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Capítulo 3

Los dos muchachos estaban sentados, con la mirada dirigida hacia la joven. Alerigan la dejó tumbada en el suelo, enredada en su capa. Ninguno de ellos había articulado palabra tras la revelación de la naturaleza que escondía: era una lia’harel, no cabía duda alguna. El brillo de su piel la había delatado casi tanto como su belleza sobrehumana. Anders se sentía confuso. Por un lado estaba la profunda curiosidad hacia ese ser y, por otro, su deber como Hijo de Dahyn tras haber realizado el juramento.

Alerigan, sin embargo, no reflejaba ninguna expresión en su rostro. Por su cabeza pasaban una y otra vez los versos del juramento: «Honraré tu nombre… Honraré tu nombre continuando tu obra… Honraré tu nombre».

—Vale, tenemos que decidir qué hacemos ahora. Sé que nuestra misión era encontrar indicios de magia y combatirla, pero también podríamos aprovechar la oportunidad de sacarle información. No parece peligrosa, además creo que está enferma. —Anders se acercó despacio y puso su rostro sobre los labios de la muchacha para sentir su respiración—. Respira, pero muy débil. Deberíamos llevarla a algún lugar donde pueda recuperarse.

—¿Estás loco? ¿Cómo sabes que cuando despierte no nos matará? —al fin reaccionó Alerigan, horrorizado por la falta de preocupación de Anders.

—Vamos, mírala por un momento. —El joven bardo señaló hacia la chica, que se esforzaba sobremanera por mantener una respiración desacompasada.

Puede que tuviera razón, pensaba Alerigan. El pecho, cubierto por la capa, apenas se movía; y la expresión de su cara, con los labios secos y entreabiertos, mostraba el sufrimiento que debía estar pasando. Puede que no sobreviviera mucho tiempo. «No merece la pena arriesgarse por esto», pensaba el joven, sopesando todo lo que podían perder.

—No podemos ayudarla, nos estamos jugando la vida. ¿Sabes lo que les hacen a los traidores del gremio? Glerath no dudaría en colgarnos en el patio del gremio delante de todos los demás. Casi puedo ver la cara de imbécil de Tiedric.

—¡Eh! Tú mismo dijiste que en el gremio no alcanzaríamos nuestras metas, y hablamos de encontrar nuestro destino aquí mismo. ¿Y si esta es nuestra escapatoria? ¿Y si es el momento de hacer algo grande, como tantas veces me has dicho?

Alerigan recordó la conversación del día anterior, sabía que esto podía ayudar a Anders, pero había mucho en juego.

—Es una locura, no sabemos de dónde proviene ni qué hacía dentro de ese árbol. —Caminaba de un lado a otro, mirando a la muchacha de reojo, pero manteniéndose alejado en todo momento, como si hubiera un muro invisible entre los dos—. No merece la pena. No, no merece la pena.

—Entonces, ¿por qué la liberaste, Alerigan?

—Yo… —Se quedó sin palabras. Había sentido un magnetismo hacia la joven desde que la miró por primera vez, y ahora que sabía lo que era, el hechizo se había roto—. Yo solo quería ayudarla. Pensé que era como nosotros, no una de esas cosas, como se llamen.

—Vamos, hermano, no es más que una chica enferma. Ayudémosla hasta que se recupere, luego hablaré con ella y la dejaremos libre, lejos de Festa. Es mi única oportunidad de conseguir lo que siempre he querido. Por favor…

No podía evitar ver el sentimiento de fracaso que había atormentado a su hermano durante todo este tiempo, y se sentía culpable por ello, porque él había sido quien lo había arrastrado por ese camino. Un camino que no había ayudado a ninguno de los dos, así que tal vez era el momento de dejar que Anders los guiara. A lo mejor tendrían más suerte que cuando lo había hecho él.

—De acuerdo, buscaremos un lugar donde esconderla hasta que se recupere. Luego le sacas la información y la dejamos donde sea. —Alerigan le dedicó de nuevo una mirada de desprecio—. Pero como intente algo raro, la mataré.

—Por supuesto. La vigilaremos en todo momento.

«Como si matar a un Catalizador fuera tan sencillo», pensaba Anders. Durante el tiempo que había estado estudiando su naturaleza, había descubierto cosas muy inquietantes que prefería no compartir con el temeroso de su hermano.

