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Capítulo 30

Alérigan llevaba toda la noche sumergido bajo el agua, se había desnudado y solo subía a la superficie a coger un poco de aire cuando se veía obligado.

Estaba desquiciado porque no conseguía quitarse de encima el olor de la sangre. Ese olor nauseabundo a óxido se le había quedado embebido en la mente. Se sentía sucio al tener contacto con algo que hubiera pertenecido a aquella «cosa» que no podía ser calificada como persona.

El muchacho pensaba en lo que le diría su madre si hubiera visto lo que había hecho. Probablemente se enfadaría con él, lo golpearía y lo echaría de su vida. Alérigan pensaba que, por desgracia, ella había vivido esclavizada toda su vida y nunca había visto lo que en realidad era su amante esposo: un monstruo que se disfrazaba de padre y marido delante de las personas, pero que cuando nadie lo miraba se convertía en un torturador nato.

El chico salió del agua y se sentó en el muelle, con la mirada puesta en el cielo estrellado. Si su madre hubiera seguido a su lado, la habría llevado al gremio para que viera la vida que había escogido tras el abandono de su padre. Le enseñaría todo lo que Anders y él habían conseguido a lo largo de su juventud. Pero ahora había vuelto al agujero al que su padre lo envió cuando era niño, a la vida de ladronzuelos y luchadores callejeros; pero esta vez con clase, como diría Lienne.

Entonces, recordó lo que le hizo a su amigo cuando estaba huyendo de La Casa Perlada. Lienne era un buen camarada, desde que lo conocieron no había hecho otra cosa que ayudarlos, eso sí, siempre a cambio de que trabajaran para él. A fin de cuentas, esa es la única manera de conseguir algo en la vida, así que no lo culpaba por ello, por actuar de esa manera había llegado tan alto.

El joven miró sus manos. Todavía podía ver la sangre en ellas, a pesar de que ya estaban limpias. Y el olor... el olor no desaparecía.

Tanto había deseado este momento de triunfo, en el que pudiera continuar con su vida sin tener miedo de encontrarse a ese hombre por las calles, que ahora no sabía qué lo estaba perturbando. Se llevó las manos a la cabeza y la sujetó con fuerza, aferrándose el pelo oscuro entre los dedos.

Lienne tenía razón, no era más que un maldito cobarde que llevaba toda su vida huyendo y escondiéndose hasta de su propia sombra, y ahora que eso había terminado no sabía qué hacer. A lo mejor, pensó por un momento, había llegado su hora, pues ya había cumplido su propósito en la vida. A lo mejor ya estaba en paz consigo mismo. Y el mar no hacía más que llamarlo a su interior. Podía ser la solución para todo.

Pero entonces la imagen de Nym se paseó por su mente intentando hacer lo mismo que a él se le estaba planteando.

Ahora sí que era consciente de que estaba perdiendo la razón, y solo había una persona capaz de hacerle recuperar la cordura: su hermano Anders. Se vistió con rapidez, aún con el cuerpo mojado, lo que hizo que la ropa se le quedara adherida al cuerpo dibujando sus formas masculinas, y comenzó a andar rumbo a la Mansión de Cristal.

El señor de Olusha había hecho llamar a Anders e Ishalta a su estudio, aquella habitación austera que contrastaba tanto con el resto de la casa. Anders desconocía el propósito de esa reunión clandestina en la madrugada, pero se imaginaba lo peor. Y, al ver entrar a Lienne con el antebrazo vendado de forma improvisada y con la tela empapada en sangre, sus sospechas se afianzaron aún más.

—Chicos, tenemos un problema —dijo Lienne, sentándose tras su escritorio para tener a sus dos invitados enfrente.

—¿Qué te ha pasado en el brazo? —preguntó Ishalta con preocupación.

—Eso es lo de menos, el problema está en que Alérigan está perdiendo el norte y tenemos que hacer algo.

—¿Ha sido Alérigan? ¿Te ha atacado?

Por mucho que su hermano hubiera perdido la cabeza, Anders no lo veía capaz de atacar a nadie sin alguna razón lógica. No era un asesino.

—Sí, pero no ha sido del todo culpa suya. Yo me lo busqué y fue un accidente.

—¿Qué pasó en La Casa Perlada?

—Alérigan se encontró allí con un viejo conocido, y decidió tomarse la justicia por su mano. Lo entiendo perfectamente, yo hubiera hecho lo mismo.

Un viejo conocido al que Alérigan quisiera dar caza, pensaba Anders, no podía ser otro que su padre, pero era imposible que ese hombre estuviera viviendo en Olusha, demasiada casualidad.
—¿Su padre? —preguntó.

—Así es. Le cortó el cuello por la espalda mientras el pobre desgraciado fornicaba con una prostituta y, después de muerto, le asestó una decena de puñaladas por la espalda. Un poco excesivo para mi gusto y mucho más después de ver cómo quedó la habitación, pero ya me he encargado de la limpieza. Alérigan está a salvo.

Ishalta se quedó con la boca abierta. Conocía a los muchachos desde hacía poco, y bien es verdad que Alérigan le había dicho que ellos no eran los héroes de libro que ella creía que andaba siguiendo, pero no se esperaba que fueran homicidas despiadados.

—Pero... ¿cómo es posible? ¡Se ha vuelto loco!

—No, Ishalta —le dijo Anders, sujetándola por los brazos, tratando de tranquilizarla—. Tú no lo entiendes. Alérigan no lo ha matado sin razón, yo nunca apruebo el asesinato, pero en este caso entiendo lo que ha hecho mi hermano.

—Yo también —Lienne apoyó a Anders asintiendo con la cabeza—. La venganza forma parte de nuestra naturaleza, Ishalta, es la esencia de nuestra maravillosa raza: la pasión y la locura con la que vivimos la vida.

—Ahora entiendo por qué lo apoyáis, ¡estáis tan locos como él!

Cuando Ishalta se giró para marcharse del estudio, vio que Alérigan estaba apoyado en el quicio de la puerta mirándolos y escuchando toda la conversación. La muchacha se quedó paralizada sin saber qué hacer ni qué esperar del asesino.

—Ishalta tiene razón —dijo el muchacho con un hilo de voz—, creo que estoy perdiendo el control.

—No digas eso, hermano, los dos sabemos que tenías tus razones para hacer lo que hiciste.

—Sí, y no me arrepiento de ello. Son estas habilidades nuevas que tengo las que me están haciendo volverme loco: ya no duermo, no descanso, no puedo ni siquiera disfrutar de un segundo de silencio. Todo es ruido en mi cabeza, los olores se me meten en la nariz y me provocan náuseas.

Alérigan terminó por entrar en la habitación y se sentó en una de las sillas que tenía Lienne entorno a la mesa.

—Yo no sé cómo podéis hablar de quitar la vida a alguien con tanta naturalidad, no lo entiendo.

—Ishalta estaba a punto de salir de la habitación, pero Alérigan habló y se detuvo.

—¿Alguna vez has tenido que vivir día tras día viendo cómo alguien golpea y tortura a la persona que más quieres hasta dejarla al borde de la muerte? —Alérigan se levantó y, mientras hablaba, se acercaba a la muchacha—. ¿Alguna vez, cuando eras solo una niña, tuviste que curar las heridas casi mortales de tu madre? Dime, Ishalta, ¿alguna vez has visto el placer en los ojos de alguien mientras te da una paliza? —Se detuvo justo frente a ella—. Pues yo sí, lo vi durante toda mi infancia, por llamar de alguna manera a esa etapa de mi vida, porque nunca pude ser niño. Nunca pude salir a la calle a jugar con el resto, tenía que quedarme en casa encerrado para que nadie viera las marcas de los golpes que tenía por todo el cuerpo y, además tenía que cuidar de mi madre enferma, que tras tantos años de palizas era incapaz de moverse por sí sola.

Ishalta lo miró a los ojos y tras su mirada oscura pudo ver a ese niño del que él hablaba. Ese niño que lloraba escondido en un armario para que su padre no lo encontrara cuando volvía a casa de trabajar. La muchacha no pudo contener la emoción y empezó a sollozar.

—Lo siento, Alérigan. Yo no sabía... no entendía... Lo lamento tanto —dijo la muchacha mientras se limpiaba la nariz.

