Capítulo 47
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CAPÍTULO 47
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El abatimiento casi pudo habérsela tragado viva.
—Ahora cuéntame, ¿qué planeabas hacer? Y no me mientas, porque tu decisiva mirada no puede pasar por desapercibida ante mí.
—Ir a por el último medallón. Pero primero, debo encontrar mi cuerpo. —Acabé de tomar la decisión final al plan que había estructurado momentos atrás. No podía sentarme a esperar con calma después de lo ocurrido con Ashton.
—No podrás evitar convertirte en otra pieza de la colección de estatuas, a menos que portes uno de los medallones, lo que no es buena idea, ¿sabes?
—No lo haré, no me llevaré ningún artilugio que vayan a echar de menos. —Intenté moverme, pero ella se antepuso a mi paso.
—Entonces...
—Mikkel —resoplé con irritación—. Necesito una de esas tajas de fruta seca que guarda en el bolsillo de su pantalón. Ahora, ¿puedo pasar?, o tendré que cruzar con todo y tu cuerpo transformándose en una horrible patata carbonizada.
—¡Ah!, ya entiendo a dónde te diriges. —Iba a cederme el paso, y un segundo después volvió a bloquearme el camino—. ¿No sería más fácil acorralar al mono?
—¿Te estás escuchando? Es una alarma que se enciende contra todo.
—Claro —aseveró, dilatando su respuesta—. Me dejarás ayudarte, ¿cierto?
—Esto no es un juego.
—Lo sé perfectamente.
—Entonces, déjame pasar.
—Lo haré. Solo si prometes que me dejarás ayudarte.
Observé el par de aceitunas que tenía por ojos. No se iba a mover, y mi consciencia tampoco iba a permitir que me arrojara sobre ella.
—Bien. —Me di por vencida—. Adelante.
—¿Promesa?
—Sí, sí. Lo que sea.
—Después de ti. —Hizo un ademán para que entrara primero.
Sin rechistar y rodando los ojos fuera de su alcance, por fin lo conseguí.
El escenario, dentro de la estrella blanca, se desplegaba como un balcón antiguo, cubierto por un techo diáfano que dejaba entrever la majestuosidad del cielo nocturno. Desde allí, se contemplaba un antiguo pueblo que evocaba recuerdos de las serenas calles de Port Fallen. Las casas, estrechamente alineadas, formaban un laberinto urbano de encanto único. Una brisa fresca acariciaba mi piel, mientras el firmamento nocturno se desplegaba sobre nosotros, adornado con un vasto tapiz de estrellas titilantes, cada una como una joya celestial en el infinito lienzo del universo.
La única puerta a nuestras espaldas, a través de la cual se accedía a la modesta vivienda campesina que coronaba el balcón, estaba marcada por hollín, testigo del paso del tiempo y de las historias que habría albergado. Las dos ventanas a cada lado parecían aguardar el momento de estallar, vibrando en el umbral ante el más mínimo movimiento o ráfaga de viento.
—Ahí está. —Runa señaló mi cuerpo desplomado en el suelo, bajo una de las ventanas.
Ese par de ancianos descuidados. Debí esperarlo.
Desplacé la vista con mayor precisión y en busca de Mango, pero no lo encontré.
Desde la pared surgía un barandal en forma de C, y justo en la mitad, los dos veteranos ocupaban el espacio.
Me acerqué un poco más. El magnífico lugar se encontraba sobre la cima de un cerro.
Junto a la casa y a orillas de la cumbre, se situaba un enorme árbol que ocultaba gran parte del horizonte rural. La noche fría y oscura contagiaba su serenidad, y la débil iluminación de las farolas en las calles alumbraba con pobreza un columpio apenas visible que colgaba de un brazo del árbol.
Me pregunté qué tipo de escena se podría llevar a cabo en un lugar así.
—¿Estará bien? —Reidar preguntó con preocupación, mirando mi cuerpo físico.
Mikkel, junto a él, parecía aún más enfadado de lo normal. Esperaba que ninguno tuviera un encendedor, pues Runa se metería en aprietos y yo no podría hacer nada al respecto.
La pesadez en el ambiente tampoco podía pasar por desapercibida. Parecían encontrarse en la parte más aguda de algún tipo de conversación sobre mí.
Y exactamente, ¿cuál era el punto de preocuparse por mi persona, si en primer lugar, me habían dejado tirada como un costal de patatas?
—¿Qué harás? —me preguntó ella.
¿Volver a mi cuerpo en un momento así? Ni estando loca. El plan se echaría a perder.
—Por si no lo percibes, esos dos están a punto de jalarse los pelos. No regresaré en medio de su pelea.
