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Capítulo 11


Cuando los compañeros dejaron atrás la Colmena, lo hicieron en silencio. Ninguno estaba del todo seguro de que hubieran hecho lo correcto, estaba claro que Nym no podía continuar durmiendo más tiempo porque, como dijo Soleys, acabaría muriendo, pero pensaban que tal vez hubiera otra forma de ayudarla. Sentían que la estaban abandonando a su suerte en un lugar que rezumaba inquietud por todas partes.

—Creo que lo mejor es que continuemos el viaje y hagamos un descanso más adelante, no quiero quedarme ni un momento más cerca de esta montaña —sugirió Soleys subiéndose al carro, no sin antes acariciar a Canela, que había permanecido en la misma posición durante su estancia dentro de la montaña.

—De acuerdo. —Anders subió también a la Bestia Indomable, antes de que Soleys diera una sacudida a las riendas.

El fanghor se percató enseguida del estado de ánimo de su jinete, que no dijo ni una palabra y continuó caminando solo, arrastrando la arena con los pies y cabizbajo. Se colocó a su lado, manteniendo la distancia, y lo acompañó en su marcha por el desierto.

—Esto le ha afectado de verdad, Anders. Nunca le había visto mostrar ningún sentimiento y míralo ahora: está destrozado. —Soleys miraba a aquel vagabundo del desierto que parecía cubierto por un aura de oscuridad.

—Me parece que sin quererlo ha creado un vínculo con Nym, o Lyriniah, según nos ha dicho. Cuando la encontramos atrapada en el árbol, algo le empujó a tocar la prisión. Nunca supo
explicarme qué fue esa fuerza que le hizo hacerlo, pero desde entonces ha ido creciendo algo entre ellos.

—¿Crees que Nym recordará a sus salvadores cuando despierte? —preguntó Soleys.

—Lo dudo mucho, en ningún momento llegó a abrir los ojos y a mirarnos. —Anders suspiró—

. Solo espero que cuiden de ella mejor de lo que lo hicimos nosotros.

—Intentasteis todo lo que estuvo en vuestras manos. No te culpes, hiciste todo lo que pudiste por ella.

—Al principio pensaba que hacía esto por conseguir información sobre su gente, pero ahora veo que en el fondo yo también sentí algo por ella. Parecía tan vulnerable que te empujaba a querer protegerla, a pesar de... —Dejó la frase a medias con la esperanza de que su compañera no se hubiera percatado.

—¿A pesar de qué? ¿Qué me estás ocultando? —Soleys lo miró, escrutadora.

—Es que Koreg, el Espíritu de la Tierra, me advirtió de Nym. Me dijo que era peligrosa y que debíamos alejarnos de ella cuanto antes. En ese momento no le di importancia —se encogió de hombros—, pero cuando el oráculo nos dijo que la dejáramos allí, las palabras de Koreg fueron una de las cosas que me impulsaron a tomar la decisión.

—¿Pero no te dio una razón de por qué era tan peligrosa? ¿No te explicó nada?

—No, simplemente dijo que no podría protegernos de ella, que su magia era insuficiente o algo así. Pensar que un ser tan poderoso pueda temer a una muchacha... no sé qué pensar.

—Qué extraño. Yo tuve una sensación muy rara cuando conocí a Nym. Sentí algo distinto en ella. No sé cómo explicarlo, pero percibí una fuerza descomunal en su interior, una magia de otro mundo.
—Quizá hicimos lo correcto dejándola con el oráculo, ella sabrá qué hacer con ella —dijo Anders, tranquilizándose a sí mismo, o al menos intentándolo.

—¿Qué opinas del lugar que acabamos de visitar?

—Creo que solo podría definirlo con una palabra: terrorífico. Nunca había sentido tanto miedo como cuando nos dividimos en aquellos túneles. Me sentí vulnerable y, aunque me de vergüenza reconocerlo, por un momento consiguieron hacerme flaquear.

—Y la Prístina'dea, ¿qué te pareció? —Soleys hablaba despacio, buscando las palabras adecuadas para no levantar sospechas.

