Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 26


Lienne odiaba esperar, entre otras muchas cosas, y mucho más cuando eran sus trabajadores quienes lo hacían esperar. Era un hombre muy ocupado, no podía estar constantemente pendiente de los errores que cometían sus vasallos.

Llevaba mucho tiempo esperando en el sótano de La Casa Perlada a que trajeran a los tres intrusos y el olor a humedad de aquel lugar se le estaba quedando impregnado en su precioso traje blanco. Paseaba de un lado a otro, sorteando las cajas de madera que contenían perfumes exóticos y sustancias para inhalar poco comunes.

Iba golpeando el suelo con su bastón nacarado con cada paso, pero los sonidos salvajes que provenían de la parte superior del prostíbulo se imponían a su golpeteo, trasladándolo a épocas remotas.

Se veía a sí mismo, tan joven e inexperto, cuando lo pusieron a trabajar allí. Por aquellos entonces, La Casa Perlada estaba regentada por una vieja y demacrada prostituta que había dejado de levantar pasiones hacía muchos años. Su nombre era Perla, o así la llamaban allí; Lienne siempre había supuesto que era como un nombre artístico y solía imaginarse que tenía un nombre real muy común y estúpido, como Antonia, o algo así.

Cuando conoció a Perla, no supo qué pensar. A pesar de su avanzada edad, siempre iba perfectamente maquillada y vestida con trajes muy lujosos que insinuaban unos encantos de tiempos remotos, y cuando se acercaba a ella podía oler los polvos que utilizaba para darse un toque de juventud en una piel rugosa e insana. Era un olor característico que llegaba incluso a
gustarle. Esa mujer había sido una especie de protectora para él cuando se inició en el trabajo. Fue quien le enseñó todo lo que había que saber para complacer tanto a una mujer como a un hombre.

Lienne recordó su cara de horrorizado cuando Perla le habló por primera vez de las relaciones con hombres.

—¿Cómo es posible que los hombres puedan fornicar entre ellos? Mi padre siempre decía que la mujer había sido creada para el hombre y el hombre para la mujer, ¡eso es una aberración de la naturaleza! —afirmó un joven Lienne con la boca completamente abierta.

—¡Ay, Lienne, qué inocente eres! Tu padre te habló de lo que él sabía, era un pobre pescador ignorante. —Perla siempre le decía aquellas palabras—. En el amor y en el placer no existe condición alguna, todos podemos amar a un hombre y una mujer por igual. Pero eso es algo que la sociedad no acepta, y por eso muchos hombres y mujeres vienen a este lugar buscando esas cosas que los demás llaman depravaciones, y no solo me refiero a fornicar con personas del mismo sexo.

Cuando la dueña del prostíbulo le explicó todo aquello, solo pudo profesar asco por esas personas pervertidas y sucias, pero a medida que fue conociendo a los clientes del burdel y sus peculiares obsesiones, lo único que sintió fue lástima por ellos, porque serían juzgados por los demás si algo de aquello salía a la luz, lo que les hacía vivir con un miedo constante y persecutorio.

Aunque luego vio el futuro en toda la información que guardaba, y el poder que hubiera podido ejercer Perla sobre el mundo si lo hubiera deseado. Pero ella no era así, tenía demasiado buen corazón para llevar a cabo un acto tan vil y despreciable como ese.

—Lienne, si decides chantajear a mis clientes no podré permitírtelo —le dijo, cuando él le desveló sus planes—. Ellos son como una familia para mí y no puedo consentir que les hagas daño
solo por tu estúpida ambición. Aquí te lo hemos dado todo: tienes un buen trabajo, comida y puedes vivir con todos los lujos que desees. ¿Qué más puedes pedir? ¡No eras nadie cuando llegaste a mis dominios y no lo serás si te marchas de aquí!

«Pobre e inocente Perla», pensaba Lienne, «lo lejos que podría haber llegado si le hubiese ayudado en sus propósitos». Y sin embargo, había acabado apuñalada por la espalda en medio de un callejón oscuro, ahogándose en su propia sangre y devorada por las ratas que habitaban las alcantarillas de Olusha. Aquel olor a maquillaje en polvo que tanto le había gustado de niño, ahora solo podía recordarle al fracaso y a la vulgaridad de una mujer que se había conformado con bagatelas.

Así era la vida para Lienne: si no son sus amigos, se convierten en enemigos cuyo final está más próximo de lo que creen.

