PARADOJA DE EPICURO |01|
•WINNIFRED•
El sonido de los golpes de tierra contra la madera era lo más aterrador que había escuchado en su corta vida. Su cuerpo estaba inmóvil, rígido, no porque no quisiera moverse, sino porque no podía. Un dolor punzante atravesó su cráneo, pero no tenía la fuerza necesaria para levantar las manos.
Por más que quisiera gritar, no podía. La garganta reseca de la joven no emitía ningún sonido.
¿Qué era aquel sentimiento que estaba experimentando?
¿Acaso estaba sufriendo una vez más de parálisis del sueño?
La primera vez que le había sucedido, se asustó mucho. Las extremidades no le respondían; cualquier movimiento voluntario era completamente nulo. En aquel momento, una gran angustia se hizo presente. Podía ser consciente de lo que sucedía a su alrededor, pero sus sentidos estaban adormecidos.
Se prometió a sí misma no volver a transitar por esa ansiedad absurda. Era algo que solía durar solo unos minutos, y cuando pasaba, siempre estaba a salvo, en su cama.
En su casa.
—Winnie, Winnie, Winnie —dijo una voz en la lejanía—. ¡Hasta tu nombre es dulce!
La voz sonaba masculina, gruesa y áspera. Escuchó otro sonido extraño y también muchas maldiciones. El ruido del motor de un auto alejándose irrumpió en medio del silencio.
Winnifred.
Su padre le había puesto ese nombre en honor a su abuela, y su significado era "Paz Sagrada" para los galeses. Paz, la que necesitaba, pero que solo lograría al estar rodeada de los brazos de mamá.
Observó a su alrededor, y solo la invadió la oscuridad. Un hormigueo se apoderó de su cuerpo, y como si nada hubiese ocurrido, sus dedos se movieron. Levantó la mano y se topó con algo sólido, como una puerta de madera.
Winnifred se retorció en el pequeño espacio e hizo lo imposible por forzar la madera, hasta que esta al fin cedió.
Frunció el ceño, confundida. No estaba en casa. Se encontraba en medio de la nada, en una pequeña caja de madera enterrada en el suelo. La luna solitaria se proyectaba en medio de la noche, y el viento movía las ramas de los árboles de forma bastante tétrica.
¿Qué explicación podría encontrar para ese suceso?
El problema era que, por lo visto, estaba muy lejos de su hogar, y le llevaría mucho tiempo volver. Los nervios la invadieron al pensar en lo que diría su madre al saber que había desaparecido; y también en la incertidumbre de cómo haría para regresar.
Seguramente la castigarían por lo que restaba del año. Nunca antes se había ausentado de noche. Nunca antes le había ocurrido algo así.
Llegó a la conclusión de que quizá no solo sufría de parálisis del sueño, sino también de sonambulismo.
O quizá, solo quizá, estaba soñando.
Se levantó del lugar, desconcertada. El frío de la noche parecía no afectarle, a pesar de que era invierno y solo llevaba un diminuto short de algodón y una camiseta de tirantes. Sus pies descalzos tocaron la tierra y el césped descuidado de aquel descampado. La joven emitió una sonrisa pensando en Stanley, su padre, quien, debido a su profesión de jardinero, enloquecería si viera que los dueños de ese lugar no prestaban atención al cuidado del terreno.
Mientras caminaba, imaginó qué podía haber sucedido para estar soñando algo tan extraño. Seguramente había comido demasiado; siempre le ocurría cuando no practicaba su ritual, ese que sus padres tenían tan prohibido.
La habían acusado de enferma por provocarse el vómito, pero ellos no lo entendían. Solo quería ser delgada. Nadie la comprendía; todos estaban en su contra y hacían lo imposible para que desistiera, excepto él.
Paul, su amigo virtual.
Llevaban meses hablando casi todo el día mediante mensajes de texto y llamadas. El único momento en el que no se comunicaban era cuando él estaba en la escuela, ya que esta era muy estricta, y cuando dormían.
Lo extraño fue que ese día iban a encontrarse en una cita, pero Paul nunca apareció. Seguramente tendría una razón más que válida para haberse ausentado. Él era perfecto, el único que la entendía.
Nadie hablaba ni aconsejaba a Winnifred como lo hacía Paul, ni siquiera sus mejores amigas, quienes estaban influenciadas por Stanley para controlarla y así lograr alejarla de su trastorno alimenticio.
Cuando llegó al asfalto de la ruta, reconoció el paisaje. Se estremeció al darse cuenta de que estaba más lejos de lo que pensaba, casi en los límites de la ciudad.
¿Pero qué es este sueño? pensó.
Caminó y caminó, sintiendo una presencia que la perseguía. Aun así, cuando miraba al horizonte oscuro, no lograba divisar nada.
—¡Sé valiente, Winnie! —se animó—. ¡Solo es un mal sueño... nada más!
Cuando llegó a la plaza principal, aquella donde se encontraría con Paul esa noche, se sentó en uno de los bancos de madera. Por extraño que parezca, no estaba cansada. Había caminado kilómetros y, aun así, no sentía agotamiento alguno.
Eran las ventajas de soñar; uno puede hacer lo que quiera, y el cuerpo parece responder de una forma diferente, siendo solo una proyección del subconsciente.
Un ruido en medio de los arbustos la alertó. Su cuerpo sintió un estremecimiento atípico, y se quedó inmóvil mientras una sombra se movía hacia ella. El olor a putrefacción inundó sus fosas nasales, y sus dientes comenzaron a rechinar de miedo.
—¡Solo es un sueño, Winnie, solo es un sueño!
Una mano fría la tomó de la muñeca, y una figura espectral, casi invisible, se presentó ante ella, llenándola de sentimientos diversos, en los que predominaba la tristeza. Cuando las lágrimas empezaron a brotar de los ojos de la joven, el rígido e incómodo apretón en su muñeca cesó.
No tuvo que pensarlo mucho y echó a correr.
Corrió como si no hubiese un mañana, maldiciéndose a sí misma por no tener mejor estado físico.
—¡Despierta, maldita sea, despierta! —gritaba mientras los autos pasaban a su lado, ya que iba corriendo por la calle principal del pueblo.
Presa del terror y llena de nervios al ver nuevamente al espectro acercarse, no tuvo otra idea más que refugiarse en su hogar mientras este sueño culminaba.
Allí estaría segura.
Al llegar a casa, notó que, a pesar de ser las cinco de la mañana, todos estaban reunidos en el salón principal. Le pareció insólito aquel comportamiento, pero no hizo más que acomodarse mientras su familia se tomaba de las manos en un silencio sepulcral.
Mary, su madre, estaba en estado catatónico. Su hermana, Sarah, le acariciaba la mano mientras las lágrimas caían por sus mejillas. Winnifred preguntó varias veces qué sucedía, pero parecía que no la escuchaban, lo cual le extrañó bastante.
Este es mi sueño, ¿por qué no me escucharían?
Varios golpes en la puerta rompieron el silencio de la sala, y cuando el oficial de policía se presentó ante la familia, el corazón de los presentes comenzó a latir con fuerza.
—Señor Ferguson, lamento molestarlo. Soy el oficial Bundy, del destacamento de policía de Sedona. ¿Reportó una joven desaparecida?
El oficial intentaba ser amable, porque la imagen que había tenido que presenciar no era digna de ver por ningún padre de familia. No pudo evitar pensar en sus propias hijas y en lo que sentiría si algo similar les sucediera; la infelicidad lo invadió.
—¿Dónde está? ¿Podemos verla? —la tía Sarah interrumpió la conversación.
Bundy suspiró; la noticia que estaba a punto de dar no era fácil.
—Me temo que es un poco más complicado que eso. ¿Tiene una fotografía de ella?
—¿A qué se refiere con "más complicado"? —replicó Sarah, mientras Mary le entregaba al oficial lo que había solicitado.
—Encontramos una caja de madera a medio enterrar que contenía a una joven con las características descriptivas de su hija.
—¡No es posible! —gritó Sarah—. ¡No es posible, Dios mío!
—Tendría que reconocer el cuerpo; quizá no sea ella —indicó el oficial, observando la fotografía que Mary, aún en estado de trance total, le había entregado.
El oficial miró la imagen de la joven: su cabello rojizo y rizado, la piel blanca, labios rosados y ojos color almendra. Tragó saliva con dificultad al notar que, sí, era la misma jovencita que habían encontrado semidesnuda en aquella caja de madera, enterrada en la fría tierra del desolado lugar en los límites de la ciudad.
La diferencia era que ahora su cabello estaba sucio y alborotado, el blanco de su piel marcado por laceraciones producto de golpes y cortes. Sus labios habían perdido todo color, y sus ojos, apagados, ya no tenían el mismo brillo.
La sonrisa de Winnifred fue lo que más llamó su atención, y sintió unas profundas ganas de llorar.
Sin duda era una sonrisa que jamás olvidaría.
Winnifred seguía sin comprender qué era lo que sucedía en este, pensó, tan extraordinario sueño.
¿Cómo podía estar muerta en su propio letargo?
Se giró para gritar que estaba allí, pero el espectro yacía junto a ella. El rostro cadavérico y putrefacto, del cual los gusanos se alimentaban como en un festín, la miró directamente a los ojos, y, como una ola gigante, los recuerdos inundaron su mente:
Corriendo por el terreno solitario mientras su verdugo la perseguía con una sonrisa, como si lo disfrutara.
Los golpes.
Los labios del hombre recorriendo toda su anatomía.
El asco y la humillación.
La muerte.
¿Cómo iban a escucharla si su voz estaba enterrada bajo la tierra húmeda?
¿Cómo podría castigar a quien le había arrebatado las palabras de la boca, el sueño de ser alguien y las ventajas de estar viva?
—No es justo —dijo llorando, con indignación en sus palabras, aunque nadie la escuchara, ya que ahora solo hablaría consigo misma por toda la perpetuidad.
—La justicia muchas veces cojea, pero nunca deja de perseguir —exclamó el espectro, con una voz que congeló todo su ser.
—Tengo miedo —se sinceró Winnifred.
¿Acaso iría al infierno?
—No soy el tormento, sino el fin de todos ellos —contestó la figura espectral.
Dichas esas palabras, tendió su mano esquelética, repleta de carne en estado de descomposición, invitando a Winnifred a ir con ella. La joven miró a su familia, caída completamente en desgracia, llorando desconsoladamente la pérdida irreparable de su hija, y enjugó las lágrimas que desbordaban sus ojos.
—Estoy lista.
Tomó aire y apretó la mano del espectro, sin dejar de pensar en lo que le depararía la eternidad.
•••
Parte 1 de 3
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