—No sé qué es exactamente. Creo que ni siquiera es humana, pero había algo en ella que no me gustó nada... ¡Por cierto! —Anders sacó su libro y comenzó a anotar con tanta rapidez que el rasgueo de la punta del carboncillo contra el papel sonaba como las zarpas de un gato juguetón.

—¿Qué escribes con tanta prisa?

—La supuesta profecía que nos reveló esa mujer. Por suerte contamos con mi maravillosa memoria y recuerdo cada palabra que dijo. Soy un genio, ¿verdad? —dijo él mirándola con una sonrisa enorme.

—Sí, sí que lo eres. Yo ya ni recuerdo la última frase que nos dijo.

Soleys sonrió con dulzura. Sabía que el chico había cambiado de tema a conciencia, evitando hablar de lo que a ella la entristecía. Era una buena persona, a pesar de su curiosidad respetaba que ella no estuviera preparada para hablar todavía.

—Algún día te contaré de dónde provengo, Anders.
—Y yo esperaré.
La sonrisa más sincera se dibujó en el rostro de ambos como si uno fuera un reflejo del otro. Soleys instigó más a su caballo con las riendas y continuaron el camino seguidos de Alerigan y Canela desde la distancia.

Glerath reunió a los hermanos en la sala común para hablar de los sucesos de la Montaña Nubia. Había decidido contar todo lo ocurrido, no merecía la pena ocultar información si ya había cundido el pánico. No sabía con exactitud a qué se enfrentaban, pero debían estar preparados ante cualquier cosa que se avecinara.

Cuando ya estaban todos en la sala, apareció Tiedric en último lugar y, mientras avanzaba hacia su posición al lado del maestro, las miradas de sus hermanos perturbaron su mente. Tanto él como sus compañeros de viaje habían vivido la misma situación, pero el único que recibía el desprecio y el rencor del resto era él. De algún modo lo consideraban responsable de la pérdida de sus hermanos caídos, y no estaban del todo equivocados.

—Hijos, hoy estamos aquí para llorar la muerte de nuestros hermanos. Sé que os habéis sentido ignorados y que os hemos estado ocultando información, pero era necesario analizar la situación al completo antes de tomar una decisión. —Glerath hizo una breve pausa y luego prosiguió—: Grael acudió a la Montaña Nubia por una orden mía, en busca de nuestros compañeros perdidos Anders y Alerigan. Por desgracia, lo único que halló en aquella montaña fue su propia perdición.

—¿Qué fue lo que sucedió, maestro? —dijo uno de los hermanos situado en primera fila—. Hemos oído rumores de todo tipo, pero no entendemos nada.

—Al parecer fueron atacados por un Catalizador y fueron incapaces de contenerlo, lo que les llevó a la muerte. —El líder del gremio tenía la voz apagada por el cansancio que arrastraba tras varios días sin dormir.

Un cuchicheo recorrió la sala, los hermanos estaban impresionados ante la muerte de varios de sus compañeros a mano de uno solo de esos seres. El maestro espero a que los murmullos se calmaran para continuar hablando.

—Sé que habéis estado hablando de guerra, pero esto no es nada seguro. Solo hemos sufrido un ataque. También hemos investigado diversos movimientos en los últimos meses, pero no tenemos claro lo que está pasando.

—¿Y qué vamos a hacer ahora? La muerte de nuestros hermanos no puede quedar impune — dijo otro miembro del gremio, que fue apoyado por aclamaciones de: «¡A las armas!».

Era lógica su reacción, Glerath era el primero que deseaba venganza por la muerte de unos muchachos inocentes, pero una decisión precipitada por su parte acabaría con más gente inocente muerta. Lo sabía, y sabía que Vryëll solía trabajar solo, aunque esta no era su forma de actuar.

—No podemos avanzar en falso. Ahora lo importante es rendir culto y homenaje a nuestros amigos caídos. Luego decidiremos con cautela qué pasos dar.

—Pero... ¿y Tiedric? ¿Cómo es posible que siga con vida después de lo que pasó? —Tras estas palabras, todos los hermanos se volvieron a unir en un cúmulo de voces ininteligibles.

—¡Silencio! —gritó el maestro, poniéndose en pie—. Si Tiedric no hubiera podido llegar hasta aquí, no sabríamos a qué nos enfrentamos. Tomó una decisión sabia en un momento en el que otros habríamos errado.

Tiedric bajó la mirada, ahí estaba de nuevo la comprensión que se le hacía tan dolorosa. «Otros habríamos errado...», repitió para sí mismo. «Se incluye con los demás. Él habría hecho lo mismo que Alerigan.»

—Cierto, mi señor, yo habría errado, porque me habría lanzado con toda la furia que hubiese podido a asesinar a ese monstruo que acabó con la vida de uno de mis mejores amigos —dijo el mismo que había hablado con anterioridad, mirando al líder de los Iniciados con repulsión.

—Basta, Hijos de Dahyn. Debemos centrarnos en organizar una despedida digna para nuestros héroes.

Esa misma noche, todos los hermanos se reunieron en el Mausoleo de Dahyn y rezaron una oración conjunta al Padre, que resonó en la oscuridad durante el resto de las horas de penumbra.


Adiós, hermano,

que el Padre te acoja en su seno,

pues luchaste en su nombre, hasta perder el aliento.

Aquí en nuestro templo, tu memoria será eterna,

tus hermanos nunca olvidarán tu valor y honor,

pues hasta el fin de tus días, cumpliste tu juramento.

Cuida de él, Padre, pues nunca se rindió.

Cuida de él, Padre, pues nunca te deshonró.

Cuida de él, Padre, mientras en esta tierra enaltecemos su nombre.

Esa noche fue la más triste y silenciosa hasta el momento. Alerigan se sentó a comer a la luz del fuego, pero no dijo una sola palabra. Canela no se había separado de él ni un solo instante, permanecía a su lado como una forma de darle apoyo y fuerza. Anders era incapaz de resolver la situación, conocía a su hermano desde la niñez, pero nunca lo había visto en ese estado. A pesar de todo lo que había luchado por alejarse de Nym, por no encariñarse, de forma inconsciente lo había hecho, y era ahora cuando se daba cuenta de todo.

Soleys se encontraba también entre la espada y la pared. Quería hablar porque creía que esa era la mejor forma de solucionar el problema, pero también sabía cómo de frío era ese muchacho y que no estaría dispuesto a hablar de todo lo sucedido.
De repente, Alerigan se levantó, cogió su petate y empezó a guardar cosas en él.
—¿Adónde vas, Alerigan? —preguntó Soleys.

—Voy a ir a buscarla.

—¿De qué estás hablando, hermano? —Anders se levantó y trató de detenerlo, pero este le dedicó una mirada de determinación que lo hizo detenerse.

—¿Viste lo que nos hicieron a nosotros? Esa gente no está bien de la cabeza y está claro que no van a cuidar de Nym. He intentado creérmelo, pero no puedo dejarla allí.

—Pero Alerigan, ese lugar es una fortaleza. Nunca conseguiremos entrar por la fuerza y ten por seguro que no nos volverán a abrir las puertas. —Soleys sabía de lo que hablaba, por desgracia conocía la forma de actuar de esas gentes.

—No me importa, me arriesgaré. No pienso cargar con este sentimiento de culpa el resto de mi vida. Si no queréis acompañarme lo entenderé, pero no intentéis detenerme.

Los dos chicos se quedaron uno enfrente del otro sin nada que decir.
—¿Tienes algún plan? —preguntó el joven bardo mientras cargaba su propio petate.
—No es necesario que vengas, Anders. No quiero ponerte en peligro de nuevo.

—Sí es necesario. Recuerdas que decidimos luchar juntos hasta el final, ¿verdad? —dijo este, riendo y dándole un golpe a su hermano en el hombro.

—Sí, lo recuerdo, pero esto va a ser duro. No tengo ningún plan, solo pensaba ir hasta allí y aporrear la puerta hasta tirarla abajo. Ya sabes cómo es mi estilo —reconoció Alerigan con vergüenza.

—No importa, todo el mundo sabe que el cerebro de este equipo siempre he sido yo. Tú... eres el escudo humano.

Soleys se quedó mirándolos, mientras hacían bromas y se reían el uno del otro con total naturalidad. Sin duda no sabían dónde se estaban metiendo, pero había algo en aquellos dos chicos que la empujaba a cometer las mayores locuras sin pensárselo dos veces.

—¡Qué demonios! ¡Yo también me apunto! —dijo ella levantándose de golpe.

Juntos se dirigieron de nuevo hacia el lugar del que habían huido, pero empujados por una fuerza mayor. Esta vez recorrían el camino a más velocidad que durante la vuelta, Alerigan y Canela cabalgan sin descanso a través del desierto, mientras Anders y Soleys los seguían de cerca con la Bestia Indomable. El ánimo hacía que ni siquiera el calor del desierto los detuviera, ahora todos eran conscientes de que había sido un error, de que debían recuperar a su amiga.

Mientras avanzaban con toda la velocidad de la que disponían, a lo lejos oyeron un estruendo proveniente de las Montañas del Este, como un gran choque entre dos golems de la arena.

—¿Qué demonios ha sido eso? —Anders miraba en dirección a las montañas buscando indicios de algo, poniéndose en pie sobre el carro.

—No lo sé. Sonaba como si viniera de la Colmena —dijo Soleys. Alerigan se había detenido en seco a lomos de Canela, y retrocedió hasta llegar junto a ellos—. ¿Has visto algo?

Alerigan sacudió la cabeza.

—No, no tengo ni idea de qué ha sido eso, pero ha hecho temblar la tierra. Canela y yo lo hemos notado.

El animal se mostraba bastante inquieto, casi asustado. Sus ojos color tierra iban de un lado para otro y el pelo de su nuca, al que el jinete se mantenía aferrado, estaba erizado por completo.

Entonces, a lo lejos vieron cómo una explosión gigantesca hacía volar por los aires parte de las Montañas del Este. El resto de montaña que quedó en pie se derrumbó con un fuerte estrépito, haciendo desaparecer del todo la cadena de montañas y, por lo tanto, la Colmena que se hallaba en su interior. Tras la explosión, unas llamas gigantescas resurgieron alrededor de los cimientos, haciendo formas fantasmales en el aire de color violáceo.

—No... no puede ser —murmuró Soleys.

«La Colmena ya no existe», se dijo la Circulante. Se suponía que debía estar feliz, pero... había algo que no entendía. ¿Qué demonios estaba pasando?

Los chicos de la primavera se quedaron petrificados ante semejante espectáculo de color y destrucción. Alerigan desmontó del animal para caer arrodillado en el suelo, mirando en dirección hacia lo que quedaba de las montañas.

—Demasiado tarde... He-hemos llegado demasiado tarde —repetía Anders, tanto para él como para el resto del grupo.

—Por la Madre. ¿Cómo ha ocurrido esto? —dijo Soleys, aterrorizada.
—Ya no existe, la hemos perdido porque no hemos llegado a tiempo. —El bardo trataba de contener las lágrimas y de asimilar lo que estaba viendo, todavía en pie sobre la Bestia Indomable.

Alerigan continuaba en el suelo, con los nudillos blancos de la fuerza que estaba haciendo al apretar los puños. No podía creer que Lyriniah hubiera muerto por su culpa, no tenía que haberla dejado sola en ese horrible lugar. La «Luz de Manantial» se había apagado para siempre. «¿O tal vez no?», pensó.

—Puede que aún esté viva.

—Eso es imposible, Alerigan —dijo Soleys—. Mira la destrucción que tenemos delante. Nadie puede sobrevivir a eso. —No quería darle falsas esperanzas. Por muy cruel que sonara, era imposible que Nym continuara con vida.

—No me rendiré hasta que no lo vea con mis propios ojos.

—Alerigan tiene razón —afirmó Anders—, yo tampoco me lo creeré hasta que no lo compruebe por mí mismo. Vamos a continuar, puede que haya supervivientes que necesiten ayuda.

El jinete volvió a subirse sobre Canela de un salto y continuaron el viaje hasta el lugar de la catástrofe.

—Anders, no deberíamos ir. Seguramente lo que veamos no sea agradable para ninguno.
—Lo sé, Soleys. Pero a pesar de que no haya supervivientes, debemos averiguar lo que ha

pasado.

—De acuerdo, si tan seguro estás sigamos adelante —dijo ella, mientras la Bestia Indomable retomaba el camino.
Cuando llegaron a las ruinas, el aire estaba cargado de polvo debido al impacto de las rocas contra el suelo arenoso. Los compañeros se bajaron de sus monturas y comenzaron a buscar indicios de supervivientes en la zona. Se separaron para poder cubrir mayor territorio a la vez.

Anders avanzaba observando los escombros con mucha minuciosidad. La visión era horripilante, ante sus ojos se mostraban miles de cadáveres destrozados por los impactos de las rocas, las piedras se habían vuelto rojizas por la cantidad de sangre que había sido derramada. Era una visión cargada de dolor. Una cultura había muerto, había desaparecido por completo en un terrible accidente de la naturaleza. De pronto, Anders oyó una tos débil e interrumpida por una respiración dificultosa.

—¡Venid aquí! —gritó—. ¡Hay un superviviente!

Los demás corrieron en la dirección de donde provenía la voz de Anders. Era cierto que había un superviviente, pero no por mucho tiempo.

Era una de las sacerdotisas que habían visto pasear por el templo, que con tanta indiferencia habían pasado a su lado. Es ese momento la mitad inferior de su cuerpo se encontraba completamente aplastada por una roca, los huesos de sus piernas estaban fracturados y asomaban a través de la fina piel de la muchacha. Cuando los vio acercarse, sus ojos se anegaron de lágrimas.

—¿Sois los Espíritus de la Madre que venís a llevarme con vosotros? —Su voz sonaba rasgada y ahogada en sangre.

—¡Dios mío, Soleys! ¿Puedes hacer algo por ella? —Anders no podía creer que tuvieran que ver a la pobre muchacha morir en aquel estado de sufrimiento.

—No, Anders. Es imposible salvarla, está demasiado grave. —La miró durante un momento, ella seguía llorando—. Dejadme esto a mí, chicos. —Se sentó a su lado, donde pudiera verla y
oírla bien—. Sí, mi amada hija, soy un Espíritu de la Madre que ha venido a llevarte para que te unas a la energía de la tierra y acabe tu dolor. Pero antes debes decirme qué ha ocurrido en este lugar.

—No... no lo sé... ella hizo... una luz que... todo se oscureció... —La sacerdotisa volvió a toser con un sonido burbujeante y su respiración se detuvo.

—Ya pasó todo, tu dolor ha terminado. Ahora vuelve a la tierra, hiec ashaltar munen. —Con esa especie de oración, Soleys le cerró los ojos y le colocó las manos sobre el corazón.

Con el rezo los tres se quedaron en silencio, con los ojos cerrados, tratando de decir unas palabras en su interior por las personas caídas. Alerigan recordó el discurso de los Hijos de Dahyn cuando uno de sus hermanos caía. Sin embargo, Anders no pudo evitar pensar en lo que dirían los Circulantes cuando perdían a uno de los suyos. Se lo preguntaría a Kindu a la vuelta.

El silencio se vio interrumpido por el movimiento de unas rocas a lo lejos. Todos reaccionaron a la defensiva, Alerigan extrajo su espada de la vaina y se dirigió despacio hacia las piedras que se movían. Había algo bajo ellas que intentaba salir a la superficie, pero no podían estar tranquilos, todavía había una amenaza, aquello que había provocado la explosión podía estar aún en el lugar.

Entonces, de entre las rocas surgió la figura de una mujer con los ropajes despedazados, por todo el cuerpo le colgaban girones de tela desgarrados. Su piel estaba manchada, pero a través de ella se veían los caminos iluminados de su piel, que ahora desprendían una luz rojiza a través de la sangre. A pesar del dolor que debía de estar sufriendo, se irguió y consiguió mantenerse en pie.
Nadie supo cómo reaccionar ante la visión de aquel ser: era Nym.
También tenía el rostro manchado de sangre, pero aun así en lo único en que pudieron fijarse fue en unos enormes ojos ambarinos que recorrieron el lugar, mirando a todos y cada uno de los presentes hasta que se encontraron con Alerigan, y aquellos ojos se quedaron clavados en él.
Y allí oyeron su voz por primera vez.
—Has vuelto a por mí...

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