«Pero ¿qué estoy haciendo?», pensaba Lienne. Esperaba a esos hombres a los que quería doblegar en un sucio sótano rodeado de polvo y basura. Si quería demostrar su inexorable poder, debía recibirlos en un lugar más adecuado a su estatus, a su condición de dueño del lugar.

Así pues, se dirigió a la habitación más lujosa del prostíbulo, la que usaban para las ocasiones especiales. Solamente con abrir la puerta se podía respirar la lujuria y el pecado que había subsistido en esas dependencias. Se encontraba en la planta alta y la ocupaba completamente: era una habitación redonda, con grandes ventanas cubiertas con telas rojizas de terciopelo. En el centro de la habitación había una gran cama redonda de dimensiones descomunales, como para veinte cuerpos desnudos, se imaginaba Lienne, o más bien recordaba de sus muchas noches en ese lugar.

Alrededor de la cama, que estaba colocada un poco por encima del nivel del suelo con unos escalones, había unos barrotes de madera que sujetaban un dosel de color blanco, quizá intentando
darle un toque de pureza al lugar, pero fracasando estrepitosamente. Lienne recordó lo mucho que había jugado con esos barrotes en otros tiempos, cuántas veces lo habrían atado a uno de esos, divagaba mientras paseaba por la habitación.

El piso era brillante, de un amarillo que simulaba el color del oro, incluso un ignorante lo hubiera confundido con ese mineral. Lienne observaba su propio reflejo en el suelo, aquel lugar sí que era adecuado para su situación.

Mientras daba vueltas en torno a la habitación una hermosa mujer llamó a la puerta, aquellas puertas plateadas con engarzados dorados.

—Disculpe, mi señor Lienne —dijo con voz dulce y juguetona, como las enseñaban a hablar desde niñas—, unos hombres lo esperan en el sótano.

—Muchas gracias, mi querida niña. ¿Podrías decirles que suban?

—Será un placer para mí servirle, como siempre. —Cuando terminó la frase, hizo una reverencia con un movimiento muy sutil, mostrando claramente sus encantos.

La muchacha salió de la habitación dejando un aroma a flores y a brisa marina, mientras contoneaba sus caderas de forma desmesurada al caminar. Lienne estaba contento con el paisaje, las mujeres como ella le hacían ganar cantidades ingentes de dinero en una noche.

Pero la siguiente persona que atravesó la puerta no fue tan grata para la vista como la prostituta. Uno de sus brutos entró en la habitación, arrodillándose ante él al llegar a su altura.

—¡Los tenemos, jefe! —dijo, muy emocionado.

—Muy bien. —Lienne subió los dos escalones y se sentó en la cama justo enfrente de su súbdito—. ¿Y a qué estás esperando para traérmelos?

—Es que... —El hombre enroscaba con sus manos el pañuelo que había llevado en la cara durante el ataque con gesto nervioso—. Hemos tenido... dificultades.

—Dificultades —repitió Lienne, conteniendo el enfado—. ¿Por qué no me sorprende? ¿Qué ha pasado esta vez?

Siempre pasaba lo mismo: no sabían realizar un maldito trabajo de forma sutil. Lienne siempre tenía que encargarse de las «limpiezas», como él las llamaba. Consistía en eliminar todo tipo de pruebas de lo que fuera que hubieran hecho: limpiar sangre, ocultar cadáveres, todo tipo de trabajos poco ortodoxos.

—Pet ha muerto, señor.

Pet era un hombre con pocas luces, pero había demostrado ser útil en muchas ocasiones por sus habilidades en combate y, siempre que necesitaba amenazar a alguien, él se encargaba del asunto.

—¿Cómo demonios ocurrió? —le preguntó Lienne, haciendo fuerza con la mandíbula.

—Pues... resultó que esos hombres eran bastante hábiles, y a pesar de que fuimos muy silenciosos, cuando llegamos a la habitación ya uno de ellos nos estaba esperando armado.

—Entonces algo me dice que no fuisteis tan silenciosos.

Lienne se levantó y le propinó una fuerte bofetada al hombre que tenía arrodillado, que a pesar de haber visto lo que iba a ocurrir, no se inmutó y recibió el golpe con entereza, quedándose con la cara dirigida hacia donde la había llevado la fuerza del golpe.

—¿Y qué hay de la limpieza? —le preguntó recuperando la compostura, recolocándose su chaqueta blanca y volviendo a sentarse en la cama.

