Capítulo 23
La luna llena iluminaba hasta el último recoveco de los bosques de Festa. Los chicos caminaban sin descanso, aprovechando el aire insolente de la primavera y el frescor del ambiente. Ahora avanzaban por el sendero con aire desenfadado, porque no tenían un destino fijado ni un camino que seguir, lo único que tenían que hacer era esconderse por un tiempo hasta que todo volviera a la tranquilidad, para luego reencontrarse con sus amigas en Shanarim, o al menos eso pensaba hacer Anders.
—Oye, Alérigan. ¿Has pensado qué haremos cuando las cosas se calmen? Quiero decir, después de Olusha y todo eso —preguntó Anders, mientras caminaba delante de su hermano con las manos apoyadas en la nuca.
Ante aquella pregunta, Alérigan detuvo el paso. Habían decidido ir hacia Olusha para huir, únicamente se trataba de eso, huir. Él no creía que las cosas se calmaran así como así. En su interior sabía que estarían destinados a escabullirse constantemente, como los parias sociales en los que se habían convertido tras su traición, pero no quería quitarle las ilusiones a Anders.
—No lo sé. A lo mejor podríamos ir a visitar a los Circulantes y descubrir cómo le van las cosas a Soleys y a Nym. Y, bueno, también podríamos buscar a Canela.
Desde que los habían secuestrado no habían tenido mucho tiempo para pensar, pero Alérigan echaba de menos a su compañera de viaje y no tenía la menor idea de dónde estaba.
—Es cierto, ¿dónde estará Canela? —Anders reflexionó y se percató de algo—. ¡Espera un momento! Se supone que ella y tú tenéis un vínculo espiritual, ¡a lo mejor puedes comunicarte con ella o saber dónde está si te concentras un poco!
—Tienes razón, pero no tengo la más mínima idea de cómo hacerlo.
—Tranquilo, yo te enseño. Soleys me explicó cómo hacerlo cuando despertamos a Koreg. — Se acercó a su hermano y ambos se sentaron en el suelo húmedo del bosque—. Cierra los ojos y escúchame atentamente, debes dejar la mente en blanco y permitirme guiarte.
Alérigan cerró los ojos y trató de no pensar en nada, algo muy complicado para él. Cuando cerraba los ojos las imágenes que le venían a la mente no solían ser muy agradables, pues los malos recuerdos siempre acudían en la oscuridad.
—Tienes que olvidarte del mundo, no hay nada a nuestro alrededor —dijo Anders con voz serena y tranquilizadora—. Y ahora piensa en Canela, recuérdala: su pelaje color arena, sus ojos. Siente lo que ella siente: el suelo bajo las patas, el aire que respira, todo a tu alrededor...
Las palabras de Anders se fueron desvaneciendo, y Alérigan empezó a ver imágenes en su mente de su padre con la navaja de afeitar, del laberinto del Mausoleo de Dahyn y las sombras que lo aterrorizaron, la cara de decepción de Glerath cuando los vio en la prisión... Y entonces, la vio a ella: vio a Nym, como si estuviera sentada a su lado y le sonreía dulcemente. Y luego escuchó su voz.
—¿Qué te ocurre, Canela? ¿Tienes ganas de salir a correr? —dijo Nym con una gran sonrisa dibujada en los labios mientras acariciaba al fanghor.
Alérigan sintió la caricia, la mano de Nym deslizándose por su cabeza y su cuello, y un escalofrío le recorrió el cuerpo, más que un escalofrío fue una corriente eléctrica. Notaba la arena de Shanarim bajo sus patas y el aire seco y caluroso. ¡Estaba dentro de Canela!
—Sé que estás preocupada por Alérigan —Nym se entristeció—, yo también. Pero no te preocupes, ¡que los encontraremos en Olusha! Tú tienes un vínculo espiritual con él, ¿verdad? A veces me gustaría saber qué piensa y... qué... siente. ¡A lo mejor tú podrías decírmelo! —Nym se ruborizó avergonzada.
Alérigan estaba atento a la conversación, intentó hablar, pero fue incapaz. Simplemente un pequeño gruñido salió de la boca de la bestia.
—¡Tranquila, tranquila, era solo una broma! —Nym soltó una carcajada, malinterpretando el gruñido como celos—. ¿Sabes? Contigo me siento cómoda, a veces creo que podría contarte cualquier cosa... cualquier cosa —repitió, pensativa—. Ahora mismo estoy muy asustada, pequeña. ¿Tú qué harías si de ti dependiera todo?
Nym comenzó a sollozar y enterró la cara entre sus rodillas, ahogando las lágrimas en la tela de su vestido y refugiándose entre su larga melena cobriza. Alérigan se sintió mal invadiendo la intimidad de la muchacha, y de pronto recobró el sentido y volvió a estar en el bosque, con su hermano.
—¿Qué ha pasado? ¡Estás amarillo! —Anders lo miró con los ojos muy abiertos, debía de tener un aspecto horrible.
—Me he metido en el cuerpo de Canela. Fue como si fuera ella... yo, pero dentro de ella. — Alérigan tenía la mirada fija en un punto, y su explicación carente de lógica dejó a Anders bastante preocupado.
—Tranquilízate, hermano. —Le agarró la cara e hizo que lo mirara a los ojos—. Ahora explícamelo con calma.
—Vale. —Alérigan respiró hondo y continuó hablando—. Fue como si me hubiera entrado en el cuerpo de Canela, podía moverme y gruñir a través de ella.
—Entonces... tú eras Canela.
—¡Exacto! —exclamó Alérigan con rapidez—. Y vi a Nym, Canela está con ella.
—¿Qué? ¿Dónde?
—Era Shanarim. Por la arena del suelo y el aire cálido, sin duda era Shanarim. Y por lo que Nym dijo nos están buscando y se dirigen a Olusha, al igual que nosotros.
—Así que ella habrá hecho lo mismo que tú ahora, y por eso les habrá dicho que estamos yendo hacia Olusha. ¡Es un genio ese fanghor! —Anders se levantó dando saltos de emoción.
Alérigan no podía compartir la ilusión de su hermano, había visto a Nym destrozada por alguna razón que desconocía. ¿Qué querría decir con aquello de que todo dependía de ella? ¿A qué todo se refería?
—¿Ocurre algo, hermanito? —Anders se percató de su actitud, y detuvo su baile de la victoria.
—No, nada, es solo que me ha sentado un poco mal ese cambio de cuerpo —dijo Alérigan fingiendo una media sonrisa.
—Lógico, no todos los días uno se convierte en un fanghor gigante. —Anders se acercó y le dio un golpecito en el brazo—. Vamos, tenemos que continuar el viaje si no queremos que nos alcancen esos locos hermanos nuestros del gremio.
De pronto, Alérigan se aferró lo oídos, como si le dolieran.
—¿Estás bien? —preguntó Anders.
—¡¿Qué son esos golpes?! —Alérigan gritaba mientras continuaba sujetándose los oídos. Era como si unas ondas sonoras impactaran brutalmente contra él.
—¿Qué golpes, hermano? Yo no escucho nada. —Anders estaba empezando a asustarse, parecía que Alérigan había perdido la cabeza.
Se soltó las orejas y comenzó a olfatear el aire.
—¿Qué demonios haces? —Soltó una carcajada profunda, a lo que Alérigan le contestó con un gesto de silencio, llevándose el dedo índice a los labios.
—Huelo algo extraño, algo que no pertenece al bosque... Pero es familiar. —Continuó olfateando, como si fuera algo tan normal—. ¡Ishalta!
De pronto, la muchacha salió de entre los árboles con la respiración entrecortada y su túnica blanca, antes impoluta, llena de hojas, al igual que su pelo.
—¡Menos mal que os he encontrado! Llevo toda la noche buscándoos —dijo Ishalta sonriendo. Pero los muchachos no le estaban prestando la más mínima atención. Anders miraba a su
hermano con la boca abierta y Alérigan miraba hacia el suelo, sin entender nada.
—¿Qué pasa, chicos?
—Perdónanos, Ishalta. Es que Alérigan acaba de hacer algo increíble. ¡Te ha olfateado en medio del bosque, incluso diría que te ha escuchado correr!
—No, no puede ser. Eso es imposible. —Alérigan agitaba la cabeza en gesto de negación.
—¡Guau! Es casi como si fueras un...
—Un fanghor. —Anders terminó la frase de Ishalta, y el silencio conquistó el lugar.
Al fin habían salido de las cavernas del gremio, llevaban días caminando bajo aquella humedad y polvo en suspensión. Cuando vieron el sol en el exterior de la cueva, no se lo podían creer y todos corrieron a respirar el aire puro.
Tiedric sospechaba que Bilef se había encargado de llevarlos por el interior de la cueva a su voluntad, pero había disfrutado al verlo sufrir con los ataques de las arañas gigantes. Aunque todos se habían sorprendido tras el primer combate y su forma de destripar a la araña, después de eso el muchacho había empezado a combatir con destreza, incluso con furia, como un guerrero curtido en la batalla.
En la entrada de la cueva encontraron los restos de una pequeña hoguera, no había duda de que estaban en el buen camino. Los traidores debían de haber acampado a la salida de la cueva cuando escaparon.
—¿Lo veis, compañeros? Si no hubiéramos parado a tomar el té y a empolvarnos la nariz los habríamos alcanzado antes de que entraran en el bosque. ¡Ahora va a ser muy difícil que los encontremos!
—Tranquilo, Tiedric. Somos buenos rastreadores, los encontraremos enseguida —dijo uno de los compañeros con esperanza.
—Nosotros seremos buenos, pero esos dos mequetrefes se conocen estos bosques como la palma de su mano. Tanto castigo que les impuso Glerath les sirvió para algo, y han aprendido a moverse por los bosques sin dejar huellas. Ahora tendremos que ser más sigilosos y estar más atentos a las pequeñas pistas que nos hayan dejado. ¡En marcha!
Bilef continuaba caminando arrastrando los pies, estaba agotado. Por lo menos ahora no se toparían con más arañas de esas asquerosas, pero debía estar atento, tenía que crear algunas pistas
falsas para que no siguieran a sus amigos. Pero Tiedric no se iba a dejar engañar tan fácil, llevaba tiempo sospechando de él, incluso antes de que salieran del gremio ya sabía que los iba a llevar por los caminos equivocados, pero no le quedaba otro remedio que dejarse guiar.
Ahora el bosque era el territorio de Tiedric, y no dejaría escapar la más mínima huella en el barro, o las ramas partidas del camino.
Y era cierto, porque Tiedric no tardó en encontrar un rastro muy fácil de seguir, tan fácil que le resultó hasta confuso. Parecía como si dos hombres hubieran corrido a través del bosque, dejando tras de sí un camino perfecto de desperfectos.
—¡Chicos, ya los tenemos! ¡Seguidme! —les avisó Tiedric, cargado de ilusión y sed de venganza.
Corrieron a través del rastro que habían dejado los traidores, pero tan pronto como apareció, se desvaneció en medio de un claro. No había nada más que indicara un posible camino, los árboles estaban en perfecto estado, ni siquiera había huellas de pisadas en el barro.
—No puede ser... —susurró Tiedric, buscando pistas por donde seguir.
Parecía que la carrera había llegado a su fin en ese claro y que los muchachos se habían volatilizado, porque no había absolutamente nada que indicara un posible camino a seguir.
—¡Malditos sean esos traidores! —gritó Tiedric sin poder contener la ira.
Y un suspiro de alivio surgió de la boca de Bilef, que quedó oculto tras las maldiciones que continuaba soltando el líder de la expedición.
Cuando consiguió serenarse, se dirigió al resto del grupo.
—Descansaremos aquí un momento, en lo que busco otro sendero por el que continuar. Quedaos dentro del claro y no toquéis nada. Yo me encargo de buscar el camino.
La expedición respiró aliviada, era la segunda vez que paraban a descansar desde que habían salido. Ya los pies no les respondían. Además, ahora Bilef se había ganado el respeto de sus hermanos y el tiempo con ellos se había hecho más llevadero.
—¡Eh, Bilef! Vente con nosotros a comer algo —le dijo uno de los compañeros.
Se sentaron todos juntos, mientras comían y hablaban de cosas sin importancia, hasta que uno de ellos vio que Tiedric había desaparecido buscando el rastro.
—¿Qué pensáis vosotros de Anders y Alérigan? —preguntó en un susurro, mientras partía un mendrugo de pan y lo pasaba a sus compañeros.
—No sé, a mí no me parecían mala gente, no creo que sean unos traidores, como dice Glerath. Algo me dice que es una confusión. Además, nunca olvidaré lo mucho que nos reíamos en la taberna de Marnya cuando Anders se ponía a cantar sus canciones sobre «el poderoso Alérigan».
Todos prorrumpieron en carcajadas recordando esos momentos. Anders siempre había sido el bufón de la corte en el gremio, era capaz de animar a cualquiera independientemente de la situación que los rodeara, y sobre todo, cuando se animaba a cantar en la taberna.
—Alérigan siempre me protegía cuando Tiedric se metía conmigo —soltó Bilef sin darse cuenta.
—Es un buen tío, muy seco, pero buena persona —habló otro de los presentes—. Siempre me dejaba en el suelo con dos movimientos cuando entrenábamos. —Sonrió—. ¿Qué haremos si los encontramos, muchachos?
—Yo no sé si sería capaz de levantar mi arma contra dos de los nuestros, chicos.
—Yo creo que tampoco sería capaz. Además, no nos han contado lo que hicieron. A lo mejor no es tan grave y se puede solucionar.
—Salvaron a un Catalizador que estaba atrapado, creo —les contó Bilef—. Era una mujer, una chica joven y estaba en apuros.
De pronto todos se quedaron callados, pensando en aquella situación y en qué hubieran hecho ellos.
—A lo mejor nosotros hubiéramos hecho lo mismo a pesar del juramento —dijo el que parecía que llevaba la voz cantante en el grupo.
—Puede ser, pero igualmente es traición. Debemos pensar que por suerte no fuimos nosotros quienes nos vimos en esa situación, porque probablemente seríamos la presa y no el cazador en este momento.
—Sí, tienes razón —contestaron algunos en voz muy baja.
Bilef lo había intentado, parecía que todos tenían el corazón dividido entre hacer lo que debían y lo que les dictaban sus sentimientos. Llegado el momento de la verdad, nadie sabía qué posición tomarían cada uno de aquellos soldados del gremio.
Lo que ninguno de los presentes sabía, ni siquiera el rastreador Tiedric, era que ellos también estaban siendo seguidos y espiados en aquel momento por unos seres que los superaban en todos los aspectos y que estaban esperando el momento indicado para atacar.
Los atherontes mantenían la distancia, pero no habían perdido ni el más mínimo detalle de aquella conversación, y ahora tenían toda la información que necesitaban. Seguirían a ese grupo, que los llevaría hasta su preciado tesoro.
Tras la extraña aparición de Ishalta, el grupo decidió parar a descansar y, sobre todo, aclarar todo lo que estaba pasando. La muchacha los había seguido sin más, y no les había explicado por qué había tomado esa decisión. Además, estaba el extraño comportamiento de Alérigan que los había dejado impactados.
—Sé que debí haberos pedido permiso para acompañaros, pero cuando hablamos del futuro de la humanidad y de que debíamos posicionarnos, me hicisteis pensar y supe que si quería hacer algo por nuestra raza tenía que marcharme del templo y tomar las riendas de mi vida. —Ishalta hablaba con solemnidad y Anders comprendió cada palabra de lo que decía.
—Te entiendo, Ishalta, pero nosotros ahora mismo no sabemos adónde vamos. Simplemente hemos marcado un rumbo para seguir huyendo, que es lo que debemos hacer hasta que todo esto se tranquilice.
—Lo sé, Anders, solo quiero ayudaros. Parece que sois los únicos que se preocupan por lo que se avecina y necesito sentir que hago algo útil, es solo eso. Nuestro mundo se acerca a su fin y nadie hace nada.
Alérigan no entendía muy bien por qué, pero no se fiaba demasiado de Ishalta. Ella sabía más de lo que contaba, como había pasado cuando había visto su brazo por primera vez. Además, se sentía extraño; todos los sonidos que había a su alrededor sonaban muy fuertes, las voces de sus amigos eran como tambores en sus oídos. Podía oír hasta un insecto revolotear en la otra punta del bosque, incluso oyó cómo sus patas se posaban en una hoja a muchos metros de altura. Hasta que llegó el momento en que no pudo más.
—Por favor —imploró hablando en susurros—. ¿Podéis hablar más bajo?
—Claro, hermano —dijo Anders también muy bajo—. ¿Sigues oyendo las cosas intensificadas?
—Sí, es como si hubieran aumentado la energía de todos los sonidos a mi alrededor. —Guardó silencio—. Incluso estoy oyendo y oliendo el mar en medio del bosque.
—¿El mar? —preguntó Ishalta con su tono normal, lo que provocó la contracción del rostro de Alérigan—. Perdón —susurró—. Eso significa que estamos cerca de Olusha, pero... ¿cómo es posible?
Anders le explicó lo que había pasado, cómo Alérigan había entrado en la mente de Canela, incluso había podido controlarla.
—¡Y lo mejor de todo es que vio a Nym, y ella le dijo que van camino de Olusha para encontrarse con nosotros!
—¿Nym se dirige a Olusha? —preguntó Ishalta, más interesada de lo que Anders se esperaba.
—Así es, ¿por qué te importa tanto?
—No sé, Anders. Os he oído hablar tanto de ella y de Soleys, ¡que me muero de ganas de conocerlas!
Era cierto, Anders le había contado muchísimo de Nym: de su extraña forma de ser, de cómo se les había aparecido, y de lo maravillosos que eran los Circulantes.
—Bueno, si Alérigan está oliendo el mar, continuemos el camino. Cuanto antes lleguemos a Olusha, antes nos encontraremos con el resto del grupo. —Anders se levantó y empujó a su hermano.
Reanudaron el paso, intentando caminar en silencio, ya que incluso los pasos eran molestos para los finos oídos de Alérigan. El bosque se había convertido en un cúmulo de sensaciones
nuevas para el muchacho, no solo podía oír el aleteo de las mariposas, sino que además podía oler la humedad del suelo, incluso unas flores que ni siquiera era capaz de ver. Mientras caminaba acariciaba las hojas de los árboles, podía sentir hasta las gotas de rocío deslizarse por las puntas de sus dedos. Pero entonces se percató de algo: el bosque era un lugar de paz y serenidad, cuando llegara a la ciudad de Olusha el bullicio de las calles podría volverlo loco. Tenía miedo de lo que se avecinaba.
Ishalta, sin embargo, estaba emocionada: se dirigía a su destino. Pero por otro lado también estaba asustada porque aún no sabía si sería capaz de hacer aquello que le habían encomendado. «Ánimo, Ishalta, todo depende de ti. Piensa que tu madre te espera al otro lado y tu nueva vida aguarda», se decía la muchacha para continuar con la misma fuerza con la que había salido del bosque.
Y entonces, tras una larga caminata, Olusha se alzó ante sus ojos: era una pequeña comunidad de pescadores que parecía haber crecido más de la cuenta. Las casas se mezclaban, todas de diferentes colores y estructuras, unas pequeñas y coquetas, mientras otras se asemejaban a palacios de Festa, pero pintados de colores chillones y alegres. Estaban unidas por estrechas calles adoquinadas que trataban de simular las calzadas de Festa.
Las gaviotas sobrevolaban la ciudad portuaria, y el sonido de las olas chocando contra el muelle impregnaba la ciudad de ese aroma a mar y a salitre que purifica el espíritu. Alérigan podía oír incluso a los pescadores llegando al puerto y clamando para vender el pescado capturado durante la mañana.
Lo habían conseguido, estaban en Olusha.
Si había algo que Lienne odiaba eran los invitados inesperados a sus celebraciones. Era un maniático del orden y mucho más en su ciudad: Olusha era su imperio, su reino, y no iba a permitir que unos forasteros prorrumpieran en su territorio sin invitación.
—Señor, son dos hombres y una mujer de apariencia extraña, no parecen mercaderes. Además, van armados —dijo uno de los informadores.
—¿Dónde están ahora mismo? —preguntó Lienne.
—Acaban de atravesar las puertas de la ciudad y se dirigen al hostal del Tiburón Tuerto, en busca de habitación. ¿Se la damos?
—Claro, por supuesto, que no se diga que no somos hospitalarios. —Dio una calada de su pipa de madera y continuó—: Síguelos en todo momento, averigua qué demonios han venido a hacer a mi ciudad. Y cuando yo te lo ordene, quiero que los traigas ante mí... vivos, por supuesto.
—Sí, señor, como ordenéis. Si piden información, ¿qué debemos decirles?
—Pues la verdad, querido amigo, que somos una pequeña ciudad portuaria que se dedica a la venta del delicioso pescado que traen nuestros olushios cada mañana después de haber pasado una larga noche en alta mar —dijo Lienne riéndose.
—Como ordenéis, señor —afirmó el informador con una reverencia.
Este se marchó y dejó a Lienne solo con sus pensamientos. Hacía mucho tiempo que no venían forasteros a su ciudad salvo los comerciantes de Festa de siempre. Estaba claro que algo raro estaba pasando, y él no iba a quedarse con la intriga.
Se dirigió hacia las cristaleras de sus dependencias, desde la cual se veía un precioso mar azul profundo y limpio. Le había costado mucho llegar hasta aquella posición y no iba a permitir que nada ni nadie se lo arrebatara.
—Nadie entra en mi ciudad sin mi permiso... Nadie.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro