Capítulo 21
Bilef llevaba días caminando; tenía las piernas hinchadas y los pies doloridos, pero Tiedric no les daba descanso. Habían recorrido gran parte de la caverna bajo los dominios del gremio, el chico se había encargado de dirigirlos por los túneles más enrevesados de las cuevas. Cada vez que veía la ira en la mirada de Tiedric, no podía evitar soltar una risa burlona en su interior.
Se habían enfrentado a algunas de esas arañas gigantescas que habitaban los túneles, y Bilef había descubierto un nuevo don aparte de su capacidad para inventar artilugios para abrir cerraduras.
Las pequeñas hachas que le había regalado Glerath eran bastante útiles en el combate y muy ligeras. Cuando vio a uno de esos bichos asquerosos acercársele por primera vez, los nervios lo traicionaron y le lanzó con los ojos cerrados una de las hachas y, misteriosamente, atravesó a la araña y volvió a su mano. Sus compañeros se quedaron atónitos al ver la nueva habilidad de Bilef.
Desde ese enfrentamiento, los hermanos lo miraban con respeto e incluso lo trataban como si fueran sus amigos, una sensación que el muchacho solo había sentido cuando estaba con Alérigan y Anders. «¡Cómo los echo de menos!», pensaba Bilef cada vez que recibía una queja por parte de Tiedric. Pero ahora estaba llevando a cabo una misión de vital importancia y precisamente por sus amigos, así que no se permitía el lujo de desconcentrarse en ningún momento.
—Por favor, Tiedric. Tenemos que parar a descansar, estamos agotados —le pidió uno de los compañeros de viaje, el que tenía más apego hacia su jefe.
—No es momento de descansar, ya os lo he dicho. Nos llevan una noche de ventaja, no podemos perder tiempo.
—Seguro que ellos sí se pararon a descansar en la noche —dijo Bilef muy bajito, pero Tiedric lo oyó perfectamente.
—¡Basta de quejas! —Se giró y le gritó al pobre muchacho—: ¡Somos Hijos de Dahyn y debemos demostrarlo! ¡No podemos dejar que esos traidores se escapen!
—Pero, mi señor —su amigo se dirigió a Tiedric otorgándole un nivel del que carecía, intentando ganárselo—, si los encontráramos en este estado, seríamos muy débiles frente a ellos. Nos puede el cansancio.
El líder de la partida se quedó pensativo un momento. Tenían razón, ahora mismo estaban agotados. Él mismo notaba que sus fuerzas habían menguado y si se encontraban con los traidores sería un combate muy reñido.
—De acuerdo, descansaremos unos minutos. —Miró a su alrededor—. Esta zona parece segura. Comeremos y descansaremos, ¡pero no os acomodéis! En cuanto diga que continuamos, no quiero oír una queja.
Bilef se alejó del grupo y se sentó con la espalda apoyada en una estalagmita. Respiró hondo y se quitó su capucha mientras movía los dedos de los pies intentando eliminar el cansancio.
Desde que había dejado escapar a sus amigos, le había cogido cierto cariño a aquella capucha. Le recordaba lo valiente que había sido y lo que podía llegar a ser, por lo que había decidido llevarla siempre consigo como una insignia a su valor, otorgada por el maestro del gremio.
Cerró los ojos, pero entonces se acordó de aquel sorprendente libro que le había regalado Glerath. Lo sacó y comenzó a hojearlo de nuevo: era maravilloso, como una ventana abierta a la mente de Anders, con todos sus recuerdos, y no solo escritos, sino también dibujados.
Se quedó impactado en una parte. Había un gran dibujo que abarcaba dos páginas: en el centro había un gran árbol abierto con una mujer en el interior de una belleza exuberante. Además, el paisaje que había a su alrededor era hipnótico, una cascada cristalina y una arboleda espesa rodeaba todo el lugar; casi se podía respirar a través del libro el aire fresco y húmedo del paisaje. Bilef se acercó el libro a la nariz y aspiró profundamente el aroma.
