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Capítulo 4

Intenta arreglarse. Elige cuidadosamente la ropa, todo para agradarle. Ordena la casa, dejándolo todo brillante. No es una cita específicamente, pero lo hace para impresionarla, no porque ella le importe como mujer, sino que quiere que hable bien de él con su hermana.

Prepara el computador, poniendo su proyecto. Espera, al lado de la puerta, que ella llegue. Observa desde el sofá por la ventana la casa del frente. En un momento, ve a la puerta de la casa abriéndose y a ella saliendo, encaminándose a su casa. Él se levanta del sofá y se posiciona frente a la puerta. Queda ahí, al frente de la puerta. No abre aún, espera que ella llegue.

Romina atraviesa la calle, con la mirada del joven fija en ella. Llega hasta la casa y toca el timbre.

—¡Ya voy! —grita él.

Sale después de unos segundos. La ve de arriba a abajo. Teniéndola más cerca ve mejor los detalles, los que obvió al momento de verla atravesar la calle. Lleva un vestido hasta 5 dedos sobre la rodilla, totalmente negro. Es bonito. Eso le recuerda al vestido que llevaba su madre un día en que salió con su padre, en una foto que siempre lleva consigo. En esa foto ella lleva un vestido parecido, del mismo color, y el pelo recogido en una coleta. Verla así le recuerda a su madre, quien murió cuando él nació.

Todavía recuerda cómo era ir al preescolar y ver a los dos padres dejando a sus hijos, mientras que él solo tenía a uno. Ese día le preguntó a su padre por qué no tenía una mamá. Él no sabía bien el motivo de que no tuviera, su padre no había tenido ocasión de hablar con él sobre eso.

—Papá —preguntó, tímido. Todavía recuerda la timidez que tenía de hablarle a su padre, a quien consideraba una autoridad indiscutible.

—¿Qué pasa? —preguntó él, como siempre lo hacía cada vez que su hijo le quería hablar. Estaba sentado en un pequeño sofá leyendo el periódico.

—¿Por qué no tengo mamá?

Su padre lanzó un largo suspiro. Se levantó de su asiento, dejó el periódico en el sofá y caminó hasta su hijo. Puso la mano en su hombro, manteniéndose serio. Todavía recuerda cómo se sintió al tener la mano de su papá en su hombro, ahí supo que le diría la verdad.

Y, viendo a la hermana de su vecina, siente que todos los recuerdos de su infancia sin madre se agolpan en su cabeza.

—Hola —saluda ella—, ¿cómo estás?

—Muy bien y ¿tú? —contesta, desprevenido.

—Bien... comencemos con tu interesante aplicación —dice ella mientras él comienza a avanzar por delante de ella. Suben las escaleras y llegan a la habitación.

Está puesto el proyecto. El monitor muestra los símbolos en los que tanto empeño ha dado el joven ingeniero. Él mira los ojos de Romina deslizarse de un lado a otro observando el monitor.

Él se sienta y comienza con su proyecto. Ella le sugiere de vez en cuando algunos cambios y él, al verlo, piensa que esos cambios lo mejoran.

—Yo tengo una amiga que estudió diseño gráfico. Podría pedirle el favor de que te ayude —dice Romina.

—Estaría bien —responde él sin desviar la vista del monitor. Él continúa, con el silencio de ellos de por medio y con el único sonido de las teclas.

Luego, baja a buscar café y le trae un poco a ella. Ambos beben mientras continúan.

Unas horas después, cuando ya oscurece, Romina decide irse.

—Yo te acompaño a casa —le sugiere el joven.

—No, gracias. Solo vivo al frente —asegura ella mientras baja las escaleras junto a él.

—¿Qué clase de vecino al que le estás ayudando con su proyecto no te acompañaría? —argumenta él, mientras ella se pone el abrigo. Ella asiente, dándole una sonrisa.

Ambos salen entre la oscuridad. Observan la casa del frente, con las luces encendidas de par en par. ¿Por qué tiene todas las luces encendidas siendo que viven solo dos personas? Ella tendrá sus razones.

Caminan hasta allá.

—¿Te gustaría cenar con nosotras? —pregunta Romina, observando la ventana de la casa, seguramente esperando que su hermana se dé cuenta que ya está ahí.

—Oh, no... —hace una pausa al ver su expresión de desilusión— es que prefiero cenar en mi casa... solo —contesta finalmente, destacando la última palabra para no parecer descortés, aunque eso es lo que menos le importa en este momento. Por la expresión de Romina, sabe que sí fue descortés.

—Bueno, entonces... ¿nos vemos mañana? —pregunta ella, aunque parece más una sugerencia.

—Claro, a la misma hora —dice él, sonriendo. Ella no le devuelve la sonrisa, lo que lo hace sentir patético de inmediato.

—Adiós —se despide ella, abriendo el portón. El fierro oxidado de este resuena por todo el barrio. La puerta de la casa se abre. Se alcanza a ver un poco de Emilia.

¡Qué terrible fue no hablarle por un día! Y en vez de hablar con ella, habló con su hermana. No es que su hermana le desagrade, le molesta el hecho de que Emilia haya insinuado que podía querer algo con su hermana, siendo que la única que le importa es ella.

La ve desde lejos, y no gasta energías en saludarla; sabe que sería inútil. Su hermana entra con ella, dejándolo solo en la calle.

Atraviesa la calle y entra a su casa. Va a cenar y luego se sienta frente al monitor, mirando de vez en cuando al lado, a la ventana, a la casa del frente, pensando que hipotéticamente Emilia se asomará por esa gran ventana, lo verá y se alegrará de encontrarse con su mirada.

Pero, desde luego, para Emilia él es solo un vecino, nada más. Y en este momento ella puede estar comentando frases negativas sobre él con su hermana por no haber cenado con ellas, por no haber saludado... cuánto se arrepiente de seguir a su conciencia.

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