Capítulo 9
Despierta con el intenso frío que cala hasta las sábanas.
—¡Levántate, dormilón! —escucha la voz de alguien gritar muy cerca. Abre de a poco los ojos y ve, de forma borrosa, a una persona delante suyo. Se asusta al pensar que puede ser otro espectro.
Su susto hace que se levante de golpe. Choca con la cabeza de la persona, la de Romina.
—¡Oye! ¡Eso dolió! —dice ella fingiendo un dolor insoportable. Ambos ríen— Te dejaré levantarte y luego tomar desayuno.
Él asiente mientras ella cierra la puerta. Se viste con la ropa del día anterior, lamentando haber dejado la maleta con la ropa en el comedor.
Muy somnoliento, mira la hora en su celular: las 10:00. No es muy tarde. Quizás a qué hora se durmió ayer para tener este sueño.
Se levanta de la cama y va al comedor. El olor a pan tostado le llena las fosas nasales.
Ve a Emilia sentada en la mesa.
—Ho... hola —la saluda él.
Ella se gira un momento, lo saluda con la mano y devuelve la concentración a su pan.
Por unos segundos se siente patético por haber hecho eso. ¿Por qué la saludó? Ni que hubiera llegado recién. Ahora vive ahí, aunque aún no sabe por qué lo aceptaron siendo que es casi un desconocido.
Escucha los pasos de Romina acercarse. Ella lo saluda, con una sonrisa amplia en su rostro. Él nota lo coloradas que están sus mejillas, lo que le parece adorable.
Saca de su maleta la billetera. Lleva unos cuantos billetes y sale al negocio más cercano a comprar.
Al volver, Emilia y Romina ya se han ido del comedor. Él va a hacer su desayuno. Al terminar, decide llevar la maleta a su habitación. De camino a la habitación que le asignaron, se topa con Romina.
—No olvides que hoy saldremos —dice Romina.
—¿Una cita? —pregunta él. Ella se sonroja en cuanto él pregunta.
—Por supuesto, ¿qué más va a ser?
Él asiente y continúa por su habitación.
¿Una cita tan pronto? Él siempre creyó que las citas eran cuando van a un restaurante fino o algo así, no ir con alguien como amigo. Él no la puede ver de otra manera, por mucho que le parezca divertida y que a veces espere su llegada; no cree que lleguen a ser más de lo que son.
Ella entra a su habitación con un cooler. Él se levanta y va a ayudarla.
Ambos van a la cocina y preparan unos sándwiches. Los echan en el cooler junto a una caja con helados y unos jugos.
—¿Vamos en tu auto o en el de Emilia? El mío se lo llevó Emilia a nuestra mamá —pregunta Romina en cuanto han terminado.
—Creo que mejor en el mío. Tu hermana podría querer salir, y no me gustaría que nuestra cita se lo impida —contesta él, destacando la palabra "cita".
Ella asiente. Él atraviesa la calle y va hasta su auto. Le quita la alarma, abre la cajuela y echa el cooler y la toalla que usarán para sentarse en el pasto en caso de que esté húmedo o les moleste.
Ambos suben al auto.
—¿Quién conduce? —pregunta ella al sentarse de copiloto.
—Yo de ida y tú de vuelta —sugiere él.
—Hecho
Se despiden de Emilia, quien está en el jardín leyendo "La viuda". Ella desvía unos segundos la vista, se despide de ellos con la mano y retoma la lectura del libro.
El joven hace al auto arrancar y avanzan. Inmediatamente enciende la radio a todo volumen. Suena Fade. Romina baja de inmediato el volumen a uno mediano.
—¿Y eso por qué? —pregunta él, desconcertado.
—Estaba muy fuerte. Casi me explotan los oídos
Él se fija en cómo mueve los dedos al ritmo de la música.
—¿Te gusta? —pregunta él.