—Se ha hecho cargo Jack el Tuerto. Le he pagado lo de siempre.
—Muy bien, mañana le daremos un entierro digno a Pet. ¿Te encargas de darle la noticia a su esposa?

—Sí, señor. ¿Qué debo decir esta vez? —preguntó poniéndose en pie.

—Pues lo de siempre: un terrible accidente en el puerto, uno de los cables se soltó y le cortó el cuerpo a la mitad.

—La cabeza, señor —le dijo, recordando cómo había muerto el pobre y desgraciado de Pet.

—Pues eso. Llévale un bonito ramo de flores y dale mis condolencias. —Lienne se acomodó en la cama con su porte habitual—. Ya puedes traerme a mis invitados.

Las mujeres del pueblo ya estaban acostumbradas a recibir ese tipo de noticias, los accidentes en el puerto eran muy comunes.

Alérigan notaba cómo se iba dando golpes contra el cuerpo del hombre que lo cargaba: estaban subiendo una escalera. Llevaba bastante tiempo despierto, pero oía la respiración relajada de Anders e Ishalta entre la de los cinco hombres que los llevaban a rastras, por lo que sabía que seguían inconscientes. También podía oír los latidos de los corazones de los presentes: los de algunos de los hombres sonaban desbocados, debían estar nerviosos de ver a su jefe por alguna razón. El muchacho suponía que era por el hecho de que uno de ellos hubiera muerto pasado por su daga, sabía que iba a tener problemas por ello.

Los olores seguían volviéndolo loco, era lo que peor llevaba. Ahora mismo estaba pegado a un cuerpo sudoroso y el olor le provocaba unas nauseas constantes, unido a unos olores muy extraños que no había olfateado antes: eran como dulzones y afrutados, olores artificiales que
anegaban el lugar. Además, los sonidos guturales que le llegaban a través de las paredes hacían que Alérigan empezara a creer que los estaban llevando a una casa de placeres, aunque lo descartó enseguida, le parecía totalmente inverosímil.

De pronto, oyó que una puerta se abría en lo alto de la escalera y supuso que ese era su destino. No se equivocaba, porque tras atravesar la puerta los lanzaron al suelo como sacos de basura. Alérigan cayó de lado sobre su vieja lesión y notó que el dolor del pasado regresaba, aunque esta vez bastante más débil por suerte para él.

—¡Por los dioses! ¿Cuándo aprenderéis a ser algo más delicados, muchachos? —preguntó una voz extraña que hablaba arrastrando las palabras de una forma bastante empalagosa.

—Perdón, jefe.

—Quitadles esos sucios sacos de la cabeza, ¡vamos! —ordenó cambiando por completo el tono de voz a uno más autoritario.

Cuando le quitaron el saco de la cabeza y Alérigan pudo abrir los ojos, la luz de la habitación lo deslumbró a pesar de que las ventanas estaban tapadas con telas de color rojo que tamizaban el paso de la luz.

Tan pronto recuperó la visión, todas las dudas que le habían surgido sobre adónde los llevaban quedaron aclaradas: ¡estaban en un burdel! Y no solo eso lo perturbó, sino que lo que más le afectó fue la presencia del supuesto líder de la banda. Era un hombre más bien afeminado, de rasgos finos y delicados, que además vestía de una forma muy peculiar, de blanco inmaculado como si fuera un copo de nieve, pensaba Alérigan. Tenía tantas joyas como las nobles de Festa, incluso un zarcillo dorado colgaba de una de sus orejas. Nadie hubiera supuesto que aquel hombre era el jefe de una banda de asesinos.

Los brutos le pusieron a Anders y a Ishalta un pañuelo impregnado en un producto de un olor muy fuerte y desagradable que dejó a Alérigan más perjudicado que a ellos que lo habían tenido que inhalar para despertarse.

—¡Bienvenidos a mis dominios, forasteros! —soltó Lienne colocándose en pie sobre la cama, abriendo ampliamente los brazos intentando abarcar la habitación—. Mi nombre es Lienne y soy el Dios que camina entre los hombres, pues Olusha me pertenece y ahora vosotros también. Habéis entrado en mis dominios... ¡sin permiso!

—¿Qué? —preguntó Anders, aún algo desconcertado tras el despertar—. Discúlpenos, Lienne, no sabíamos que estuviera restringida la entrada a este lugar.