—Solo está durmiendo —rezongó Mikkel—. Estará bien.
—Qué ironía. Resulta que el viejo escupe fuego se hizo de hielo.
No comprendía el tema de conversación, pero era un hecho que el dueño del mono siempre fue un huraño, a pesar de haberse mostrado colaborativo en más de una ocasión.
—Habla por ti mismo —suspiró el anciano.
—¿Seguimos con Ellinor? Yo también la perdí. No me he recuperado de ello y dudo que lo haga. Pero tampoco justifica que esté maldiciendo y viviendo en un infierno todo el tiempo. No hay un solo momento en el que no recuerde la noche en que la perdí. Podría haberla escuchado y evitado que saliéramos a escena. Preferiría haber tomado su lugar antes que verla morir
Reidar tragó saliva como si más bien estuviera a punto de vomitar.
—Solía amar esa sensación de cosquilleo en el estómago cada vez que soltaba el trapecio, pero después del infortunio, terminé despreciando mi pasión. Constantemente siento que me desplomo hacia el vacío, cayendo más profundo y cerca del suelo cada vez, y eso es aterrador. ¿Alguna vez has sentido el corazón latir en los labios al despertar? No he tenido una sola noche de paz. Temo soñar y revivir su último suspiro, a escuchar el sonido de su frágil cuerpo al impactar el suelo, a despertarme o encender las luces y verla ahí, mientras la vida se escapa de sus ojos, y yo no puedo hacer nada... Me aterroriza que esté enfadada porque no fui capaz de protegerla. Fue precisamente ese temor el que me mantuvo cautivo en el ferrocarril durante tantos años; el miedo a que algo así volviera a repetirse con alguien a quien amo. Aunque ya es bastante tarde, al menos he salido. Pero tú, sigues atrapado en él.
—Si insinúas que lo superaste, ¿por qué estás aquí? ¿Por qué motivo involucrarte de nuevo con Stjerne Circus, el nido en donde se desentrañaron tus peores miedos?
—No te equivoques, no lo he dominado. No me considero una persona fuerte. Sé que no existe forma de superar el miedo, pero uno aprende a vivir con él. Y cuando encuentras una buena razón, todo se vuelve más sencillo. Lo sigo intentando.
—Y tú tienes... ¿Qué motivo? —El dueño del mono le arrojó una mirada llena de cólera.
El rostro de Reidar se volvió pálido de repente.
—Ellinor y yo tuvimos una hija.
Mikkel avanzó sobre los viejos tablones, y estaba segura de que el balcón se sacudió. No solo las ventanas peligraban, sino también Reidar, porque parecía que iba a golpearlo con sus manos de pronto en forma de piedras.
—¡Una hija! —exclamó, pero a tiempo se detuvo para razonar por un breve instante—. Debí suponerlo por el gran parecido.
—Él tampoco estaba al tanto de ustedes. —Junto a mí, Runa susurró entre dientes.
—La amaba. —Todo este tiempo, Reidar mantuvo la cabeza en lo alto.
—¡A otro mono con ese cuento! —Mikkel agitó el brazo en el aire, un gesto que reprobaba por completo su confesión.
—Sé que te sientes casi tan mal como yo, o peor. Pero por esta vez, con ella... —Observó mi cuerpo con mayor detenimiento—. Me niego a perderla también. Y aunque no quieras verlo, tiene los genes de Ellinor. No lo digo tan solo por su parecido físico. Simplemente es... Es familia. Todos en el circo lo somos.
—Sí, y mira hasta dónde nos llevó esa maldita palabra.
La razón por la que el padre de Ashton mostraba ciega confianza hacia Reidar, acababa de levantar el brazo como un niño emocionado por saber la respuesta a tan difícil pregunta. Se me encogió el corazón.
Tras meditarlo mejor, si Reidar hubiera buscado a mamá, el peligro se habría cernido sobre mi familia años atrás. Pudo haber pensado en mi madre todo el tiempo, pero buscarla no contaba como una solución. Eso era en lo que su expresión me hizo imaginar.
—Mira. —Runa señaló a Mango. El mono apareció por una hendidura del techo, rápidamente descendió por una columna y se desplazó sobre el barandal—. Los animales tienen un sexto sentido que resulta ser muy inoportuno. Nos van a descubrir si no hacemos algo de prisa.
Mango podría arrojarnos un grito de guerra. De ser el caso, tendríamos que salir huyendo del sitio y todo mi plan se iría a la basura.
—Encárgate del mono. Yo, por otro lado... Espera. Tú estás muerta — observé.
—Ah, que linda, gracias.