—Perdóname también a mí —dijo Alérigan—. Lo siento.

Anders notaba que su hermano estaba muy afectado, pero también veía que algo de alivio había en él tras la muerte de su padre. Había dejado atrás una de sus pesadas cargas.

—Debe haber alguna manera de que puedas descansar, aunque sea por unas horas —dijo Lienne, más para sí mismo que para el resto de los presentes, pensativo.

—¡Sí que la hay! —afirmó Ishalta, ilusionada—. ¡Podemos darte alguna pócima del sueño!
—¿Pócimas del sueño? —preguntó Anders. Nunca antes he oído hablar de algo así, ni siquiera a Soleys con todas las botellitas que llevaba en su Bestia Indomable.

—Sí, se llaman Suspiros de Morfeo y se elaboran con unas flores que se encuentran en el bosque de Festa.

—Entonces, ¿a qué esperamos? —preguntó Anders.

—No es tan fácil. Las flores son muy sencillas de encontrar, pero lo complicado es realizar la poción correctamente. Si algo saliera mal, Alérigan podría pasarse el resto de su vida dormido.

—Descartemos esa idea, no podemos correr un riesgo tan grande.

—Espera, Anders. Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas —dijo Alérigan mirando a Lienne, haciendo alusión a una conversación anterior—. Yo me arriesgaré a eso, si sigo así puede que decida acabar con mi vida.

—¡Serás idiota, cabeza de fanghor maloliente! —Anders le propinó un puñetazo en el hombro con todas sus fuerzas—. ¡Te estás jugando la vida con esto! ¿No lo entiendes?

—Lo entiendo, pero es la única forma de que pueda recuperarme, no solo mentalmente sino también físicamente. Mírame —se señaló a sí mismo—, estoy destrozado por dentro y por fuera.

Y tenía razón. Anders nunca lo había visto con tan mal aspecto, exceptuando cuando casi se muere en las cavernas del gremio. Tenía los ojos hundidos remarcados por un cerco amoratado, apenas denotaban algo de brillo en su interior, parecían cavernas abandonadas, y su piel había adquirido un color ceniciento. La rudeza que había irradiado siempre prácticamente había desaparecido, y más parecía un muerto que un guerrero.

—De acuerdo, averiguaremos dónde están esas flores, pero luego buscaremos a alguien que sepa hacer la poción.

Lienne sonrió con picardía mientras veía cómo el resto se debatía por un problema que él ya tenía solucionado. Anders se giró y se percató de la sonrisa maliciosa.

—¿A qué viene esa cara, amigo?

—Parece que después del tiempo que hemos pasado juntos, aún no me conocéis —dijo Lienne, sirviéndose una copa de vino—. Estamos en Olusha, y aquí yo controlo todo a mi alrededor. Si quiero conseguir Susurros de Morfeo, los consigo.

—¿Estás diciendo que tienes esa pócima? —preguntó Alérigan con ansiedad e ilusión.

—No, estoy diciendo que puedo conseguirla. Dame un día y la tendrás.

—¿Y de dónde la vas a sacar? Yo no me fio de cualquiera que haga la poción —contestó Anders con escepticismo.

—Tranquilo, muchacho. Conozco a unos hechiceros proscritos que suelen abastecerme de algunas «cosillas» que no son demasiado legales, así que mejor que no sepáis más. —Lienne se levantó de su sillón—. Yo me encargo.
Se marchó dejando a los tres compañeros sin saber qué esperar de esos supuestos magos.


Normalmente no pasaba nada fuera de lo normal en el puerto de Olusha, pero esa noche Lienne había tenido que acudir en busca de la pócima para Alérigan. Uno de sus contactos se había encargado de todo el trámite, ya que él detestaba descender a los bajos fondos del contrabando y, además, siempre disponía de alguien que lo hiciera por él. Era lo mejor de tener tanto poder, no tenías por qué hacer nada que te disgustara.

Cuando llegó al puerto, el almacén estaba sumido en la oscuridad. Lienne tardó unos segundos en habituar su vista, pero aun así pudo vislumbrar una figura humana al fondo, justo en la mesa donde se recibían y contabilizaban las cargas que traían los barcos: el lugar de trabajo de Anders. Desde que este había empezado a trabajar para él, el almacén estaba mucho más organizado y con todos los artículos clasificados. Era un hombre eficiente, como poco.

Mientras caminaba, Lienne iba dando golpecitos a su paso con el bastón para que su visitante oyera su entrada. Este levantó la cabeza hacia el sonido.

—Bienvenido, Lienne. Te estaba esperando.

—Siento no haber podido acudir antes, ya sabes que a los grandes hombres de negocios siempre nos surgen cosas inoportunas —dijo Lienne sentándose en una silla y colocando los pies sobre la mesa en postura relajada.

—Sí, cosas inesperadas como una romántica velada en tu queridísima Casa Perlada, ¿no es cierto? —preguntó la desconocida entre risas.

—Porque llevo trabajando contigo toda mi vida y hay bastante confianza, mi querida Büsharia, que de haber sido otra ¡ya te habría cortado la lengua! —Dio un golpe con su bastón en la mesa que retumbó en todo el almacén.

Los dos contrabandistas comenzaron a reírse con carcajadas descontroladas y relajadas. Se notaba la confianza que había entre ellos, pues como bien había dicho Lienne, llevaban toda la vida metidos en el mismo negocio.

Se conocieron una noche en la que esa vieja amiga suya había ido al prostíbulo en busca de calor humano. Büsharia fue calificada desde que se adentró en el lugar como un hombre extraño, con su capa negra sobre el rostro dejando ver poco más que su barbilla hirsuta y su caminar
desgarbado, como si cargara con mil años a las espaldas apoyándose en un bastón de madera sin adornos. La propietaria del lugar, por aquellos entonces, presumía de poder detectar lo que deseaba la persona solo con verla una vez y Büsharia la retó a que lo adivinara. Como Perla no lo sabía con exactitud decidió arriesgarse enviando a Lienne, que en sus primeros años en el prostíbulo era un jovencito de semblante dulce, y ella se encargaba de darle una envoltura andrógina de forma que encajara en el perfil de cualquier persona.

Cuando el joven Lienne entró en la habitación, se acomodó en la cama situada en el centro a la espera de que aquel anciano hiciera con él lo que deseara. El hombre entró y se retiró la capa negra con un gesto muy ágil, girándola alrededor de su cuerpo de forma que, cuando Lienne pudo verlo de nuevo, ya no era un octogenario, ni siquiera un hombre.

Era una mujer lia'harel, la primera que veía Lienne en su vida. Era muy hermosa, con una piel marcada con surcos brillantes y ojos rasgados enormes. Su melena oscura y aterciopelada le caía hasta los hombros con suavidad. Ella se sentó a su lado en la cama y aquella noche la pasaron hablando. Lienne preguntaba con mucha curiosidad sobre su raza y sus habilidades, y Büsharia se interesó mucho por las aspiraciones del muchacho.

De ella aprendió todo lo que sabía ahora, le enseñó la importancia del poder y de la habilidad de manipular el entorno a tu alrededor. También le contó que ella poseía una habilidad extraña entre sus hermanos de raza, su brujería se denominaba «magia de Transmutación» y le permitía adoptar el físico de cualquier persona que hubiera visto previamente, como la apariencia del viejo que entró en el prostíbulo por primera vez.

Büsharia continuó visitándolo en el prostíbulo y pagaba grandes cantidades de dinero por el simple hecho de hablar con el muchacho, incluso fue ella quien lo impulsó a acabar con la vida de
Perla y hacerse con La Casa Perlada. Cuanto más tiempo pasaban juntos, más se encandilaba Lienne con aquella mujer, hasta que se enamoró locamente de ella. La hechicera le correspondía y las visitas se hicieron más continuas y pasionales, sobre todo cuando el muchacho humano se apoderó de la ciudad.

Una noche, Lienne le pidió que se quedara a su lado para disfrutar de una vida juntos, pero Büsharia se negó y desde entonces su relación se había distanciado de tal forma que solo se veían por cuestiones de trabajo.

—¿Me has traído mi poción? —preguntó Lienne, volviendo al tema que importaba.

