Capítulo 2
Anders llevaba horas encerrado en la biblioteca intentando encontrar alguna información nueva que añadir a su búsqueda sobre los lia’harel, pero sin resultados positivos. Con total certeza ya se había aprendido todos y cada uno de los libros que poseía el gremio. La mayoría relataban la leyenda de Dahyn de mil maneras diferentes: algunas hablaban de una batalla titánica entre Dahyn y Áthero, y otras desfiguraban a su esposa Runa y la transformaban en un demonio gigante que había destruido cuanto lo rodeaba.
«Tonterías», pensó. Él encontraría la verdad.
Cuando comenzaron la preparación para convertirse en Iniciados, no solo tuvieron que pasar durísimas pruebas, también los obligaron a asistir a unas clases sobre «Historia de Miradhur», así las llamaban quienes las impartían. Anders pensaba que muchos de los datos de aquellas lecciones ni siquiera eran reales, igual que pasaba con los libros que les hacían estudiar.
El joven recordaba con cierto cariño los días en que le hacían leer en alto para el resto de la clase. Era un niño de la calle, como la mayoría de los que habían llegado al gremio, pero su curiosidad por el mundo le había llevado a aprender a leer con cierta soltura, por eso siempre lo escogían.
—Antes del Día de la Revelación —dijo él con voz clara—, la raza humana vivía como reina y señora de la tierra, colonizando todo a su paso hasta que encontraron el Bosque de Eluum, y descubrieron la existencia de otra raza similar a la suya, pero más poderosa. Vivían en lo más profundo del bosque, en túneles subterráneos que atravesaban toda la floresta, y que solo abandonaban durante la noche para obtener alimentos y disfrutar del aire libre. A pesar de hallarse en las profundidades, vivían iluminados por la savia de los árboles mágicos de Eluum, que brillaba como finos canales de energía llegados del núcleo de la tierra y repartía su magia alrededor del mundo, dándole vida a la naturaleza.
»Esta raza veneraba a la Madre Tierra como deidad, por ello vivía en consonancia con la naturaleza y bajo su protección. En la mitología antigua se hablaba de que, mientras los lia’harel vivieran bajo el manto de la Diosa, su vida no terminaría. —Un Anders pequeño pero muy inteligente se quedó en silencio por un momento. Levantó la cabeza del libro que, entre sus pequeños brazos, parecía gigantesco—. ¿Quiere decir eso que son inmortales?
—Por supuesto que no, muchacho —contestó el profesor—. No es más que una leyenda, ni siquiera existe esa diosa a la que veneran.
—Profesor —preguntó otro de los alumnos—, ¿qué significa lia’harel?
—Es una palabra perdida, para nosotros son Catalizadores. Aunque en su dialecto significaba algo así como «Protector de la Madre» —Se dirigió a toda la clase—: A ver, ¿alguno sabría decirme cómo se selló el pacto entre humanos y Catalizadores?
Como siempre, un silencio acompañó el eco de la pregunta, mientras los muchachos clavaban sus miradas huidizas en el suelo del aula. El profesor se fijó en la cabeza de avestruz enterrada de uno de ellos.
—¿Alerigan? —preguntó con saña, sabiendo que el muchacho no estaba prestando la más mínima atención.
—Se celebró un concilio donde se decidió desposar al príncipe Dahyn con la hija de la Gran Sacerdotisa de los Catalizadores —respondió Anders con rapidez.
—Gracias, «Alerigan». Ya que sabes tanto, contéstame a otra pregunta: ¿por qué nuestro monarca, el rey Yerras, aceptó ese trato?
Era una pregunta difícil, nunca se había hablado de ello en clase, así que Anders guardó silencio por un momento mientras trataba de aclararse las ideas.
—Supongo que vería un beneficio para su pueblo. Los Catalizadores parecían estar más avanzados que los humanos en aquella época.
—¡Incorrecto! —Pasó a su lado y le dio un coscorrón dejando caer un listón de madera sobre su cabeza—. El padre de nuestro señor Dahyn aceptó el trato porque sabía lo peligrosas que eran esas criaturas y quería evitar un enfrentamiento directo a toda costa, aunque tuviera que sacrificar a su hijo.
»Lo que él no esperaba —continuó mientras paseaba entre los pupitres— era que la humanidad se acomodara al tipo de vida que ofrecían estos seres. Y fue entonces cuando el mundo empezó a cambiar, cuando los humanos nos volvimos confiados. ¿Qué fue lo que pasó luego?
—Áthero…
—Gracias por volver con nosotros, Alerigan. —Al pasar a su lado, el profesor soltó también el listón entre la maraña de pelo negro—. Sí, Áthero, el Mago Oscuro, como fue conocido entre nosotros. El joven aprendiz de la líder de los Catalizadores, conocida como Cihe. Al principio se comportó como un muchacho más, uno muy curioso; pero con el tiempo comenzó a mostrar sus deseos y ambiciones de poder.
—¿Es cierto que Áthero absorbía la vida de los demás de su raza, profesor?
—Sí, estos empezaron a desaparecer, se deshacían como si estuvieran hechos de cenizas. Por eso, la Gran Sacerdotisa Cihe, su hija Runa y un pequeño grupo huyeron a Eluum, para esconderse de él. Nuestros antepasados peleaban y morían mientras ellos seguían escondidos. —Señaló a Anders—. Por favor, continúa en la página ciento cincuenta y cuatro.
—A los años venideros se los designó Edad Oscura —prosiguió con la lectura—. Los árboles se resquebrajaron, la naturaleza se marchitó y las urbes flotantes se precipitaron al vacío. Llovieron ciudades sobre ciudades, y el mundo se volvió aciago. Áthero se alimentó de toda la energía de la tierra sacrificando a su propia raza de tal forma que ya las armas no le infligían ningún daño. Ya no era mortal.
Casi se podía respirar el pavor de aquellos pobres muchachos, que habían sido trasladados a la época más dura de la historia de la humanidad. De eso trataban esas clases, pensaba Anders, de meterles el miedo en el cuerpo y hacerles comprender el porqué de su lucha.
—A los Catalizadores se les ocurrió un plan para derrotarlo. Consistía en atraerlo con su poder hacia el interior de la tierra para encerrarlo —continuó el maestro—. La leyenda dice que la Madre le habló a la sacerdotisa de los Catalizadores en un sueño y le explicó que ella lo mantendría encerrado en el núcleo de la tierra.
—¿Eso es de una canción infantil? —preguntó un joven con voz muy baja desde la última fila.
—«Entregadme al hijo perdido, y mi interior será una prisión. Por siempre quedará dormido, si de su deseo hacéis perdición» —recitó el profesor con una sonrisa—. Es una canción infantil, pero la información que se da en ella es cierta; ese fue el plan maestro que llevaron a cabo nuestros antepasados. El rey se negó a seguir el designio de sus enemigos y fue nuestro Padre, Dahyn, quien dio un golpe de estado y asumió el liderazgo, siendo consciente de que era necesario si queríamos recuperar Miradhur.
»¿Habéis estado en la sala del trono de Festa? —Los alumnos asintieron—. ¿Alguien podría recitarme las palabras que hay grabadas en el suelo, justo delante del trono?
Anders, que poseía una memoria excelente, pudo ver en su cabeza la superficie de piedra blanquecina tallada.
—«Hoy es el día que será recordado durante toda la eternidad. Hoy es el día en que los humanos olvidaremos el orgullo y lucharemos por recuperar este mundo del lado de nuestros hermanos. ¡Hoy es el día en que erradicaremos el mal de la tierra!»
—¡Eres un bicho raro, cerebrito! —Un chico le lanzó un trozo de carboncillo desde el otro lado del aula. Por suerte, tenía muy mala puntería.
—¡Silencio, Tiedric, o te quedarás sin entrenar hoy! —Recogió el carboncillo del suelo y se lo devolvió con un lanzamiento muy acertado que fue a dar justo en la nariz del niño, dejándole una mancha negra en la punta—. Muy bien, Anders. Sigue leyendo, por favor.
—Ambas razas se reunieron y comenzaron los preparativos. Juntos cavaron una serie de túneles que, a medida que iban siendo socavados, germinaban por las paredes raíces de árboles que recorrían los pasadizos en una persecución hacia el núcleo de la tierra. En cada nivel colocaron una puerta que no podría abrirse salvo que se utilizaran dos llaves al mismo tiempo, de forma que tanto los humanos como los Catalizadores tendrían una llave que jurarían no utilizar jamás. Cuando alcanzaron el núcleo construyeron una gran sala ovalada a la que solo se podría acceder por una de las puertas de doble cerradura.
—Nadie sabe con exactitud qué sucedió cuando encerraron al Mago Oscuro —continuó el profesor, que no cesaba en sus paseos entre los alumnos—. Las leyendas cuentan que Runa conocía las intenciones del rey de matarlos tras dejar a Áthero encerrado, y que por eso guardó parte de su poder para trasladar a los suyos de vuelta a Eluum aprovechando la confusión.
—¿Y cómo es que el Padre, Dahyn, quedó encerrado con Áthero en el núcleo de la tierra?
—Eso sí lo sabemos con certeza, de hecho hay pinturas y obras de arte que lo demuestran.
El profesor sacó un antiguo tapiz enrollado del fondo de la habitación. Al abrirlo, una nube de polvo y un fuerte olor a humedad se extendieron por el aire. La imagen mostraba a un joven atravesándole el pecho con una lanza a una especie de demonio negro, mientras este sujetaba la pica con las dos garras, ambos presos en una especie de crisálida de color verdoso. También, en una esquina del tapiz, aparecía una mujer de cabellos oscuros con las manos en el rostro, como si llorara.
—Si Runa sabía que Dahyn iba a ser encerrado, ¿por qué no lo ayudó? —preguntó Anders al ver a la dama de la imagen.
—Hay personas que dicen que fue engañada por su diosa, que le mostró lo que iba a sucederle a los Catalizadores, pero no lo que iba a pasarle a nuestro amado Padre. En mi opinión, solo son cuentos de viejas. —Con un movimiento rápido volvió a plegar el tapiz—. La realidad es que Áthero fue encerrado junto a Dahyn, y los Catalizadores huyeron de nuevo a los bosques. Por eso el rey ordenó construir un laberinto que impidiera la entrada al Mausoleo de Dahyn; creía que los seguidores de Áthero intentarían sacarlo de su prisión, que solo se habían retirado para recuperar las fuerzas.
—¿Y eso es posible? —habló de nuevo el chico de la última fila con tono tembloroso.
—Bueno —el profesor sonrió con amplitud—, precisamente vosotros estáis aquí para impedir que eso pase, ¿no es cierto?
Desde que regresaron al gremio, después de la expedición por el bosque, el ambiente estaba tranquilo. Al parecer, Glerath se había marchado a alguna misión importante que requirió de su presencia. Era un alivio, porque por esta vez se librarían del castigo. Alerigan seguía en estado de mutismo y lo único que hacía era entrenar en el patio durante largos periodos de tiempo. Desde la biblioteca se oía el choque de su espada contra el metal de una armadura, y Anders decidió salir a observarlo.
Su energía era inagotable. Golpeaba con tanta fuerza que cada impacto dibujaba una nueva mella en la armadura del contrincante, el cual retrocedía sin remedio ante el avance implacable de Alerigan. Anders lo admiraba por la destreza que demostraba en el campo de batalla, era como si se transformara en una bestia sedienta de la sangre de aquellos que se opusieran a sus objetivos. Tenía un gran talento para detectar las debilidades en la defensa de cualquier contendiente, por muy invisibles que fueran. En este caso, su adversario tendía a elevar demasiado el brazo derecho al atacar, cosa que no pasó desapercibida para Alerigan, que aprovechó el momento en que embestía para deslizarse por debajo de este, rápido como una ráfaga de viento y, tras quedar de espaldas a él, asestar un golpe seco con la empuñadura de la espada que dejó al enemigo sin aire. Para cuando Anders se dio cuenta, Alerigan tenía a su contrincante en el suelo sujetándose el costado derecho con dificultad para respirar.
El joven pensó: «Pobre, le ha tocado soportar la ira acumulada de Alerigan». Entonces se percató de que había alguien más observando la escena desde la otra esquina del patio.
Tiedric se había unido a los Hijos de Dahyn al mismo tiempo que ellos y siempre competía con Alerigan por quedar por encima; de hecho, había logrado salir el primero del laberinto del Mausoleo de Dahyn. Una hazaña por la cual fue nombrado el mejor de entre todos los participantes y líder de los Iniciados, al contrario que Alerigan, que lo logró en último lugar. Anders no quería recordar los infortunios vividos aquel día, aunque ningún Iniciado podía olvidar la experiencia tras aquellos muros.
Desde ese día, Anders sentía que la locura lo perseguía a cada paso que daba, oculta en algún recóndito lugar de su mente, pero esperando el momento oportuno para hacer acto de presencia.
Una bruma espesa y asfixiante bailaba en torno a los muros del laberinto, proporcionándoles un aspecto aún más tétrico si cabe. Glerath había llevado a todos los futuros Iniciados para realizar la última prueba. Tras salir de esos muros, serían al fin Hijos de Dahyn. Se podía respirar el pavor de los que estaban destinados a atravesar el Laberinto, pues como les habían dicho otros Iniciados: los que salían del allí no volvían a ser los mismos.
—Fuisteis elegidos como unos niños que no tenían nada que perder. Os entrenamos en las condiciones más adversas, tanto física como mentalmente, y hoy estáis aquí. Ha llegado el día en que demostraréis si de verdad sois dignos de llamaros Hijos de Dahyn. —Glerath alzó la vista para poder ver a todos los futuros Iniciados—. Tras estos muros descansa el cuerpo de nuestro Padre, por lo que debéis acudir a presentarle vuestros respetos realizando el juramento que os hemos enseñado. No os mentiré, muchos os quedaréis en el camino. Pero aquí, entre vuestros hermanos, jamás seréis olvidados al igual que aquellos que han perdido la vida durante el entrenamiento. Siempre habrá un hueco en nosotros para recordarlos. —Glerath hizo una pausa para conmemorar a los caídos—. Debéis entrar solos y salir solos. Aquí no habrá equipos —explicó—, y el primero que consiga salir será nombrado líder de los Iniciados, y se encargará de encomendar las misiones y las tareas a sus hermanos. Os deseo la mejor de las suertes, y que el Padre os guíe hasta su lugar de descanso.
Terminado el discurso, cada uno de los aspirantes fue entrando por diferentes accesos. Tiedric no le quitaba la vista de encima a Alerigan.
—Nos veremos dentro —le susurró al llegar su turno, mientras caminaba hacia el interior con aire de superioridad. Cuando le tocó a Alerigan, miró a su hermano intentando darle ánimos sin palabras.
Ya en el Laberinto, Anders decidió que utilizaría todo su ingenio para salir de allí antes que nadie. Pero a medida que caminaba a ciegas a través de los largos pasillos, el terror iba minando cualquier resquicio de ingenio que surgiera. Los caminos se entrelazaban, oscuros e iguales, era imposible saber si ya había pasado antes por allí. El chico respiró con lentitud y continuó andando, procurando mantener la calma y no pensar demasiado. Entonces, empezó a oír susurros en su mente, miles de voces que le pedían ayuda, auxilio, surgidos de la nada.
Pensó que estaba perdiendo el juicio.
—¡¿Qué queréis de mí?! —gritó.
Pero las voces no cesaban: «Socorro, ayúdanos, te necesitamos, solo tú puedes salvarnos...». No lo soportaba más, y las lágrimas brotaron de sus ojos. Se apoyó contra uno de los muros y se acurrucó en el suelo abrazándose las rodillas y sollozando sin parar, como el niño pequeño que aún era y que andaba perdido en su cabeza. Por un momento, volvieron a él los días de huida por las calles: el hambre, el dolor, los golpes y el frío de la soledad. Entonces un grito lejano de sufrimiento desgarrador lo devolvió al presente.
—¡Alerigan! —vociferó Anders al vacío.
Para cuando se dio cuenta, ya había comenzado a correr hacia el lugar de donde provenían los alaridos, y el miedo desapareció, saliéndole del cuerpo y siendo ocupado por un coraje que le insufló los pulmones y le proporcionó la fuerza suficiente para buscar a su hermano en la oscuridad. Las voces lo perseguían, aunque ya no le importaba: tenía que continuar.
De repente, se paró en seco. No sabía cómo, pero había llegado al Mausoleo de Dahyn y allí estaba Glerath, esperándole.
—Enhorabuena, Anders, eres el segundo en conseguirlo —dijo Glerath, sonriéndole.
—¿Dónde está Alerigan? Me pareció oírle gritar.
—No lo sé, aún no ha llegado. No debes preocuparte, renacuajo, seguro que ha sido este laberinto intentando disuadirte para que abandonaras. Sin embargo aquí estás, lo has conseguido. Adelante, hermano, realiza tu juramento y sé parte de nosotros.
Glerath lo acompañó hasta la entrada del Mausoleo. Las puertas eran altas y hermosas, de piedra blanquecina tallada con la imagen de Dahyn desterrando a Áthero hacia el interior de la tierra. Anders se arrodilló y realizó el juramento en voz alta y clara:
Padre, hoy renazco como tu hijo, para jurarte fidelidad eterna.
En el día y en la noche, cazaré sin descanso bajo tu atenta mirada.
Honraré tu nombre continuando tu obra,
protegiendo a aquellos que tú amaste.
Ante todo cuidaré de mis hermanos, arriesgando mi propia vida
lucharé por el honor de estos hasta mi último aliento.
Hoy resurjo como un Hijo de Dahyn,
que la gloria de tu nombre siempre nos guíe.
Mientras hablaba, su mente vagaba por el laberinto en busca de su hermano. «¿Dónde te has metido, Alerigan?»
La mayoría de los aspirantes estaban fuera del laberinto. Muchos lo habían abandonado antes de entrar, otros se desvanecieron en sus brumas siendo imposible encontrarlos. Los que se llevaron la peor parte estaban catatónicos en el suelo, sin articular palabra ni gesto que denotara un ápice de vida en sus cuerpos.
Y Alerigan no había aparecido.
Anders no podía celebrar una victoria sin su hermano, y Tiedric, que salió en primer lugar, andaba pavoneándose y riéndose de que Alerigan no lo hubiera conseguido.
—Parece que el pobrecito Alerigan no ha podido superar la prueba más sencilla de todas. Siempre presumiendo de su valentía y de su fuerza, y seguro que anda en algún rincón llorando y llamando por su mamá. —Tiedric reía a carcajadas y sus compañeros también, intentando mantenerle contento ahora que iba a ser el líder de los Iniciados.
—Yo que tú no cantaría victoria, Tiedric. —Alerigan apareció atravesando la niebla espesa, a paso lento y dificultoso.
Llevaba el brazo derecho vendado con trozos de tela de la camisa. Unas gotas circulaban por todo el vendaje, bifurcándose por sus dedos hasta caer dibujando en la tierra caminos de sangre ennegrecida. Detrás de Alerigan llegó Glerath, con el pecho henchido de orgullo.
—Parece que los aquí presentes son los Iniciados, en el laberinto no ha sobrevivido nadie más. —Glerath miró a los seis muchachos que habían logrado superar la prueba y se detuvo en Alerigan—. Lo que os haya sucedido a cada uno de vosotros dentro del laberinto, se quedará aquí encerrado y no hablaréis de ello a nadie. Ahora volvamos juntos al hogar: el gremio de los Hijos de Dahyn.
—Alerigan, ¿qué te ha pasado en el brazo? —preguntó Anders a su hermano en voz baja mientras se dirigían de nuevo a casa.
—Ya has oído al maestro, lo que nos haya sucedido dentro del laberinto, se queda en el laberinto. —Estaba muy serio, y su voz rasgada demostraba el dolor intenso que padecía.
Anders era muy perspicaz y se había fijado en la cara de Tiedric al ver aparecer a Alerigan, además de que la empuñadura de su espada estaba manchada de sangre. Había algo más que no terminaba de encajar, porque la expresión de Tiedric no solo era de sorpresa, sino también de pavor.
Cuando la mente de Anders volvió al patio, Tiedric había desaparecido y Alerigan estaba en la armería colocando el equipo. Decidió acercarse, quizá toda la rabia soltada en el combate le habría hecho olvidarse del mal momento que pasaron en el bosque.
—Buen combate, has dejado a Grael literalmente sin aire —rio intentando liberar la tensión del ambiente. Grael fue uno de los seis que salieron del laberinto aquel fatídico día.
—Sí, necesita más entrenamiento. Hasta tú te habrías dado cuenta de la flaqueza en su guardia. —Alerigan estaba más feliz, el combate le había servido para animarse—. Nos hemos librado de una buena, menos mal que Glerath está perdido por algún lado. Aunque que hayan solicitado su presencia me suena a problemas.
—Es muy raro. Espero que nuestra próxima tarea sea más interesante, pero el idiota de Tiedric solo nos manda a las misiones de reconocimiento.
Esos eran los trabajos más sencillos. Consistían en recorrer el bosque en busca de algún indicio de magia, lo que se traducía en un paseo inútil. «Jugar al escondite con personas invisibles», pensaba Anders.
—Sea lo que sea, nos tocará hacer el trabajo más aburrido, ya sabes cómo es. Si no formaras equipo conmigo, seguro que te mandaría otras cosas y podrías avanzar algo con tus estudios sobre esos seres extraños. —Alerigan detestaba a los lia’harel, aunque Anders creía que era el temor quien hablaba por él—. Sabe que eres muy buen guía.
—Prefiero pensar en la parte buena de todo esto: el tiempo que paso en las misiones de reconocimiento me permite componer nuevas canciones para deleitar a las damas en la taberna —dijo Anders mientras realizaba una reverencia muy exagerada que le sacó una gran sonrisa a su hermano.
—¡Eres lo peor! —Alerigan se abalanzó sobre él, lo sujetó por el cuello y empezaron a pelear como en su infancia, intentando dejarse el uno al otro inmovilizado en el suelo.
Anders tenía una voz muy hermosa y era su mejor arma con las mujeres, además de un talento innato para inventarse mil aventuras que nunca ocurrieron. Muchas noches improvisaba grandes hazañas del «Poderoso Alerigan» para hacer que su hermano conquistara a alguna doncella. Pero para Alerigan los ratos en la taberna consistían en sentarse en la mesa del rincón más oscuro y beberse algunas jarras de hidromiel en soledad. Si se le acercaba una muchacha, la espantaba con una mirada gélida que acobardaría al más bravo. Esto ocurría con bastante frecuencia, ya que llamaba mucho la atención allá adonde fuera, con ese aire misterioso y la manera de moverse como si dominara todo a su alrededor.
Grael volvió a la armería y se encontró a los dos hermanos en el suelo, enzarzados en una pelea.
—¡Eh, chicos! El maestro ha vuelto y ha solicitado la presencia de todo el mundo. Parece que trae noticias frescas, y no muy buenas por la cara que tiene. Tiedric está con él, así que habrá trabajo.
—¿Crees que Tiedric le habrá dicho a Glerath lo de nuestro castigo? —preguntó Anders a su hermano mientras se levantaba y se sacudía la tierra de los pantalones oscuros.
—Es lo más probable. Creo que esta vez no nos vamos a librar, hermanito.
A llegar al Gran Comedor, todos los hermanos estaban allí y se respiraba cierto aire de tensión. Glerath permanecía sentado en la silla presidencial, sobre una tarima en la parte norte de la sala. Tenía una expresión peculiar, por primera vez en mucho tiempo Alerigan vio preocupación en él, como en el laberinto, al verlo con el brazo malherido.
—Hermanos, me temo que traigo noticias importantes y que requieren una actuación inmediata por nuestra parte —dijo Glerath con solemnidad—. He acudido a un Consejo Real en Festa y me han contado que ha habido indicios de actividad por parte de los lia’harel en las inmediaciones de la ciudad. Por lo visto, los Descendientes de Áthero han comenzado a realizar incursiones tanto a las afueras como en el interior, aunque desconocemos la causa. Debemos actuar cuanto antes e investigar qué está sucediendo. He hablado con Tiedric y hemos decidido organizar unos equipos de búsqueda para patrullar la zona. Tiedric, como líder de los Iniciados, se encargará de repartir las tareas. Le cedo la palabra. —Glerath se levantó del sillón y se marchó.
Anders se preguntaba qué estaba ocurriendo en realidad para que el maestro tuviera esa actitud tan evasiva. Parecía que no quería perder más tiempo con ellos.
—Bien, compañeros, ya habéis oído al maestro: yo me encargaré de repartir las tareas y las zonas de trabajo a cada uno de los equipos —declaró Tiedric, mirando hacia a Alerigan—. He colocado un pergamino en el tablón donde aparecen todos los nombres con su destino y tarea. Debemos actuar con rapidez, así que una vez conozcáis vuestro destino dirigíos a preparar la marcha. Suerte y que el Padre nos guíe.
Al terminar de hablar, se acercaron al tablón para ver su destino, todos salvo Anders y Alerigan que se esperaban cualquier cosa. En cuanto los demás hermanos empezaron a dispersarse, ellos se acercaron con algo de curiosidad.
Equipo: Anders/Alerigan Destino: Cima de la Montaña Nubia
—¡No puede ser! Ni siquiera estaremos en Festa, ¿qué se supone que vamos a buscar a la cima de la montaña? —Alerigan montó en cólera. Sabía que les iba a tocar la peor parte, pero no esperaba que fuera a un lugar tan apartado de la zona principal de búsqueda.
—Tranquilo, hermano, estaba claro que algún castigo íbamos a recibir. En este caso, nos hemos quedado fuera. Otra vez será. —Anders estaba tranquilo, se esperaba algo así. Las constantes peleas con Tiedric le habían amargado muchos años de vida, así que había decidido tomárselo con calma—. Vamos, tenemos que prepararnos para partir mañana antes de la salida del sol si queremos aprovechar la luz del día.
Se marcharon, cabizbajos, hacia el barracón con el equipaje preparado, pensando en que, por mucho que mejoraran y trabajaran para el gremio, nunca conseguirían la consideración y recompensa que merecían, y todo gracias a Tiedric.
Al día siguiente avanzaron con paso firme para comenzar la subida a la Montaña Nubia, con el sol iniciando su camino en el cielo, dándole la bienvenida al nuevo día que les esperaba con diferentes porvenires y aventuras. Ambos trataban de olvidar el mal momento vivido y tomarse este trabajo como una aventura más, y disfrutar del paisaje y de la belleza que les rodeaba.
—El tiempo está estupendo. Parece que, después de todo, Tiedric nos ha hecho un favor al no mandarnos a Festa. Volver allí siempre me hace recordar las épocas pasadas.
Cuando Anders pensaba en la ciudad sentía que las tripas empezaban a rugirle, como si llevara días sin comer.
—Tienes razón, volver allí a mí tampoco me alegra, pero también pasamos buenos momentos. ¿Recuerdas las persecuciones de Oswaldo por las calles?
—Solía dar dos zancadas y luego lo único que hacía era gritar en medio de la calle: ¡al ladrón, al ladrón!
Alerigan tenía razón, muchos recuerdos aún lograban arrancarles una sonrisa despreocupada. Aunque ese remolino de momentos de su vida pasada hacía que Anders se planteara si las decisiones que había tomado fueron las correctas.
—Nunca sabré por qué decidí seguirte sin saber adónde nos llevaban.
La marcha de los jóvenes se frenó con torpeza, casi parecía que las últimas palabras del chico se habían convertido en un muro que impedía que Alerigan avanzara.
—¿Qué quieres decir, Anders? ¿Te arrepientes de haber venido al gremio? —Estaba desconcertado, siempre había creído que su hermano era feliz. Al menos era lo que parecía.
—A veces pienso que no es mi lugar, que estoy persiguiendo tu sueño y no el mío. Vine aquí a ciegas, arrastrado por el miedo al hambre y a quedarme solo. He soportado todas las torturas a las que nos sometieron, superé pruebas durísimas que nunca pensé que lograría, y todo ¿para qué? —Se quedó en silencio un instante frente a la atenta mirada de su hermano, que seguía parado en seco—. Se supone que nos entrenaron para enfrentarnos a los Catalizadores, pero yo no deseo eso, lo único que he querido siempre es saber qué les ocurrió en realidad. Y eso es algo que nunca conseguiré si sigo en este lugar.
—¿Y crees que yo he conseguido algo de lo que he querido? Se supone que esto nos iba a dar una vida llena de gloria y lo único que hacemos es pasear por los bosques sin hacer nada en absoluto. ¿Crees que esto me hace feliz? Claro que no, pero al menos tenemos un lugar al que volver, un hogar con comida caliente.
—Lo sé, lo sé, pero ninguno de los dos hemos alcanzado nuestro objetivo y creo que nunca lo haremos si seguimos en el gremio —suspiró—. A veces pienso que merecería la pena arriesgarnos por una vez en la vida y buscar otra cosa.
El aire corría silencioso en medio de los dos chicos, casi parecía querer respetar la tensión que se había generado.
—¿Y cómo sugieres que busquemos otra cosa? —preguntó Alerigan recuperando un tono de voz pacífico—. No podemos abandonar a los Hijos de Dahyn, hemos hecho un juramento.
—Ya sé que no debemos faltar a nuestra palabra.
El chico sabía que Anders nunca podría conseguir su sueño siendo parte del gremio, siempre lo supo; pero pensaba que se acostumbraría a trabajar para Glerath y encontraría algo de felicidad en ello, como esperaba que le ocurriera también a él. Una actitud cobarde, sin duda, pensaba ahora que se replanteaba la situación.
—Por desgracia ya hemos elegido un camino, hermano —dijo pasándole la mano por el hombro y dirigiéndole el cuerpo hacia la Montaña Nubia—, y si en él encontramos mi gloria perdida y tu sabiduría, nos aferraremos a ellas con todas nuestras fuerzas. ¿Qué me dices?
—Tienes razón, a lo mejor tenemos suerte y en la cima de esa montaña encontramos lo que siempre hemos andado buscando —dijo Anders señalado con ambos brazos a la cumbre y riendo con ironía.
Continuaron caminando en silencio a través del bosque hasta llegar a la base de la montaña, y comenzaron el ascenso hacia su destino.
El tiempo jugó en su contra y una fuerte tormenta de granizo les frenó la marcha, por lo que tuvieron que detenerse a pasar la noche en una pequeña cueva que encontraron en el camino. Alerigan, como buen cazador, siempre llevaba encima yesca y pedernal, con lo que pudo hacer un fuego juntando algunas ramas secas que habían ido cargando. La noche se presentaba fría, pero ellos estaban acostumbrados a condiciones peores, como a las aguas heladas de la cascada que llevaba el mismo nombre de la montaña en la que nacía.
Alerigan no podía dormir, no paraba de darle vueltas a la conversación que había tenido con Anders al inicio del camino. Era cierto que había comenzado esta aventura lleno de ilusiones y de ganas, y tras lo sucedido en el laberinto del Mausoleo de Áthero todo había cambiado. Por mucho que Glerath hubiera dicho que lo que había ocurrido allí se quedaría atrapado en esos muros, él siempre llevaría el recuerdo en el cuerpo. La marca de su enloquecimiento era demasiado visible como para olvidarla, y por mucho que intentara ocultarla la gente a su alrededor se había dado cuenta de que algo raro le había sucedido, y sobre todo Anders, que nunca perdía detalle de nada.
Estaba cansado de tanto secreto, se sentía solo porque su vida no era más que un vacío constante, un camino lleno de lagunas en las que había hundido parte de su propia historia.
A la mañana siguiente, la luz bañaba la cueva proporcionándoles un calor muy placentero, y que a la vez les impedía seguir durmiendo. Se levantaron con dificultad, entumecidos por el frío de la noche y, tras recoger los bártulos, continuaron el ascenso por la ladera de la montaña. Se habían despertado de buen humor; después de la charla del día anterior Anders sentía como si se hubiera quitado un gran peso de encima y pudiera avanzar, ahora que sabía que su hermano lo apoyaba.
Llegaron a la cima y se quedaron maravillados ante el espectáculo ofrecido por el mar de nubes que impedía ver más allá de la montaña. Parecía que hubieran alcanzado el palacio de los dioses, por encima del cielo. Alejados de cualquier ser mortal, sentían un poder intenso y la libertad en estado puro.
—¡Este lugar es increíble, nunca pensé que le agradecería algo a ese bastardo de Tiedric! —Alerigan estaba disfrutando incluso del aire que respiraba, que salía de sus labios en forma de vaho—. Mira, Anders, es el nacimiento de la Cascada Nubia.
El agua cristalina salía de una pequeña cueva situada en la cumbre y se precipitaba ladera abajo, en comunión con el viento y los copos de nieve que se iban fundiendo en la cascada mientras caían. Casi parecía imposible, te hacía preguntarte de dónde procedía el agua y cómo es que bajaba de forma infinita hacia el vacío.
—Este lugar es lo más hermoso que he visto nunca, creo que nos quedaremos un rato y así podré dibujar sin perder detalle de nada.
Anders solía llevar siempre consigo un libro en blanco en el que iba pintando las cosas que le llamaban la atención, o escribiendo los versos que se le ocurrían para alguna canción. Aprovechó un pequeño rayo de sol que llegaba a una roca y se sentó a dibujar con calma lo que veía. Trazó la pureza de la cascada, la belleza de las flores que rodeaba todo el claro que ocupaba la cumbre de la montaña Nubia, y un árbol de extraña naturaleza y grandes dimensiones, coronado por finos cristales de hielo.
No se había percatado de él hasta que comenzó a dibujar: era gigantesco y tenía un brillo palpitante que salía del interior de la corteza, como un corazón. El ritmo de la luz que provenía de este era hipnótico, desprendía un centelleo que se intensificaba y disminuía con cada latido.
—Eh, Alerigan, ¿has visto ese árbol? —comentó Anders señalando en su dirección—. Es enorme, y parece como si hubiera algo dentro.
Anders dejó caer el libro de las manos y caminó con paso lento hacia el árbol, sin apartar la vista de su fulgor. Por alguna razón, parecía que el brillo pulsante los llamaba. Casi podían oír cómo susurraba sus nombres.
—Qué extraño, ¿y si intentamos abrirlo? —Alerigan se acercó y, antes de poder percatarse de lo que estaba haciendo, sacó su daga de la vaina e hizo un corte en el centro para intentar abrirlo hacia los lados—. Ven, Anders, échame una mano.
El bardo se colocó a la izquierda y Alerigan a la derecha. Con fuerza tiraron de la corteza, que quedó abierta como un libro. Del interior se liberó una luz blanca que los cegó y los hizo retroceder cubriéndose los ojos. Cuando recuperaron la visión permanecieron aturdidos: tras la cáscara había una crisálida, en cuyo interior se encontraba una dama dormida con la piel desnuda.
Alerigan quedó hechizado ante aquella visión y comenzó a andar hacia ella. Los susurros que lo llamaban fueron en aumento y, sin entender la razón que lo empujaba a hacerlo, estiró el brazo derecho y tocó la prisión de cristal que mantenía cautiva a la mujer. En cuanto el guante rozó el cristal, este se desvaneció y la prisionera se precipitó hacia él. Esta quedó sujeta en sus brazos y ambos cayeron al suelo.
Anders continuaba petrificado contemplando la escena: Alerigan de rodillas y abrazado a esa misteriosa mujer. Entonces su hermano se despojó de la capa y la colocó sobre el cuerpo de ella cubriendo su desnudez, mientras miraba asustado hacia Anders.
La chica era de piel clara, un largo cabello castaño rojizo dibujaba ondas que recorrían el cuerpo de Alerigan, y su rostro era fino y delicado. Si los dioses tenían apariencia humana debían de ser como ella, pues aquella belleza allí dormida no tenía parangón.
Sin darse cuenta, el tiempo había transcurrido y el sol de Miradhur se escondía ahora por el horizonte, mientras su amante, la luna, despertaba en la dirección opuesta, haciendo acto de presencia, altanera y brillante en el cielo. Entonces, en la piel de la muchacha cautiva empezaron a trazarse cauces cristalinos, dibujándose por todo su cuerpo resplandeciente. A medida que iban apareciendo, el rostro de Alerigan se contraía más y más, hasta que de repente un brillo de mayor intensidad que el de la piel de la chica brotó a través de la tela de su guante.
«¿Qué me está pasando?»
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