Capítulo 36
Las dudas empezaban a atormentar la conciencia, antes dormida, de Lienne. Por primera vez en mucho tiempo el remordimiento lo castigaba, privándole del sueño y manteniéndolo en vela. Büsharia le había ofrecido una gran oferta que en otro tiempo habría aceptado y, por mucho que se perdiera en el camino, no le habría importado lo más mínimo siempre y cuando alcanzara su objetivo. Pero ahora las cosas eran diferentes.
Sabía que sus amigos no aceptarían ese trato por las buenas, aunque fuera la única forma de salvar a la humanidad. Eran demasiado honorables para hacerlo, así que le tocaba a él ensuciarse las manos, como siempre.
Una voz surgió tras las puertas de su habitación.
—Mi señor Lienne, necesito darle una información que podría interesarle —dijo uno de sus hombres de confianza en voz baja, pero lo suficientemente alta para que se le escuchara con claridad a través de la puerta.
—Pasa, muchacho. ¿Qué ocurre?
El señor de Olusha le abrió la puerta y se sentó en un pequeño escritorio que tenía al lado de la ventana.
—Señor, nos disponíamos a abrir las puertas de la ciudad para recibir a los hombres que venían en busca de la muchacha, pero ha habido una complicación.
—¿Una complicación? Sabes que no me gustan los desajustes de última hora.
Lienne trataba de sonar seguro, pero no pudo evitar que un escalofrío le recorriera la nuca al pensar en que, si metían la pata en este plan, todo podía irse al traste y acabar muertos antes de poder decir: «Perdón».
—Han llegado unos hombres a las puertas de la ciudad. Dicen ser comerciantes de heno, pero está claro que mienten. Vienen armados y con varios carros. Los hemos retenido en una de las puertas laterales con la excusa de que necesitábamos su permiso antes de darles paso, y se lo han creído, por ahora.
—Bien. —Lienne trataba de pensar con frialdad—. ¿Sabemos de dónde vienen?
—Dicen que de Festa, señor, pero yo me crie allí y ellos no tienen nada que ver con las gentes de la ciudad.
—Guerreros de Festa... ¿no te viene nada a la mente? —preguntó el señor de Olusha. El joven vasallo sacudió la cabeza en gesto negativo—. Son del gremio, muchacho.
Por un lado llegaban los atherontes en busca de la chica, y por otro los Hijos de Dahyn venían a buscar a sus hermanos huidos.
—Mantenedlos fuera de mi ciudad. Decidles que hasta que no se haga de día no podré atenderlos. Mientras, mantened las puertas principales de la ciudad abiertas para la llegada de los atherontes y que nadie les interrumpa el paso. La ciudad debe quedar a oscuras y todo el mundo en sus casas.
Iba a ser una noche muy larga.
El grupo liderado por Canela corría a través de las calles de Olusha. Ahora ellas se movían casi en la misma oscuridad que Alérigan. Era extraño, pero todas las luces de la ciudad habían sido apagadas y no había ni un alma en las calles, ni siquiera los vigilantes de las puertas. Además, había algo raro en el ambiente, se respiraba un aire helado y la brisa marina había desaparecido. Demasiada calma para una noche en la ciudad de Olusha.
—Espera —dijo Alérigan de pronto, dando un tirón de la mano de Nym—. ¿Hacia dónde estamos yendo?
—Canela nos lleva hacia la entrada de la ciudad, creo.
—Será mejor que salgamos por una de las puertas laterales. Estará menos vigilada y podremos seguir sin levantar sospechas.
—Hay algo muy raro, no hay nadie en las calles. Es como si todo el mundo hubiera desaparecido. —Nym miraba hacia las ventanas de las casas que también permanecían en la oscuridad—. Demasiada casualidad que no haya ni una luz encendida en toda la ciudad...
—Olvídate de eso y sigamos adelante. No tenemos mucho tiempo para alejarnos de aquí. Canela reanudó la marcha ante la petición de su jinete y los llevó en dirección a la puerta
izquierda.
Había algo sospechoso en la actitud de los guardias de las puertas: primero los habían obligado a quedarse fuera, a dormir a la intemperie, porque el señor de la ciudad no podía atenderlos hasta la mañana siguiente, luego habían cerrado las puertas y se habían marchado, dejándolas sin vigilancia.
—¡Esto es increíble! —dijo Bilef con actitud de reproche—. Nos dejan aquí mientras ellos se van a dormir calentitos en sus camas y nosotros a dormir al raso. ¡Y sin rechistar!
Tiedric estaba montando una tienda de campaña improvisada con las lonas que habían colocado sobre el heno para protegerlo y unas ramas de los árboles de la zona.
—Tranquilo, dejémosles tiempo para alejarse y luego intentaremos entrar en grupos pequeños. Esos muros son fáciles de escalar.
—Puede ser, pero si nos pillan, adiós a nuestra tapadera, Tiedric.
—Ya saben quiénes somos, Bilef. Esta gente está acostumbrada a recibir comerciantes de todo el mundo, y nosotros tenemos pinta de cualquier cosa menos de comerciantes. Tú podrías pasar por trapecista de un circo nómada antes que por mercader. —Tiedric le puso la mano sobre el gorro enterrándoselo hasta los ojos.
Después de la gran fiesta que celebraron en el gremio al volver la expedición fracasada, los lazos entre los hermanos se habían estrechado aún más, incluso Tiedric estaba de mejor humor y bromeaba con el resto del grupo. Bilef sabía que este estaba allí por la gloria del momento, no por el aprecio que sentía por Anders y por Alérigan, pero eso era lo de menos. Lo importante era que estaban todos juntos y tenían el mismo objetivo, aunque por distintas razones.
Bilef llevaba todo el viaje soñando despierto con sus padres. No podía quitarse de la cabeza la historia que le había contado Glerath sobre lo magnifico que había sido su padre como guerrero, con su hacha Cercenadora de hombres. A pesar de que ya no pudieran estar juntos, deseaba visitar su tumba y contarle todas las aventuras que habían vivido en los últimos días y enseñarle con orgullo sus armas, como Herederas de Cercenadora.
El chico se sentó bajo una de las tiendas que habían montado sus hermanos y sacó el diario de Anders de uno de los bolsillos de su larga chaqueta, que prácticamente arrastraba bajo los pies. Buscó la última página que había utilizado Anders y encontró una frase justo en el centro de la página sin nada más, sin adornos ni florituras, unos simples versos:
«Como duelen las despedidas de los cobardes,
pues las voces jamás serán valientes».
No sabía si era por la extraña forma de escribirlo, tan vacío, o si era por el mensaje que llevaba implícito, pero Bilef sintió una punzada. Ahora que lo pensaba, no había llegado a despedirse de sus amigos como era debido, él también había sido un cobarde. Cogió un carboncillo que había anudado en el libro y comenzó a escribir:
«Queridos amigos: ha pasado mucho tiempo desde que nos separamos en las cavernas del gremio y supongo que tendréis muchas aventuras que contarme, pero me gustaría hablaros de los grandes descubrimientos que he hecho...».
Y continuó escribiendo, relatando todo lo que Glerath le había contado sobre sus orígenes y la historia de su padre. Además, les explicó la procedencia de los primeros Hijos de Dahyn. Si él no sobrevivía, la leyenda no quedaría perdida. Seguro que Anders escribiría un hermoso relato sobre esa historia.
El sonido del portón hizo que todos los hermanos se alertaran. Parecía que alguien del interior estaba intentando abrir la puerta.
—Muchachos —dijo Tiedric—, no saquéis las armas hasta que no veamos quién es, pero tenedlas preparadas por si fuera necesario actuar.
Los hermanos colocaron sus manos en las empuñaduras de sus armas, incluso Bilef introdujo una de sus manos bajo el abrigo y sujetó con fuerza el mango de una de sus hachas. Al sentir el tacto del cuero del mango una serenidad lo invadió, las armas conseguían hacerle sentir capaz de cualquier cosa.
Una de las hojas de las grandes puertas consiguió abrirse ligeramente, lo suficiente para que un hombre pudiera atravesarla. Pero no fue un hombre lo que apareció en la puerta. Una bestia gigantesca salió del interior de la ciudad, con sus dos largas colas ondeando al viento.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó uno de los hermanos sorprendido, sin saber si sacar las armas o huir.
Pero nadie contestó, todos permanecían a la espera de ver qué hacía el monstruo. De pronto, tras la bestia apareció la figura de una mujer que sujetaba la mano a un hombre que parecía necesitar ayuda para moverse.
—Preparaos para atacar —les ordenó Tiedric.
—Esperad —dijo Bilef—, hay algo raro...
Fijó la mirada a lo lejos entrecerrando los ojos y pudo distinguir la gigantesca hacha que le había robado a Tiedric de sus aposentos para devolvérsela a Alérigan.
—¡Es Alérigan! ¡Bajad las armas, es Alérigan!
El fanghor se detuvo a las puertas de la ciudad, miraba hacia lo lejos y pudo apreciar un grupo de hombres que parecían mirarlos a la expectativa. Decidió que Alérigan debía verlos con sus ojos para decidir qué hacer y le mostró la visión. El muchacho trató de distinguirlos en la distancia, pero solo consiguió ver que tenían varios carros y tiendas de campaña.
—¿Quiénes son esos? —preguntó Nym, asustada.
—Canela, muéstramelos más de cerca. Necesito ver si van armados.
Cuando el fanghor fue a intentar acercarse, un grito salió de uno de los miembros del grupo con una voz que le resultaba familiar.
—¡Es Alérigan! ¡Bajad las armas, es Alérigan!
—¡Te conocen! —soltó la muchacha, pensando que estaban salvados.
—No cantes victoria, son del gremio. —La sujetó por la cadera y la colocó detrás de él—. No dejaré que te hagan daño, tranquila.
Canela se colocó al lado de Alérigan, cubriendo en gran parte a Nym mientras los Hijos de Dahyn se acercaban.
El primero que llegó fue el joven Bilef que corría muy ilusionado, seguido de Tiedric y los demás. Cuando Alérigan vio a Tiedric por los ojos de Canela, la ira del pasado volvió como si nunca hubiera desaparecido.
—¡Alérigan, soy yo! —dijo Bilef que, al percatarse de la venda de sus ojos, añadió—: ¿Qué te ha pasado?
—Eso no os incumbe. Será mejor que nos dejéis marchar si no queréis meteros en problemas. No sé a qué habéis venido, pero no tengo tiempo para esto.
—Hemos venido a devolverte al gremio, idiota —añadió Tiedric—. Glerath no os considera traidores y quiere que volváis a casa.
—¿Qué? —preguntó Alérigan.
—Sí, hermano. Tiedric dice la verdad. El maestro quiere que Anders y tú volváis al gremio, está todo olvidado. Somos hermanos hasta la muerte, Alérigan. —Bilef no podía creer que lo tuviera delante y mucho menos vivo después de lo enfermo que había estado.
Si estaba todo olvidado, quería decir que Glerath les había perdonado su traición. Parecía demasiado bonito para ser real, probablemente sería una trampa, pero Alérigan no creía que Bilef se prestara a algo así.
—Lo siento, no puedo volver con vosotros. Ahora tengo que marcharme de aquí.
Tiedric avanzó y se quedó mirando hacia una Nym que se ocultaba tras los anchos hombros de Alérigan.
—¿Es ella la Catalizadora que salvasteis?
—¡No te importa, Tiedric! Y aléjate de ella si no quieres perder un brazo... Bueno, tú sabes mucho sobre eso, ¿no es cierto?
El Hijo de Dahyn se quedó impactado. Alérigan nunca había hablado de ese tema delante de nadie y mucho menos con él. Parecía que había cambiado mucho desde sus últimos encuentros, ahora era bastante más valiente.
—¿Adónde te diriges, Alérigan? —preguntó otro de los hermanos—. Podemos ayudarte si lo necesitas.
—No, no lo entendéis. Debemos alejarnos de la ciudad lo antes posible.
—Alérigan —Bilef se adelantó con valentía a pesar de la presencia de Canela—, no voy a dejarte marchar solo. Ya lo hice una vez y me he arrepentido durante todo este tiempo, así que me voy contigo y con tus nuevos amigos adonde sea necesario. ¡No se hable más!
—Eres un gran amigo, pero esto tengo que hacerlo solo. Aunque hay algo que sí que podéis hacer. —Alérigan recordó las palabras de Ishalta sobre entretener a los perseguidores, y que Anders, Soleys y Lienne seguían en la ciudad—. Unos buenos amigos se van a quedar en la ciudad, protegedlos de lo que sea necesario. Se avecina algo grande.