—Sí, por supuesto. ¿Alguna vez te he decepcionado, cariño? —Büsharia siempre jugueteaba con él, coqueteando. Lienne era consciente y le gustaba seguirle el juego—. Pero no te la daré.

—¿Por qué? ¡No me vengas con tonterías, he pagado por ella!

—Sí, pero no es algo que se deba dar a la ligera. Necesito saber para qué la vas a utilizar, y espero por tu bien que sea para algo importante —dijo con tono amenazante.

Lienne no quería entrar en detalles y hablarle de sus nuevas adquisiciones en su plantilla de trabajo, pero siempre podía omitir información.

—Es para un amigo con problemas de insomnio.

—¡Eso es una tontería! —Büsharia se rio sarcásticamente—. Hay miles de remedios caseros para el insomnio, esto es magia superior y como tal tiene sus riesgos.

—Ya los conocemos, pero él está dispuesto a arriesgarse porque ya lo ha probado todo y no encuentra una solución. Mira —se detuvo y cogió aire—, si no me la vas a dar, la buscaré por otro lado y ahí sí que correremos riesgos. Por lo menos tú la habrás realizado correctamente con tu magia.

Büsharia salió de detrás de la mesa y se sentó sobre ella, justo delante de Lienne. Colocó ambos muslos a los lados del chico, dejando ver sus largas piernas a través del tajo de su vestido. Llevaba un traje largo de color oscuro con un corte que subía desde el suelo hasta la ingle, además de llevar un escote en pico pronunciado que mostraba el nacimiento de su pecho de forma sugerente.

—¿Y qué te hace pensar que la he realizado correctamente? —preguntó con una sonrisa de medio lado—. Te diré lo que pienso: creo que este brebaje es para ti, que llevas un tiempo aburrido y necesitas algo que te dé emoción en tu asquerosa rutina, que ya te cansan hasta tus prostitutas y, sobre todo, que me echas de menos y buscaste la primera excusa que se te pasó por la cabeza para traerme hasta aquí.

Lienne, que hasta el momento había permanecido hipnotizado por las vistas, no pudo contener la risa y se rompió el embrujo al que estaba sometido.

—Pobre Büsharia, siempre tan egocéntrica —continuó riéndose—. Me da igual lo que quieras pensar, lo importante es que he pagado por algo y lo quiero. Te diré lo que pienso yo: me da la impresión de que tú sí que estás aburrida encerrada en tu cueva, y además creo que eres tú quien estaba deseando verme.

—¿Y qué te hace pensar eso? ¿O es tu ego el que habla por ti?

—Pues me hace pensarlo el hecho de que podrías haber mandado a cualquiera de tus vasallos a entregarme la pócima y, sin embargo, quien está aquí eres tú.

Por primera vez en mucho tiempo, Büsharia se quedó desarmada.

—Dame mi poción —insistió Lienne, con un aire autoritario que nunca había sido capaz de utilizar con ella.

Büsharia se bajó de la mesa de un salto y lanzó la botellita al aire, pero Lienne se levantó de la silla y la atrapó al vuelo con destreza.

—Muchas gracias, preciosa. Siempre es un placer hacer negocios contigo —dijo mientras le guiñaba un ojo, lo que hizo que Büsharia se enfureciera aún más.

—¡No sé qué pude ver en ti!

—Te recuerdo que fuiste tú quien venía todas las noches en mi busca, querida.

Lienne se acercó a la hermosa hechicera hasta que sus respiraciones se tocaron y acarició la tela de su vestido desde los hombros, descendiendo hasta cogerla de las manos.

—Todavía estás a tiempo de quedarte conmigo. —La voz de Lienne sonó suplicante, y por un momento ambos se trasladaron a los tiempos en los que disfrutaban de un amor loco y desmedido, sin pensar en nada más.

—No puede ser, Lienne. Las cosas no son tan fáciles cómo crees.

—No importa, yo las haré fáciles. Quédate conmigo y nadie podrá alejarte de mí. Quédate.

—Yo... no puedo... —Büsharia agitaba la cabeza y descendía la mirada, intentando evitar los ojos verdes de Lienne.