—¿Hay algo que los fantasmas puedan hacer?
—¿De qué hablas? —Me miró con resentimiento.
—Sonará tonto, pero en las películas...
—¡Esto no es la vida real, Zara!
Comencé mal.
—Ashton mencionó que podían hacer ciertas cosas sin necesidad de recurrir a la magia del circo. Como volar, algo que solo los fantasmas pueden hacer. En casa, desbloqueó algunas puertas y también tiene la capacidad de aparecer y desaparecer a su antojo. ¿Por qué no intentas? Quizás puedas mover algo pequeño.
—¿Enloqueciste?
—Hablo en serio. —Mi expresión la tranquilizó un poco.
—Nunca lo intenté — suspiró.
—Ya que es un objeto insignificante, no tendrás que esforzarte demasiado. Tampoco necesitarás de ningún estímulo del medallón de la carpa lacrada. Así nos evitarías la no tan agradable experiencia de tener que meter la mano en sus pantalones.
—No es un objeto que resalte a la vista. No puedo verlo ni saber cómo luce, o en cuál de los dos bolsillos...
—El derecho —intervine—. Observa el bulto.
Mango regresó la mirada en nuestra dirección, como si hubiera sido capaz de escucharnos hablar.
Le hice un gesto a Runa para que se apresurara de una vez por todas. Ella cerró los ojos.
—Creo que no es así como funciona. —Apreté los labios cuando silenció con un gesto y, mordiéndome la lengua, me fijé en sus ojos revoloteando bajo sus párpados. Al cabo de un largo minuto, frunció el ceño y susurró:
—Creo que lo tengo. —Abrió los ojos y se le dilataron las pupilas—. ¡Ups!
Cuando dejé de mirarla, Mikkel se encontraba de cabeza, como una piñata colgando del techo. Su gran cuerpo se sacudió. Varios objetos resbalaron de sus bolsillos y cayeron al suelo. A su vez, Reidar soltó un improperio y retrocedió asustado.
—Bájalo. ¡Bájalo ya! —Mikkel descendió velozmente—. ¡Le romperás el cuello!
Se detuvo en seco poco antes de que su cabeza impactara los tablones y contuve el aliento, como si un ligero soplo pudiera ser capaz de arrojarlo fuera del balcón.
El anciano llegó al suelo con escrupulosa lentitud. Al pegar su espalda contra el piso, su gran estómago se contrajo de inmediato, apenas podía respirar por la impresión.
—Eso... Fue inesperado —soltó Runa con alivio.
—Díselo a él. —No le pedí que levantara al sujeto, tan solo que sacara algo en particular de su bolsillo.
—Hubiera resultado peor si le quitaba los pantalones.
Suspiré y me estremecí ante el bosquejo que desfilaba en mi cabeza con calzoncillos de corazones.
—Apresurémonos, ¿quieres?
Mango se arrojó sobre la pequeña bolsa de papel con el delicioso contenido que compartía su nombre. Por otro lado, Reidar continuó mirando con el rabillo del ojo a Mikkel, como si se tratara del mismísimo anticristo. Todavía no era capaz de procesar lo que ante sus ojos había lucido igual que una escena paranormal.
—El sombrero —señalé. Debíamos actuar antes de que el mono terminara de engullir la fruta, y de que los veteranos unieran las piezas.
Runa, flotando sobre el titi, estiró una mano en su dirección. Sin tocarlo, consiguió separar el sombrero de la pequeña cabeza, pero un elástico apenas visible entre su pelaje impidió que extrajera el accesorio rojo, por lo que terminó llamando la atención de Mango. El mono, mientras se tragaba la fruta, levantó la mirada y gruñó.
Runa soltó el sombrero a causa del susto, el mono recibió el golpe del objeto en plena cara, y echó a correr como alma que lleva el diablo, emitiendo un chillido de ambulancia.
—Mierda —exhaló Runa, pegada al techo—. Dime que está bien y que no le saqué la cabeza con el elástico del sombrero.
Mortificada, intentó acercarse a Mango. El pobre pequeño sacudía la cabeza mientras sollozaba de dolor, apretando el sombrerito rojo contra su pecho. El elástico de su amado accesorio se había roto.
Me acerqué para comprobar su estado, pero otro movimiento me frenó.
El zapato de Monopolio rodaba, aproximándose al borde del balcón.
—¡Runa! —anuncié.
Ella se percató de lo que sucedía, y de algún modo se las ingenió para treparse sobre el pasamanos. Colgó de las piernas cuando, más bien, poseía la habilidad para volar.
—¡Lo tengo! —dijo sin aire.
