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Capítulo 30



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CAPÍTULO 30

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—Creí haber escuchado a Mikkel decir que deseabas preguntarme algo.

—Ya se aclaró con lo que vi, aunque también quisiera conocer el motivo por el que encendió el ferrocarril.

—Cuando sabes lo que te depara el futuro, y es bastante malo, por el bien de ti mismo y de tus allegados, piensas que la mejor opción es huir —confesó Reidar en un tono serio y sincero. Sus palabras resonaron en el aire, cargadas de significado y dolor.

—Intentaba escapar —concluí.

—Después de perder a Ellinor, me di cuenta de que no soy fuerte en lo absoluto —susurró mientras sus ojos viajaban por el paisaje circundante.

—¿Qué hizo al ver a Hans cuando cayeron del trapecio?

—Para suerte suya, escapó.

—Y al parecer con el medallón del primate. Pero, en la actualidad, la sombra de Hans no lo lleva consigo. Por otro lado, el chico tiene el del hombre. Tal vez usted sepa algo de él, lucía como de mi edad.

—El único muchacho, que comparte esa característica y que conocí en el circo, fue Ashton —aseguró.

—Zara, ¿dijiste que ese chico tenía un ave con una apariencia similar al corcel? —me preguntó Ashton y asentí—. ¿Cómo pudo crear al ave si, para eso, debió hacer uso del medallón del primate, y solo te mostró el del hombre? Porque así fue, ¿o no?

Los escalofríos recorrieron mi cuerpo ante esa revelación. Además, me invadió una pizca de culpabilidad. Todo lo que implicaba el funcionamiento de esos objetos resultaba complejo de entender y asimilar en tan poco tiempo.

—¿Me perdí de algo? —preguntó Reidar—. Si están hablando de elaborar animales mágicos, entonces esa persona debió tener el medallón del primate bastante cerca.

Pronto me encontré buscando la respuesta a ciegas. Lo peor fue que la solución estaba en la punta de mi lengua, pero no logré dar con ella hasta varios minutos después.

—El lago —recordé—. El medallón del primate está en ese lugar. ¡Lo arrojó al agua para esconderlo! Lo escuché y no me di cuenta. —Me tiré de los cabellos con desesperación.

—¿Cómo que en el lago? —Reidar apenas seguía nuestra conversación.

—Hay que ir —estableció Ashton.

—Ir —repetí, y de reojo miré al hombre.

—Bien, no se preocupen por mí. Yo continuaré buscando a Mikkel. Vayan por el medallón y los alcanzaremos en un instante.

—De acuerdo. —Ashton no se lo pensó demasiado, y me tomó de la cintura.

—¿Lo dejaremos aquí? —Creí que podría pasarle algo malo.

—No te preocupes. Estoy cojo, pero ante cualquier situación, todavía puedo arrastrarme —bromeó Reidar.

¿Cómo podía estar seguro de que, por la caída del trapecio, no había recibido un golpe en la cabeza?

Intenté no verlo como un loco y, en lugar de eso, reconocí que reírse de uno mismo era una actitud positiva y una muestra de aceptación de nuestras imperfecciones.

Ashton y yo nos elevamos. Reidar nos observó alejarnos, y pronto lo perdimos detrás de la cortina de niebla.

—¿No tienes miedo? —me preguntó, mirando con atención hacia dónde nos llevaba. Mi cara se convirtió en una mueca.

Podíamos hablar de mi recelo por los anillos y medallones, del pavor que me originaba lo acontecido con mi familia y mi mejor amigo, del temor a lo que había sucedido con el pueblo, del horrible espanto causado por las sombras... Y así, podría seguir con la lista. Pero no sabía a qué se refería esta vez.

—Es tan solo una pregunta —reveló y acercó sus labios a mi sien—. Eres fuerte.

Mi corazón enloqueció un poco, y lo abracé con fuerza.

Su compañía me calmaba y servía de consuelo. De alguna forma, Ashton llenaba parte del vacío que sentía con la ausencia de mis seres queridos, pero ni siquiera sabía qué papel desempeñaba en mi vida. Sin embargo, de a poco, empezaba a darme cuenta de cuánta importancia tenía para mí. No quería quedarme sola en medio de todo este caos y peligro, y por eso, deseaba que él se mantuviera a salvo y no tuviera que enfrentar los riesgos que implicaba la aparición de la luz.

—Es en ese lugar —señalé el desfiladero. Contrario a cuánto tiempo me llevó recorrer todo el camino a pie, con Ashton llegamos en cuestión de tan solo minutos.

—Parece haberlo elegido con cuidado.

—Ahí está el sauce —le indiqué—. Sé que el medallón se encuentra en este lugar. Antes de encontrarme con él, recuerdo haber escuchado una especie de salpicadura, como si arrojaran una piedra al agua. ¿Por qué no me di cuenta?

—No podías saberlo. —Ashton tenía la mirada fija en el lugar—. No conozco este sitio. Nunca salí del pueblo.

—Ni yo —confesé—. Pero me orilló hasta aquí.

—¿Él? —Sonó extraño, como si dudara o si algo le desagradara.

—El ave. O bueno, teóricamente hablando, fue él, sí.

—¿Qué tipo de ave era? —preguntó mientras nos acercábamos al agua.

—Para nada normal. Tenía un tamaño descomunal, de apariencia negruzca y ojos sanguinolentos. —De mi bolsillo saqué el medallón y esperé a que me cegara, como ocurrió cuando se juntó con el del hombre, pero no pasó nada. Aunque el lago tuviera una profundidad abismal, por lo menos debía distinguirse un leve resplandor.

—Tal vez lo tomó de regreso. —Nos detuvimos antes de alcanzar la superficie—. No pudo arrojarlo tan lejos, pero sí lo suficiente como para impedir que las tres piezas reaccionen al juntarse. Por más que intento, no logro descifrar quién puede ser.

—Nada de esto tiene sentido y tan solo me produce un mal presentimiento. Estoy bastante segura de que fue el medallón lo que arrojó al agua. Además, Mikkel mencionó que hubo un momento en el que dos piezas se juntaron. Y también pudiste verlo, su fuego era más fuerte.

—Lo sentí —confirmó.

—Tal vez regresó para llevárselo cuando salí con la intención de seguirlo.

—El pueblo... —dijo a medias.

—¿Crees que esté allá?

—Nada es seguro.

—¿Deberíamos ir? —Después de todo lo que pasó la vez que insistí en entrar al contenedor, pensé que podría ser otra de mis estúpidas ideas.

—No nos quedan muchas opciones, ¿o sí? —Ashton tenía razón, no podíamos sentarnos a esperar que un milagro nos cayera del cielo—. En marcha.


Desconocía si trasladarnos por el aire resultaría ser peor que por tierra, y no solo porque durante un par de segundos de repente el medallón se iluminó, causando un inesperado cortocircuito en mis cables nerviosos. También me refería a lo mucho que me afectaba ver al. lugar que me vio crecer, luciendo de esta manera.

Exánime, esquelético y desprovisto de vida. Port Fallen era un pueblo fantasma sumido en oscuridad y cargado de una nube blanquecina que, con desesperación, intentaba darle un toque puro a lo siniestro.

Nada lucía igual que antes, en lo absoluto. Pero, sobre todo, una zona en concreto me llamó la atención: un espacio abierto en el que Ashton decidió bajarnos.

Respiré cada uno de mis alientos en Port Fallen, por lo que dieciséis años de sobra me esclarecían que me encontraba en el parque, frente de la iglesia que lucía en ruinas.

Atrapando nuestro interés, algunos montículos todavía conservan sus colores vivos en pleno centro.

Una triste llovizna, como se había vuelto costumbre, empezó en el peor momento de todos, consumiéndose al tiempo en que tocaba cualquier superficie. Era como agua cernida sobre carbón hirviendo, solo que de este último no se percibía ningún tipo de calor.

Por otro lado, los raídos árboles precisaban de un suelo negro y arenoso. Parecían vulnerables a cualquier insignificante brisa. Las flores y matorrales también formaban montones de igual apariencia que castillos de arena destruidos, recordándome cuando pasamos cerca de mi calle. Las casas lucían como calcinadas y edificaciones en las que fácilmente pude espiar gran parte del interior por la falta de muros y columnas.

Empecé a caminar con sumo cuidado, prestando mucha atención a lo que pisaba.

El pánico me invadió cuando tropecé con una verja de jardín minúscula que no logré definir, ya que todo era de color negro, y se deshizo. Se supone que esas cosas eran de hierro y no se esfuman por una simple patada.

Mi corazón latía a mil por hora y mi mente se llenaba de pensamientos inquietantes mientras seguimos acercándonos al desconocido montículo central, apenas sentía la presencia de Ashton junto a mí.

Caminé aún más deprisa, y al encontrarme de frente al vistoso color rojo que pendía de un soporte vertical, el mal presentimiento revivió. Pero empeoró cuando las cortinas se separaron como una rápida exhalación, aclarándome que se trataba de un telón que exhibió ante nosotros un escenario. Y sobre este último, justo en la mitad, lo que en un principio me pareció una caja alargada tan solo, me trajo recuerdos siniestros.

Volteé en busca de Ashton y el viento helado me traspasó como espadas al verlo. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, y un gesto de angustia se apoderó de él. El objeto en el escenario lo había perturbado, y mi corazón se aceleró ante la incertidumbre de lo que íbamos a enfrentar.

—¿Ash?

Tenía la mandíbula apretada y los puños cerrados con fuerza. Ya ni siquiera parecía respirar. Pero, de pronto, él dijo:

—Es el baúl en donde morí.


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¿Cómo dices que dijiste? 😦


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