Él la sujetó de la barbilla y le subió el rostro hasta que sus labios quedaron a la misma altura. Cuando ambos avanzaban en un momento casi eterno y codiciado, un visitante inesperado

irrumpió en el almacén.

—Mi señor Lienne, ¡menos mal que le encuentro! —El hombre respiraba con dificultad.

—¡Ahora no! —le ordenó, sin apartar los ojos de Büsharia.

—Es importante, jefe. De no ser así no os molestaría.
Lienne lo miró con ira, pero al ver la expresión de su cara supo que algo relevante estaba pasando.

—Habla sin tapujos, es de confianza —dijo Lienne señalando a Büsharia.

—Ha llegado un barco de Shanarim, señor. Y trae un cargamento algo especial.

—¿Cómo de especial? —preguntó Büsharia. Lienne la miró con curiosidad.

—Es mejor que lo vea, jefe. No sé cómo describirlo.

—De acuerdo, vayamos a verlo.

El trabajador los guio hasta el último muelle. Se encontraba más oculto que los demás y era el que utilizaban cuando el cargamento no era del todo legal. Desde que Anders estaba en el almacén, Lienne había ordenado que utilizaran más este muelle y su pequeño almacén aislado, ya que todavía no veía a Anders preparado para negocios turbios como los que se producían allí.

Cuando llegaron, la luz de la luna les permitía ver el barco atracado en el muelle y su capitán fumando en la puerta del almacén. Lienne reconoció el barco, se trataba del Ventisquero del desierto. Odiaba el trato con el capitán, era una persona vulgar que despreciaba a todos los que no fueran de Shanarim.

—Hermosa noche, ¿no cree, capitán? —dijo Lienne al llegar al almacén, fingiendo un tono sociable.

—Eso es porque no has visto las noches del desierto. Eso sí que es belleza y no la mierda que tienes aquí.
Lienne se mordió la lengua para no contestarle, su barco le proporcionaba muchos beneficios.
—¿Qué me has traído esta vez?

—Ni yo mismo lo sé, así que entra y échale un vistazo a ver qué opinas.
Lienne y Büsharia entraron en el interior del almacén y vieron una especie de carro de madera tirado por un caballo famélico.

—¿Tanto alboroto por un carro de mierda? —preguntó Lienne alzando la voz. Estaba empezando a enfadarse.

—Mire dentro, señor —dijo el hombre que lo había ido a buscar.

Al asomarse al interior del carro en la parte posterior, se quedó atolondrado.

Había miles de pequeñas botellitas de cristal con una etiqueta que indicaba para qué se debía usar. Lienne se subió y se puso a investigar algunas de ellas, había brebajes de muchos colores y para todo tipo de cosas, incluso brebajes para potenciar el enamoramiento. Cuando el muchacho cogió uno de esos, sonrió y se lo guardó en el bolsillo de su traje. Nunca se sabía cuándo podías necesitar uno.

—Pues sí que es interesante el maldito carro —afirmó mientras bajaba del armatoste de un salto.

—No son más que tonterías de engañabobos callejeros. He visto miles de supuestos magos que venden estas cosas. —Büsharia se sentía ofendida cuando ese tipo de personas se aprovechaban de un don del que carecían, por supuesto—. Me marcho, Lienne, está claro que tienes asuntos más importantes que yo por atender.

—No, espera —le suplicó el joven.

—Tranquilo, volveremos a vernos pronto.

Le dio un beso dulce en los labios y se colocó su capa negra sobre los hombros antes de marcharse. Lienne sabía que había aprovechado el movimiento de su capa para cambiar de apariencia, lo que le hacía preguntarse si la apariencia que él conocía de ella era la real.

—Señor, hay algo más —se dirigió a él el muchacho que los había interrumpido antes y lo sacó de su abstracción.

—¿De qué se trata?

—Las propietarias del carro, señor: una es una nómada de Shanarim y la otra es una lia'harel.

Además, traen con ellas una especie de bestia gigante, como si fuera una mascota. Estaba siendo un día lleno de sorpresas para el señor de Olusha.

—¿Dónde están ahora? —preguntó Lienne con rapidez.

