Capítulo 16
Canela había decidido desaparecer por un tiempo. En el campamento se respiraba tensión en cada esquina, y sabía que Soleys necesitaba tiempo para ella misma, había llegado el momento de crecer y de ser una madre para la tribu, algo para lo que Kindu la había preparado desde que vio lo especial que era.
Ahora el fanghor sentía tanto la perdida de Kindu como los demás. Canela había recorrido el desierto muchas veces a su lado y le había enseñado tantas cosas como al resto de la tribu. Nunca olvidaría cuando la había nombrado protectora de Soleys cuando ella era una niña pequeña; se había sentido como una madre para la niña, como si ella fuera su cachorro.
Pero ahora llegaba el momento de tomar decisiones y la vida de todos iba a cambiar para siempre. Kindu sabía que cuando Canela encontrara a su jinete debía seguirlo hasta el fin del mundo, pero ella nunca se había planteado abandonar a su niña y ahora parecía que era cuando más la necesitaba. Pero su jinete estaba en un estado muy grave y si se marchaban y los atacaban, no tenía ninguna posibilidad de salir con vida.
Si Alerigan y Anders se iban del campamento, no había nadie que pudiera parar un posible ataque a los Circulantes y menos si Canela se marchaba también. La matriarca solo trataba de proteger a los suyos de la mejor manera posible, pero mientras intentaba no decepcionar a Kindu se estaba olvidando de lo importante que eran para ella esos muchachos, que le habían cambiado la vida.
Canela también se encontraba en una encrucijada: debía elegir entre dos personas a las que quería con todo su corazón.
Soleys había ido a visitar a Alerigan, que dormía con una respiración profunda, pero dolorosa. Llevaba todos sus utensilios para curarle las heridas y sabía que le iba a llevar bastante tiempo. Comenzó cortando con un pequeño cuchillo el vendaje que le rodeaba el torso, descubriendo el enorme golpe que le había provocado el impacto del escudo.
Continuó curando con sus ungüentos los pequeños cortes que tenía por todas partes. Estaba muy concentrada y no se percató de que Alerigan había abierto los ojos y la miraba fijamente. Él le habló con voz dura y rencorosa.
—Así que era verdad...
Soleys se asustó y pegó un brinco con el que casi esparce por la tienda todos los artilugios que se había traído para realizar la cura.
—¡Menudo susto me has pegado, cabeza de fanghor! —Soleys le golpeó el brazo, a lo que Alerigan hizo una ligera mueca de dolor.
—Lo siento, no pretendía asustarte. Creí que te habías dado cuenta de que estaba despierto. —No, es que aquí hay mucho trabajo que hacer, ¿sabes? Y requiere mucha concentración —
dijo Soleys reanudando la curación.
—¡Como si yo no lo supiera! —Alerigan contenía el dolor cada vez que le tocaba alguna de las heridas. El ungüento le refrescaba la piel y le aliviaba, pero el simple roce de la herida era insufrible.
—Tranquilo, esto te aliviará enseguida y te pondrás bien del todo.
—Claro, cuanto antes mejor, ¿verdad, Soleys? —soltó con tono irónico, intentando ver si Soleys tenía el valor de decirle a él también que debían marcharse.
—¿A qué viene eso? Claro que quiero que te recuperes pronto. —La chica cambió el tono de voz—. Me asusté mucho cuando vi lo que hizo ese... ese... Por un momento pensé que te perderíamos a ti también.
—Tranquila, soy un hueso duro de roer —afirmó el joven guerrero mientras un golpe de tos le provocaba espasmos por todo el cuerpo.
Soleys había temido por su vida y ahora que se había metido dentro de su mente y había visto aquel sufrimiento y la oscuridad tan grande que le ahogaban el cuerpo, sentía una especial lástima por él, que se unía a un respeto profundo por tener las fuerzas necesarias para salir adelante a pesar de todo.
Pero entonces se acordó de lo que Alerigan había dicho cuando la asustó.
—Oye, ¿a qué te referías con eso de: «así que era verdad»? —preguntó mientras iba terminando el nuevo vendaje que, con cada vuelta, le provocaba una mueca de dolor.
—A que era verdad lo que me dijiste al poco tiempo de conocernos.
—¿Qué se supone que te dije, que eras un grandullón sin cerebro? Ambos hemos sabido siempre que es la verdad. —Soleys le sonrió, pero Alerigan seguía serio.
—No. Cuando nos conocimos y te ofreciste a curar a Nym te dije que eras incapaz, tú contestaste que era cierto, que eras un fraude. —Alerigan la miró con una sinceridad hiriente—. Y es verdad: eres un fraude.
—¿Qué? ¿Por qué me dices eso? —Soleys detuvo su labor para mirar al chico a los ojos.
—Entiendo que no te importe echarme a mí de aquí, los dos sabemos que nunca te he caído demasiado bien, pero que seas capaz de decirle adiós a Anders sin ningún tipo de remordimiento después de todo lo que ha hecho por ti... —Alerigan apretó la mandíbula—. Él no se merece esto. Has sido un fraude todo este tiempo: nos has engañado, pero ahora ya veo cómo eres en realidad, nunca te hemos importado, ¡ni siquiera Anders!
Estas últimas palabras salieron de la boca de Alerigan para impactar en la cara de Soleys, como una bofetada, pero mucho más dolorosa.
Ella se quedó perpleja mirando a aquel chico que le había dicho todo lo que sentía a la cara sin ningún tipo de decoro. Así era Alerigan y ella lo sabía. Sabía que siempre diría las verdades aunque dolieran, pero no estaba preparada para oírlas, por lo que lo único que pudo hacer fue huir. Salió corriendo de la tienda secándose las lágrimas con el dorso de la manga.
Anders había aprovechado para dar un paseo por el campamento y jugar un rato con los niños para intentar hacerles olvidar los malos momentos pasados. Ahora se encontraba un poco más animado, con más fuerza para afrontar lo que se les viniera encima. Además, pensaba que a Alerigan le quedaban muchos días para poder recuperarse de sus heridas, así que la despedida no sería inminente.
Cuando entró en la tienda donde descansaba, toda esa ilusión se hizo pedazos como si fuera un espejo que cae contra el suelo. Su hermano se encontraba de pie, con la ropa a medio poner, pero con su guante de cuero bien colocado, cubriendo su deformidad.
Alerigan lo miró y le sonrió. Estaba claro que estaba fingiendo, se encontraba en una postura forzada, con la espalda encorvada y el brazo aferrando el costado lesionado. Además, la expresión de su cara denotaba que estaba aguantando el dolor y se veía incluso a través del pantalón cómo le temblaban las piernas.
—¿Qué demonios haces, hermano? No es el momento de hacerte el machote, ahora no hay ninguna damisela en apuros por los alrededores —bromeó Anders.
—Nos largamos, hermanito. Ya hemos perdido demasiado tiempo aquí.
—¡Estás loco! En tu estado no llegaríamos a ningún lado, aún estás grave, Alerigan. No podemos jugarnos la vida así.
—No quiero seguir aquí. Nos volvemos al gremio.
—Pero ¿qué te ha pasado para que cambies de idea de esa manera? —Anders estaba alucinando; hacía un instante que había estado con su hermano viéndolo descansar y ahora se había vuelto loco.
—He hablado con Soleys, y creo que no he sido demasiado amable con ella.
—¡Oh, por los dioses! ¿Qué le has dicho?
—La verdad, Anders, que no tiene ningún derecho a tratarnos de esta manera después de lo que hemos pasado juntos. —Alerigan estaba muy enfadado, sobre todo porque veía lo que su hermano sufría, aunque tratara de disimularlo.
—Pero tenemos que entenderla, está intentando hacer lo correcto para su pueblo. Ahora mucha gente depende de ella. —El bardo suspiró—. Por lo menos ha aceptado que Nym se quede, sé que le gusta estar aquí.
—¿Y qué hay de ti, Anders? ¡Tú adoras a esta gente!
—Eso no importa, también echo de menos a la gente del gremio.
—Mientes, nunca has sido feliz en ese lugar. De hecho, nunca te había visto sonreír de la manera que lo haces cuando estás con los Circulantes, cuando estás con Soleys. —Alerigan se dio cuenta de que no estaba arreglando las cosas, sino provocándole más dolor—. Lo siento, Anders, me hubiese gustado que pudieras quedarte en un lugar al que pudieras llamar hogar.
—¿Hogar? Vamos, Alerigan, nosotros nunca hemos tenido de eso y no hemos estado tan mal, ¿verdad? —Le sonrió mientras lo obligaba a sentarse de nuevo en el camastro.
—En eso tienes razón, hermanito.
—¿Qué te parece si pasamos la noche aquí y mañana al amanecer nos largamos a toda prisa y sin mirar atrás? —Anders estaba decidido, ahora estaba claro que el momento llegaría y que no valía de nada posponerlo. Al final el dolor sería el mismo.
—Buena idea, hermanito. Descansemos esta noche y mañana nos largamos de la misma forma en la que llegamos a este lugar: de pronto y sin avisar.
Ambos sabían que era lo mejor: marcharse sin despedidas, sin lágrimas, sin tristeza. Solo ellos dos de nuevo juntos en el camino, como los dos hijos pródigos que vuelven al hogar.
Lo que ellos no sabían era que esto iba a ser imposible, pues Nym había escuchado cada palabra de la conversación escondida tras las telas de la tienda, y ya corría rumbo al hogar de Soleys a contarle los planes de los chicos.
La matriarca no daba crédito a lo que Nym le había contado: los chicos pensaban marcharse sin despedirse de nadie. Entendía que Alerigan tomara esa decisión después de la discusión que había tenido con ella, pero no se lo esperaba de Anders.
—No entiendo cómo pueden ser capaces de algo así, ¡marcharse sin despedirse! —dijo Soleys mientras caminaba de un lado a otro de la tienda.
—Pues yo sí que los entiendo.
—¿Por qué, Nym? Sé que las cosas se han puesto feas en estos últimos momentos, pero creo que me deben al menos eso, un adiós.
—Tienes que pensar en lo duro que es para ellos. —¿Y para mí? ¿No es duro para mí?
—Sí, lo es. Pero son ellos los que tienen que decir adiós, no tú. Son ellos los que tienen que marcharse de un lugar en el que han sido felices. —Nym los entendía, y más después de haber oído cómo se sentían, cómo hablaban en la intimidad.
—Sí, pero no entiendo por qué se quieren ir sin despedirse. —Soleys estaba destrozada, desde lo de Kindu ya no era la misma.
—Porque es muy duro para ellos tener que dejarnos atrás y si no viven la situación de la despedida creerán que no se están marchando para siempre. Cuando tienes que despedirte haces realidad la marcha.
Entonces, Soleys lo entendió y pensó que a lo mejor ella en esa misma situación haría lo mismo, acabaría escapándose sin despedirse de nadie. Pero ella no se lo iba a permitir.
—De acuerdo, ellos quieren irse sin despedirse de nosotros, pero no se van a salir con la suya, Nym. Avisaré a toda la tribu para que estén preparados mañana antes del amanecer y nos
despediremos de ellos todos juntos. Se marcharán de aquí, pero los Circulantes les demostraremos lo mucho que los echaremos de menos y que su recuerdo perdurará para siempre en la memoria de los nuestros.
Alerigan y Anders habían decidido que pasarían la noche en su tienda preparándose para la marcha, así sería más sutil su partida. Pero el bardo creía que antes de irse debían de tener una despedida de la cultura de los Circulantes en toda regla, como el propio Kindu les había enseñado, así que cogió un par de botellas de gojoca y se las llevó a la tienda, para brindar con su hermano.
Cuando Alerigan lo vio entrar con las botellas no pudo evitar las carcajadas y esto le provocó de nuevo un dolor horrible, lo que hizo que su hermano se riera aún más.
—Vamos a pasar nuestra última noche como le hubiera gustado a Kindu, ¡tomando gojoca y demostrando lo que valemos los hombres de la primavera! —Anders descorchó las dos botellas.
—¡Buena idea! No hay nada mejor para iniciar un largo viaje que la resaca del gojoca. — Alerigan cogió la botella y trató de acomodarse.
—Tú cállate que peor no vas a estar, ¡porque es imposible! —Anders echó un buen trago y sintió cómo el líquido le bajaba por la garganta quemando todo a su paso.
Estuvieron largo rato tomando trago tras trago mientras recordaban anécdotas de su niñez en el gremio, de los castigos de Glerath y de los escarceos amorosos de Anders en la taberna. El gojoca comenzaba a hacer su efecto y cada vez hablaban con menos claridad y algunos secretos bien guardados salían a la luz.
—¿Recuerdas cuando te conté que me había acostado con Marnya, la tabernera? —preguntó Anders.
—Sí, volviste con un ojo morado porque su marido te pilló en la cama con ella. —El joven guerrero comenzó a reírse al recordar la cara hinchada de su hermano, pero esta vez el alcohol había mermado el dolor.
—Te mentí —soltó el bardo—. El ojo morado me lo puso ella cuando intenté algo más.
—¡No me lo creo! —Alerigan comenzó a reírse a mandíbula batiente, sujetándose el costado
intentando evitar el dolor, pero la risa era inevitable—. ¡Por eso comenzó a cobrarnos el aguamiel más caro!
—Sí, me dio mucha vergüenza y por eso os mentí a todos en el gremio. —Ahora Anders también se reía al recordar la inmadurez del momento. Fue de las primeras veces que intentaba algo con una mujer—. Bueno, ahora te toca a ti: cuéntame algún secreto.
—Es mejor que sigas tú, ¡los tuyos son mucho más divertidos!
—¡De eso nada! Ya yo he hecho bastante el ridículo por hoy, te toca a ti —seguía insistiendo, era ahora o nunca.
—Mis secretos no son divertidos —repuso Alerigan con tristeza.
—No importa —lo animó Anders—, libérate de uno y seguro que te sentirás mejor.
—Vale, pero prométeme que nunca hablaremos de esto fuera de esta tienda. Te lo contaré ahora y nunca más lo volveremos a mencionar, ni me preguntarás, ¿de acuerdo? —Alerigan se puso muy serio y por un momento Anders se arrepintió de haberle propuesto ese juego.
—De... de acuerdo —aceptó el bardo—, no hablaremos de eso una vez finalicemos la conversación en este lugar. Lo prometo.
—De acuerdo. —Alerigan cogió aire—. Una vez me preguntaste cómo me había hecho las cicatrices de la cara, ¿verdad?
—Sí, me dijiste que fue en una pelea callejera con un niño que había robado la navaja de afeitar a su padre, que te cogieron entre varios y te hicieron los cortes. —Anders sabía desde el principio que era mentira, pero había fingido creérselo porque en aquel momento le pareció tan buena historia como otra cualquiera.
—Pues yo también te mentí en eso. Estos cortes me los hizo mi padre.
—¿Tu padre? Creía que él había muerto al poco tiempo de nacer tú. Me dijiste que no lo conocías y que tu madre murió en el parto.
—También te mentí en eso. —Alerigan echó otro trago para coger fuerzas y continuó—: Mi padre era un comerciante muy poderoso en Festa, teníamos mucho dinero y mi madre era una dama elegante, de esas a las que les robábamos los monederos en los desfiles.
—¿Y qué pasó? ¿Cómo acabaste viviendo en las calles conmigo?
—Mi padre era un hombre agresivo por naturaleza, disfrutaba golpeando a cualquiera y cuando más disfrutaba era cuando nos golpeaba a mi madre y a mí. —La voz del chico se quebraba con cada palabra—. Ella me enseñó a callar y a esconder los golpes ante la gente, pues mi padre era un hombre de honor y no podía quedar mal delante de nadie.
—¿Tu madre permitía que te golpeara?
—Sí, ella decía que era su forma de desahogarse. Un día mi padre se pasó de la raya con ella, y la dejó medio muerta en el suelo. Ante aquella situación no pude más, llevaba mucho tiempo aguantando todo aquello. Yo sabía que aquel hombre era malvado y que debía recibir su merecido. Me dirigí a la cocina y cogí el cuchillo más grande que encontré y me armé con la rabia contenida de todos aquello años, con el cuchillo en ristre, y cuando fui a apuñalarlo por la espalda... mi madre se interpuso y le clavé el cuchillo en medio del pecho, justo en el corazón
—Alerigan se quedó en silencio y volvió a tomar gojoca.
—¿Qué pasó entonces? —Anders estaba horrorizado: su hermano había apuñalado a su propia madre por error.
—Me quedé bloqueado, con las manos ensangrentadas intentando detener la hemorragia del pecho de mi madre, a pesar de que había muerto al instante. —Alerigan lloró como un niño pequeño, Anders nunca lo había visto así—. Entonces, mi padre cogió la navaja de afeitar que estaba recién afilada, y me dijo que haría que llevara siempre conmigo la vergüenza de lo que había hecho, y me hizo dos cortes perfectos en la cara. Yo... ni sentí dolor, solo podía mirar a mi padre a los ojos y ver el odio con el que me estaba torturando. Eso era lo que más dolía.
—¿Cómo pudo hacerte eso? ¡Solo eras un niño! —Anders entendió ahora por qué aquellos cortes eran tan perfectos, los habían dibujado con rabia.
—Debió de haberme matado... —susurró Alerigan limpiándose la nariz con el dorso de la manga de lino.
—¡No! ¿Cómo puedes pensar eso, hermano?
—¡Pues porque maté a mi propia madre, que no era más que una mujer inocente! —Posó sus ojos llorosos sobre las manos. Ahora había olvidado el dolor de su costado, había uno que era aún más fuerte—. Lo último que le oí decir a mi padre antes de salir corriendo de mi propia casa fue: «Todo esto es culpa tuya».
Anders se quedó sin palabras al ver cómo su hermano, que siempre había sido fuerte y firme como una roca, se derrumbaba por los golpes de la vida. Ahora entendía muchas cosas, entendía todo lo que su hermano había sufrido, entendía por qué había buscado peleas cada noche, entendía que no quisiera hablarle de su pasado... porque era un pasado no oscuro, era negro, no había ningún resquicio de luz en él.
—Alerigan, siento que hayas tenido que cargar con eso todo este tiempo tú solo, pero ahora que me lo has contado compartiremos la carga como hemos hecho con todo lo demás en esta vida, hermano. —Anders lo abrazó con sumo cuidado.
Por primera vez en mucho tiempo, Alerigan se dejó abrazar y dejó que aquella carga, que había arrastrado toda su vida, ahora fuera parte de los dos.
Se sentía menos cansado, pues su hermano conocía su terrible pasado y aun así seguía a su lado, como siempre.
Cuando el sol comenzó a despuntar, los muchachos se despertaron con una resaca terrible, como bien había predicho Alerigan. Estaba claro que Kindu tenía razón: el gojoca no estaba hecho para los hombres de la primavera, pero aun así se levantaron a tiempo, recogieron las cosas y se prepararon para la marcha.
No volvieron a hablar del tema de la noche anterior, Anders había prometido a su hermano que se quedaría allí y no volverían a hablar de ello, y pensaba cumplir su promesa.
Alerigan estaba aún sin fuerzas, pero aun así se cargó con la Cercenadora de Hombres a la espalda, su espada en un lado y dos de los macutos que debían llevar. Anders trató de cargar con lo máximo que podía, pero a pesar de ello a él también le tocaba llevar bastante peso. Cuando estuvieron listos se dedicaron una sonrisa y salieron al exterior.
Para su sorpresa, el pueblo completo de los Circulantes estaba allí, esperándolos con Nym, Soleys y Canela a la cabeza, mirándolos con una sonrisa.
Los tambores del Joqed empezaron a sonar al ritmo de la canción que Anders había cantado en la última fiesta que había vivido Kindu. Los chicos no pudieron evitar que se les humedecieran los ojos ante la despedida.
El anciano del Consejo de Sabios se acercó a ellos con una pequeña vasija, mojó el dedo índice en su contenido y les pintó un tatuaje en el ojo, imitando la cicatriz que llevaban los Circulantes.
—Este es el símbolo que llevamos todos tatuado en la piel. Un día nos lo hicieron creyendo que sería la marca de nuestra vergüenza y nosotros lo convertimos en la marca de nuestro honor. Hoy os la lleváis vosotros también, porque para siempre seréis parte de esta tribu. —Acto seguido le entregó a Anders la vasija con la pintura para que esa marca pudieran llevarla siempre que quisiera.
Soleys se acercó a ellos cabizbaja, intentando guardar la compostura en aquel momento tan duro para todos.
—Hemos vivido muchas cosas juntos: buenas y malas. Superamos pruebas muy duras, pero siempre apoyándonos los unos a los otros. Sé que esta despedida es culpa mía, pero hay algo que me dice que tiene que ser así, por mucho que me duela. —Soleys estaba intentando ser una matriarca capaz de soportar cualquier cosa—. Habéis sido protectores para nuestro pueblo y lo seréis para siempre. Nunca olvidaremos todo lo que habéis hecho por nosotros, contaremos vuestra leyenda en nuestras canciones durante cientos de Joqed.
La figura de la matriarca desapareció por un momento y Soleys afloró de nuevo a la superficie, se derrumbó y las lágrimas no la dejaron seguir hablando. Anders se adelantó y la abrazó.
—No importa, Soleys, es lo que tienes que hacer por tu gente. Algún día volveremos a encontrarnos y nos reiremos de todo esto. —Cuando ella alzó la mirada volvió a ver aquella sonrisa iluminadora, aunque los ojos de Anders lloraban tanto como los de ella misma.
Se separó de su abrazo y cogió dos de los retales de su vestido y los arrancó para darle uno a Anders y otro a Alerigan.
—Llevadlo con vosotros, así nunca os olvidaréis de mí.
—Eso es imposible —dijo Alerigan—, olvidarse de tus ungüentos maravillosos y de tu Bestia Indomable. ¡Ah! ¡Y de tus pócimas amorosas! —Le guiñó un ojo y ella se dio cuenta de que lo anterior estaba olvidado para él. Ella lo abrazó con suavidad y le ató el retal en el brazo derecho—. Gracias por cuidar de mis heridas.
—De nada, pero gracias a ti... por todo. —El joven asintió, entendiendo a lo que se refería. Anders los miraba sin comprender muy bien de qué iba toda aquella historia, pero decidió
dejarlo correr. Para entonces Soleys intentó atarle el otro retal a Anders alrededor del cuello mientras este la miraba, pretendiendo memorizar hasta la más pequeña arruga de expresión de su rostro.
—Cuídate mucho, ¿vale? —dijo al joven—. No hagas cabrear a más golems de la arena, que no estaré yo allí para salvarte la vida. —Era extraño verla reír a la vez que lloraba, nerviosa.
—Tú también cuídate mucho —dijo Anders—, no dejes que todo esto te cambie. No tienes por qué ser como Kindu, sé tú misma. Para mí eres perfecta. —La matriarca continuaba intentando anudarle el retal al cuello, pero estaba tan nerviosa que le resultó imposible. El chico le sujetó las manos temblorosas—. Esto no es un adiós, Soleys, es un hasta muy pronto. —Le sonreía de nuevo, de tal forma que ella se creería cualquier cosa que le dijera.
—Sí, es un hasta muy pronto. —Por fin consiguió hacerle el nudo.
Nym se había quedado en la distancia con vergüenza, no sabía cómo despedirse de ellos, no había querido pensar en ese momento hasta ahora que lo estaba viviendo. Entonces Anders se acercó a ella y le dio un abrazo.
—Ten mucho cuidado, Nym, ayuda a esta gente en todo lo que puedas, cuida de Soleys y mantente a salvo. ¡Ah! Y aprende mucho de los Circulantes para que seas parte de ellos y te sientas en casa. Espero que cuando volvamos a vernos ya hayas recuperado tu memoria y me puedas contar todo sobre los tuyos.
—Sí, una promesa es una promesa. Cuando nos volvamos a ver podrás escribir veinte libros con todo lo que voy a contarte. —Nym le sonrió y lo acogió en un fuerte abrazo.
Llegó el momento de la despedida de Alerigan, pero este no hizo ademán de moverse y desde la distancia le dirigió la palabra a Nym.
—Bueno, Nym... Ha-hasta pronto —dijo con carraspeo incluido.
Soleys y Anders se miraron y pusieron los ojos en blanco a la vez, lo que hizo que rompieran a reír a carcajadas.
Entonces, la lia'harel tomó la iniciativa y se abalanzó en sus brazos. Alerigan contuvo la respiración y el dolor por un momento. Cerró los ojos y lo rodeó aquella fragancia que casi había olvidado que desprendían las ondas del pelo de Nym. Por un instante se dejó flotar en torno a ella y recordó el momento en que había caído en sus brazos por primera vez en la cima de la Montaña Nubia. Habían pasado tantas cosas desde aquello que parecía que había transcurrido una eternidad.
—Te echaré mucho de menos, Alerigan. Siento aquella horrible discusión que tuvimos —le susurró al oído.
—Ahora eso ya no importa, Nym.
Cuando se separaron del abrazo se dieron cuenta de que habían permanecido durante un largo periodo de tiempo así y los demás ni se habían inmutado, dejándolos despedirse con calma.
—Os he preparado una pequeña bolsa con algunos ungüentos para el camino por si os hicieran falta, sobre todo a ti, Alerigan, que aún no te has recuperado de tus heridas, y también he puesto comida para el viaje.
—Gracias, Soleys. —El joven malherido se percató entonces de que Canela se había colocado a su lado—. ¡Tranquila! No nos hemos olvidado de despedirnos de ti.
—No, Alerigan, ella se va contigo —le dijo la matriarca con un guiño—. Te dije que cuando los fanghors eligen a su jinete es para toda la vida, así que ella se marchará con vosotros.
—¿En serio? —Alerigan estaba pletórico de felicidad. Canela se había convertido en parte importante de su vida y le dolía mucho dejarla atrás junto a Nym y Soleys.
—Claro que sí, si se alejara de ti su vida no tendría sentido. Así que cuida bien de ella en mi lugar. —El animal se acercó a Soleys, quien se despidió de ella con un abrazo fuerte.
Había llegado la hora de partir, ya no había más excusas para retrasarla. Anders colocó parte de la carga que llevaba Alerigan sobre Canela, y el jinete se subió a su lomo con la ayuda de su hermano para poder continuar con el viaje al mismo ritmo. Cuando llegaron a los altos muros construidos por Koreg, justo frente a ellos se dibujaron dos puertas altas de piedra que se abrieron con un gran estruendo.
Atravesaron la entrada y comenzaron a andar por el gran desierto de Shanarim. Solo tuvieron un segundo para mirar atrás, el justo para ver a Nym y Soleys antes de que aquellas puertas mágicas se cerraran de nuevo y desaparecieran de la roca. Aun a través de los altos muros de Koreg se seguía oyendo la música que el pueblo les dedicaba como despedida, e iniciaron el viaje a ritmo de los tambores.
Dejaban cosas muy importantes atrás, pero el camino que emprendían hoy de vuelta al gremio aún les deparaba grandes cosas. Todavía tenían que inventarse una historia de la aventura vivida durante todo ese tiempo para sus hermanos del gremio si no querían acabar muertos.
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