explicarle lo que sucedía desde la distancia.
La muchacha se paró en seco, al igual que Canela, al encontrar el cuerpo sin vida de Vryëll y el de Alérigan destrozado por el fuego.
Unas palabras resonaron en el interior de su cabeza: «Cuida de él por mí, Ishalta».
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