I
Miro a cada dirección del bulevar y en cada esquina se esbozan rostros de felicidad, tristeza, amargura y preocupación. Tomo la línea doce del autobús y me enrumbo a mi ajetreada rutina.
Detrás del cristal me siento como una mercancía, siendo observada por ciento de ojos curiosos, pensamientos perdidos y la tecnología arraigada en el ser.
Doy un breve suspiro, estoy a tiempo. Aún llevo acuestas la tarea pendiente que taladra a cada segundo, a cada minuto de mi asfixiante existencia. El bus se detiene de manera exabrupto, me agarro al barandal del asiento de enfrente y continúo la marcha.
Una muchedumbre hace eco de la desgracia suscitada. A un hombre se le escapa la vida en medio de un charco de lágrimas.
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