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Capítulo 3

Se levanta, como siempre, cuando la luz del sol ya está en la habitación. Toma el pendrive en que tiene la información de su aplicación, y sale a trabajar.

Va, con las ojeras marcadas, subiendo al auto que lo llevará a su trabajo. La noche anterior casi no pudo dormir por pensar en Emilia y en lo que pasó con el computador, el extraño mensaje que le pedía alejarse de su vecina. ¿Era un virus? Es probable, aunque es extraño que alguien ponga un virus en su computador para escribir ese mensaje y no para robar información de su aplicación o algo más útil para un hacker. Igualmente, por la tarde instalará otro antivirus, uno realmente bueno. Él sabe de esas cosas ¿no?

Observa la casa del frente, y ve a su vecina subiendo a un auto, uno viejo pero que se ve bueno. Sube al asiento delantero y pone la llave. Sabe conducir ¿eh? Y debe ir en auto al trabajo. Cada vez descubre más cosas de Emilia, y esas cosas hacen que se le haga más interesante saber de ella.

El día anterior no la vio salir en el auto a trabajar ¿por qué? ¿empieza hoy a trabajar? O quizás ayer tenía el día libre. Quizá llegó un día antes de su entrevista de trabajo, o quizá ya la hizo antes de cambiarse de casa y hoy va a trabajar.

Muchas dudas que no piensa preguntar. Se limita a saludarla con la mano. Ella le sonríe y hace lo mismo. Enciende el motor del auto y comienza a avanzar hasta dejarlo atrás.

Él continúa en su auto hasta llegar al trabajo. Estando ahí, después de hacer lo que le ordena su jefe y seguir con su proyecto, revisa si hay virus. Efectivamente hay uno. Se alarma al ver el poderoso virus, sabiendo que la privacidad de su proyecto está en jaque.

Instala un buen antivirus y logra eliminar la amenaza. Deja escapar un suspiro de alivio al conseguirlo.

***

Va a su casa. Al llegar, ve otro automóvil al frente. Se detiene a observar. No ve a nadie en el patio, por lo que deduce que Emilia debe estar dentro de la casa, seguramente con su hermana. Ella le había dicho que, si quería conocer a su hermana, debe ir a su casa a las 5 pm. Mira la hora en su reloj: las 4 pm. Todavía le queda una hora para que sea el momento en que deba ir a la casa de su vecina.

Entra a su casa y continúa con el proyecto. En uno de los momentos en que teclea en su computador, observa una extraña sombra que se proyecta como si hubiera un cuerpo al lado suyo.

—No te asustes —piensa—, solo es una sombra

Logra tranquilizarse, aunque no mucho. Puede ser una coincidencia, que sea su sombra, a pesar de que esta se encuentra en el otro lado...

Ya son las 5 pm. Camina a la casa de su vecina. Va tarareando una canción, golpeteando con los dedos la llave de su casa, la que suena ruidosa y con eco.

Eso le molesta de este barrio: que siempre hay tanto silencio que todo se escucha muy fuerte y con eco, sobresaliendo de los pequeños sonidos del canto de los pájaros. Aun así, eso es mucho mejor que una casa al frente de la autopista, con el constante ruido de los autos al pasar. No se imagina cómo dormiría en un lugar así.

Llega a la casa (atravesando la calle) y toca el timbre. Eso también ayuda al silencio del lugar, que nadie tenga que gritar para hacer notar su presencia, solo hay que tocar el timbre.

Presencia... la sombra...

Se escucha a dos personas bajando por las escaleras rápidamente, casi corriendo. Luego escucha una conversación, aunque no entiende lo que dicen, solo algunas palabras sueltas. Escucha de la voz de su vecina las palabras "vecino" y "verte". Con eso ya supone que le está diciendo a su hermana que su vecino, él, ha llegado a verla. No es eso a lo que viene; solo quiere verla a ella, a Emilia.

Se escucha la puerta abrirse. La ve asomarse, con los rulos de su pelo ondeando al viento, y su rostro al verlo, con el que ve a todos.