Continuó avanzando en las páginas y se detuvo en otro dibujo, era una construcción en el interior de una montaña con una estructura muy peculiar. En la cabecera de la página, Anders había escrito: «La Colmena», y en la página de al lado había algo escrito con rapidez que llamó la atención de Bilef, ya que la caligrafía de Anders anteriormente había sido perfecta en todas las páginas salvo en aquella. El muchacho se paró a leerlo con detenimiento: «Las noches volverán a ser eternas, el mago más poderoso de la tierra volverá a cuidar de sus hijos... Y los herederos de Dahyn se doblegarán ante su grandeza, pues solo el Hijo verdadero podrá luchar».
Ante aquellas palabras, un escalofrío le escarchó el espíritu. Estaba claro que se trataba de una profecía de algo que se avecinaba y nada bueno. Con la referencia a los herederos de Dahyn estaba claro que se refería a la raza humana, y con el mago más poderoso de la tierra hablaba de Áthero. El chico no sabía de dónde había sacado Anders la profecía, pero si todo eso era real se acercaba una segunda era de oscuridad para la raza humana.
Anders se encontraba en la misma sala a la que los habían llevado en cuanto entraron en el templo. Aquella habitación rodeada de libros había despertado su curiosidad desde que atravesó la puerta; en esos textos debía de haber información más verídica de la que a él le habían metido en la cabeza en el gremio. Ahora se sentía traicionado y estúpido por haber creído todas aquellas mentiras que les habían inculcado. Le dolía profundamente haber sido sometido a un engaño constante. Sin ningún pudor, aquellos a quienes ellos llamaban «hermanos» los habían traicionado de una forma innegable.
Cogió el primer libro que encontró. Le llamó la atención, tenía una cubierta aterciopelada de color azul oscuro. Su tacto era suave y delicado y cuando lo abrió desprendió un aroma que solo los amantes de los libros conocen: ese olor a aventuras, a pasión desmedida, a tristeza y alegría, a avidez de conocimientos y, sobre todo, esa sutil característica de los libros antiguos, ese toque de humedad amarilleando las páginas que te hace pensar en cuántos caminos habrá recorrido y cuantas generaciones de hombres habrán acariciado sus páginas.
El muchacho estaba tan embebido en aquel libro que narraba las aventuras de un joven trotamundos, que no se percató de la presencia de una mujer en la sala que lo observaba con curiosidad.
—Si te gusta esta biblioteca, deberías ver la comunitaria —dijo Ishalta carcajeándose, al ver el respingo que le causó su voz.
—¿Tenéis otra biblioteca aún más grande? —El joven no pudo evitar manifestar su alegría, pero luego se percató de su falta de educación—. Perdóname, Ishalta, es que no te había visto. Todo esto que tenéis aquí es tan increíble... Nunca pensé que encontraría un lugar como este en medio del bosque.
—Yo tampoco me lo hubiera imaginado si no llevara toda la vida aquí. —Le dedicó otra sonrisa—. ¡Hay tantas maravillas en el mundo que desconocemos!
Anders se dio cuenta de que, cuando Ishalta sonreía, toda aquella rudeza que trataba de mostrar desaparecía y se convertía en una mujer dulce, incluso atractiva.
—¿Puedo ayudarte a encontrar lo que buscas, Hijo de Dahyn traidor?
—Muy graciosa. —Anders sabía que ella se había enorgullecido de haber encontrado a dos traidores al gremio, además no tenía ninguna intención de disimularlo—. Solo quería buscar un poco de información sobre los Catalizadores. Ahora mismo me siento engañado y no sé qué creer.
—¡No los llames Catalizadores, lo detestan! —dijo ella enfadada.
—¿Ah, sí? No tenía ni idea, discúlpame.
—Claro que lo odian. Es como si se trataran de unos objetos, no de seres vivos. Además, les recuerda a la etapa en que la humanidad los utilizó como eso, como catalizadores de energía para su propio beneficio.
—¿Ellos aún recuerdan esa etapa? —preguntó Anders con curiosidad.
—Claro, algunos de ellos incluso la vivieron. —Ishalta comenzó a caminar a través de la biblioteca buscando algún libro, acariciando las tapas con el dedo índice.
—¿Quieres decir que los lia'harel son inmortales? —Anders no salía de su asombro, empezaba a descubrir cosas realmente interesantes sobre la raza de su amiga Nym.
—Yo no he dicho eso.
—¡Claro que sí! Has dicho que algunos incluso vivieron esa etapa, es decir, que tienen por lo menos... —Anders hizo un cálculo rápido con los dedos—. ¡Quinientos años!
—Sí, pero eso no quiere decir que sean inmortales.
Ishalta seguía acariciando los libros con mirada distraída, mientras el joven bardo estaba empezando a perder la paciencia.
—Pero pueden vivir muchos años, ¿no?
—Sí, podrían hacerlo si tuvieran suerte. —Continuaba haciéndose la interesante y mientras miraba a los libros, sonreía juguetona.
—¡¿Quieres hablar claro de una vez?! —Anders se sintió un poco violento al darse cuenta del tono utilizado, pero le salió sin más—. Perdona, no quería gritarte.
La muchacha lo miró y se puso seria.
—No son inmortales. Si les asestas una puñalada en el corazón, sangran y mueren, como tú y como yo —ella respiró hondo—, pero si no es así, pueden vivir largos periodos de tiempo, incluso mil años si fuera necesario. Pero para ellos no existe la palabra morir, ellos vuelven a la Madre, por lo que ellos mismos sí se consideran inmortales.
—Así que el paso del tiempo no les afecta. —Anders volvió a rascarse la barbilla, como hacía cada vez que pensaba—. Pero, y si nunca sufren heridas mortales, ¿viven para siempre?
—No, ellos también padecen enfermedades y pueden morir por ellas, como la Purpúrea, una dolencia que no tiene cura.
—¿Y si tampoco enfermaran?
—Ellos deciden cuándo morir, quiero decir, cuándo volver a la Madre y continuar siendo energía de la Tierra. No están en este lugar simplemente para vivir, consideran que cada uno tiene que cumplir una función para el resto de su raza, y una vez cumplida esa misión deben volver a la Madre para descansar y obtener la recompensa de su esfuerzo.
Entonces Ishalta cogió un libro de la estantería más cercana y se lo entregó a Anders. Este se quedó mirándolo. En la portada con letras doradas había escrito: «Cancionero antiguo».
—Es un libro anónimo, de un juglar que vivió la época en que los humanos y lia'harel convivían, de pequeña lo leía constantemente. Era mi favorito.
—Muchas gracias.
—¡Algo me dice que te va a gustar! —Le volvió la alegría al rostro—. Vamos, Droll me ha dicho que os dé algo de ropa nueva, dais un poco de asco con esos harapos.
—Te devolveré el libro antes de marcharme —le dijo Anders, mientras la seguía y salían de la habitación.
—Tranquilo, es un regalo. Espero que te guste tanto como a mí, te hace pensar en que aún hay algo de esperanza.
Continuaron caminando juntos. Anders no sabía si era por haber descubierto algo nuevo para su investigación, o si era por aquel libro de una época pasada, pero sentía algo distinto y desconocido hasta ahora. Tal vez sí que fuera esperanza para los suyos.
La habitación que les habían cedido amablemente los Buscadores era bastante confortable. Tenía dos camastros de paja blandos en los que reposar la espalda y sábanas limpias, algo que no veían en meses. Además, Ishalta le había llevado de parte de Droll unos ropajes nuevos que no disgustaron para nada a Alérigan; eran bastante similares a los que solía llevar, pero más elaborados: una camisa de lino blanca sencilla, con cordones a la altura del cuello, un chaleco de cuero con un extraño brillo verdoso oscuro, y unos pantalones y botas de cuero marrón claro.
