En tiempos de paz
La mañana en los jardines del palacio era apacible, tanto que decidí sentarme en el pasto a leer, mientras de vez en cuando volteaba a ver a los chicos practicar esgrima.
Los libros que mamá me había dado eran muy densos, ella decía que mi deber no era solo conocer la historia de mi país, sino también la de los aliados.
Aunque era agotador, había que realmente se estaban esforzando en nuestra formación, pero días como el de hoy, eran tan pocos: desde la bendición habíamos estado ocupados a más no poder. Entre la escuela, clases extras, de vez en cuando acompañar a mamá en sus labores y las charlas que nos daban sobre nuestro papel.
Pero el día de hoy, aunque no me libraba de estudiar un poco, la carga era menos.
Voltee a ver a los chicos, El señor Lawler se había encargado de entrenarlos el día de hoy, a pesar de las quejas de Dereck, quien rogaba por pasar un tiempo de vagancia, como según él, yo la estaba pasando.
Trate de reprimir mi risa mientras escondía mi rostro en un libro, pues para mí, era mucho más divertido lo que ellos hacían. Cuando volví a despegar mi vista, note que Víctor ya no se encontraba a lado de su tutor y Dereck, casi al instante, mis ojos fueron cubiertos por unas manos más grandes que las mías.
—Si no adivinas quien soy, me debes unos pastelitos.
— ¡Víctor!
Tras escuchar su nombre como si fuese un reproche, su melodiosa risa surgió, a la vez que liberaba mi mirada. Frente a mi estaba Dereck, con una expresión de tragedia.
— ¡Oh no! los postres.
Grito dramáticamente.
Luego de un rato más de risas y bromas, la nana de Dereck llego con algunos bocadillos, reprendiéndolo tan pronto lo vio, pues decía que el futuro rey tenía que ser siempre digno. Cuando de nuevo estuvimos solos, estallamos en risas. Las quejas del duro trabajo no tardaron en comenzar, pues prácticamente no nos quedaba tiempo para lo que éramos: niños.
—Lo que diera por tener las labores de Carolina, solo tiene que leer y socializar, en cambio nosotros ocupamos las clases de esgrima.
—Realmente no son tan malas, de todas maneras, por nuestro título igual tendríamos que llevarlas.
—Pues yo preferiría las clases de esgrima, ni siquiera puedo elegir lo que leo, a veces tengo que convivir con gente que me da escalofríos, al menos esta mama. Pero cada vez los veo menos.
—No puede ser tan malo, nadie se atrevería a lastimar a la señorita de la vida, además, si alguien te hace llorar tendría que vérselas con mi ira, y a puesto que también con Víctor.
—Aun así el esgrima es mejor, sientes que puedes proteger a los de tu alrededor, es elegante y genial— tome la espada de Víctor mientras este se reía de nuestra discusión, provocando su sobresalto, aun así lo ignoré y ágilmente me levante para tomar la postura de duelo que hacían mis amigos al practicar— una fantástica forma de acabar con los conflictos. Pero aun así, era mejor cuando practicábamos para el baile.
—Eso se puede solucionar— con calma se levantó, alisando las pequeñas arrugas de su atuendo, para finalmente adoptar la apariencia de un príncipe tranquilo y lleno de gracia, como solía actuar en público mientras estuvieran los adultos. Nada más diferente al travieso e intranquilo chico con el que he convivido desde muy pequeña— ¿Me permite esta pieza, señorita...?— su mano se extendía hacía en frente, mientras se inclinaba un poco —Victoria.
Termine ahogándome en risas, al ver la expresión de sorpresa e indignación de Víctor.
—Le considere esta pieza, lady Sover, pero se me hace muy atrevido de parte de una princesa, invitar a bailar a alguien como yo.
Ver a dos jóvenes príncipes bailar como pareja, que más que baile, parecía guerra por ver quien llevaba el control del compás, era algo tan cómico como irreal, definitivamente no fuera algo que creerías si te lo llegaran a contar, pero estaba presenciando en primera fila los pisotones, protestas y maldades que se hacían este par. Al final Víctor termino por guiarlo, y como no, era mucho más alto, fuerte y tenaz que Dereck.
Tras un rato de pelear como niños chiquitos, ambos se desplomaron en el piso, totalmente agotados.
Cuanto desearía tener más días así.
Por aburrimiento, termine volviendo a jugar con la espada, recordando aquella historia, donde una doncella de algún gran palacio, decidió dejar un puesto tan codiciado para ser la guardia principal de un noble muy notorio. Los detalles eran difusos en mi memoria, pero la admiración había quedado tan presente. Mama me había hablado de tomar clases particulares en el templo, ya que por mi posición, tendría más afinidad que el promedio.
La magia también era increíble, pero no era tan impresionante como en los cuentos: no podías cambiar de forma a un impresionante dragón, o una elegante aguila para surcar los cielos, tampoco puedes crear goleen's de hielo para defenderte, mucho menos: ser una chica que gracias a la magia va combatiendo el mal, en vestidos llenos de detalles lindos.
— ¿Carolina?
—Hmm...
—Te nos perdiste un largo rato.
— ¿Estas bien?
—Ah... si, solo estaba pensando sobre las clases del templo.
—Creí que estabas enfadada de todo el sobrecargo del trabajo.
—Sí, solo que mis padres han estado hablando sobre buscar algo para aprovechar mi don, no sé ni porque estoy pensando en ello. Pero, creo que lo intentare.
Me había sumergido sin querer en pensamientos sobre el futuro, que sería de todos, ¿siempre dependeré de mi seguridad de mis amigos?, no es que quisiera caos, pero me gustaría ser como aquella dama que entreno para caballero: quiero poder protegerlos algún día.
Sin embargo, aquel par se las averiguaron para sacarme de mi espiral. Siempre lo lograban, a pesar de que, a veces, tenía tendencias de siempre ver lo malo, pero ahora, solo pensaba en lo afortunada que era de tenerlos a ambos a mi lado.
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