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SANGYEON.
—¿Nuevamente trabajando en eso? Deberías tomarte un descanso— El Dios Eric recarga su cuerpo contra el marco de la puerta de gran salón. En su mano sostenía una manzana que frotaba contra su ropa para limpiarla, posterior a esto, la mordió. El jugo de la fruta resbaló por su barbilla.
Sangyeon lo miraba mientras negaba con la cabeza.
— La justicia no descansa — Se defendió — Hay trabajo que hacer, yo tengo mucho. Tú, en cambio, pareces no tenerlo.
— Sí, si tengo, pero aparte de ser un Dios, también soy un rey. Doy órdenes y mis súbditos las ejecutan ¿Sencillo no? — Dice el Dios del océano volviendo a clavar su fuerte mordida en la manzana.
— ¿A qué viniste? — Pregunta Sangyeon restándole importancia a las palabras de su contrario.
En la mesa tenía muchas hojas, cartas posiblemente, manuscritos y libros de historias. Debajo de sus ojos, se le marcaban una sombra negra producto de la falta de sueño. La mayor parte de su tiempo, se la pasaba sentado en su escritorio leyendo, leyendo y leyendo historias para su investigación, también tenía un libro de anotaciones, dónde plasmaba con tinta y una pluma todo lo que le parecía importante para su descubrimiento. Nadie sabía lo que hacía, no se separaba de su cuaderno y tampoco hablaba de aquello, solo se limitaba a decir que era su trabajo.
— A distraerme, he ordenado que me hagan un nuevo trono de oro, el maldito pirata robó la mitad del mío — Indaga con un toque de enojo. A ese punto, de su manzana no le quedaba nada más, lo que le dió más enojo al intentar morder otro bocado.
Nadie sabía con exactitud, pero hace cinco años atrás, cuando el joven Dios Eric regresó a su hogar, se encontró con la sorpresa de que su preciado trono forjado en oro, no estaba, no del todo; alguien la había cortado más allá de la mitad, se podría distinguir la irregularidad en el material. Estaba fundido. Pareciese que el culpable tenía mucha prisa. Sus sospechas fueron puestas en HongJoong, el capitán pirata, no tenía dudas, había desaparecido sin rastro alguno. Los piratas siempre han sido muy buenos ladrones.
— Todos sabemos eso. No se puede esconder para siempre, su novia sigue aquí, con la diosa Yeriseth. Es una chica mu....
— Ya no importa— Interrumpe el Dios del océano — El nuevo trono quedará mejor, te lo aseguro. Pero el maldito pirata me las pagará.
En aquel momento, la gran puerta del salón se abre, dejando ver la larga y esbelta figura de Younghoon, seguido de él, Changmin, el Dios del viento. Este último había despertado un año después de que quedara inconsciente gracias a la pequeña bruja Enigma. Había perdido todos los recuerdos de la guerra. Ambos dioses tenían armaduras, pese a que tienen atributos y mucha fuerza, la armadura era una herramienta muy eficaz al momento de la pelea, por seguridad, se había convertido en un requisito para la exploración, claro, con algunas modificación por comodidad.
— ¿Has recibido la carta? Supongo que sí — Habló Younghoon al ver la cantidad de papel en la mesa de su mayor.
— Ha estado así últimamente — interviene el Dios del océano.
Sangyeon levanta la vista finalmente, su mirada se posa en Eric, tenía los ojos hecho una rayita, veía al menor con el más mínimo toque de seriedad. A este Dios le parecía que Eric ya estaba hablando mucho. No obstante, al ver que el joven Dios del océano no se inmutó por su mirada, soltó un suspiro y dejó lo que estaba haciendo para recibir a YoungHoon y a ChangMin.
— He recibido su carta, es un buen avance — expresa — Pero...
— Odio los "peros" — Confiesa ChangMin, interrumpiendo al castaño, quién no toleraba las imprudencias.
— Pero... No es suficiente — concluye Sangyeon—¿Qué nos dice? ¿Que han visto a una nueva Alma? Alma está muerta, y es imposible que exista otra. Aún así, si existiera, no hay de qué preocuparnos, Juyeon amaba a esa criatura, apesar de que lo intentara asesinar.
— No tiene sentido — dice Eric.
— Nada tiene sentido — esta vez el que habla es ChangMin.
— No, o sea; dices que no importa si Alma está nuevamente, pero ella te puede guiar a Juyeon, piénsalo, si de verdad Juyeon la quiere la buscará, y si ella sigue viva y de verdad quiere a Juyeon, también lo buscará.
— ¡Vaya! Al parecer el Dios del océano no es tan estúpido como creíamos — Bromea YoungHoon, ganándose una mirada incrédula por parte de Eric.
— Si es estúpido, olvidas que no han confirmado si es la Diosa Alma, dicen que se ve distinta, por eso comentan que es "La nueva Alma". — Comenta Sangyeon poniéndose de pie y dirigiéndose hacia una mesa con copas de vino vacías y un jarrón lleno de la bebida,volvió hacia la mesa de trabajo y les dió a cada uno una copa de vino, estos lo recibieron sedientos de alcohol. — Necesitamos de SunWoo, pero el maldito no permite que nadie entre al territorio, ya han pasado cinco años, no entiendo qué le pasa ¿Cuando fue la última vez que lo vimos, ah? — se apresura a tomar un sorbo de vino.