—Bajaremos de Nubia por el otro lado y buscaremos dónde esconderla. Seguro que encontramos alguna cueva o algo parecido.

—Pero, como eres todo un caballero andante, la cargarás tú hasta abajo —bromeó Anders, emocionado ante lo que les esperaba.

Refunfuñando, Alerigan se acercó a la muchacha y se quedó pasmado ante ella. La verdad era que no tenía una apariencia peligrosa, todo lo contrario, parecía una víctima inocente de un destino incierto. Trató de envolverla bien con las capas, para que el aire helado no empeorara su estado. Cuando, con su mano izquierda, le sujetó el rostro y lo acomodó en su pecho, una electricidad le recorrió todo el cuerpo, dejándole una sensación extraña y desconcertante. Durante un momento se quedó perdido en aquel rostro angelical.

«Pero ¿qué me pasa?»

Mientras tanto, Anders investigaba el árbol en el que había aparecido la lia’harel. Aprovechó para coger una muestra de la savia, que guardó en uno de los recipientes de comida que llevaba. También arrancó una rama, y lo introdujo todo en su bolsa.

El chico sentía una mirada punzante en la espalda, así que se giró.

—¿Vas a venir ya, o tengo que esperar a que memorices hasta la última piedra? —soltó Alerigan con el ceño fruncido.

Anders le contestó con una mueca y pasó a su lado como si no estuviera allí.

Y así iniciaron el descenso de la Montaña Nubia por el lado opuesto, un territorio que no había sido explorado por ningún Hijo de Dahyn en muchos años.

Alerigan no sabía si estaban haciendo lo correcto, pero el cambio de actitud de su mejor amigo le hizo sentir que era lo que había que hacer en ese momento. Era lo que necesitaban.

El camino era bastante tortuoso y, unido a que Alerigan no podía moverse con libertad, hacía el descenso mucho más lento de lo que fue la subida. El joven guerrero trataba de afianzar bien sus piernas, la tierra suelta del camino les jugaba malas pasadas y parecía que en cualquier momento saldrían rodando montaña abajo. Anders, por el contrario, se movía como una gacela, saltando de roca en roca y cantando durante el camino sus mejores versos.

Estaba inspirado.

Alerigan lo miraba y no podía evitar reírse, parecía el bufón de la corte dando saltos, intentando animarlo a pesar del lío en el que se estaban metiendo. De pronto, una de las ondas del cabello de la joven se deslizó por el rostro de Alerigan, que se quedó atrapado en su aroma a flores y a naturaleza salvaje, lo que le hizo perder el equilibrio por un momento.

—¿Estás bien? Pareces distraído. —Anders se había percatado del cambio que había causado la chica en su hermano.

—Sí, es que estoy cansado. Quizá deberíamos buscar un sitio tranquilo donde pasar el resto de la noche. Mira, ahí hay un claro donde se podría encender un buen fuego.

Unos pasos más allá había una zona llana, protegida por la arboleda frondosa de la montaña, que impedía el paso de las húmedas corrientes de aire que llevaban azotándolos todo el camino.

—Buena idea, yo prepararé la cena y tú descansa un poco.

Cuando llegaron, Alerigan tumbó a la chica, la arropó con los pocos recursos de los que disponía y se dispuso a encender el fuego en lo que Anders jugueteaba con los utensilios de cocina. La noche estaba despejada, se podían contemplar todas las constelaciones a la perfección, y la luna, llena y gigantesca, bañaba de luz toda la montaña. La piel de la joven Catalizadora todavía emitía suaves brillos que se filtraban a través de las capas que la envolvían.

Comieron en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos, intentando decidir cuál sería el siguiente paso que tendrían que dar y qué consecuencias traería para ambos. Anders había notado que Alerigan ya no se comportaba con tanta frialdad, se fijó en la delicadeza con la que trataba a la chica, como cuando la colocó en el suelo con sumo cuidado, arropándola como si fuera una flor que pudiera marchitarse por el frío. Además, se había sentado a su lado, ya el muro que había entre ellos estaba desapareciendo.

—¿Qué se te está pasando por esa cabezota, Anders? —soltó Alerigan, dándose cuenta de cómo lo miraba su hermano.

—Estoy algo preocupado por lo que le pasó a tu brazo allá arriba. ¿Seguro que te encuentras bien? —preguntó en tono despreocupado, ni siquiera levantó la vista del plato.

—Sí… no es nada. —El muchacho sabía que la pregunta iba dirigida en otro sentido, lo conocía muy bien—. Oye, siento lo que pasó la última vez que hablamos sobre el tema, ya oíste a Glerath cuando salimos del laberinto. Prometí no contárselo a nadie. —La expresión de Alerigan se ensombreció de nuevo, como en aquella ocasión.

—Lo sé, pero soy tu hermano. Quizá te vendría bien compartirlo con alguien.

—Sé que tú también debiste de pasarlo mal en el laberinto, era para volverse loco.

—Sí, por un momento pensé que no saldría vivo de allí. Vi y escuché muchas cosas, pero ninguna me hizo el más mínimo rasguño. —Levantó la cabeza y señaló hacia el brazo de Alerigan—. Sin embargo, en tu caso…

El joven de cabellos oscuros suspiró antes de comenzar a hablar. El mundo parecía estar derrumbándose a su alrededor. ¿Qué importaba una vieja promesa?

—Al principio solo eran voces en mi cabeza, como conversaciones que no podía escuchar con claridad, se mezclaban unas con otras y no entendía nada. —Sacudió la cabeza intentando borrar los recuerdos que le venían—. Empecé a marearme a medida que caminaba, perdí parte de la visión y solo veía sombras que intentaban agarrarme con unos dedos larguísimos. Cuando chocaban conmigo, desaparecían como si estuvieran hechas de humo. Hasta que una de esas figuras se volvió real y… Bueno, luego solo recuerdo un dolor muy intenso en el brazo derecho. —Alerigan cerró con firmeza el puño.

—Tiedric… —Anders lo sabía desde el principio, pero se negaba a compartirlo en voz alta hasta ahora.

—Así fue. Cuando recuperé la vista, mi brazo… estaba amputado y me estaba desangrando. Intenté parar la hemorragia, pero me encontraba muy débil y casi no podía moverme.

Las lágrimas brotaron silenciosas de los ojos de Alerigan. El dolor de aquel momento estaba regresando, más intento y más fiero que nunca.

—Pero ¿cómo es posible? Cuando saliste del laberinto tenías el brazo vendado, lo recuerdo perfectamente. Había mucha sangre, pero el brazo estaba allí.

—El miembro con el que salí de aquel lugar ya no era el mío, Anders. No recuerdo las cosas con exactitud, pero vi a una mujer que me ayudó… creo. Ella fue la que me hizo esto —dijo, mientras se retiraba el guante mostrando su brazo deforme, brillante a la luz de la noche—. Cuando desperté estaba en la entrada del Mausoleo, con el brazo vendado y Glerath a mi lado.

Los dedos se contraían y se abrían con la misma facilidad que lo harían unos dedos humanos normales, pero allí estaba aquella peculiar textura en forma de corteza y el brillo verdoso que la recorría.

—¿El maestro no te dijo nada de lo ocurrido, cómo habías llegado hasta allí o quién era esa mujer?

—No, me dijo que debía olvidar lo ocurrido y continuar como si nada hubiese pasado. Además, me recalcó que no dijera nada a nadie de lo sucedido. No sé qué me hicieron, ni lo que significa, pero me aterroriza no saber qué soy.

—Lo que te hicieran no importa, sigues siendo tú, Alerigan. Alguien intentó ayudarte, fue solamente eso.

—¡No lo entiendes! Este brazo no es parte de mí. Por las noches me quema por dentro, siento que me están abrasando vivo. Mi cuerpo no lo acepta ni mi mente tampoco.

Se cubrió de nuevo el brazo con el guante de cuero con un movimiento de repulsión, casi parecía que detestaba tener contacto con su propia piel. Anders se sentó a su lado y le estrechó con firmeza la mano derecha bajo la atenta mirada de Alerigan, demostrándole que no había nada en él distinto ahora que conocía la verdad.

—Nada importa siempre que estemos juntos, hermano. Tranquilo, porque encontraremos las respuestas que necesitas. No importa lo que tengamos que hacer, averiguaremos qué te hicieron… Te lo prometo.

Después de la conversación, Alerigan se quedó mirando el cielo estrellado y pensando que tal vez este nuevo camino que habían decidido tomar les llevaría hacia las respuestas que llevaba tanto tiempo buscando. De algún modo sabía que lo de su brazo tenía relación con esos seres, y esta era la única oportunidad que tendrían para hablar con uno de ellos.

Tras la cena, Anders se fue acomodando hasta quedarse dormido. Alerigan, sin embargo, miraba con desconfianza a la chica. «¿Y si se está haciendo la dormida esperando el momento de atacar?», pensaba.

Pasó el resto de la noche despierto, sin quitarle el ojo de encima.

Al día siguiente, retomaron el descenso de la montaña con ánimos renovados. El descansar toda la noche había hecho que Anders olvidara los problemas del día anterior, aunque ahora despertaba de nuevo en ellos. La muchacha seguía sin recuperar la consciencia, aunque su respiración se había normalizado y parecía sumida en un sueño profundo. Alerigan se la volvió a cargar a la espalda y reanudaron la marcha.

Había amanecido con una temperatura cálida, además de que el cielo continuaba despejado, por lo que los rayos del sol derretían la escarcha de la noche y les calentaban los huesos. Cuanto más cerca se encontraban de la base de la montaña, más seco se volvía el paisaje, los árboles iban mermando y llenándose de hojas secas, dando un tono dorado al camino a seguir. Además, el aire parecía más sucio, de tal forma que les costaba respirar.

—Bueno, Chica-árbol, este es el trato: tú no nos intentas matar y nosotros te ayudamos a recuperarte —dijo Anders dirigiéndose a la chica que cargaba Alerigan a la espalda.

—¿Chica-árbol? —Su hermano frunció el ceño.

—No se me ocurre nada mejor, se me da fatal poner nombres.

—Sí, recuerdo aquella perra callejera que te seguía a todas partes. Pulgas o algo así.

—Se llamaba Garrapata, y ese era un gran nombre. Si tan malo te parece «Chica-árbol», ¿por qué no le buscas tú uno, listillo?

Alerigan se quedó pensando en cómo habían encontrado a la chica, encerrada dentro de una especie de crisálida, y cómo había renacido de ella para ser liberada de nuevo a la vida. Y de repente, apareció revoloteando ante sus ojos una mariposa, de alas blancas con ribete azulado.

—¿Qué te parece Nymphalis, como esas mariposas?

—No está mal, no está mal. Podríamos llamarla Nym.

—Me gusta. Por lo menos es mejor que Garrapata, hermanito. —Alerigan sonrió, pero cambió la expresión de pronto—. Oye, Anders, ¿qué crees que hacía dentro de ese árbol? ¿Es así cómo nacen?

—No, ellos nacen igual que nosotros, de la unión de un padre y una madre. Todavía es pronto para saber con exactitud qué significa esto, pero tengo mis teorías. —Anders se puso serio y se adelantó en el camino, dejando claro que no era el momento de compartirlas.

Sabía que si le contaba lo que le pasaba por la cabeza, su hermano abandonaría a la muchacha lo antes posible. Las conjeturas de Anders se relacionaban con el culto a Áthero. En los últimos tiempos se hablaba de que los Catalizadores se dedicaban a la adoración de este mago responsable de la Edad Oscura, y que su meta era liberarlo de las entrañas de la tierra, sin importar lo que fuera necesario. También se escuchaban rumores de una magia oscura en la que se sacrificaba la sangre y la vida, y mediante este sacrificio se lograba casi cualquier cosa. Por alguna razón, Anders intuía que la chica estaba relacionada de alguna forma con este culto, y eso era lo que iba a averiguar.

Con el sol a punto de ocultarse, habían descendido por completo la Montaña Nubia, y se encontraban en unas tierras ajenas a su conocimiento, ya que llevaban toda su vida en Festa y los bosques que rodeaban la ciudad. Estas tierras inexploradas se extendían yermas y solitarias hasta donde alcanzaba la vista. La diferencia entre ambos lados de la montaña era increíble: un lado era boscoso y frío, sin embargo, estas tierras eran secas y cálidas.

—Bien, lumbreras. Aquí estamos, en medio del desierto. ¿Cuál es el siguiente paso? —Alerigan miró a Anders a la espera.

—Vale, vale. Parémonos un momento a pensar. —El joven bardo empezaba a estar preocupado de verdad.

Alerigan se dirigió al último árbol que verían en mucho tiempo, y colocó a Nym bajo su amparo. Anders no paraba de caminar de un lado hacia el otro, pensando en las pocas opciones que tenían, hasta que se dio la vuelta y miró a su hermano. Estaba sentado al lado de Nym, y mientras la sujetaba, le daba un poco de agua de su alforja.

Cuando se dio cuenta de que Anders lo miraba, se sonrojó, le secó los labios a la joven y volvió a su lado. Parecía que ahora estaba todo perdido, se sentían como cuando vagabundeaban por Festa, sin rumbo y asustados. No les quedaba otra opción que pasar la noche en aquel desierto.

Cuando la luna hizo su aparición, las temperaturas bajaron con brusquedad.

—Debemos dormir pegados, para mantener la temperatura corporal y aprovechar el poco calor que nos podamos dar —dijo Anders muy serio.

—¡Ni se te ocurra! Prefiero dormir abrazado a un lobo hambriento con la rabia que a ti, hermanito.

—¡Oh, vamos! ¿Ahora piensas que me voy a aprovechar de ti? No eres tan irresistible como te crees, «hermanito».

Anders aprovechaba la mínima oportunidad para responderle. Cuando eran pequeños siempre perdía en sus duelos de ironía, pero con el tiempo había aprendido a devolverle los golpes.

—No lo sé, ahora mismo me espero cualquier cosa. —Alerigan le alborotó el pelo—. Venga, vete a dormir que yo haré la primera guardia. Será mejor que pongamos a Nym entre los dos, así no se enfriará.

Entonces, Anders tumbó a la joven en el suelo y se colocó a su lado. Alerigan hizo lo propio, pero dándole la espalda. No podía soportar pasar la noche mirándola a la cara.

El cansancio de la noche anterior hizo que el joven cabeceara hasta caer rendido; pero entonces le despertó una suave caricia. Cuando abrió los ojos, estaba girado hacia Nym con el rostro de ella y sus ondas cobrizas rozándole la piel. Por un momento, volvió ese hechizo de la primera vez que la vio. Ahí tumbada parecía tan inocente y dulce que no se creía lo peligrosa que podía llegar a ser.

De pronto, un sonido lejano de caballos llegó a sus oídos, aguzándolos, junto con el polvo que levantaba a su paso. Alerigan zarandeó a su hermano para despertarlo y trató de esconder a Nym; pero para cuando reaccionaron, el carro ya estaba a su altura.

Era una especie de carreta desvencijada, con mil trapos de distintos colores colgando de cada esquina y tirada por un caballo flacucho y avejentado, parecía mentira que ese hubiera sido el responsable de tanto jaleo.

De la parte delantera desmontó una chica, tenía el mismo aspecto que la carreta: desgarbada y vestida con retales de colores muy dispares. Tenía el pelo rubio casi blanco, enmarañado en una especie de trenza que le llegaba hasta los muslos, y una cara muy risueña aunque llena de finas arrugas, debido al castigo del incesante sol de esas tierras.

—¡Buenos y calurosos días, forasteros! —los saludó, abriendo con amplitud los brazos hacia el cielo—. Bienvenidos a las tierras baldías de Shanarim. Sí, yo soy aquella que andáis buscando, de la que todo el mundo habla: la magnífica y poderosa Soleys, que conoce los misterios de la magia y posee ungüentos para todo lo que desee la mente humana. —La chica ni siquiera respiraba, Anders y Alerigan se miraban con la boca abierta—. He viajado a través de los confines del mundo obteniendo mi sabiduría y mi poder, y por un módico precio puedo proporcionaros cualquier cosa: dinero, fama, poder, gloria, amor… —Mientras hablaba no paraba de dar vueltas alrededor de sus «clientes», gesticulando de forma exagerada y moviendo las telas de colores en una danza de locura.

—¡Para el carro, perturbada! —dijo Alerigan frenando el baile de Soleys.

—Disculpadle, mi señora. Me temo que la educación no es su fuerte. —Anders estaba cansado de pedir perdón siempre por la falta de tacto de su hermano—. Mi nombre es Anders y él es Alerigan. Estamos perdidos, y esperábamos encontrar alguna aldea o pueblo cercano.

La chica paró en seco su danza.

—¿Aquí? Pues sí que estáis perdidos. En Shanarim no existen aldeas ni pueblos, sus gentes son nómadas y no están mucho tiempo en un mismo sitio —dijo ella sorprendida ante la ignorancia de los viajeros.

—¿Y no podríais llevarnos a alguno de esos pueblos nómadas? Necesitamos comida, y nuestra amiga está enferma. —Soleys se quedó mirando a la joven envuelta en los brazos del muchacho grandote.

—Me gustaría ayudaros, de verdad. Pero me temo que si me acerco a uno de los núcleos nómadas, saldremos malheridos. La última vez me lanzaron fruta podrida, ¡casi me crece un tomatero en la cabeza! —Mientras, daba brincos por todas partes como una liebre nerviosa que estuviera siendo atacada por hormigas por todo el cuerpo.

—No entiendo nada. Si no eres una nómada, ¿de dónde vienes? —Alerigan se estaba hartando de las adivinanzas de «Soleys la Desquiciada».

—¿Habéis oído hablar alguna vez de los Circulantes? —Ambos negaron con la cabeza, por lo que Soleys prosiguió—: Son personas sin hogar que, por alguna razón, han sido expulsadas de las comunidades nómadas, por lo que deben viajar solas y buscar la forma de subsistir, y en este lugar no es muy fácil que digamos. Pero ahora mismo somos una comunidad de Circulantes, así que no está tan mal y el negocio de los ungüentos amorosos está en auge, no sé si me entendéis —dijo elevando las cejas mientras miraba a Anders con picardía.

—Vale, vale. Podríamos ir contigo a la comunidad de Circulantes y pedir ayuda, tenemos monedas. —Anders sacudió la bolsita donde llevaba la plata.

—¡De acuerdo! Subid a mi Bestia Indomabley os llevaré a la comunidad. —Soleys se subió de un salto a la carreta.

—¿Bestia Indomable?dijo Alerigan entre carcajadas, sujetando como podía a Nymal mirar a aquella especie de carro llevado por un caballo aún más destartalado que el objeto del que tiraba.

—Será mejor que te calles y la trates bien. Es nuestra única salida.

Cuando Anders iba a subir al carro, de su interior saltó un animal que fue directo hacia su pecho, lo que le hizo perder la estabilidad y caer de espaldas.

—¡No, Canela, son amigos! —Soleys agarró a la bestia por un lazo de color rojo que llevaba atado al cuello con un cascabel dorado. Era una especie de zorro, con el pelaje color tierra. Alerigan se quedó fascinado viendo a la criatura: estaba al lado de Soleys y la cabeza del animal pasaba muy por encima de la chica, poseía dos colas lanosas y largas que movía con agilidad.

—¿Qué demonios es eso? —dijo Anders levantándose del suelo, dolorido y sucio.

—Os presento a mi mejor amiga y compañera de batallitas: Canela.La acariciaba, y esta ronroneaba como un gato alrededor de su dueña—. Es un fanghor, son los mayores cazadores de estos desiertos, pero Canela solo come carne cocinada, la sangre le causa acidez de estómago, así que tranquilos. —Soleys se subió al carro de nuevo como si nada hubiera pasado—. Bueno, será mejor que empecemos a caminar o no llegaremos a tiempo para la comida.

—De acuerdo, pero no creo que ese animal deba ir subido en el carro con nosotros, ¡casi me rompe el pecho! —Anders todavía hablaba con dificultad por el impacto.

—Vale, vale. Canela irá a pie, así estirará las patas. ¡Vamos, Canela, a correr!

Dicho esto, el animal comenzó a galopar por el desierto, sus músculos se movían de una manera hipnótica, perfecta, en armonía con cada resquicio de su cuerpo. Todos se quedaron atrapados en sus movimientos, pero pronto desapareció de su campo de visión. Ahora entendían por qué era el mayor cazador de aquellas tierras.

Los muchachos estaban cada vez más perplejos con esta mujer misteriosa. Tenía por mascota a un depredador salvaje al que llamaba Canela, y a su carro destartalado le había puesto el nombre de Bestia Indomable. Era el mundo al revés.

Ambos se subieron en la parte posterior del carro y, en contra de todo pronóstico, este comenzó a andar entre aparatosos traqueteos.

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