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Capítulo 15

Los Circulantes habían hecho un gran trabajo con el cadáver de Kindu. Habían conseguido mediante un vendaje compresivo unir ambas partes de su cuerpo en una, y habían limpiado con mucho cariño toda la superficie manchada de sangre. Ahora volvía a parecer el hombre honorable que un día fue, con las pinturas entorno a su cuerpo, como aquella vez ante la hoguera.

—Nos hemos reunido hoy aquí para honrar la muerte de nuestro líder, padre y hermano: Kindu —alegó el anciano que trataba de contener la emoción—. Esta noche diremos adiós a su espíritu, que continuara recorriendo los caminos del desierto por toda la eternidad unido a la Madre. Te pedimos, Madre, que lo acojas en tus brazos y lo guíes en su camino al sueño eterno, a unirse al Espíritu de la Tierra.

Entonces, Soleys, como nueva matriarca de los Circulantes, se adelantó unos pasos y continuó con el discurso de despedida. El cuerpo de Kindu se encontraba en el suelo, sobre una manta que habían tejido los propios Circulantes, justo enfrente de la gran hoguera que encendían siempre el día del Joqed.

—No lloramos hoy tu pérdida, Kindu, pues no nos has abandonado. Vivirás para siempre en nosotros y en la naturaleza que nos rodea. Cada vez que oigamos silbar el viento, sabremos que es tu voz dándonos ánimo; cada vez que nos ilumine el sol, sabremos que es tu sonrisa dándonos calor desde el cielo; y cada vez que necesitemos tus sabias palabras, pegaremos el oído a la Tierra y oiremos en susurros tus consejos. No te lloramos hoy... porque sabemos que tú nunca nos abandonarás, padre.

La chica levantó la vista y pudo ver a través de las llamas de la hoguera a su padre al otro lado, erguido y con la mirada puesta en ella. Por un momento creyó estar perdiendo la cordura, pero entonces él le sonrió y asintió con la cabeza, y así ella supo que le estaba pasando la tutela de la familia y, además, con orgullo. Cuando le devolvió la sonrisa, el espíritu de Kindu se transformó en aquel majestuoso animal que representaba todo lo que era y se alejó, se alejó galopando como nunca lo había hecho, hasta desaparecer desvaneciéndose en el viento.

«Adiós, padre. Prometo no defraudarte y hacer lo necesario para proteger a tu familia como hiciste tú. Aunque me duela... aunque me duela.» Soleys había tomado su decisión.

Cuando la matriarca y el anciano hubieron terminado su discurso, llegó el momento de dar sepultura al cuerpo. Uno de los Circulantes colocó la Cercenadora de Hombres sobre el regazo de Kindu; como él siempre había dicho, su arma era parte de su cuerpo, por eso creyeron necesario que fueran enterrados juntos.

Alerigan, que aún estaba convaleciente y no había despertado, se levantó de la camilla en la que lo habían colocado para que asistiera a la despedida, aunque fuera inconsciente.

Comenzó a caminar hacia Kindu, con la mano aferrándose el costado malherido, y cayó al suelo justo al lado del cuerpo. Anders se apresuró a ayudar a su hermano a levantarse, mientras los demás se quedaban perplejos sin saber qué hacer.

—Alerigan, ¿qué estás haciendo? —le dijo Anders susurrándole al oído e intentando levantarlo.
Las miradas atónitas de los Circulantes se estaban transformando en expresiones ceñudas.
—No... no tiene que ser así.

—¿De qué estás hablando, hermano? Estás malherido, tienes que volver a la cama y guardar reposo.

—No...

Alerigan sujetó la Cercenadora de Hombres por el mango, con la mano que tenía libre, y sintió el fuego de mil batallas a través del cuero. Fue como si una ola de recuerdos lo invadiera. Por un momento se vio a sí mismo sosteniendo el hacha y dando muerte a seres demoníacos. «Pero... ¿qué?», pensaba el muchacho justo cuando todo desapareció y fue consciente de dónde estaba en realidad.
—¿Pero qué demonios haces? —Anders continuaba tirando de él, intentando levantarlo. Los Circulantes observaban la escena sin entender nada, pero ninguno se atrevía a intervenir.
Entonces, Alerigan comprendió muchas cosas: comprendió por qué Kindu se movía con tanta destreza, pues aquella arma era ligera a pesar de lo que podía parecer; entendió el vínculo que unía a arma y guerrero, porque ahora sentía una fuerza que le recorría el cuerpo que nunca había llegado a sentir, y también comprendió que aquella hacha solo debía ser utilizada para un último propósito antes de dormir junto a su portador: la venganza.