Y se hizo el silencio, cada quien trataba de sacar alguna conclusión para el comportamiento de SunWoo, este había cerrado la ciudad, dándo la orden de construir un muro al rededor de esta, el cual permanecía custodiado por centinelas de la élite de su ejército. No le había dado razones a nadie, no respondía a las preguntas, en cambio, evadía el tema. Solo él podía salir, y cuando lo hacía, no pasaba mucho tiempo afuera.
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KEVIN
El bosque de cristal era un lugar frío, pero aquella vez había una tormenta. Las capas de nieves aumentaron tres veces más de la común, ya no quedaba ningún rastro del camino, sumado el hecho de que el lugar lo cubría una espesa neblina blanca, y el viento tampoco ayudaba. Era un tiempo feróz y cruel. La manada de lobos se vio obligado a refugiarse en la fortaleza, junto a Kevin y a Hanni.
Hanni, diosa de la noche, poseía una piel perfectamente blanca, por no decir que pálida, labios rojizos, y cabello negro. Dormía junto a los lobos cerca del fuego, o eso creía Kevin, pero esta solo observaba el carbón ardiente y la leña quemarse. La pelinegra, de ojos oscuros como la noche, y destellos brillantes como las estrellas, a menudo se cuestionaba sobre la existencia del fuego y como este la alejaba del frío.
— Quisiera, tocar... — extiende su mano, en sus ojos se reflejaban las llamas vivas color salmón. Uno de los lobos muerde la manga de su vestido y la aleja.
— Te quemarás — advierte Kevin desde un sillón, a él el frío no le afectaba.
— El Dios del fuego no se quemaría— Dice Hanni.
— Exacto, el Dios del fuego no, tu sí
— Mamá dice que si quiero y me esfuerzo, algún día podré tocar el sol y el fuego — comenta la niña Diosa de la noche.
— Hanni, hija, la noche es fría, tú no perteneces a el día. Tú nunca...— Kevin suelta un pequeño suspiro tratando de buscar las palabras adecuadas — nunca... —repite. La niña lo miraba con semblante triste, esperando sus frías palabras, tal y como él lo era. Volvió a suspirar. — No puedes tocar el fuego, te quemarás, la Luna es fría, el hielo es frío, y la noche también lo es, no puedes simplemente creer que podrás tocar el fuego como si nada y salir ilesa — escupe sin pausa alguna.
— ¡Mentiroso! — Exclama la pequeña niña de cabello negro con lágrimas en los ojos. Se levanta sorprendiendo a uno de los lobos, y sale corriendo a la habitación, escondiéndose entre las sabanas de lana.
Kevin soltó el tercer suspiro de la noche, dejando en su aliento un humo en el aire. De pronto se dio cuenta que el viento azotaba con más fuerza las ventanas, amenazando con abrirlas, y de no ser por los seguros de hierro, la nieve hace rato habría entrado en el lugar.
Ser padre era una tarea muy difícil para él, no se acostumbraba a Hanni y todas sus berrinchudas fantasías. Pero la culpa era de Moon, la Diosa de la luna a menudo le contaba historias sobre criaturas, magia y aventuras imposibles, millones de cuentos que los humanos se inventaban para distraerse, como la de las hadas, unicornios, o los gigantes del bosque, incluso había una historia sobre animales que hablaban y mantenían una vida como los humanos comunes. Hanni se la pasaba buscando hadas y huellas de gigantes, convencer a una niña de la existencia de las criaturas era algo maravilloso, pero al desirle la verdad y evitar que perdiera el tiempo en búsquedas poco exitosas era una catástrofe. Moon se enojaba cuando él le decía las cosas que pasarían, y él no entendía el por qué, a él lo habían criado de esa manera, y se encontraba de maravillas.
— Moon ¿Por qué tardas tanto? — susurra el Dios del hielo para él mismo. Se incorporó en el sillón y cerró los ojos. Una oleada de recuerdos lo invadió; la guerra. Aquellos sucesos pasaron por su mente, en aquel momento casi no le importaba lo que pasaba, solo sentía el deber de recuperar el cristal... Y de estar con su diosa, Moon. Estaba tan enamorado que la gran parte de su tiempo la pensaba, y la otra parte del tiempo, la veía. Para él era como si la guerra no existiese. Recordaba aquellos momentos en los que no se quería separar de ella por miedo a que Juyeon la capturara y le hiciera algún daño, tal y como hizo con HaknYeon. Pero ahora todo era distinto, tenía una hija, y lo menos que quería era una guerra, estaba muy pequeña para vivir una batalla, y aún era muy inocente. Pero, sin duda alguna, lo que más temía, era no ser un buen padre, no quería que esa pequeña lo odiase de por vida.
Dejó el sillón y se dirigió hacia la habitación de Hanni, tocó la puerta dos veces seguido de un "¡No! " Por respuesta, y otro incontable suspiro por parte de Kevin.
— Por el Dios de dioses ¿Cómo cerró la puerta? Solo tiene cinco años.
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