
Capítulo 1: Leo, el león Mascota
Mi nombre es Luke Clide, una especie de superhéroe diferente que nunca quiso serlo, que tuvo que pasar por muchas cosas terribles, pero que al final se encuentra aquí dispuesto a contar sus extrañas vivencias.
Esta historia comienza un poco extraña, aunque no importa mucho, por que después se pone más extraña.
Lo primero que deben saber, es que yo no tenía idea de todo lo que iba a suceder el último día de clases en mi escuela, de lo contrario me habría adelantado las vacaciones y ni siquiera me hubiera molestado en salir de la cama.
Pero ya no perderé más el tiempo alejándome del punto, se los contaré todo por que sé que por eso han venido. Tengo que avisar, no respondo por lagrimas o risas excesivas. Si se van a reír procuren no leer esto en público, los van a ver raro. También van a tener emociones fuertes, muy muy fuertes.
Y también me veo en la obligación de mencionar que esta historia puede causar deseos de ser un poderoso, lamento informar que eso no basta para serlo. Pero si alguna vez ha pasado algo extraño a tu alrededor y sientes que tú lo provocaste, talvez debas llamarnos de inmediato, nunca se sabe.
Ahora si puedo comenzar, sean bienvenidos, vayan por palomitas y pónganse cómodos por que esto va para largo.
La cama estaba tan calentita, no quería dejarla, pero mamá me estaba llamando y Sophie no dejaba de correr por el pasillo.
Ella solía hacer tanto ruido en las mañanas, eran tan inquieta y desconsiderada con el tiempo de descanso de los demás. Yo no tenía un despertador, ella cumplía bastante bien esa función.
—¿Puedes dejar de correr como una demente?—. Rodé los ojos y me senté en la cama—. Vas a caerte.
—¡No es verdad!—. Gritó, todavía corriendo—. Mi habilidad es...—. No escuché lo que intentó decir, por que su voz se vio amortiguada por la alfombra.
Le dije que se caería.
—¡Estoy bien, ni me dolió!—. Gritó, haciéndome reír—. Mamá creo que me rompí el esqueleto completo—. Susurró, pero igual la escuché.
Me metí a bañar y después me cambié al horrible uniforme de la escuela a la que asisto. Una camisa gris con pantalón café claro. Hoy es el último día de clases, así que mínimo trataré de pasármelo bien y salir de fiesta con mis amigos.
Planeo irme de viaje con mi amigo Zack por el país, recorrer varios lugares y finalmente regresar antes de que acabe el verano. Cabe destacar que mamá no aprueba eso, pero yo necesito salir de esta casa y disfrutar un poco mi tiempo antes de entrar a la universidad por que sé que cuando empiecen las clases de nuevo no tendré descanso.
Aún no sé que voy a estudiar, ni siquiera he enviado solicitud a ninguna universidad por que para hacerlo te piden que selecciones una carrera. Y mamá no me presiona con el tema, me agrada, pero a veces siento que debería hacerlo para que me preocupe más de lo que ya lo hago.
—Buenos días familia—. Saludé al entrar en la cocina. Mamá está curándole a Sophie un raspón pequeño en la rodilla—. ¿La alfombra de nuevo?—. Sophie siempre encuentra la manera de rasparse en esa alfombra, pareciera que le gustara lastimarse.
—Esa maldita alfombra me odia—. Dijo Sophie. Mamá le dió un golpecito en la boca.
En esta casa solo hay una regla que debe cumplirse estrictamente: no decir malas palabras. A veces se me escapan pero ella nunca me ha escuchado, bendita suerte la mía.
—¿Qué son esas palabrotas Sophie Clide?—. Se levantó del piso y se puso a servir el desayuno—. No quiero que las vuelvas a decir—. Sentenció firme. Dejó frente a mí un plato con panqueques.
—Pero Luke las dice todo el tiempo—. Se excusó, haciendo mueca de bebé con el labio inferior temblando.
—Tu hermano sabe que le lavaré la boca con detergente cuando tenga la opotunidad—. La hace sentarse en la mesa para desayunar—. En especial si anda de mal hablado frente a ti.
Claro, que Sophie tenga las malas palabras en la punta de la lengua es mi culpa. Nunca he dicho una sola frente a ella.
—Pronto no te preocuparas por eso, me iré todo el verano—. Le recuerdo, la mueca de disgusto que hace reafirma su postura.
