VIII
He tirado los recuerdos del pasado, en la papelera no cabe ni un alfiler más, ocupan tanto que mi nueva compañera necesita más espacio. Se ha recostado sobre el sofá y me ha tendido la mano para que me acurruque junto a ella. Siento sus dedos posarse sobre mis cabellos, me acaricia y me susurra hasta el oído. La desesperanza se cuela hasta a mi lecho, me da golpecitos y me pesa más la tristeza que la voluntad de ser valiente.
El día aclara con los cantos de arrullos ocultos tras el árbol de cedro que adorna la vista de la ciudad. Una vez más la premisa del día no deja de manifestarse, está ahí, como un recuerdo perenne haciendo eco en cada espacio de esta habitación.
El teléfono suena, mi cuerpo reacciona. Lo descuelgo. Una voz familiar se cierne del otro lado de la línea. Maldigo a los cuatro vientos y resulta inevitable. Un amor desamparado exige explicaciones ante un acto injustificado.
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