Parecía que el tiempo había estado esperando a que Alérigan dijera esas palabras porque, en cuanto dijo la última frase, una gran explosión que provenía de la entrada principal hizo que el suelo temblara a sus pies.
Las llamas comenzaron a propagarse por las casas y los gritos de los inocentes no tardaron en alzarse por encima del ruido de las explosiones.
Nym se giró y, al ver el reflejo de las llamas en el cielo, sintió que el infierno se acercaba a la tierra.
—¿Qué está pasando, Alérigan? —preguntó Tiedric, asustado.
—Son atherontes, los seguidores del Mago Oscuro. Creí que si nos marchábamos no destruirían la ciudad... Está claro que me equivoqué.
Alérigan se sentía tan culpable que apenas podía reaccionar ante la destrucción que veían sus ojos. Entonces, recordó que Anders estaba dentro, con el resto de sus amigos. No podía marcharse sin más y dejarlos a todos atrás. Solo tenía una opción, aunque no estaba del todo seguro de si era lo que debía hacer.
—Bilef, por favor. Sé que ya has hecho demasiado por mí, pero tengo que pedirte una última cosa.
—Adelante, haré lo que me pidas —dijo el muchacho asintiendo.
—Cuida de ella y llévatela lejos. Es muy importante para toda la raza humana. Te pido que la protejas como si fuera tu propia vida.
Se apartó de delante de Nym y le cogió la mano acercándola a Bilef.
—¿Q-qué vas a hacer, Alérigan? —preguntó ella sin soltarlo.
—No puedo dejar a mis amigos ahí dentro, tengo que hacer algo.
—No... no te vayas, es muy peligroso.
—No te preocupes, volveré a por ti y nos marcharemos lejos de aquí. Bilef te cuidará bien mientras yo no esté. Nos volveremos a encontrar.
Nym le tomó de ambas manos y trató de que no sintiera que estaba llorando, pero los sollozos se hacían notar entre las palabras.
—¿Por qué tengo la impresión de que si te vas no volveré a verte? —Ella se acercó a él, tan cerca que Alérigan podía sentir el calor de su aliento y la suave piel de su frente pegada a la suya.
—No te preocupes —susurró Alérigan—, voy a volver. Es una promesa.
—No te creo...
—Entonces será mejor que aprovechemos este momento.
Y la besó, permaneciendo aún cogidos de las manos con fuerza. Nym se dejó llevar, pero no pudo parar de llorar mientras sus labios se encontraban con los suyos, acariciándose con suavidad, mientras ambos se bebían las lágrimas de una amarga despedida.
El guerrero se separó de ella y le soltó las manos con dificultad, pues continuaba aferrada a él. Nym no apartó la mirada y vio cómo Alérigan corría hacia el interior de aquel nido de llamas.
El sonido del caos que surgía a su alrededor sacó a Anders de su profundo y plácido sueño. Al abrir los ojos vio que Soleys ya no estaba a su lado, sino que se había levantado y se encontraba frente a la ventana mirando hacia al vacío. Anders se levantó y, cuando fue a hablar, se ahogó con sus propias palabras. ¡La ciudad estaba en llamas! Soleys miraba hacia el exterior sin reaccionar.
—Tenemos que marcharnos de aquí —gritó Anders, zarandeando a Soleys.
—Yo lo había visto... —dijo ella, aún con la mirada perdida.
—¿Qué dices, Soleys? ¡Reacciona!
—Anders —dijo por fin mirándolo a los ojos—, yo había visto esto en mis sueños. Debí haber hecho algo.
—No hay nada que podamos hacer ahora, tenemos que irnos o arderemos con la casa. Anders empujó a Soleys fuera de la habitación y corrieron todo lo rápido que pudieron hacia
la entrada de la mansión. El fuego estaba consumiendo los hermosos jardines de Lienne que se veían a través de las altas cristaleras y no tardaría en abrasar la casa entera. Ishalta estaba en la entrada.
—¿Estás bien? ¿Dónde están los demás? —preguntó Anders bajando las escaleras con rapidez.
—Sí, estoy bien. Alérigan y Nym se han marchado hace tiempo, pero no encuentro a Lienne.
—¿Cómo que se han marchado? —preguntó Soleys.
—Es muy largo de contar y no hay tiempo. Busquemos a Lienne y salgamos de aquí ya.
El fuego hizo que algunos postes de madera cedieran y la casa comenzó a derrumbarse poco a poco.
—Salid vosotras de aquí —les ordenó Anders—. Yo iré a buscar a Lienne.
Ishalta asintió y cogió a Soleys de la mano, obligándola a salir de la casa. En el exterior todo era aún más caótico, la gente de la ciudad corría de un lado para otro horrorizada, algunos incluso tenían el cuerpo ardiendo.
—Salgamos de la ciudad —le dijo Ishalta en voz alta para que pudiera oírla entre el caos.
—No, yo voy a esperar a Anders.
Ambas salieron de los jardines y esperaron junto a los miembros del servicio de la Mansión de Cristal.
Anders corría intentando llegar a la parte superior de la casa, esquivando la destrucción que el fuego iba dejando a su paso. Cada vez le costaba más avanzar, pues el humo se intensificaba y le impedía respirar metiéndose en sus pulmones y asfixiándolo lentamente. El joven se cubrió la boca y la nariz con la manga de su túnica blanca, ahora cubierta de hollín, y continuó avanzando.
Tuvo un presentimiento y se dirigió hacia el despacho austero de Lienne y, al abrir la puerta con una patada, lo encontró. Estaba sentado tras su escritorio con una copa de vino en la mano mirando hacia la entrada.
—Una visita inesperada, pensaba que el primero en llegar sería el fuego —dijo el señor de Olusha dando un trago, con una sonrisa.
—Tenemos que irnos, la casa se está desmoronando —le gritó Anders.
—Me equivoqué, Anders. Creí que podía ser un héroe y no soy más que un fracaso.
—¿De qué estás hablando?
—De esto. —Se levantó de la silla y señaló con ambos brazos todo a su alrededor—. Yo soy el culpable de todo esto. Traté de salvar una pequeña parte de la humanidad y lo único que he conseguido es que mi ciudad arda hasta los cimientos.
—Tú no eres el culpable de esto, Lienne.
—Sí que lo soy. Os traicioné. A Alérigan y a ti, los únicos amigos de verdad que he tenido en toda mi vida y os vendí como un vulgar mercader.
Anders no entendía nada, creía que era el alcohol el que hablaba a través de la boca de Lienne.
—Le dije a los atherontes dónde encontraros a cambio de que no le hicieran daño a mi gente, y mira lo que he conseguido.
—¡¿Cómo pudiste?!
Anders se acercó y le propinó un puñetazo a Lienne con la fuerza de su propio peso. La copa de vino impactó con la pared, que pronto empezó a arder al contacto con el alcohol. El señor de Olusha se limpió la sangre que le recorría la mandíbula.
—No tengo perdón, Anders. Solo quería ser el salvador de la humanidad, ser el bueno por una
vez.
—Eres una sucia rata repulsiva. Nunca debimos confiar en ti.
El fuego recorría la habitación y tenía encerrados a los dos hombres en el centro, sin escapatoria posible, pues la puerta había quedado bloqueada por los cascotes que habían caído del techo.
—Dime, Anders —le soltó Lienne—. ¿Tú qué habrías hecho? La humanidad va a desaparecer por la vanidad de cuatro malditos hombres, por su incapacidad de elegir un bando. Yo al menos elegí uno. Me equivoqué, pero no moriré pensando que no hice lo posible por salvar a mi gente.
Anders se quedó sin palabras. Había sinceridad en su discurso y tenía razón, la humanidad moriría por orgullo.
—Ambos moriremos aquí —reconoció Anders—, y no quiero morir lleno de rencor. Entiendo lo que hiciste, al menos tú trataste de salvarnos a tu modo.
—Ahora todo se acabó y los dos hemos fracasado en nuestra misión de salvar el mundo. — Lienne miró hacia el fuego que los rodeaba—. Es una buena forma de morir, siempre he pensado que el fuego lo purifica todo.
Lienne le dio un largo trago a la botella de vino y se la cedió a Anders, que se colocó a su lado.
—Brindo por eso.
Anders dio otro trago de vino y se sentaron a esperar.
El fuego continuó su camino, consumiendo las vigas de madera que mantenían en pie la Mansión de Cristal.
Cuando la casa cayó ante la mirada de Ishalta y Soleys, el eco del crujido de los cristales se unificó con el sonido del corazón de Soleys al resquebrajarse.
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