—¿Todavía tienes esa estúpida idea Luke? No saldrás de esta casa, entiéndelo de una vez.
—Dijiste estúpida, lávate la boca con jabón—. Hablo, haciendo uso de sus propias palabras para defenderme y burlarme un poquito también.
Mamá se lleva la mano al puente de la nariz y susurra algo, pero no entendí más que un balbuceo enojado.
—Vete a la escuela ya, y te quiero de vuelta tan pronto acaben las clases—. Me mira—. Si no llevaré a Sophie a recogerte vestida de cerdito y que te llame a gritos delante de tus compañeros.
Sophie hace ruido de cerdito para confirmar que no le importa hacerlo, hasta le gustaría.
—No te atreverías—. La miro con los ojos entrecerrados. Ella me devuelve la mirada sin flaquear.
—Apuesta.
Me metí a la boca el último bocado de panqueque y tomé mi mochila del sofá. Ayer la dejé tirada ahí desde que llegué de la escuela, creo que no hace falta decir que no hice la tarea, por que enserio, ¿quién deja tarea para el último día de clases? No sé quién está más loco, si el que la dejó ó el que la hizo.
Al salir de la casa tuve la sensación de que alguien me observaba, pero no había nadie en la calle. Seguí mirando hasta que mi vista paró en la casa de enfrente, una niña pelirroja me veía fijamente desde la ventana. Nunca me aprendí su nombre, siempre me parecieron raros los que viven en esa casa y me mantengo lo más alejado posible. Ahí viven un montón de chicos y chicas, cada uno más raro que el anterior, y siempre veo a nuevos. Mamá dice que probablemente son adoptados, pero yo no me creo ese cuento de hadas bonito, algo se traen pero tampoco quiero saber que es.
—Te regalo una foto si quieres—. Le digo, lo bastante alto para que haga una mueca de indignación y cierre la ventana con rapidez, claramente ser descubierta acechándome no estaba en sus planes.
Caminé despacio y despreocupado, no me iba a mostrar como que su presencia me molestaba, aunque sí lo hacía. ¿Qué tanto me veía? Ninguno de ellos había mostrado nunca el más mínimo interés en mí, ni siquiera me los he topado en la calle por casualidad.
Extrañamente me sentí tranquilo cuando giré en la esquina, poniéndome lejos de su mirada fija que sabía que seguía ahí a pesar de haberla visto cerrando la ventana.
Las calles estaban llenas de gente, como siempre. Parecía que había una protesta protagonizada por unos diez chicos. Al acercarme escuché que lo hacían por que querían talar un árbol que estaba en el centro del parque.
—¿Nos apoyarías para que no talen la Ceiba?—. Me habló una chica, poniendo frente a mi cara una tabla con una lista de firmas pegada, me golpeó la nariz pero estaba tan ocupada que no se dio cuenta, yo fingí no escucharla, molesto por el golpe y la falta de disculpa—. Tiene más de cien años, es un patrimonio cultural—. Siguió soltando datos tratando de convencerme. Hasta intentó entregarme un folleto con información sobre el árbol. Me giré hacia ella.
—Solo es un árbol—. Dije en voz alta, llevado por la sensación de dolor y los pulsos en mi nariz, mi voz salió un poco gangosa, pero no sé si fue por el golpe ó por mi mano cubriéndola en un intento fallido de calmar el dolor. Los tipos que tenían las sierras eléctricas me aplaudieron, pero realmente me dio más asco que satisfacción. Me di la vuelta y seguí caminando, arrepentido de haber dicho lo que dije, pero su cara enojada me dio tanto miedo que para mí fue mejor huir que retractarme.
Al llegar a la escuela me encontré en la entrada con Zack, como siempre al lado de sus dos mejores amigas: Kenzie Battle y Megan Knight. Chocamos los cinco.
—Nos vamos a la salida—. Avisa—. Tenemos todo listo para el mejor viaje de nuestras vidas—. Kenzie y Megan sonríen, la idea les emociona tanto como a mí.
Recuerdo a mamá y su amenaza con Sophie. No creo que pueda cumplirla, estará trabajando a esa hora, pero la decepcionaría mucho si me voy de esa forma, pasando sobre su autoridad y desafiandola por que sé muy bien que no quiere que me vaya.
—Luego te digo si voy—. Respondí, sus rostros se llenaron de confusión—. Te veo después, tengo clase.
Caminé al salón de matemáticas sin esperar a que me dijera nada, corría el riesgo de que me convenciera.
La clase de matemáticas terminó, en esta escuela no les importa que sea el último día, las clases son normales. Y no sé si es maldad ó coincidencia, pero todos los años la última clase es esa y parece que se esfuerzan por hacerla más aburrida de lo normal.
Ahora me toca educación física, que yo no la cuento como una clase por que para eso tengo que odiarla y esta si me gusta, pero tampoco la amo. No digo que sea malo, cada deporte o actividad que me ha tocado la he hecho fácilmente, pero ninguno me gusta lo suficiente como para quedarme practicando y unirme a un equipo, y eso me hace sentir que realmente no lo estoy haciendo como debo. Los demás consiguieron becas en las universidades por jugar, yo no pensé en la oportunidad perdida hasta que era demasiado tarde.
Salgo de los vestidores con el uniforme de deporte puesto, un pantalón gris deportivo y una camiseta amarilla con nuestra mascota en la parte del frente, un león parado en dos patas con un dedo de espuma rojo que dice: "¡soy el número uno!".
Patético. Ya parece que lo hicieron con la intensión de dejarnos en ridículo frente a las demás escuelas.
—Darán diez vueltas—. Dice el entrenador, tan rápido como la última chica puso un pie en la cancha—. ¡Rápido holgazanes!
Todos salimos corriendo, algunos se iban quedando atrás y en las primeras dos vueltas ya tenían aspecto de que iban a morir. Yo era más rápido que los demás, cuando ellos iban por la cuarta vuelta yo ya iba por la séptima. A veces el entrenador se dedicaba a contar cuantas vueltas llevaba yo y luego le ponía el doble a los demás, así que no les caía muy bien a todos.
Terminé las diez vueltas y el resto de mis compañeros apenas iban empezando la sexta, los que eran más rápidos, los demás ya estaban tirados en el suelo ó vomitando.
—Terminé—. Le avisé al entrenador. Él asintió complacido y me dejó descansar en la gradería.
Las gradas son del mismo amarillo chillón de la camiseta, y en la última justo en el centro hay una estatua del león mascota con su enorme dedo de espuma.
Me senté en la tercera fila, pero no me sentía cansado. Sentía que podía dar otras diez vueltas sin problemas. Pero algo empezó a inquietarme, una presencia, me sentía observado otra vez.
Busqué con la mirada por toda la cancha, pero no había más que el entrenador comiendo frituras de queso y los alumnos corriendo, medio muertos.
Esto estaba empezando a asustarme, solía sentirme así a veces, pero hoy era demasiado fuerte, como si algo se me viniera encima y me robara el aire. Un horrible presentimiento me invadió pero hice mi mejor esfuerzo por ignorarlo.
—Tranquilo Luke—. Me susurré, mi respiración está agitada—. Ha de ser alguna chica escondida viéndote—. Traté de subir un poquito mi ego, así dejaba de pensar en ello aunque bien sabía que las chicas no hacen eso conmigo, no les gusta mi cabello rojo.
Pero no estaba funcionando. Levanté la mirada a la estatua del león y me pareció ver que me estaba mirando.
Sacudí la cabeza y miré a la cancha de nuevo.
—Me estoy volviendo loco—. Sacudí la cabeza otra vez.
De pronto un ruido bajo la gradería captó mi atención. Bajé la mirada un poco nervioso, y mis ojos casi se salen de órbita cuando la vi.
La niña de la casa estaba sentada tranquilamente con las piernas cruzadas jugando con una muñeca.
—¿Qué diablos haces aquí?—. La niña tembló y levantó la cabeza al darse cuenta que la había descubierto, por segunda vez en el día, pero no dijo nada—. ¿No vas a responder?
Sonrió.
—Los poderosos están aquí.
¿Qué?
Un ruido aún más fuerte vino de arriba, volteé a ver y el león se estaba moviendo. Se estiraba y gruñía, como si acabara de despertar de un largo sueño.
Mis compañeros gritaron y el profesor tiró sus frituras antes de salir corriendo con los demás alumnos. Yo me quedé ahí, paralizado. Miré abajo de la gradería, pero la niña ya no estaba.
—Haz sido un mal poderoso Luke Clide, muy malo—. Habló desde otro lado.
—¿Qué?
Fue todo lo que alcancé a decir antes de que me golpeara en la cabeza con el dedo de espuma, estaba mucho más duro de lo que parecía. Lo último que sentí fue al león cargarme en brazos mientras me desmayaba.
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