—Y no lo está. Pero yo controlo todo lo que entra y sale de mi ciudad y no me gustan los foráneos.

—Nosotros estamos de paso, señor. No le molestaremos más. —Ishalta aún tenía sangre en el pequeño corte que le habían hecho los asaltantes.

—¡Os dije que fuerais caballerosos con la dama! —les gritó el jefe a los vasallos tras haber visto el corte en el cuello de Ishalta.

—Perdón, señor. Fue la única manera de doblegar a esos dos animales —señaló a Anders y a Alérigan con desprecio—. Ese de ahí se volvió loco y le cortó la cabeza a Pet.

—Lo sé, ya había sido informado de esa fatalidad. —Lienne hablaba como un actor de teatro, pensaba Anders—. Pero qué le vamos a hacer, son cosas que pasan, gajes del oficio.

Todos se quedaron impactados ante la forma en que Lienne había aceptado lo sucedido. Alérigan esperaba que acabaran arrancándole la cabeza a él también, o torturándolo hasta la muerte.
Lienne se acercó a Ishalta y, tirando de la bola nacarada de su bastón, sacó un largo y fino florete que parecía muy afilado. Ishalta contuvo la respiración al ver que el hombre se acercaba, pero con un rápido movimiento muy elegante cortó las cuerdas que la mantenían inmovilizada.

—Siento la descortesía a la que os han sometido mis hombres, pero uno no se debe fiar de nadie. —Le tendió una mano con galantería a Ishalta—. No temáis, mi dulce señorita.

Ante la insistencia del hombre, Ishalta tomó su mano y él la ayudó a levantarse del suelo, incluso la acompañó hasta una silla que habían traído los sirvientes donde pudo tomar asiento, quedándose allí tras un beso delicado en la mano.

—En cuanto a vosotros —dijo señalando a los otros dos forasteros—, me cuesta más fiarme de los hombres. Lo siento, pero mi experiencia personal es que tienden más a la violencia y menos a la racionalidad.

—Eso es porque no me habíais conocido a mí —soltó Anders riéndose.

—Os explicaré cómo son las cosas por aquí, pero no os soltaré hasta que terminé mi discurso

—hizo un gesto circular con la mano—, por mi propia seguridad.

—Os escucharé aquí sentado —y con tono amenazante, Alérigan añadió—: por vuestra propia seguridad.

—¿Veis, muchachos? Nunca me equivoco con los hombres. —Lienne sonrió—. Bueno, ¿y qué opinión os merece mi ciudad?

—Parece un lugar tranquilo, o eso pensaba antes de que nos atacaran mientras dormíamos. — Anders miró con desprecio a los causantes del ataque.
—¡Bingo! Eso es lo bueno de mi ciudad, parece justamente lo contrario de lo que es.
Los cinco hombretones, que aún estaban en la puerta de la estancia, comenzaron a reírse.
—A pesar de que mis sirvientes no son todo lo delicados que deberían en sus trabajos —dijo con una mirada de rencor, que se clavó en aquellos hombres como una flecha—. ¿Qué me diríais si os dijera que debajo de esta ciudad hermosa y apacible se esconde un intrincado flujo de túneles subterráneos?

—¿Estás intentando decirnos que sois una banda del crimen organizado? —preguntó Anders.

—¡No, por favor! Lo nuestro es algo más elegante, aunque se podría llamar así, ¿por qué no? Pero, bajo mi punto de vista, es una banda del crimen «desorganizado», porque por más que intento que todo esté perfecto, ¡la suciedad siempre sale por algún lado! —Lienne ya estaba comenzando a divagar con su obsesión por la organización, pero entonces se percató de que se le estaba yendo de las manos y volvió al tema principal—. En fin —carraspeó—, lo importante es que sepáis que yo manejo un amplio negocio en este lugar, prácticamente la ciudad entera me pertenece y me encargo de todo el comercio que existe entre Shanarim y Festa.

—Estamos hablando de contrabandistas —afirmó Ishalta, desde su silla.

—No es el adjetivo que más me gusta en el mundo, pero sí, eso somos: una banda de contrabandistas, algunos nos llaman piratas de tierra y otros mercenarios sangrientos, pero no nos quejamos porque a fin de cuentas es lo que somos —soltó Lienne con un encogimiento de hombros.

—Pareces enorgullecerte de ello —dijo Alérigan—. Pero ¿qué es lo que quieres de nosotros exactamente?