Se levantó haciendo un abdominal, y por un momento permaneció sentada en el pasamanos, como si recapacitara sobre lo que había hecho.
—Puedes volar, entonces, ¿por qué tanto miedo de caer del balcón? —pregunté.
—La estrella no es tan amplia como aparenta. —Introdujo el zapato de juguete en el bolsillo de la sudadera de mi cuerpo inconsciente—. Tiene sus límites. No es como si encerrara todo un mundo en su interior. Claro que unas son más grandes que otras. También pueden expandirse, pero depende de la cantidad de magia que uses para ello. En los escenarios se acostumbra a no excederse del set principal, o, en este caso, del balcón. No quiero imaginar lo que podría suceder si alguien sobrepasa tales límites, y tampoco me resultó sustancial preguntar.
Mikkel, un tanto confuso, pero ya en mejor estado, se sentó. Por lo menos ya no lucía enfadado.
—Creo que es tiempo de que vuelvas a tu cuerpo.
Solo había salido una vez y regresado a él a través del espejo. Pero el objeto ya no se encontraba disponible.
—Se está levantando —me apresuró.
—Estoy pensando.
Mis ojos recayeron en el par de ventanas del balcón. Dallas había hecho uso de un reflejo del parquet del gimnasio para invadir mi mente, así que no era necesario usar un determinado espejo, solo algo en lo que pudiera verme reflejada, y entonces saldría de mi cuerpo.
No obstante, ¿cómo regresar? La última vez bastó con acercarme al espejo y pronto empecé a sufrir parálisis. Pero en este momento, aunque estuviera tan cerca, me contemplara en las ventanas y deseara volver, nada ocurría.
—Se te fundirá el cerebro —indicó Runa.
Hice una mueca y me incliné junto a mi cuerpo, recordando lo que pasó la última vez que introduje la mano.
—Creo que lo tengo.
Sin más preámbulos, tomé impulso y me lancé hacia mi cuerpo con la determinación de un clavadista lanzándose al agua. Temí estrellarme contra el suelo, y por fortuna, eso no ocurrió. Mi cuerpo me envolvió con una fuerza doble de lo que solía al entrar o salir de una estrella. Experimenté un fuerte sacudón y luego, nada. Me vi incapaz de moverme, mientras el aire comenzaba a escasear. Me sentí como una estatua, sepultada bajo una montaña de tierra.
Permanecí totalmente paralizada, con cada músculo petrificado. Y tras escuchar un grito ahogado, quise ser capaz de abrir los ojos para ver cuál era el motivo del pánico. El suelo tembló a causa de lo que parecían ser las pisadas de un gigante. Posteriormente, escuché el ruido que emitió el cristal al romperse sobre mí.
Aunque intenté con todas mis fuerzas moverme, mi cuerpo se negaba a responder a cualquier estímulo.
Se esforzaba por expulsarme, pero descubrí que desde el interior podía aferrarme a él. Era como sumergirse en una gelatina blanda y convulsa, irradiando calor. Me esforcé por introducirme en ella, buscando a ciegas su centro. Algo me guiaba hacia el lugar exacto, donde emanaba un calor reconfortante que no inspiraba miedo, sino que me envolvía como una madre abrazando a su hijo.
Al abrir los ojos, me encontré con Mikkel, cuyas inhalaciones pausadas intentaban recuperar el aliento que había perdido. Se inclinaba sobre mí, de rodillas al suelo, con las manos apoyadas en la pared.
Pequeños fragmentos de vidrio aún danzaban en el piso, mientras su imponente figura se agitaba y más de ellos caían de su espalda sobre mis piernas. La ventana encima de mí se había hecho añicos, y Mikkel se lanzó para protegerme sin considerar otra opción, como usar magia.
Su acción sorpresiva quizás no solo disipó las dudas de Reidar, sino también las mías.
Sin aliento, desvié la mirada hacia Runa, quien presionaba sus labios con ambas manos, conteniendo una exclamación de conmoción.
Mis sentidos se centraron en el creciente dolor de cabeza, como una incisión sin anestesia, enterrándose en mi espíritu. Sentí que algo importante se había perdido, lo que aumentó mi preocupación.
Otro estruendo se unió al malestar, acompañado por el estallido de la ventana sobre Mikkel y yo. Los cristales se convirtieron en un remolino de polvo brillante que se deslizó por el suelo y desapareció en el horizonte nocturno.
Mientras observaba a Mikkel con su expresión apática, logré sentarme y vislumbrar sus mejillas carnosas, que parecían dos manzanas brillantes. Su piel rojiza le daba una apariencia vívida, pero su semblante me recordaba a mi entrenadora de gimnasia cuando mi repentina retirada la hizo caer de cara al suelo.
