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Una mente dividida


                                                                         

VII:

UNA MENTE DIVIDIDA


―Mira esto ―pidió Oasis con una enorme sonrisa despuntando en su rostro, al mismo tiempo en que comenzaba a girar sus manos, formando círculos en el aire.

La tarde había empezado, y ambos se encontraban descansando al lado de una pequeña fuente de agua. El menor había saltado con entusiasmo, como si de pronto hubiese recordado algo importante, para luego indicarle que debía mantener la vista sobre sus movimientos, pues le mostraría algo hermoso. Y algo hermoso fue lo que vio cuando el líquido comenzó a elevarse hasta formar una bola en el aire, la cual se rehízo hasta tomar una forma larga, de serpiente, que comenzó a moverse hasta él, construyendo una espiral alrededor de su cuerpo. Irgan sonrió y acercó la mano derecha para palpar el agua que continuaba flotando, sin deformarse por la corriente de viento. Tampoco se destruyó cuando la mano del hombre la tocó, ni siquiera al introducir sus dedos hasta traspasarla y crear un agujero entre la figura. Ambos se miraron y sonrieron, comunicándose en un mutuo silencio. Irgan giró su cuerpo para mirar el resto del agua que continuaba moviéndose juguetona, tal y como si poseyera vida propia, pero en su cambio de plano descubrió algo nuevo, algo que no tenía relación con el agua. Señaló al frente. Estaban ubicados casi en una esquina de Infierno y ello les brindaba la posibilidad de avistar el camino de arena que cubría todo el desierto. Fueron unas figuras negras las que llamaron su atención. Se movían con lentitud, no era animales pero se dirigían hacia su lugar, sin duda eran personas, aún lejos, aunque no lo suficiente para evitar ser vistos.

―Maestro ―susurró Irgan. Con la vista perdida volteó hacia Oasis, quien parecía tan cohibido como él―. Vienen por mí.

En esa ocasión la figura de agua sí se deshizo, derrumbándose junto a esta algo más que solo líquido. Soltó un único ruido húmedo al caer al suelo.

―Yo... Me gustaría hablar con él. ―Irgan sintió temblar sus labios; miró al suelo, donde el agua ya había sido absorbida y tan solo quedaba un manchón marrón―. Tú deberías avisarle a Mayul. Ella, ella sabrá que hacer.

Oasis no se movió durante un par de segundos, luego profirió algo que se escuchó como un bufido, para comenzar a alejarse cada vez más rápido. Irgan sentía el pecho a punto de estallar, su corazón latía con demasiada frecuencia, tanto como la primera vez que había llegado ahí, cuando pensó que se encontraba en el infierno, en el único infierno.

Tardó en reponerse; en cuanto lo logró, decidió investigar las figuras ya se habían acercado otro trecho: ahora podían notárseles las extremidades con más precisión. Confirmó que sí eran personas, su maestro y los enviados para protegerlo, era probable. De nuevo dudó mientras caminaba en dirección a la orilla nada marcada que separaba el desierto de Infierno. Los titubeos que lo atormentaron desde su entrada al sitio comenzaron a arremolinarse de nuevo, exigiendo todos una respuesta. Comenzó a moverse en la dirección que tomaba el grupo. Caminó con más rapidez, hasta correr, y le pareció ver que los hombres aproximándose también habían aumentado el ritmo al diferenciar entre el manto de arena los árboles que se distinguían a los lejos, si uno miraba el paisaje desde el frente.

Al llegar a uno de los caminos principales de Infierno se encontró con una multitud arremolinada, posiblemente esperando la llegada de quienes consideraban intrusos. Todos con un cuerpo cuya simetría fallaba en algún miembro faltante o deforme. Irgan se sintió más incómodo al tenerlos cerca, ya no porque le provocaran desagrado, sino porque sus miradas cortantes parecían desear partirlo en miles de trozos. A él y a quienes se acercaban. El huésped tan solo pudo contener un suspiro y adelantarse un poco a la muchedumbre, sintiendo una mezcla de emociones súbitas al tener cada vez más cerca a las figuras que venían por él.

Habían transcurrido solo unas semanas desde su llegada, y a pesar del poco tiempo hasta temía haber olvidado su antigua lengua, que su maestro lo oyera decir una frase y lo observara con frialdad para declarar que ya no pertenecía más a ellos. Mas no fue ese el resultado de su encuentro, y a pesar de las interrogantes que poblaban su mente, el abrazo con que lo recibió el hombre de cabello negro y largo, quien lo había criado desde niño, logró que se despejara por un instante, tan solo lo suficiente para sentirse de nuevo en ese lado de su vida que no podía rechazar. Aunque todo pareciera negro, seguro que habría una explicación.

―Irgan. ―Se sintió dichoso de escuchar su nombre en esa voz que tanto le había enseñado.

―Maestro ―respondió, mirándolo a los ojos, mientras una enorme sonrisa se dibujaba en ambos rostros.

―Debes haber sufrido mucho, pero lo importante es que ya estamos aquí para llevarte, no verás este sitio en mucho tiempo ―se apresuró a informar el mayor, y sus ojos claros, tan celestes como los recordaba, brillaron eufóricos.

―Maestro, yo no creo... ―balbuceó, con la carga de no querer herir a ninguno de los lados.

―Silencio ―ordenó el hombre con amabilidad―. Sé que tendrás muchas preguntas y ahora mismo te sientes perdido, pero no te preocupes, yo soy tu maestro, sé lo que es bueno para ti. ―Luego separó la proximidad que habían ocupado sus cuerpos, para dirigirse a alguien de Infierno, con un tono mucho más áspero―. Necesitaremos quedarnos un par de días, el viaje ha sido agotador, así que alisten lo que puedan.

―Sus habitaciones los están esperando, se alegraran de tenerlos aquí tanto como nosotros, Yako.

Para sorpresa de Irgan, quien había respondido a aquella orden había sido Mayul, quien se mantenía erguida con tanta dignidad como le era posible, resguardada por muchos pares de miradas tras ella. Era cierto que la gente de Infierno no parecía alegrarse cuando estaba a su lado, pero al mirar a su maestro y acompañantes era odio puro lo que se apreciaba en sus ojos. No le bastó más que dirigir su propia mirada hacia el lado contrario para entender que el rechazo era mutuo.

No continuó prestándoles atención, pues notó la presencia de Oasis al lado izquierdo de la mujer. Irgan, quien se encontraba a mano derecha de su guía, se apresuró a tratar de alivianar la tensión. Quizá algo mejor.

―Maestro, quiero que conozcas a alguien. ―Miró a Oasis sonreír con legitima sorpresa, hasta que la respuesta contraria congeló el gesto alegre en ambos rostros.

―No hay nadie a quien quiera en tu vida que no conozca ya. Creo que el calor de este sitio nos afecta a los que no somos de aquí. Vamos a descansar.


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