—No podéis enterrar esta arma, aún no. Yo la utilizaré, prometo solo usarla en una ocasión — comenzó a toser retorciéndose en el suelo con gesto de gran dolor, pero trató de coger todo el aire que pudo y continuó—, y será para vengar a Kindu. Haré que aquel ser pague por lo que ha hecho. Y entonces, y solo entonces, será enterrada con su dueño.

Alerigan se levantó y, arrastrando el hacha, volvió al camastro, dejando a Anders arrodillado al lado del cuerpo sin entender cómo su hermano había sacado la fuerza para moverse de esa manera.
Soleys miró al resto de la tribu y todos asintieron con gesto de honra hacia el extraño que en una noche dura les prometía que lo que habían sufrido no quedaría impune. La matriarca dio la señal y el cuerpo de Kindu fue envuelto en la manta y sepultado bajo las arenas del desierto. Sobre la nueva duna que se había creado para el fallecido se colocó una bandera, hecha por los niños de la tribu. En ella aparecía dibujado el patriarca jugando con todos ellos, como solía hacer.

Por ahora su cuerpo reposaría solo bajo aquella duna, pero un día Alerigan volvería para traerle de vuelta su Cercenadora, saciada con la sangre de su último enemigo.

A la mañana siguiente, los miembros de la tribu trataban de recobrar la normalidad, pero tras los acontecimientos vividos la rutina se había vuelto fría: se respiraba el dolor y la humedad de las lágrimas derramadas de una familia destrozada.

Soleys había hecho llamar a Anders y a Nym a su nueva tienda. Parecía que se había adaptado rápido a los cambios, al menos eso pensaba el bardo. Alerigan continuaba durmiendo y no había dado señales de recuperar la consciencia tras la sepultura de Kindu, así que lo dejaron bajo la protección de su fanghor.

Cuando llegaron, vieron a Soleys caminando de un lado para otro. Estaba claro que se encontraba en una situación complicada.

—¿Cómo va todo, Soleys? —preguntó Anders con aire despreocupado.

—Bueno, estamos intentando recuperar un poco la calma de siempre, pero se hace muy difícil. Me temo que los demás están muy asustados con todo este asunto de Vryëll.
—No te preguntaba por la tribu, Soleys. Me refería a cómo llevas tú todo esto. Sé que lo estás pasando mal. Aunque intentes hacerte la fuerte, con nosotros no tienes que fingir, somos tus amigos. —Anders le dedicó una de sus maravillosas sonrisas, de esas que hacían que sintieses que el sol brillaría más hoy solo para ella.

No podía evitar pensar en lo que estaba a punto de hacer y Anders se lo estaba poniendo muy difícil, pero ahora lo único que importaba era el deber para con los Circulantes.
—Yo estoy bien, intentando no pensar en ello —mintió Soleys, tratando de cambiar de tema—¿Y cómo está Alerigan?
—Se está recuperando poco a poco. Por ahora no hace más que dormir y hablar en sueños — dijo Nym. No se había separado de él desde que sufrió las terribles heridas, se sentía culpable por lo sucedido y trataba de compensar el daño que le había causado—, pero creo que pronto volverá a darnos guerra a todos.
Anders y Nym se echaron a reír, pero la nueva matriarca permaneció seria.
—¿Qué ocurre, Soleys?

—Anders, tengo que deciros algo y no sé muy bien por dónde empezar —soltó muy apesadumbrada.

—¿Qué tal si empiezas por el principio?

—De acuerdo, allá va —Cogió todo el aire que pudo antes de seguir hablando—. Como sabéis ahora he sido nombrada matriarca de los Circulantes y mi mayor deber es protegerlos de todo, como hizo Kindu hasta el día de su partida.

—Lo entiendo. —Al fin Anders empezó a entender hacia dónde se dirigía la conversación, pero no quería presionarla y dejó que continuara a su ritmo.

—Y me temo que vuestra presencia en este lugar nos pone en riesgo a todos. Sé que no es vuestra culpa, y no os estoy acusando de lo sucedido hasta ahora, porque fuimos nosotros quienes os acogimos y os ayudamos, fue nuestra decisión. Pero ahora Kindu no está y yo no me siento capaz de protegernos de la misma manera que lo hizo él, por lo que creo que lo correcto es que os pida que os marchéis lo antes posible.

—Lo entiendo perfectamente, Soleys. Sé que ahora te encuentras en un momento difícil y lo último que necesitas son más dificultades. Así que no te preocupes, no seremos una carga para ti.

Anders era una persona muy racional, pero estaba claro que había sido un duro golpe para él, a pesar de que tratara de disimularlo con su amabilidad y comprensión.

—Pero si tienes que culpar a alguien es a mí, no a ellos. —La voz de Nym se fue entrecortando entre sollozos—. Ese hombre vino a por mí. Si yo no estuviera aquí, quizá... quizá Kindu seguiría con nosotros.

—No, Nym. No te culpes por esto. Tú no tuviste nada que ver, todos decidimos protegerte, incluido Kindu.

Cuando Anders intentó acogerla en sus brazos, la joven lia'harel se marchó aprisa de la tienda, dejando a los dos amigos solos. El muchacho hizo ademán de marcharse, pero antes de salir le dirigió unas palabras a Soleys, sin mirarla y con la cabeza baja.

—Nos marcharemos en cuanto Alerigan tenga fuerzas para andar y volveremos al gremio, pero me gustaría pedirte un último favor, como prueba de nuestra amistad. —Anders se giró—. Deja que Nym se quede contigo, si la llevamos con nosotros estará perdida, y Vryëll nos perseguirá a nosotros, porque cree que la llevamos al gremio. Si se queda aquí y vive, todo esto no habrá sido en vano y podría sentir que he hecho algo de valor.

El joven bardo se marchó sin dejar que Soleys le diera una respuesta, esta se quedó con la boca abierta pero sin articular palabra. Se sintió dolida ante la reacción del chico, pero entendió su dolor; eran amigos y los estaba arrojando a la muerte sin ningún remordimiento. Entonces decidió que le haría ese último favor y cuidaría de Nym para que la muerte de Kindu tuviera algún sentido, si es que eso era posible.

La lia'harel se encontraba arrodillada frente a la duna de la tumba de Kindu, observando cómo la bandera ondeaba al viento. Estaba destrozada, todo esto había sucedido porque habían intentado protegerla de alguien que quería llevarla con los suyos, alguien que ella no recordaba haber visto jamás. Kindu había perdido la vida por protegerla, Alerigan estaba gravemente herido, y ahora ellos tendrían que marcharse. Todo era culpa suya. Las lágrimas corrían por su rostro, incapaz de contenerlas.

Entonces oyó unos pasos en la arena y cuando se giró vio a Soleys que, con una sonrisa amable, le ofrecía un pañuelo.

—Gracias —dijo Nym, limpiándose las lágrimas.

—De nada. —La Circulante se sentó a su lado, ambas mirando hacia la bandera—. Kindu adoraba jugar con los niños, decía que ellos eran el futuro de la tribu y había que dedicarles todo el tiempo que necesitasen. Conmigo fue igual, cuando llegué aquí pasaba casi todo el tiempo conmigo, enseñándome el estilo de vida que él había escogido. —Soleys soltó una carcajada—. Aún recuerdo lo mucho que se esforzaba en que aprendiera la letra de todas las canciones de la tribu y cada vez que fallaba una, me lanzaba una jarra de agua.

—¿Era una buena forma de aprendizaje? —dijo Nym con una sonrisita.

—Lo cierto es que no, porque al final me enfadaba y lo mojaba yo también a él y acabábamos jugando a ver quién empapaba antes al otro. —Soleys se puso seria y continuó—: Nym, sé cómo te sientes, pero no tienes por qué. Kindu era el defensor de los inocentes y de los débiles, él siempre decía que nunca dejaría que nadie honrado sufriera y por eso decidió luchar por ti y por todos nosotros. Sé que, si él hubiera podido elegir una forma de acabar, habría sido así: luchando por los suyos con todas sus fuerzas.

—Sí, pero ya nunca podré hacer nada por él, para compensar lo que hizo por mí.

—Sí que puedes. ¿Qué te parece esto? Te quedarás conmigo, con los Circulantes, y nos ayudarás a continuar con nuestra vida. Yo soy nueva en esto de ser líder y me vendría bien tener una amiga cerca en quien apoyarme. —Soleys le propinó un golpecito con el codo—. ¿Qué me dices, te apuntas?

—¿Lo dices en serio? —Nym estaba asombrada y ante el asentimiento de Soleys, se abalanzó hacia ella y la abrazó con fuerza—. ¡No te arrepentirás, seré la mejor consejera del mundo!

Soleys le devolvió el abrazo y permanecieron así durante un momento, mientras miraba hacia la bandera. Sabía que Kindu estaría orgulloso de ella.

Anders se había sentado junto al camastro de su hermano que continuaba adormilado y, como había dicho Nym, hablando en sueños. Tenía el torso desnudo cubierto por el vendaje improvisado que le habían hecho. Tenía un aspecto horrible, demacrado, cubierto de pequeñas heridas por todas partes. Había sobrevivido gracias a las habilidades de Soleys como sanadora.
Y allí estaba, como siempre, aquella extraña deformidad de su brazo que tanta curiosidad despertaba en Anders. Si Alerigan estuviera despierto, pensaba Anders, haría cualquier cosa por taparse el brazo, incluso se arrastraría por todo el campamento para encontrar su guante.

Era casi imposible de entender aquel cúmulo de sonidos que salían de su boca, porque no hacía más que farfullar una y otra vez, pero de pronto paró y comenzó a abrir los ojos con lentitud y dificultad.

—Bienvenido de nuevo al mundo de los vivos, hermano —dijo el bardo sin poder ocultar una sonrisa.

—Nunca pensé que me alegraría tanto de ver tu fea cara. —Alerigan se rio, pero esto le provocó un fuerte dolor que le llevó a continuar tosiendo y sujetándose el costado.

—Parece que hoy tu sentido del humor te va a jugar malas pasadas, así que me voy a aprovechar de ello.

—Muy gracioso, hermano. —El joven guerrero trató de erguirse un poco en la cama, pero le fue imposible porque el dolor era más agudo cuanto más se movía—. Y tú, ¿cómo estás?

—Pues por lo menos tengo mejor pinta que tú, ¡estás hecho un asco!

En aquel momento, Alerigan se fijó en que su hermano había recogido todas sus cosas en macutos, incluidas las de Alerigan, y la Cercenadora de Hombres se encontraba allí, apoyada y rodeada de sus petates.

—Había olvidado lo de la Cercenadora.

—Pues has hecho una promesa, Alerigan, y tendrás que cumplirla porque todo el pueblo lo espera.

—Lo sé —dijo este, que entonces se dio cuenta de algo más—. ¿Nos vamos a algún lado?
—Sí, volvemos al gremio. —Anders se levantó y fingió estar muy atareado, cosa que no pasó desapercibida a su hermano.

—¿Por qué has decidido eso de pronto? Se supone que tú estabas muy bien aquí.

—Y así era, pero ahora que Soleys se ha convertido en la matriarca de la tribu, nos ha pedido amablemente que nos marchemos.

—¿Qué? —El chico no daba crédito a sus palabras—. ¿Y lo dices así, tan tranquilo?

—Mira, Alerigan, entiendo su situación: ahora está preocupada por su tribu y desde que nosotros llegamos no hemos sido más que un grano en el culo, así que por su seguridad vamos a marcharnos de vuelta al hogar. —Estas últimas palabras sonaron tan irónicas que cualquiera se hubiera dado cuenta.

—Conque de vuelta al hogar, ¿eh?

—Sí, y nada de quejas. Es lo mejor para todos. —¿Y qué crees que nos esperará a la vuelta?

Alerigan estaba algo preocupado por eso, tendrían que contestar a muchas preguntas y contar la verdad no era una opción viable.

—Pues un interrogatorio en toda regla, sin duda, pero tendremos que inventarnos alguna historia para que no nos acusen de traición.

—¿Y qué haremos con Nym?

—Le he pedido a Soleys que la deje quedarse aquí. Si Vryëll va a seguir a alguien será a nosotros porque pensará que la vamos a llevar al gremio.

—Sí, supongo que lo mejor es que se quede con los Circulantes.
Alerigan consiguió sentarse en el camastro e intentó coger la camisa blanca para ponérsela, pero solo consiguió colocársela sobre los hombros con un gesto de dolor en la cara. Pensaba en Vryëll y en lo que le había prometido a la tribu y al propio Kindu, había intentado derrotarlo y había acabado medio muerto en cuestión de segundos por culpa de aquel estúpido escudo, pero había conseguido herirlo y eso ya era un punto a su favor.

—Me asusta volver al gremio, Anders —confesó Alerigan ante la enorme sorpresa de su hermano, que no daba crédito a semejante confidencia de «don Orgullo» en persona.

—¿Por qué? ¿Qué te preocupa?

—Hemos cometido la mayor deshonra para un Hijo de Dahyn, no sé si seré capaz de mentirle a Glerath sobre todo esto. —Se le notaba la tristeza en la voz; llevaba tiempo con ese pensamiento, pero se había negado a manifestarlo porque eso lo hacía aún más real.

—Tranquilo, ahora lo importante es que te recuperes de tus heridas, ya nos marcharemos cuando estés bien y pensaremos en lo que les diremos a nuestros hermanos. —Anders le dedicó una sonrisa, mientras le quitaba la camisa de los hombros y lo ayudaba a volver a recostarse—. Olvídate de todo y céntrate en descansar.

Alerigan volvió a cerrar los ojos y se sumergió de nuevo en el mundo de los sueños, allí donde las preocupaciones desaparecían y el mundo se mostraba más sencillo, más perfecto, donde el inconsciente lo llevaba adonde deseaba estar, al lugar donde él se negaba a ir estando despierto.

Ella lo observaba mientras dormía: parecía tan inocente allí tumbado, tan débil y desarmado. Nym pensaba que si él supiera cómo se veía en esa situación se negaría a permanecer dormido. Se rio
para sí misma, en tan poco tiempo creía que había llegado a conocerlo por completo, tan orgulloso y frío.

Pero había más cosas en él que resultaban complicadas. Nym recordaba aquellas palabras que le dijo la última vez que hablaron: «Si te sirve de consuelo, he matado a más de mi propia raza que de la tuya». No entendía lo que significaba, quizá era un asesino antes de meterse en esa secta que era los Hijos de Dahyn, pero no le encajaba en el peliagudo puzle que era aquel muchacho.

Solo podía pensar que en cuanto Alerigan se recuperara, Anders y él se marcharían para siempre y no volvería a verlos. Entendía a Soleys, pero no quería perder a sus salvadores. «Son asesinos de tu gente», se repetía de forma constante en su cabeza, pero allí sentada y mirando a aquel chico podía olvidarlo todo, podía olvidar la conversación de la noche en que habían vuelto al campamento, podía olvidar incluso lo que era ella misma.

En cuanto esas palabras comenzaron a rondar su mente, sacudió la cabeza intentando borrarlo todo. No podía permitirse esos pensamientos aunque, por otro lado, se decía a sí misma: «¿Qué diferencia hay? Ya he olvidado incluso quién soy, ¿podría llegar a olvidar lo que soy... por él?».

Una presencia la sacó de su ensimismamiento. Anders había entrado en la tienda y se había quedado mirando a la muchacha.

—¿Te encuentras mejor, Nym? —dijo con ternura.

—Sí, Soleys ha hablado conmigo y me ha pedido que me quede con ella para ayudarla con los Circulantes.

—Me alegro mucho por ti, así ella no se quedará sola. Tiene que estar pasándolo mal, aunque se niegue a demostrarlo. —El chico se sentó a su lado, y se mostró abatido, el brillo de sus ojos se estaba apagando.

—Ella es importante para ti, ¿verdad? —Nym se había dado cuenta de cómo había menguado la distancia entre Anders y Soleys en los últimos días, y saber que iban a separarse debía de destrozarlo.

—Sí, es una buena amiga y no me gusta verla sufrir. —Yo diría que es algo más que eso.

—¿Qué? ¡No! —Anders comenzó a reírse de forma nerviosa mientras se sonrojaba. Nym nunca lo había visto así, como un niño que regala una flor y sale huyendo—. Ella es una mujer especial, es... es solo eso. Solo eso. No, es solo una amistad.

—Conque lo hubieras negado una vez, creo que me habría bastado. —Nym le sonrió. Anders se dio cuenta de que con su nerviosismo había desvelado más que con sus palabras y

Nym era lo bastante inteligente como para darse cuenta de la situación, pero decidió no meter más el dedo en la llaga.

En ese momento, Nym miró hacia Alerigan y, por primera vez, se percató de las antiguas cicatrices que tenía por todo el cuerpo. No había parte de su cuerpo que no hubiera sido lesionado: tenía cortes finos, pequeños, grandes, deformes, lineales, por todas partes. Y después estaba su brazo con aquella peculiar textura.

—Anders, ¿qué le pasó a Alerigan en el pasado? ¿Por qué tiene todas esas heridas? —preguntó con curiosidad.

—Alerigan siempre ha sido un luchador. —Anders habló cabizbajo—. Cuando éramos pequeños vivíamos en la calle de lo que podíamos robar para comer. Él siempre se metía en peleas por robar comida, creo que se acostumbró a esa vida y, cuando no nos metíamos en alguna bronca,
él la buscaba por otro lado. Se acostaba destrozado todas las noches en aquel saco de patatas que teníamos por cama y a la mañana siguiente estaba como nuevo.

—Y los de la cara, ¿cómo se los hizo? Parecen diferentes, más precisos. —Nym se acercó a la cara de Alerigan mirándolo de forma minuciosa. Anders pensaba en cómo reaccionaría su hermano si se despertara en ese momento.

—Pues no lo sé, los tiene desde que lo conozco. Supongo que habrá sido alguna de esas broncas cuando era menos habilidoso —mintió Anders. Él sabía que esas cicatrices tenían otro significado, algo más importante y doloroso para el chico.

—Y el brazo, ¿también es de antes de que lo conocieras? —Nym estaba intentando descubrir más cosas sobre ellos.

—No, eso ocurrió cuando nos convertimos en Hijos de Dahyn. —Estas palabras hicieron daño a la joven, y Anders se dio cuenta—. Oye, Nym, sé que ha sido duro para ti descubrir quiénes somos, pero debes saber algo antes de juzgarnos...

—No importa, Anders, no tienes por qué explicármelo —soltó ella sin dejarle terminar la frase. —No, sí que tengo que explicártelo, no quiero que tengas una opinión equivocada de nosotros.

Nos metimos en esa organización porque nos prometieron un techo bajo el que dormir, una cama y comida, algo que no habíamos tenido en toda nuestra vida.

A la lia'harel le sorprendió aquella explicación. Ahora podía justificarlo un poco, pero aun así ellos seguían perteneciendo a ese grupo de indeseables.
—Lo entiendo, Anders. Pero ¿por qué no lo dejasteis cuando visteis lo que hacían?
—Porque no teníamos nada más, Nym, ni familia ni un lugar al que ir. Allí crecimos, hicimos amigos y nos sentimos en casa por un tiempo. Alerigan siempre soñó con la gloria y en aquel lugar se respiraba en cada esquina, y yo era feliz rodeado de mis libros, hasta que eso se hizo insuficiente, y en ese momento apareciste tú.

—¿Yo?

—Sí, yo creía que cuando despertaras podría preguntarte todo sobre tu gente, que era lo más que deseaba en el mundo, pero todo nos salió al revés.

—Si algún día recupero mi memoria, ¡me encantará poder contarte todo sobre nosotros! — dijo Nym muy alegre.

Anders solo podía pensar en lo difícil que iba a ser la despedida: decir adiós a Nym y a todas esas personas con las que tanto había disfrutado. Pero el tiempo se agotaba y la partida estaba cada vez más próxima.

Ella se levantó y se dirigió hacia la salida, dejando a los dos hermanos juntos. Tenían que prepararse para la marcha.

Cuando se encontraba en la entrada, miró hacia el camastro en el que se encontraba Alerigan. Allí, bañado por la luz del sol, se veía todo el sufrimiento de su vida. Demasiado para cualquier ser... incluso para un Hijo de Dahyn.

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