—¡Ya llegaste! —grita, como si le hablase a otra persona. La hermana se asoma, igual que ella.

—Así que tú eres el vecino —dice la hermana. Su voz es casi igual, solo que más aguda, aunque no mucho.

Él asiente.

Su vecina le abre el portón y lo hace pasar. Dentro de la casa, le ofrecen té, café y muchas cosas más, pero él no acepta nada. Se sientan en el sofá, junto a él. En ese lugar, él se siente incómodo, no por la hermana de su vecina, sino por estar entre tantas personas no muy conocidas aún (para él, eso ya es mucho. La incomodidad era extrema en la universidad).

—¿Cuál es tu nombre? —le pregunta la hermana de Emilia.

—Rodrigo —contesta él, cortés—. ¿Y el tuyo?

—Romina —contesta ella, moviendo las piernas en el sofá haciendo un vaivén.

Bonito nombre. Emilia y Romina.

—¿Trabajas? —le pregunta él, tratando de mantener la conversación. Observa a Emilia, cómo mantiene su expresión fría mientras los observa.

—Sí. Bueno... aún no. Saqué la tesis el mes pasado. Por ahora, viviré con mi hermana hasta que consiga trabajo. Quizá consiga aquí y me quede —dice ella, con emoción en su voz, seguramente por hablar de sus logros.

—¿En qué?

—Soy ingeniera civil en informática

Al oírlo, queda estupefacto. Estudió lo mismo que él, exactamente lo mismo. Quizá sea bueno hablarle de su proyecto, seguramente ella lo entenderá. ¡No! Ese proyecto es su secreto, la placa madre de su vida, su pilar... lo que lo llevará a la independencia laboral. No le confiará a cualquiera su proyecto. Recién la conoció hoy, así que es, prácticamente, una desconocida.

—Qué coincidencia —dice con tono asombrado—, también soy ingeniero civil en informática

Romina se dirige a su hermana.

—¿Por qué no me lo dijiste? Si es que sabías... sabías ¿verdad?

Ella asiente.

—Es que no lo consideré importante —contesta ella.

Emilia sube al segundo piso para ir al baño. Romina y el joven ingeniero quedan solos.

Él se hace un debate interno, pensando en lo positivo y en lo negativo de hablarle sobre su proyecto. De positivo está que ella puede ayudarlo, y de negativo que alguien más sabría sobre su proyecto, y podría copiarlo.

Se decide.

—Sabes, estoy haciendo una aplicación. ¿Te interesaría ayudarme? —le pregunta él, en tono casual.

Ella no responde. Pareciera que está asimilando lo que le acaba de decir el joven.

—Claro, pero ¿tendrá paga?

No había pensado en eso, en que ella querría recibir dinero por su ayuda. Sería lo justo pagar, total, es como un trabajo.

—Claro. ¿Cuánto te gustaría?

—Un 25% de las ganancias

—Ok. Entonces puedes venir mañana a ayudarme con el proyecto

—¿A qué hora?

—¿A las 5 pm estaría bien?

—Tengo todo el día

—Entonces a las 4 pm

—Claro, a esa hora esta... —alcanza a decir cuando se escucha un paso de Emilia en el escalón. Ella continúa bajando, con el silencio del invitado y su hermana predominante.

—Vaya, ¿por qué ese silencio? —pregunta Emilia con duda.

—Es tarde. Debo irme —dice el ingeniero levantándose del sofá, mirando el reloj en su muñeca.

Las dos se van a despedir a la puerta. Ahora se fija en el parecido que tienen, pero también en las diferencias que permiten distinguirlas. Romina, a diferencia de Emilia, tiene la piel más clara y con pecas, mientras Emilia la tiene más oscura (no mucho) y sus rasgos son más finos, a diferencia de los de Romina, que son más duros. Tienen casi la misma estatura, la diferencia es mínima, ambas son bajas.

Se despiden y el joven ingeniero atraviesa la calle a su casa.

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