—¡Buena pregunta, Alérigan! —afirmó Lienne muy emocionado.

—¿Cómo demonios sabes su nombre? —preguntó Anders con rapidez.
—Ya os he dicho que lo controlo todo en mi ciudad. Sé que él es Alérigan, un poco agresivo para mi gusto, pero es muy eficiente en el combate, visto lo visto. Además, tú eres Anders, su hermano pequeño: inteligente y razonable. Y ella —señaló a Ishalta—, ella es una dama, amiga por lo que tengo entendido, que os acompaña desde hace poco tiempo, cuyas habilidades desconozco, pero espero averiguar muy pronto. Como ya os he dicho, llevo observándoos desde antes de que entrarais en mis dominios y no se me escapa nada. —Lienne se sentía muy orgulloso por toda la información que había obtenido de sus informantes, pero se sorprendió ante el respiro de alivio de los muchachos. Había algo que se le había escapado—. Volviendo al tema que nos ocupa: quiero que trabajéis para mí, soy incapaz de desaprovechar una oportunidad cuando la veo.
—¿Quieres que seamos contrabandistas?

—Así es, Anders. Y como prueba de mi buena fe, os voy a desatar.

Con un gesto de su cabeza, sus hombres se acercaron hacia los muchachos y cortaron las cuerdas. Ambos se sujetaron las muñecas, raspadas por las fibras de las cuerdas. Esos soldados seguían mirando con rencor a Alérigan que sabía que, si lo encontraban en algún callejón solitario, irían a por él.

—Ahora mismo estamos en La Casa Perlada, uno de los negocios más prósperos de toda la ciudad. Aquí se encuentran las mujeres y los hombres más hermosos que hayáis visto jamás, os lo aseguro. Pero ahora no tenemos tiempo para eso, quizá más tarde os invite a algo, muchachos. — Lienne les dirigió una mirada picarona, con levantamiento de cejas incluido.

Alérigan se sonrojó ligeramente ante la insinuación, pero lo disimuló como pudo mirando en otra dirección.

—Disculpe, Lienne, pero nosotros no hemos trabajado nunca como contrabandistas y entramos en su ciudad por conocer un poco más de mundo —comentó Anders, intentando salir de la situación.

—Muchachos, sé que es un encargo que desconocéis, pero si trabajáis para mí tendréis todo lo que queráis. Además, os ofrezco protección completa dentro de mi ciudad: nadie sabrá que estáis aquí.

Por alguna razón, Lienne sospechaba que un grupo tan pintoresco y dispar solo podía estar haciendo una cosa: esconderse. Y al ver la reacción que provocaron sus palabras tanto en los chicos como en Ishalta, supo que tenía toda la razón. Además, los que necesitaban un escondite solían ser los soldados más fieles.

—Os dejaré solos un rato, para que lo penséis —dijo Lienne, mientras se dirigía a la puerta. —

Estaré abajo disfrutando de las vistas.

Tras el sonido de la puerta al cerrarse Anders iba a comenzar a hablar, pero Alérigan le hizo señas de que se quedaran en silencio. Estuvieron así durante un rato, pero el muchacho insistía en que siguieran en silencio. Anders suponía que se habían quedado en la puerta a la espera de poder oír algo de lo que hablaban.

—Ya se han ido —afirmó Alérigan en voz baja.

—Muy bien —dijo Anders—, tenemos que decidir qué hacemos a continuación.

—Está claro que este tipo no nos va a dejar ir tan fácilmente como parece. Es un poco raro, ¿no?

—Ishalta tiene razón. Intenta parecer cortés, pero en realidad nos está amenazando constantemente. —Alérigan no se fiaba para nada de la falsa cortesía de su nuevo anfitrión, pero
tampoco tenían muchas opciones—. De todos modos, no tenemos adonde ir, quizá no sea mala idea permanecer aquí por un tiempo mientras esperamos.

Anders asintió con la cabeza. Si lo pensaban fríamente, era la mejor opción que tenían ahora: sin un lugar adonde ir, sin dinero ni comida, no conseguirían nada. Lienne les estaba ofreciendo un trabajo y protección, justo lo que ellos necesitaban en ese momento. Además, tenían que esperar a Soleys y a Nym allí. Lo mejor era tener contento a ese hombre hasta entonces.

—¿Estáis locos? ¿Os vais a convertir en unos delincuentes a cambio de protección? —Los gritos de Ishalta contrajeron los oídos sensibles de Alérigan.