Alérigan estaba preocupado por el rumbo a seguir. No podían volver a Shanarim porque precisamente eso sería lo que esperarían los Hijos de Dahyn. Se imaginó a Tiedric sentado en la cima de la montaña Nubia empapado por la lluvia, esperándolos. Debía hablarlo con calma con Anders en cuanto volviera a la habitación.
En ese momento se dio cuenta de que su hermano llevaba perdido largo tiempo, desde que habían terminado de comer. «Seguramente está metido en alguna biblioteca que haya encontrado», pensó Alérigan.
Decidió olvidarse de la rata de biblioteca y probarse el nuevo modelo que le habían regalado. Se quitó su guante de cuero tachonado y miró su brazo deforme mientras apretaba el puño. Llevaba tanto tiempo con esa carga a cuestas y con todo lo vivido en los últimos días apenas se había acordado de que estaba allí, pero siempre estaba, por mucho que él no lo recordara no iba a desaparecer. Sacudió la cabeza y continuó quitándose la ropa.
Cambió de pensamiento, y se percató de que los días que había pasado en el templo le habían sentado bien. Se había recuperado casi por completo de sus dolencias tras el enfrentamiento con Vryëll. Rememorar esto le hizo pensar en Nym, llevaba tanto tiempo sin saber de ella, solo esperaba que estuviera a salvo con Soleys.
Entonces, la puerta se abrió de golpe y allí estaba Ishalta, con un montón de ropa en la mano, mirando a Alérigan con la boca abierta. El muchacho intentó taparse como pudo y se sonrojó sin saber qué decir. Y, en contra de todo pronóstico, Ishalta lanzó la ropa al suelo y se acercó al joven.
—¡Pero ¿qué haces?! ¡¿Estás loca?! —Alérigan se embutió en los pantalones como pudo, intentando taparse.
—¡Tu brazo! ¡Nunca pensé que vería algo así en toda mi vida! —La chica le sujetaba la mano, mientras él intentaba empujarla.
Cuando Anders entró a la habitación, no podía creer lo que veían sus ojos: había un montón de ropa por el suelo, su hermano estaba medio desnudo e Ishalta no paraba de tocarlo.
—Vale, creo que he venido en mal momento. —Se echó a reír maliciosamente—. Hermanito, la próxima vez pon algo en la puerta para que no entre.
—¡Cállate, y quítame a esta loca de encima! —Alérigan seguía intentando librarse de Ishalta. La muchacha seguía agarrada al brazo de Alérigan, acariciando los caminos de savia que se
dibujaban con la luz de la luna, aunque en aquel lugar eran imperceptibles.
—¡Es magia antigua! —no paraba de repetir lo mismo—. ¡Es magia antigua lia'harel! ¡Es magia extinta!
—¿De qué estás hablando? —Anders también se acercó a Alérigan que, con una sacudida, se quitó a los dos de encima.
—¡Dejadme! —gritó.
Alérigan se dio la vuelta y volvió a ponerse el guante. Más que de enfado, su expresión era de tristeza. Se vistió del todo, dejando la camisa por fuera y el chaleco sin abrochar.
—Perdóname, Alérigan, no debí haber invadido tu intimidad, pero no lo pude evitar. ¡Ese tipo de magia lleva siglos desaparecida! —Ishalta se había percatado de su arrebato y de que el pobre muchacho estaba en paños menores cuando ella irrumpió en su habitación y ahora se había ruborizado hasta la punta de las orejas.
—¿Qué quieres decir, Ishalta? —preguntó Anders.
Alérigan caminaba nervioso por la habitación, rascándose la parte de atrás de la cabeza con gesto perturbado.
—Es un tipo de magia que hacían los lia'harel más poderosos en la antigüedad. Convertían partes de su cuerpo en árboles, ¡decían que se fundían con la naturaleza para obtener el verdadero poder de la tierra!
—¡Basta! —le espetó Alérigan—. ¡Se supone que no debemos hablar de esto!
Dicho eso, Alérigan cogió su hacha y se marchó de la habitación dando un portazo al salir.
—Anders, lo siento —se disculpó Ishalta—. No pretendía ofenderlo, pero no pude evitar emocionarme al ver eso. Se supone que solo lo podían hacer los lia'harel y está claro que Alérigan es humano, ¿verdad?
—¡Claro que es humano! Pero ese tema prometió guardarlo en secreto y desde entonces cada vez que he intentado hablarlo ha pasado algo similar a esto —dijo Anders señalando la puerta, que había rebotado por la fuerza y se había vuelto a abrir.
—¿Cómo le sucedió?
—No tengo la más mínima idea. Ocurrió cuando nos iniciamos en el gremio de los Hijos de Dahyn. Tuvimos que pasar una prueba para entrar.
Anders le contó a Ishalta todo lo que había pasado en el laberinto, le relató cómo había aparecido Alérigan entre la espesura con el brazo ensangrentado y vendado, y que desde aquel momento nunca había hablado del tema.
—Es increíble, tenemos que averiguar qué le ocurrió. —Ishalta no pensaba aparcar el tema—
. Puede que Alérigan tenga un poder oculto que desconoce, ¡quizá él pueda ser el vínculo que nos una a los lia'harel en esta guerra!
—Ahora sí que apoyo a mi hermano en lo de que estás loca. —Anders comenzó a recoger toda la ropa que había tirada por la habitación—. Alérigan es muy reacio a todo lo relacionado con la magia y los lia'harel.
—Sin embargo, dices que ayudó a esa amiga vuestra.
—Sí, pero eso es distinto...
—¿Distinto porque él siente algo por ella? —soltó Ishalta sin dejarle terminar.
—No... no lo sé. Pero no dejaré que nadie utilice a mi hermano en su beneficio. —Anders tenía claro que nunca engañaría a Alérigan.
—No es en mi beneficio, ni siquiera en el tuyo, Anders. Es en beneficio de toda la humanidad.
—Le cogió de la mano e hizo que la mirara fijamente—. Piénsalo por un momento, por favor. Tú podrías hablar con él.
Anders dudó por un momento, pero enseguida descartó la idea de su mente. Si Alérigan decidía hacerlo por su propia voluntad él lo ayudaría, pero nunca bajo un engaño o utilizando lo que él creía que sentía por Nym.
—Será mejor que te vayas, Ishalta. Quiero estar solo —le dijo sin mirarla.
—De acuerdo. Yo me marcho, pero ya sabes las opciones que tenemos. —Cuando agarró el pomo de la puerta, se giró—. Por cierto, te he traído ropa limpia para el viaje. Me gustaría que te llevaras una de nuestras túnicas para los rituales, como recuerdo de lo que has aprendido aquí.
La muchacha se marchó y Anders se quedó solo en la habitación con un montón de ropa sobre el camastro, y pensando en el viaje.
En realidad no había viaje real, solo era una forma de hablar porque se tenían que marchar de ese lugar, pero no tenían destino ni rumbo fijado. Así que lo mejor era vestirse y prepararse, ya encontrarían una brújula que les indicara el camino. Ellos siempre lo hacían.
Cuando Anders miró su propio reflejo, no estaba del todo convencido con su nuevo aspecto. Llevaba una ropa similar a la que solía llevar su hermano, sin personalidad ninguna, pensaba él: una camisa blanca y unos pantalones y botas negros. Ese no era su estilo, le faltaba algo, un toque personal. Entonces cogió la capa blanca que le había dejado Ishalta, la que utilizaban en sus rituales, y se la puso.
No estaba mal, era larga hasta los pies, con una capucha bastante ancha que una vez puesta le cubría el rostro por completo. Pero seguía estando carente de personalidad. Entonces cogió una de las dagas que llevaban consigo desde que Bilef los sacó de la prisión, y la cortó en vertical dejándola abierta por la parte delantera. Además, cogió un cinto oscuro que había en la habitación y se lo ajustó a la cintura. Cuando se percató de que el retal de tela rojo que Soleys le había regalado estaba sobre el camastro, le vinieron a la mente todos los momentos vividos con ella y cuánto la echaba de menos. Se lo ató al cuello y recordó su olor de nuevo.
Ahora sí se sentía listo, ahora sí que era él mismo. Cogió las alforjas que tenían preparadas, se enfundó sus dos dagas, se colgó el cuerno en el cinturón y salió en busca de su hermano.
Lo encontró sentado bajo la sombra de un árbol fuera del templo, pero en los alrededores. Se había retirado lo suficiente para estar lejos de Ishalta y de él, pero no lo bastante como para
perderse. Siempre hacía lo mismo, pensaba Anders. En el fondo no le gustaba tanto la soledad como él mismo creía.
—¿Listo, hermano? —dijo Anders mientras le lanzaba un par de sacos con comida.
—¿Nos marchamos ya? —le preguntó Alérigan con una sonrisa—. ¡Eh, me gusta tu modelito!
—Gracias, a mí el tuyo no. ¡Es demasiado típico! Aunque el chaleco te da un toque más elegante. —Anders se sentó a su lado—. Supongo que ha llegado el momento de seguir con el viaje, el problema está en que no tenemos ni idea de hacia dónde nos dirigimos.
Alérigan comenzó a reírse solo.
—¿De qué te ríes? —le preguntó Anders.
—A lo mejor podríamos volver a la taberna de Marnya y tomarnos unas jarras de aguamiel para olvidar las penas.
—Claro, y volver a Festa para ser hombres muertos. —Anders le dio un golpe en el hombro—
. Además, seguro que hay mejores tabernas donde tomar un buen aguamiel y que no nos estafen por problemas amorosos.
—¿Qué te parecería ir a Olusha? —preguntó Alérigan muy serio—. Ahora mismo no tenemos nada que perder ni lugar adonde ir. Podríamos aprovechar y ver mundo.
—¿Sabes qué? ¡Tienes toda la razón! —Ambos se levantaron a la vez y chocaron los puños.
—¡Olusha, allá vamos! —dijeron al unísono.
Soleys cerró los ojos y dejó que Canela le mostrara toda la información. Por lo que había visto, su amiga y los muchachos se habían separado en la cima de la montaña y ellos habían sido capturados
por sus hermanos del gremio. Ella los había seguido desde la distancia una vez que se separaron, pero cuando entraron en el gremio no pudo hacer nada y decidió que lo mejor era buscar ayuda para liberarlos.
Además, el fanghor le mostró todas las emociones sufridas por Alérigan, incluso sintió que por un momento se le escapaba la vida del cuerpo. Entonces le enseñó el último pensamiento que había tenido el muchacho.
—¿Olusha? —preguntó Soleys, casi para sí misma—. ¿Qué demonios es eso?
—Debe de ser una ciudad de los humanos, Soleys. Probablemente del otro lado de la montaña.
—Nym estaba allí sentada con ella en su nueva casa, la que había sido de Kindu como patriarca.
—¿Humana, Nym? —le dijo Soleys sonriéndole, pero a la vez extrañada ante la forma de hablar. Lo había dicho como si ella también fuera de otra raza.
—Discúlpame, Soleys. A veces me olvido de lo que eres.
Aquella conversación fue muy extraña, como tantas otras que las dos compañeras habían tenido últimamente. Soleys notaba que Nym estaba cambiando, pero no sabía muy bien qué le sucedía.
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