—En el camarote de mi barco. Mis muchachos y yo nos encargamos de amarrarlas mientras dormían. A la bestia la encerramos en la bodega y no nos atrevimos a más, ¡es un bicho enorme!

Algo olía muy raro en todo ese asunto. Lienne se preguntaba qué hacía un lia'harel con una humana que parecía vendedora ambulante y una bestia del desierto. Fuera lo que fuese, seguro que podía sacar algún beneficio de aquello.

Lo primero que le vino a la cabeza fue que en La Casa Perlada no había lia'harel, sería una nueva atracción para sus clientes.

—Traed a mis invitadas al almacén, quiero hablar con ellas.

Lienne se estiró el traje blanco impoluto y se miró en un pequeño espejo que siempre llevaba en el bolsillo. Tenía que estar radiante para impresionar a sus nuevas adquisiciones. Pero entonces se acordó de los Susurros de Morfeo.

—¿Alguno de vosotros podría llevarle esto a Alérigan? Debe de estar en mi mansión. Habrá recompensa para quien lo haga correctamente —dijo Lienne, a lo que varios de los presentes se prestaron voluntarios.

El más rápido de todos cogió el pequeño frasco de las manos de Lienne y salió a toda velocidad en dirección a la ciudad. Daba gusto tener siervos así, pensaba el señor de Olusha.

Dos marineros enormes entraron por la puerta cargando con las muchachas a hombros. Una de ellas no paraba de patalear y hablar a gritos a través del saco que le habían puesto en la cabeza, lo que transformaba su voz en un sonido horrible. La otra, por el contrario, no se movía ni hablaba, dejándose llevar sin importar adonde. Las lanzaron en el suelo con brusquedad y se marcharon.

—Bienvenidas, señoritas —habló Lienne—. Os informó de que estáis lejos de la ciudad y por mucho que gritéis no os va a servir de nada. Además, no pretendo haceros daño, quiero que seáis mis invitadas.

Lienne hizo señas a uno de sus trabajadores que retiró los sacos a ambas mujeres. Cuando el rostro de la lia'harel quedó al descubierto, Lienne se quedó asombrado. Era una muchacha preciosa con un rostro cincelado a la perfección, casi parecía irreal.

—Desconozco la cultura de los hombres de la primavera, pero dudo que esta sea la forma de tratar a unos invitados —dijo la otra mujer muy cabreada. Era muy curiosa, con su piel tostada por el sol y su melena plateada.

—Disculpadme, señoras, pero muchas mujeres me han dañado el corazón a lo largo de mi vida, así que me cuesta mucho fiarme de ellas —bromeó.

—Muy gracioso. Me caería de culo de la risa si no estuviera inmovilizada y amarrada en el suelo —le soltó Soleys con sarcasmo—. ¡Dime qué quieres de nosotras de una vez!

Lienne se quedó mirando a la otra muchacha, que no había abierto la boca y tenía la mirada perdida en el vacío.

—¿Qué le pasa a tu amiga? ¿Es muda?
—No, es solo que no habla con fantasmas estrafalarios.

—¡Auch! Eso ha dolido, chica —dijo Lienne, mientras se sujetaba el pecho fingiendo una puñalada—. Ahora en serio, mi nombre es Lienne y sed bienvenidas a mi ciudad.

—Mira, Lienne —soltó el nombre con retintín—, me da igual quién seas. Quiero que me digas lo que quieres para poder largarme de aquí cuanto antes.

—Pero ¿a qué viene tanta hostilidad, princesa? —preguntó con dulzura.

—Pues no lo sé. A lo mejor viene a que estábamos durmiendo plácidamente tras varios días en alta mar y cuando nos despertamos estábamos amarradas y colgadas del techo. He de imaginar que por orden tuya, supongo.

—Te equivocas, yo siempre digo que a las mujeres se las debe tratar como a damas. No tengo la culpa de que esos marineros sean unos animales.

—¡Al grano de una vez! —ordenó Soleys.

—De acuerdo, de acuerdo. Tenéis que saber que estáis ante el señor de Olusha, yo manejo todo en esta ciudad, además tengo un negocio en el que me gustaría incluiros. —Lienne pensó cómo decirlo con sutileza—. Regento una casa de citas que se llama La Casa Perlada y me encantaría que trabajarais para mí.

—¿Pero tú estás loco? ¡Nos secuestras y encima pretendes que seamos tus prostitutas! — Soleys estaba ofuscada con aquel tipo tan extraño.

—Es un gran trabajo, se cobra muy bien y tendríais seguro de sanador. Mis chicas viven como reinas, te lo aseguro.

—¡Eres asqueroso! ¡Me da igual tu seguro de sanador!
—¡Vale, vale! No te enfades, era solo una propuesta —contestó Lienne—. Seguro que puedo encontrar alguna forma de que me ayudéis en mis negocios.

Soleys se estaba hartando de tanta palabrería, no quería contarle a Lienne a lo que habían venido a la ciudad, pero se estaba quedando sin recursos y si la cosa seguía así, acabarían en un prostíbulo sirviendo alcohol a los depravados de turno.

—Escúchame por un momento —relajó el tono de voz, hasta casi considerarlo cordial—, hemos venido a este lugar buscando a unos amigos. No molestaremos en tu ciudad. Solo los buscaremos y nos iremos sin más. ¿Qué te parece?

—¿Buscando a unos amigos? Tendrás que darme más información, no puedo dejaros libres sin más.

—De acuerdo. Estábamos juntos en Shanarim, pero ellos vinieron a Olusha en busca de trabajo

—se inventó Soleys sobre la marcha—. Se llaman Anders y Alérigan: uno es grandote y moreno, el otro tiene los ojos verdes y...

—¿Anders y Alérigan? —preguntó Lienne con sorpresa—. ¡Por la Diosa, qué casualidad!

—¿Los conoces? —preguntó Soleys.

—¡Claro que los conozco, están viviendo conmigo! —afirmó el joven con una sonrisa.

Nym reaccionó por primera vez y levantó la cabeza hacia Lienne, lo que hizo que este se quedara mirándola con atención.

—¿Podemos verlos? —preguntó la muchacha lia'harel con una voz dulce e inocente.

—Chicos, soltad a mis invitadas —ordenó Lienne—. Disculpad mi torpeza, pero esta es una ciudad peligrosa y debemos protegernos de los extraños, y más en los tiempos que corren.
Las muchachas se desembarazaron de las ataduras con dificultad, se habían esforzado mucho en hacer los nudos los marineros del Ventisquero del desierto.

—Discúlpanos tú también a nosotras, ni siquiera nos hemos presentado. Yo soy Soleys y ella es Nym.

—Es un auténtico placer, mis señoras. Acompañadme, os llevaré a mi casa para que os encontréis con ellos —les pidió Lienne.

—Primero tienes que liberar a Canela —dijo Nym.

—¿Canela? —preguntó el señor de Olusha sin entender a qué se refería la chica.

—Es el fanghor que nos acompaña —aclaró Soleys.

—La bestia enorme de la que hablaban los marineros.

—Así es. No es peligrosa, tranquilo.

—La carne humana le provoca acidez de estómago —aclaró Nym, sonriendo a su amiga. Lienne ordenó a los marineros que dejaran salir a la bestia de la bodega. Estos abrieron la

puerta con un largo palo, intentando poner mucha distancia entre ellos y el animal.

Cuando la bestia salió, se dirigió con dos zancadas hacia donde estaban las muchachas y se colocó delante de ellas, en postura defensiva.

—Tranquila, Canela. Estamos a salvo —le dijo Soleys, mientras le acariciaba el lomo que le quedaba a la altura de la cabeza.

—Bueno —Lienne analizó el panorama que se le presentaba—, si ya estamos todos, marchemos hacia mi hogar, pues.

Las chicas y la bestia se echaron a andar junto con Lienne, aunque Canela guardaba las distancias y mantenía a sus dueñas lo suficientemente lejos como para que él no pudiera ni siquiera olerlas. El señor de Olusha las observaba con detenimiento: eran dos muchachas muy interesantes y misteriosas.

Ahora Lienne comenzaba a entender la causa de que Anders y Alérigan estuvieran siempre tan apesadumbrados y nostálgicos. Solo un tonto se separaría de dos mujeres así.

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