—Sí. Me encanta la música electrónica
—Entonces no tendremos problemas con eso
Ella ríe y luego permanece en silencio. Llegan a un cerro en el campo. Se ven pocas casas, con caballos y vacas alrededor.
—¿Por qué vas acá y no a los cerros en la ciudad? —pregunta ella al salir del auto y contemplar el lugar.
—Es que... este lugar es especial para mí
—¿Por qué?
—Porque... aquí fue dónde mi papá conoció a mi mamá, en un campamento. Estaba alrededor de una fogata, él tocaba la guitarra. A él le encantaba la guitarra. Luego, le presentaron a mi mamá, y él nunca más pudo dejarla. Aunque... ella lo dejó —su expresión se vuelve triste. No se había dado cuenta de que se había entusiasmado tanto en hablar sobre lo especial de ese lugar que terminó contando el por qué.
—¿Cómo lo dejó? —pregunta ella, tratando de mantenerse fría.
—Cuando nací, ella murió
Ella apoya la mano en su hombro al recordar lo que le había contado. Él le sonríe.
Caminan a los pies del cerro y tienden la toalla. Se sientan sobre ella y dejan el cooler al lado. Sacan unos pocos sándwiches y los comen.
El día se ve hermoso, con un sol resplandeciente y ni una nube en el cielo. Es extraño cómo cambia el clima, considerando que ayer hizo tanto frío, aunque el día no está veraniego, pero sí tiene un clima agradable.
Al terminar los sándwiches, conversan sobre sus vidas.
—Mi papá dejó a mi mamá porque se fue con una amante, lo que te conté. Lo peor de todo es que formaron una familia. Me duele pensar en lo que me he perdido de no tener una familia paterna, y en lo que disfrutó ese niño o niña de mi papá —las lágrimas surgen de los ojos de Romina. Él trata de no recordar lo que ocurrió con su madre.
—¿Qué tal si subimos el cerro? —le propone él en un intento de consolarla.
—Eso estaría bien —dice ella mientras se seca las lágrimas.
Él echa el cooler y la toalla en el auto y sube con ella al cerro, o más bien, intenta subirlo.
Finalmente, logran llegar a la cima. Contemplan el lugar, sintiendo que han logrado algo importante juntos.
—¿Cómo vamos a bajar? —pregunta ella contemplando la gran altura de la que están de la planicie.
—Rodando —dice él. Ella ríe a carcajadas—. Lo decía en serio —la empuja. Ella apenas tropieza un poco, sin caer.
—Buen intento
Ambos ríen. A veces les cuesta comportarse como adultos, porque eso significa renunciar a la diversión con cosas simples.
Bajan con cuidado hasta llegar a la planicie.
El joven mira la hora en su reloj: las 16:30. El ambiente se ve como si fueran las 6 pm.
—Ya es tarde —dice él.
—Yo no me voy aún, si es eso lo que quieres decir
Él finge que no le toma atención a su respuesta. Simplemente va al auto y vuelve a sacar la toalla.
—Yo tampoco me voy —dice mientras invita a Romina a ponerse junto a él sobre la toalla.
Se quedan otro rato conversando, evitando los temas que más les duelen.
Cuando se hace realmente tarde, toman sus cosas y van a la casa.
—La pasé bien hoy —le dice ella cuando abren la puerta de la casa.
—¿Cómo les fue a los tortolitos? —pregunta Emilia bajando la escalera con una toalla en la cabeza y palta cubriendo su piel.
—Hermana, te ves terrible —dice Romina riendo un poco. Él también ríe, pero bajo.
—Ríete cuánto quieras. Luego yo me reiré de ti cuando tenga la piel y el cabello hermoso —dice ella yendo a su dormitorio. Ambos ríen.
—Como digas, hermana —le contesta ella hablando lo suficientemente fuerte como para que la escuche. Ahora se dirige a él—. Como decía, la pasé bien hoy. Espero que volvamos a tener una cita como esta —dice ella tomándole las manos.
Él asiente. Habrá otra cita, claro que habrá otra.
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