—Lo cierto es que ya nosotros conocemos el negocio —confesó Anders—. Antes de entrar en los Hijos de Dahyn nos dedicábamos a robar por las calles, así que esto no es nada nuevo para nosotros, ¿verdad, hermano?

—Así es. Y además éramos bastante buenos, no sé si después de tanto tiempo habremos perdido la habilidad. ¿Recuerdas cómo corríamos por esas calles, Anders? Teníamos a toda Festa desquiciada —dijo Alérigan recordando los pocos buenos momentos que disfrutaron de niños, ni siquiera eran buenos, pero ahora después de tanto tiempo, el frío y el hambre no dolían a través del recuerdo.

—Pero ¿qué os pasa? No podéis dedicaros a eso, ¡no está bien!

—Si lo que buscabas cuando decidiste seguirnos era unos héroes de libro, te equivocaste por completo, muchacha. Anders y yo solo hemos hecho lo que hemos tenido que hacer para sobrevivir y ya no queda honor en nada de lo que hacemos: somos unos traidores, unos parias sociales, y de alguna forma creo que aquí podría estar nuestro sitio.
Alérigan se había resignado a la situación que vivía. Ya había olvidado aquellos tiempos en los que perseguía la gloria mientras ascendían a la Montaña Nubia. Todo eso se había acabado. Solo quedaba la camaradería de dos hermanos que huían juntos.

—¿Y qué pasa con vuestras amigas? —preguntó Ishalta refiriéndose a Soleys, Nym y Canela.

—Ellas vendrán a Olusha y las estaremos esperando. Para entonces nos habremos ganado la confianza de Lienne y las cosas serán más fáciles. —Anders creía que, una vez hicieran algunos trabajos para él, podrían marcharse a Shanarim.

—Decidido entonces: Anders y yo nos quedamos. ¿Tú que harás?

Ishalta no temía por su vida, sino por la misión que le habían encomendado: si Lienne se entrometía, las cosas no saldrían según lo planeado. Pero tenía que seguir junto a ellos, era la única forma de llegar hasta Nym.

—Me quedo —afirmó, muy a su pesar.


Cuando bajaron por la escalinata por la que los habían subido, se sintieron incómodos. Un desfile de cuerpos desnudos caminaba de un lado para otro, con el sonido de las suaves telas trasparentes que los cubrían flotando por el lugar. Algunas mujeres se detenían a su lado y tentaban a los forasteros con caricias sugerentes.

Anders sabía controlar mejor la situación: se negaba a las mujeres con elegancia y disculpándose mientras les besaba la mano como si de damas de la nobleza se trataran, pero Alérigan se ponía rígido y ni siquiera miraba a las mujeres. El joven bardo no podía contener la
risa, a su hermano nunca se le habían dado demasiado bien las mujeres, a pesar de su gran atractivo y misterio.

Lo que Anders no sabía era que no solo las mujeres perturbaban a Alérigan, sino que los olores embriagadores que flotaban en el aire lo estaban envenenando. Lo que para los hombres y mujeres era una dulce sustancia que los desinhibían, para Alérigan era una toxina que le hacía perder la visión e incluso la razón porque empezaba a ver cosas inexistentes.

—¿Estás bien, hermano? —le preguntó Anders en un susurro al darse cuenta del cambio en la actitud de Alérigan.

—Tienes que sacarme de aquí cuanto antes —suplicó el chico.

—Tranquilo, yo me encargo.

Cuando llegaron hasta Lienne, lo encontraron rodeado de todo un harén de mujeres semidesnudas, sus hombres habían desaparecido y él estaba allí tan tranquilo, tomándose una copa con las muchachas.

—¡Menos mal, ya creía que os habíais rajado! —Lienne les dedicó una de sus sonrisas y se alejó de su hueste de mujeres—. Bueno, ¿qué habéis decidido?

—De acuerdo —asintió Anders—, somos tus hombres.

—Habéis tomado la decisión acertada. Vuestro primer mandato consistirá en acompañarme a casa y protegerme. Allí decidiremos cuál será vuestro siguiente paso.

Si el grupo que había atravesado las puertas de Olusha era pintoresco, ahora, con la compañía de Lienne, no existía adjetivo que lo calificara de forma adecuada. Los cuatro se dirigieron a paso lento hacia el palacio de cristal del jefe de la banda de contrabandistas, ajenos a lo que se avecinaba.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro