Capítulo 19
El camino por las cavernas se hacía pesado, el polvo que se levantaba con cada paso asfixiaba a los exploradores. La leve luz que desprendía la antorcha de Anders le daba un aspecto tenebroso a cada sombra que atravesaban, como si hubiera miles de criaturas observándolos.
El túnel debía de haber sido utilizado por última vez hacía cien años, pues lo único que lo poblaba eran telas de araña gigantescas y polvo grisáceo.
Alérigan avanzaba sujetándose con una mano el costado herido, y con la otra abriendo camino entre los jirones de telas de araña. Se sentía como en medio de una selva, cortando la maleza para poder avanzar hacia la salida. Llevaban horas caminando, pero no había ni rastro de la luz del exterior. Por suerte para ellos, el túnel era como les había explicado Bilef y no tenía ninguna bifurcación; solo tenían que avanzar y avanzar.
—¿Crees que le pasará algo a Bilef por nuestra culpa? —preguntó Alérigan, consternado.
—No lo sé, hermano. Pero él decidió hacer esto por nosotros, así que sigamos adelante.
—No, creo que deberíamos volver. —El joven se giró en dirección de vuelta al gremio, pero Anders se interpuso en su camino—. No permitiré que le hagan daño por nuestra culpa, Anders. No puedo cargar con más culpa.
—Bilef decidió arriesgarse por nosotros, no pongas en duda su valía. Además, ¿qué sacamos con volver? Nos capturarán y moriremos, incluido Bilef porque lo delataremos con nuestro regreso.
Las palabras de Anders le hicieron pensar, siempre era tan impetuoso como una fuerza imparable.
—Probablemente tengas razón —le dijo Alérigan retomando el camino, esta vez apartando las telarañas con más ira—. Solo espero que no le hagan ningún daño, porque no sé lo que haría si...
Anders comprendía la ira de su hermano: los habían encerrado en unas asquerosas mazmorras dejándolos casi al borde de la muerte y, sin ningún tipo de remordimiento, pensaban llevarlos a través del laberinto a morir. La mejor opción ante aquella situación descabellada era pensar en otra cosa y enfrentarse al presente: tenían que huir cuanto antes de esos malditos túneles.
El joven bardo estaba asqueado, las telarañas se le pegaban al cuerpo, provocándole un escalofrío que le recorría la espalda. Se colocaba tras Alérigan intentando evitar el contacto a toda costa.
—Aquí hay algo que me escama... —dijo Alérigan mirando en todas direcciones.
—¿A qué te refieres?
—Es extraño, pero en toda la maldita cueva no hemos oído ni visto a una sola rata, y este parece el lugar perfecto para ellas.
Ahora que lo decía, Anders se percató del profundo silencio que reinaba en la cueva. Solo podían escuchar el eco de su voz, recorriendo los caminos de piedra. Pero sí, había demasiado silencio.
—A mí me preocupa más otra cosa: ¿por qué demonios hay tantas telarañas? —Anders estaba despegándose una de la manga con repugnancia—. Si hay bicho que odie en este mundo son las asquerosas arañas: con todas esas patas y esos pelos, y qué me dices de tantos ojos... ¿para qué
los quieren? —El rostro de Anders volvió a contraerse, como si estuviera conteniendo una arcada—. En serio, hablemos de otra cosa.
Pero Alérigan no se rio, estaba concentrado en el entorno. Miraba de un lado a otro: había visto moverse algo en la oscuridad y no iba a permitir que lo cogiera desprevenido.
—¿Ocurre algo? —dijo Anders en voz baja, mientras desenvainaba una de las dagas que les había dado Bilef.
Alérigan le hizo señas de que guardara silencio y se acercó despacio, con pies ligeros como plumas, al lugar donde había percibido un mínimo movimiento.
El cazador, que llevaba dormido tiempo, había despertado.
De detrás de una de las columnas, saltó lo que parecía una araña de un tamaño descomunal justo en dirección a Alérigan, que la esquivó con una sutil finta hacia la derecha. Pero aquel monstruo no se rindió tan fácilmente y volvió a lanzarse a la carga contra el muchacho, que frenaba las embestidas de la araña con estocadas de su daga.
Alérigan se sentía torpe; no estaba acostumbrado a utilizar unas armas tan cortas por lo que se veía obligado a aproximarse más a aquella cosa. Por un momento pensó en desenvainar a Cercenadora, pero pensó: «No, esta arma solo será utilizada una vez más, Kindu».
Mientras tanto, Anders se había quedado estupefacto, daga en mano, mirando hacia su hermano y a su mayor miedo hecho realidad.
A pesar del pavor que le causaba aquel insecto gigante, Alérigan no se permitió sentir miedo y continuó su danza alrededor de ella. De pronto, el cazador realizó un movimiento torpe debido al dolor que sentía y el monstruo llevó a cabo una embestida brutal que fue imposible de bloquear.
Alérigan se vio en el suelo con los dientes de la bestia en la cara, apenas bloqueados por aquella pequeña daga y sus brazos.
—¡Anders! ¡Ayúdame! —gritó Alérigan, intentando hablar a pesar del dolor que sentía al contener las fauces de la araña.
Pero Anders estaba petrificado, como una figura de mármol en un hermoso jardín de Festa. Alérigan recordó que llevaba otra daga encima y, conteniendo al monstruo con la mano derecha dolorida, logró acceder a la otra daga, que le clavó donde primero encontró moviéndola de arriba abajo, rebanando todo a su paso y dejando a la araña partida en dos. Ya las fuerzas le vencieron por completo y el monstruo, que había dejado de retorcerse, le cayó encima llenándole de una especie de sustancia pringosa verde.
La batalla no había terminado, pues justo detrás de Anders se acercaba con sigilo otra de esas bestias, tratando de pillarlo desprevenido. Por suerte, el joven se giró en el preciso momento y se quedó mirando a su peor enemigo, a los miles de ojos que a él le parecía que tenía.
Cuando la araña cargó para embestirlo, Anders seguía petrificado. Pero antes de que llegara a alcanzarlo, una daga se le clavó entre los ojos.
Anders se giró y vio a Alérigan empapado de secreción verdosa, y con el brazo estirado en posición de lanzamiento.
—Me debes una muy grande, hermanito —dijo hablando entre jadeos. Aun así, le sonrió.
—¿Qué te ha pasado? —Anders se reía al ver la pinta de su hermano—. Parecen mocos de araña.
—Son mocos de araña —recalcó Alérigan—, porque cuando tú estabas ahí, preparándote para hacer de mimo en la feria de la primavera, yo estaba bailando con esa araña de allí.
—¿Qué esperabas? Te eligió a ti como pareja, yo no me iba a entrometer. Sabes que está muy mal visto. —Anders terminó riéndose a carcajadas y casi se olvidó de que aún estaban rodeados de cadáveres de arañas—. Ahora entiendo tanta telaraña.
—Lo peor es que probablemente haya más de estas. —Alérigan se sujetaba el costado—. ¿No queda alguna poción de Soleys? Ahora sí que la necesito.
Anders empezó a buscar en la alforja, mientras su hermano extraía la daga de la cabeza de la segunda araña. No le quedaban pociones contra el dolor, pero Anders encontró una que tenía escrito: «Poción de vitalidad: para dar energía», y pensó que si su hermano no necesitaba vitalidad ahora contra esas arañas, no sabía cuándo la iba a necesitar de verdad. Así que arrancó la nota que tenía la pócima y se la lanzó a su hermano.
—Ten, esta te aliviara el dolor.
—Pues no se parece a las otras que he tomado, tiene un color raro. —Alérigan la miraba con desconcierto a la luz de la antorcha.
—Esta es más fuerte —mintió Anders—. Ahora necesitas estar todo lo enérgico que se pueda para enfrentarte a las arañas.
—Muy gracioso, pero tú me vas a ayudar. ¡Es hora de superar los miedos!
Hizo un gesto de brindar con el botecito, y se tomó toda la poción de un trago. Anders solo esperaba que no produjera ningún efecto extraño, a fin de cuentas, solo era vitalidad.
El maestro del gremio estaba muy calmado, sentado en su trono de la sala común. Tiedric no podía comprender cómo podía estar en ese estado teniendo a unos prisioneros fugados, que
probablemente aún estuvieran por el gremio, esperando la mínima oportunidad para atacar. Y, a pesar de ello, Glerath estaba allí sentado con los ojos cerrados y la cabeza apoyada sobre su mano derecha, como molesto porque lo hubieran despertado.
—Señor, ¡tenemos que ir a buscarlos! —le dijo Tiedric con rabia—. Probablemente aún estén por aquí.
—Hijo, cualquiera diría que tienes miedo. —Glerath esbozó una sonrisa maliciosa.
Y era verdad: Tiedric estaba asustado. Sabía que si los chicos querían vengarse de alguien, sería de él, sobre todo Alérigan. Pero nadie debía saberlo. Él era un gran guerrero, no tenía por qué temer a nadie.
—No es miedo, maestro. Lo que quiero es que paguen por haber roto nuestro juramento. ¡Son unos traidores!
—Eso ya lo sé. Pero probablemente aún sigan en la mazmorra y se hayan internado más en su interior, por eso no los viste. —Glerath estaba muy tranquilo, cosa que sacaba de quicio a Tiedric—
. ¿Es eso posible, Bilef?
El chico estaba allí, en una esquina como un animalillo asustado. Tiedric lo había arrastrado en medio de la noche por todo el gremio en cuanto descubrió la celda de los prisioneros vacía.
—S-sí, maestro, puede que estén en el interior de la mazmorra. Yo mismo los liberé de las cadenas para que pudieran comer, y como Alérigan estaba enfermo no... no pensé que...
—¿Y si encuentran una salida a través de los túneles? —le gritó Tiedric al pobre Bilef, que no había podido terminar su frase.
—Hijo, eso es imposible. Nadie conoce las cavernas como Bilef y él cree que no hay ninguna salida al exterior. —Miró a Bilef—. ¿No es así?
—Sí... es cierto, yo mismo las he recorrido cientos de veces y n-no hay salida, maestro. — Mientras hablaba aparecía en sus manos un tic nervioso, con los dedos entrelazados no paraba de mover los dedos pulgares en círculos.
Había algo raro en aquella situación, se estaban tomando la conversación con mucha paciencia, como si quisieran darles tiempo para huir. Sin embargo, Tiedric no lo iba a permitir.
—Maestro —dijo mientras se arrodillaba—, organicemos una incursión en las cavernas para buscarlos. Si, como decís, están ocultos en las profundidades de su propia celda, los encontraremos, y si no es así, seguiremos buscando hasta capturarlos.
—De acuerdo, Tiedric. Tú ganas: organizaremos una expedición, si con eso consigo que me dejes dormir. —Glerath estaba muy malhumorado, y ante aquella afirmación algunos de los presentes soltaron risas contenidas, que sonaron como un globo desinflándose.
—Bien, maestro. —Tiedric miró a los dueños de las risas—. Yo mismo la organizaré, no tiene que preocuparse de nada.
—No —repuso Glerath, tajante—. Puedes elegir a quien quieres que te acompañe, pero Bilef irá con vosotros y saldréis al amanecer.
—¿Qué? ¿Al amanecer? ¡Es demasiado tiempo!
—Es una expedición hacia un territorio que no se ha utilizado desde hace generaciones, puede haber cualquier cosa ahí dentro. Tenemos que organizarlo bien —sentenció Glerath.
—¡Si llevamos a Bilef con nosotros, no será más que un estorbo!
—Te equivocas, Tiedric. Os servirá de guía.
Ante todo esto, Bilef estaba temblando de nuevo. Siempre había querido vivir aventuras como los compañeros de la hermandad, pero no quería que esas aventuras fueran con su peor enemigo.
Glerath se levantó del sillón con gesto serio e imperativo.
—Saldréis al amanecer, con Bilef a vuestro lado. Es una orden —dijo, y salió de la habitación dando un portazo.
Todos los presentes en la sala se quedaron mirando al pobre chico, que se había convertido en una especie de líder de la expedición.
Anders estaba alucinado ante el efecto de la pócima de Soleys, su hermano iba caminando por el túnel como si fuera una bailarina: se movía dando pequeños saltitos de felicidad, ni siquiera se sujetaba el costado dolorido, era como si se hubiera vuelto loco. «Bueno, por lo menos no le duele nada», pensaba Anders entre risas viendo a su hermano hacer el payaso.
—¿Alguna vez te has sentido como si flotaras? —le soltó Alérigan.
—No, la verdad es que no he tenido el placer—. Ya no podía contener las carcajadas.
—Pues yo sí, ¡ahora mismo me siento capaz de volar! —dijo el que era un poderoso y aguerrido guerrero, moviendo los brazos como si aleteara—. ¿No es cierto que la vida es maravillosa?
—Sí, sí que lo es, sobre todo dentro de este asqueroso túnel.
—Vamos, vamos, Anders. No seas negativo. Esto es solo un alto en nuestro camino. En cuanto salgamos a los bosques, volveremos a respirar el aire puro y fresco de Festa.
Era increíble, habían cambiado a Alérigan por otro, pensaba Anders. Era alegre, risueño y además positivo, algo que no había sido nunca en la vida.
—Si Nym y Soleys te vieran así, no se lo creerían. —El bardo movió la cabeza en gesto de negación, pero recordar a sus amigas le hizo entristecerse por un momento.
—No te desanimes, hermano. Pronto volveremos a encontrarnos con ellas, de verdad que sí.
—Alérigan le puso la mano en el hombro—. En cuanto todo esto termine, nos volveremos a Shanarim para buscarlas. ¡Todo será diferente!
Anders recuperó la sonrisa.
—¿Sabes qué? El nuevo Alérigan me está dando verdadero terror.
—Es que no sé qué me ha pasado. —Alérigan sacudía la cabeza, como intentando eliminar el efecto de felicidad que le había causado la pócima—. ¿De verdad que era una poción para el dolor?
—Sí, sí, te lo prometo.
Delatarse era una locura. Si bien su hermano estaba en un momento de trance, sabía que igualmente lo mataría, aunque con una gran sonrisa, eso seguro.
De pronto, Alérigan se quedó quieto y cerró los ojos. Anders se preocupó, pensando que ese líquido extraño que se había tomado fuera a tener algún efecto secundario y dejara a su hermano loco o algo así. Pero el muchacho estaba notando algo, un cambio en la atmósfera de la caverna.
—¿No lo sientes, Anders?
—¿Qué se supone que tengo que sentir? —dijo este pensando que iba a decir alguna tontería causada por la poción.
—El aire de la cueva. Es diferente. Cierra los ojos.
Anders obedeció, y entonces fue consciente de lo que sentía Alérigan: en su piel notó la caricia del aire, el viento del bosque estaba entrando en la cueva por algún lado.
—¡La salida debe de estar cerca!
Alérigan salió corriendo hacia el frente y Anders lo siguió.
Y al tomar una curva lo vieron por fin: a lo lejos se dibujaban los árboles, aquellos maravillosos habitantes de los bosques de Festa, que le proporcionaban el aire tan húmedo y característico. Corrieron hacia la boca de la cueva, y por fin sintieron el embrujo de la noche bajo el cielo estrellado más hermoso que habían visto nunca.
Estaba lloviendo con mucha fuerza, pero no les importó. Ambos se pusieron a saltar bajo la lluvia, con los brazos bien abiertos, disfrutando del momento y dejando que les limpiara el polvo y las heridas del camino. Nunca pensaron que algo tan simple como unas gotas de lluvia pudieran hacerles sentir así.
Alérigan abrió los labios y dejó que las lágrimas del cielo le refrescaran la garganta. Era un sabor tan dulce, tan anhelado: era el sabor de la libertad.
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