Mikkel trató de ocultar su vergüenza frunciendo el ceño. Luego, volteó y vi su espalda, aliviada al ver que no parecía herido. Su camisa blanca estaba manchada de sudor, mientras los tirantes negros caían de sus hombros, dándole un aspecto infantil.
Respiré profundo, percibí el aire deslizarse por mi garganta como astillas. Al mover la cabeza, sentí un dolor frío al ver al padre de Ashton de pie junto a la salida, con sus ojos amarillos resplandeciendo sobre el verde, intensificando su enigmático tono.
—Quería comprobar si estabas consciente —dijo en forma solemne, aflojando la tensión de sus hombros con movimientos circulares.
Tuve que carraspear, pues en mi primer intento por comunicarme, de mi boca tan solo salió aire. La segunda vez arrastré un poco las palabras, pero en mi último empeño, por primera vez surgió un:
—Lo estoy. —No creía estar del todo bien. No sentía las piernas, y me inundaba la ansiosa impresión de poseer dos troncos en lugar de extremidades.
—¿Podemos hablar? —pregunté, removiéndome cuando se acercó.
—¿Puedes tú? —Entrecerró los ojos y permaneció de espaldas al pueblo oculto detrás del árbol.
—Tan solo necesito un momento. —Mi pie se agitó como un pez al inspirar su último aliento. Pasé saliva y conseguí tranquilizarme un poco.
—Vamos. —Mikkel, sin volver la mirada hacia mí ni esperar a que Mango lo siguiera como un cachorro hambriento y rezongón, se adelantó a la salida. Reidar tampoco se quedó atrás. Por el contrario, Runa fue la única que se mantuvo en su lugar.
—Hablé con mi hijo.
¿De qué platicaron? ¿Ashton se encontraba bien?
Debía haber imaginado por qué quería hablar con él, pero a pesar de tener tantas preguntas en mente, al final solo pude articular:
—¿Cómo?
—No fue fácil, si eso es a lo que te refieres.
Con un gesto elegante, levantó el brazo. Cerró el puño y lo volteó, abriendo la mano con la palma hacia abajo para sacudir las partículas de cristal que aún flotaban en el aire, brillando como copos de nieve bajo la luz solar. Una sonrisa astuta jugueteaba en sus labios.
El suave resplandor adquirió forma de alas que se movieron en el aire. Dos figuras triangulares se fusionaron a cada lado de un cuerpo alargado y delgado: una mariposa. Pequeña, extraña, pero también transparente, lo que me permitió ver la expresión del padre de Ashton a través de ella.
La criatura alada se acercó a mí, acariciándome la mejilla antes de continuar su danza. Giré la cabeza, siguiéndola con la mirada hasta que se posó en la nariz de Runa. En un destello, tanto ella como la mariposa centellearon juntas.
El padre de Ashton la saludó con un movimiento elegante del brazo y una ligera inclinación de su cuerpo. Runa parecía a punto de marcharse, pero se contuvo, extendiendo su falda y haciendo una reverencia antes de abandonar la habitación, dejándome boquiabierta.
La mariposa se quedó revoloteando en el aire, solo para desintegrarse poco después.
—El arrepentimiento se refleja en su mirada —dijo él, sin añadir más antes de cambiar de tema—. Hace un momento, el medallón se encendió.
Runa solo pudo levantar a Mikkel mediante la magia.
Mis piernas se agitaron y el hormigueo cesó. Me acaricié los muslos, sintiendo el contacto de mis palmas una vez más. Aún no estaba segura de si podría quedarme de pie.
—Sé que de alguna manera no confías en mí —manifestó—. Pero igualmente tengo curiosidad sobre lo que Dallas te mostró de mí. —Se aproximó al pasamanos y con un sutil movimiento de muñeca, hizo que apareciera una silla junto a mí. Me apoyé en ella para incorporarme y, con algo de esfuerzo, tomé asiento.
—Me mostró la muerte de Ashton.
Apretó los labios. Los tenía blancos por la presión que ejercían sus músculos.
—A juzgar por la forma en la que me miras, supones que no salvé a mi hijo a propósito.
—No he sacado ninguna conclusión todavía, así que aún puedo escuchar una explicación.
—No pude. No controlo el fuego. Habría sido oportuno tener a Mikkel cerca. Tampoco contaba con la fuerza necesaria. —Se cubrió la boca con una mano y carraspeó—. Es decir, ser dueño no te otorga privilegios mágicos o habilidades extras.
—Por más que lo repaso una y otra vez, no comprendo... En ese recuerdo que Dallas me mostró, cuando desperté me sentía fatal. El cuerpo me pesaba el doble, y a medida que avanzaba, más me faltaba el aire. Para cuando llegué a la entrada de la carpa de indumentaria, me sentía fatal, casi no podía respirar y tenía mucho calor. Pero ni siquiera había entrado al infierno desatado por el fuego en el interior. —Mientras hablaba y trataba de no perderme de ninguna emoción que pudiera filtrarse en su mirada, encontré una pieza que antes no estaba—. Está enfermo, ¿no es así? Tampoco ha dejado de toser.
Llenó sus pulmones con aire. Entre tanto, sus dedos, cubiertos por la impecable tela blanquecina de los guantes, se deslizaron sobre el pasamanos. Pronto, su mentón apuntaba hacia el suelo y volvió a elevarse.
La forma en la que acababa de asentir hizo que pudiera estar segura ahora. Reviví su memoria con mis propios ojos, experimentando todo lo que él sintió.
El padre de Ashton nunca dejó el circo. Se valió de Dallas, Thomas y de mí. No podía realizar ninguna acción por sí mismo, no solo porque Frey ocultaba los medallones bajo tierra y no podía encontrarlos, sino que además, en el mundo de las sombras, el tiempo se detenía, y él estaba enfermo. Esta situación también significaba que su enfermedad no podía empeorar.
—Eres observadora —aduló—. Dallas logró enterarse de todo acerca de mí, cada minúsculo detalle. Hasta vio lo de tus abuelos y el significado que tiene la caja musical.
—¿Ese objeto es importante?
Aunque su expresión no dijo nada, de pronto sentí como si hubiera sobrepasado los límites de la estupidez.
—¿Te has preguntado por qué motivo solo tú puedes verlos? A mi hijo y a Runa, quiero decir. Es una habilidad propia de ti. No creo que haya alguien en el mundo como tú. Así como no hay nadie igual que Mikkel, Reidar, Ellinor...
Casi logró sonar conmovedor. Pero más bien fue espantoso.
—El punto es que, en toda mi existencia, nunca vi un fantasma. Empezó la noche en la que Ashton se manifestó.
—La respuesta está en tu edad.
—Sé que desciendo de circenses y todo ese enredo de la magia a los dieciséis, pero me gustaría que fuera un poco más específico.
Hizo un gesto de aprobación a mi solicitud.
—Cuando Thomas te entregó el medallón, ya tenías dieciséis años. En el circo, este proceso es oficial e instantáneo. Todos los descendientes directos de personajes congénitos reciben su magia a partir de esa edad, y así comienzan a desarrollar sus habilidades. El medallón te otorga magia basándose en tres aspectos clave y a conveniencia del circo: necesidad recíproca, características personales y deseos internos. Además, desde mi perspectiva actual, también pueden influir las experiencias traumáticas. —Me miró de reojo mientras fruncía el ceño.
—¿Y qué significa eso?
—Es sencillo. La necesidad recíproca: que las cosas vuelvan a ser como antes de que todo empezara a desmoronarse. Características personales: eres descendiente, y tu linaje está vinculado al medallón. Deseos internos: tal vez la simple curiosidad sea suficiente. Experiencias traumáticas: Thomas te contó leyendas del circo que resultaron ser verdades a medias, lo que te conmocionó y te llevó a ver a Ashton. Todo se relaciona.
Trauma fue la vez en la que el medallón apareció y vi al caballo.
—Una habilidad, y la mía es ver gente muerta. Creo que nadie en su sano juicio quisiera algo parecido.
—No te preocupes, es tan solo el comienzo.
—¿Veré más? —Me atraganté, y por el sobresalto originado casi caí de la silla. Al menos conseguí mover las piernas para salvar mi trasero.
—Quiero decir que tu habilidad no se limita únicamente a ver a los miembros fallecidos. Debe haber un potencial mayor. Podría abarcar otras capacidades. Solo necesitamos descubrir el qué.
—¿Así como compartir recuerdos con personas fallecidas?, ¿aunque no pueda verlas? —razoné.
—¿Sucedió algo como eso? —Levantó una ceja con evidente interés.
—Es una suposición. Después de todo, fue usted quien me envió la caja musical de Ellinor, ¿no es así?
—Dallas —corrigió mientras negaba con la cabeza—. Esa fue su idea.
La sorpresa me enmudeció durante un breve instante.
—De cualquier manera, cada vez que la caja se abría, podía verme como si fuera Ellinor. Aun sin tener los anillos.
Descansó el peso de su cuerpo sobre el pasamanos y se peinó el mostacho.
—La vida nos lleva a transmitir emociones, tanto a personas como a objetos, que pueden convertirse en queridos o necesarios, capaces de evocar sonrisas o lágrimas. La música, por ejemplo, tiene el poder de transmitir sentimientos, y la melodía del circo los amplifica según nuestro estado emocional. En el caso de Ellinor, el nerviosismo se mezclaba con el amor hacia Reidar, que la calmaba y le daba sentido a la necesidad de la caja. El objeto conservó sus recuerdos de esa manera.
De no haberla abandonado, ¿habrían mitigado mi miedo a las sombras y evitado que dejara de ver a Ashton?
No existía forma de averiguarlo.
—Cuando adquiriste es objeto personal, no deberías haber podido sentir o ver lo mismo que su dueño, pero lo hiciste. Dallas tenía una visión más amplia de las cosas y conocía los límites del potencial de cada persona. Debió reconocer algo en ti. Al dártela, quiso mostrarte que tenía un significado importante para tus habilidades. ¿Dónde podrías haberla olvidado?
—En el ferrocarril, cuando escapamos del incendio.
—¿Se incendió? —Nunca lo vi sobresaltarse hasta este momento. Su tos regresó con ferocidad y temí que fuera a sofocarse.
—El fuego estaba siendo controlado por Mikkel. El afectado fue un solo contenedor. El resto está casi intacto.
Aunque igual de inservible, pero no iba a decírselo. Él ya debía saberlo.
—Este anciano condenado... —Se frotó el pecho y hizo una mueca de dolor—. Desciendes de los personajes más inquietos y escandalosos.
—Desciendo de Mikkel... —dije pensante.
—¿Qué es eso que acaba de iluminar tu mente? —preguntó, aclarando su voz.
—No nos llevamos tan bien que digamos.
—No debes preocuparte, pelea con todo el mundo. —Hice una mueca y buscó mi mirada—. Pero no quieres hablar de eso. Te preocupa lo que sucede con Ashton.
—¿Y a usted no?
—Es mi hijo. Mi responsabilidad es velar por su paz.
«Paz». Nunca creí que esa palabra fuera capaz de transmitirme inquietud.
—¿No le da curiosidad saber quién lo hizo?
—¿No has aprendido nada de lo que ha sucedido? El rencor, el odio, la venganza... Lo malo, en definitiva, no te guía más que al sometimiento de tu propia oscuridad. Toma de ejemplo a Frey. —Me removí en la silla—. Dos medallones están juntos, así que no queda mucho tiempo para ninguno de nosotros. Tenemos que actuar antes de que mi hijo termine de convertirse en una sombra. Tiene que ser antes.
Quería salvarlo, y yo también. El punto era: ¿cómo?
—Supongo que pensó en algo.
—Unirlo —asintió—. Que ambas partes vuelvan a ser una. Frey dispone del último medallón. Así que no hay otra manera. Thomas y Frey deben volver a formar uno solo.
Mis ojos casi se dispararon de su órbita.
—¿Cómo haremos que suceda?
—Sin yo saber hasta qué punto, Dallas estaba bastante comprometido en ayudarme. Se sacrificó por una buena razón. Supo de lo que eras capaz cuando te vio la primera vez. Más capacitada que él, por lo visto. — Se acicaló el cuello de la camisa—. No te lo tomes a mal, tampoco pretendo hacerte responsable de nada, concuerdo en que tú no lo pediste. Pero, si podemos estar seguros de algo, es que Dallas no te dio sus anillos por la nada.
—Un momento —hablé despacio—. Thomas dijo que sabía en dónde se encontraba el medallón.
—Cree que podría seguir ahí, en el lugar que lo dejó por última vez, pero Frey debió moverlo de sitio.
—¿En dónde es eso?
—El lago —respondió y lancé una blasfemia—. Acabas de recordar algo.
—En el mundo de los vivos, Frey arrojó un medallón en mi presencia. El lago es profundo y usted mencionó que los elementos como el agua esconden la magia. Incluso en este mundo se tomó el atrevimiento de ocultarlo ahí. Ya lo tendrá nuevamente en su poder.
La molestia empezó a dominarme. Primero lo de la caja musical aplaca miedos, y ahora también el medallón que nos faltaba. Las oportunidades habían desfilado ante nuestros ojos, pero estuvimos ciegos gracias a la ignorancia.
—¿Cuánto tiempo crees que tiene mi hijo? —preguntó.
Miré hacia mis manos y agité las piernas con mayor soltura.
Eso no lo sabía con exactitud, pero fui la única que había podido verlo con claridad.
—Tenía ya más de medio cuerpo teñido —dije y lo advertí pensativo—. Se estaba convirtiendo lentamente gracias a las piezas de la fuente de energía, aunque se aceleraba si algo le afectaba emocionalmente.
—Pero no la evita.
—Entiendo esa parte.
—Solo espero que pueda aguardar un poco más de tiempo... —Se detuvo al percatarse de mi vista fija en él. Si no estaba mal, estuvo a punto de manifestar algo importante que prefirió guardárselo para sí mismo.
¿Más secretos? ¿Se habrá dado cuenta de que por culpa de ellos estábamos aquí? Y este, tenía que ver con Ashton.
Si pretendía que hiciera fila para esperar, eso no iba a suceder. No iba a bailar al ritmo de nadie más. Bien podíamos tener la fuente entera y dos medallones, pero no contábamos con tiempo.
El maestro de ceremonias me tomó del brazo al salir de la estrella blanca, lo que me ayudó a mantenerme erguido. Una vez liberado, divisé a Runa en la última fila de asientos frente al escenario, con una sonrisa amistosa pero algo inusual. Mientras las estrellas alrededor comenzaban a levantarse, escudriñé en busca del padre de Ashton, sin éxito. Tal vez se había retirado a otra parte.
Una vez más, saboreé el desagradable presentimiento de que ocultaba algo importante y que tenía que ver con su hijo.
Me dirigí hacia Runa, que se balanceaba al borde del escenario.
—Los animales y su sexto sentido resultan más aterradores que las sombras en sí. —Respiró como si el agotamiento pudiera con ella—. Escuché a Mikkel y Reidar al salir. Junto al maestro de ceremonia, planean recuperar el último medallón, pero vaya que les tomará tiempo. No podemos esperar más, así que... Mira lo que encontré: nuestra vía de escape. Funciona igual que cuando entramos.
Me indicó el objeto que ocultaba a sus espaldas. Otro que, por ser mágico y pertenecer a Stjerne Circus, los fantasmas también podían tocar. Se trataba de la pequeña carpa metálica de juguete que nos introdujo en el circo.
La única salida.
—¿Qué hay de Ashton?
—¡Con un demonio! —soltó con amargura—. Hace un par de días que estaba solo y tú llegaste a su "no vida", perturbando sus sentidos por completo. De alguna manera su corazón volvió a palpitar, algo que, por si no te diste cuenta, es imposible. Estamos muertos, por lo tanto, él no debería tener pulso. ¿Al menos podrías hacerte una idea de cuán importante es eso? Para él, te convertiste en su núcleo. ¡Teme por ti a cada segundo! Si le exponemos la locura que estábamos a punto de cometer, querría impedirlo o iría con nosotras. Y en su estado, no sería lo mejor. — Ácido parecía patinar en su garganta cuando tragó saliva y perdió la mirada en el suelo.
Acababa de exhibir sus sentimientos aprisionados. Quería a Ashton, y era en serio.
—No me refería a que lo llevaría con nosotras. De hecho, también pienso que era una mala idea —aclaré en un susurro—. Más bien, quería saber si lograríamos hacerlo antes de que se convirtiera por completo en una sombra.
—No lo sé. —Negó con la cabeza—. Pero estoy segura de que resultará peor si no nos dábamos prisa.
—De acuerdo, hagámoslo.
—Tengo que preguntarte algo rápido, porque podría complicarnos la situación más adelante. Seré directa. ¿Sientes que olvidaste algo importante de nuevo?
No me lo había planteado tan profundo, pero el indagar entre los tantos recuerdos archivados en mi memoria, no hacía que me sintiera diferente. Si había olvidado algo, no sabía el qué.
—No puedes salir de tu cuerpo otra vez, ¿entendido?
—Hay cosas que no logro controlar. Quizá ustedes recibieron clases durante un tiempo. A mí, por el contrario, me arrojaron directo a los leones. Y esa magia, la de Dallas, está fuera de mi control.
—Tampoco podrás dominarla. Desciendes de nuestro circo, ¿lo olvidas? Nuestra magia llegó primero. Es por esa razón que te haces daño cada vez que la usas. —Indicó con un gesto hacia su cabeza, para aclarar a qué se refería.
—No te voy a mentir, lo que siento por Ashton no ha cambiado. No quiero que le ocurra nada malo otra vez, o que vuelva a exponerse. Ya hizo bastante y este también es mi asunto.
Teniendo la posibilidad, dirigiría mis propios pasos como quisiera y tomando el camino que mejor creía conveniente.
Me había comprometido en ello.
Decidida, Runa asintió.
—En marcha.
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Mikkel, la piñata.
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