Ángeles en el Infierno
III:
ÁNGELES EN EL INFIERNO
Se vio obligado a estar en reposo un par de días antes de salir a investigar el lugar. Cuando lo hizo su equilibrio aún fallaba, si forzaba un movimiento rápido los ojos se le querían salir de las cuencas y llevarse la cordura consigo. No había posibilidades de partir de allí sino era por trato, eso lo entendió desde el principio.
Aun si su orgullo era grande, el deseo de sobrevivir ―porque seguía sintiéndose en peligro de muerte― era mucho mayor. Aunque, en honor a la verdad ―y un guerrero siempre honra la verdad―, la nebulosa de inseguridades y secretos alrededor del sitio había comenzado a disiparse. No sabía si por costumbre o por instinto, ya que debía soportarlo al menos tres semanas más. Había reclamado a Mayul por el tiempo, pero esta respondió cortante a todos sus alegatos, explicándole que el Rey no podía viajar tan abruptamente sin preparar una mentira. «Puede que venga antes. Si eres listo, ya deberías de haber entendido su habilidad para mantener un engaño», había asegurado, dando por finalizada la protesta.
Irgan no insistió más en el tema, pues él mismo había comenzado a cuestionarse. No deseaba doblegar su espíritu ante las palabras venenosas de quienes habían sido castigados, y presos del desamor anhelaban arrastrar a los demás consigo, sin embargo, era complejo no tambalear; había visto tanto que se suponía jamás presenciaría un hombre en vida, que su único consuelo era prometerse el que su maestro llegaría a aclarar sus dudas, y entonces todo cobraría sentido. Pero, si él estaba consciente de ese sitio, ¿por qué no se lo había explicado antes? ¿Para qué mantener desconocida una verdad tan necesaria de conocer?
Concluyó que solo restaba esperar; mientras lo hacía decidió que encerrarse y apartar la mirada no era lo que un elegido debía hacer. Si se encontraba ahí y no ningún otro existía una razón. Era cierto que había entrado al desierto escapando de enemigos que lo creyeron muerto al perderlo de vista entre las sabanas de arena, pero estaba seguro de que existía algo más. No solo era obra humana lo que guio su camino.
Así que se dedicó a explorar, tratando de embeber su memoria con las imágenes que recogía a cada paso que daba, asombrándose de buena y mala manera a partes iguales.
La compañía no era algo tan sencillo de obtener. El solo hecho de caminar resultaba muchas veces desagradable, pues las miradas se centraban en él, detallándolo sin reparo, no interesándoles esconder sus intenciones.
El único que se acercaba a hablarle era el chico al que había confundido con un ángel al despertar (y no podía evitar sonrosarse al pensar en ello). Oasis, se llamaba, un nombre singular, aunque significativo tanto para él como para los otros. El chico portaba unos cabellos solo un tanto más claros que su tono de piel y ojos, además, parecía tener como pasatiempo sonreír por cualquier cosa. A Irgan no le desagradaba, y en ocasiones se preguntaba si estaba mal sentir simpatía por alguien con esas condiciones; por instantes se prometía alejarse emocionalmente de cualquiera de ellos, pero en cuanto bajaba la guardia se descubría a sí mismo entablando una conversación.
Con Oasis había aprendido mucho del lugar, por ejemplo, que le llamaban Infierno, la gente de Paraíso le había puesto así. Los de Infierno no renegaron por el nombre; aunque en un principio lo tomaron por ironía, después del tiempo los habitantes abandonaron la raíz y comenzaron a ver a Infierno como un buen lugar.
―Eso es aberrante ―casi escupió Irgan.
―Es solo una palabra. Si el lugar donde vivieras se llamara Infierno, ¿qué harías?
―No podría llamarse así, porque las palabras poseen un orden divino ―se hinchó al responder, sin contemplar contradicciones.
―Eso es estúpido ―respondió Oasis, sin la mitad de la malicia con que su acompañante había hablado―. Las palabras son solo palabras. Las palabras son del hombre y los árboles de Dios. Aquí hay árboles y agua, ¿cómo iría a haberlos si Dios no nos amara?
―Aunque te responda no podrías entenderlo.
―Yo creo que no sabes qué responder.
La sinceridad de Oasis era irrespetuosa ante sus ojos. Irgan estaba acostumbrado a los tonos dudosos, a los que temían equivocarse por no saber lo que era correcto cuestionar; en cambio, el chico se expresaba con libertad y ponía en duda sin pensar antes en las consecuencias. Por ello, el mayor comenzaba a sentirse cada vez más avergonzado de sus propios discursos, al punto de que bastaron tan solo unos días para dejar atrás la confianza con que en un principio habría asegurado cualquier saber.
En cuanto notaba su debilidad, se consolaba repitiéndose que en un lugar así ningún hombre podría mantener la cabeza fría, y más bien prefería indagar para tratar de encontrar el error en la educación del otro.
Oasis le había enseñado mucho sobre Infierno. Le había contado que era un bosque de cientos de kilómetros de extensión a lo ancho y largo, y existía nutriéndose de la magia de los elementales. Había seis elementales en Infierno; Oasis era uno de ellos: elemental de agua, aunque eso lo hubiera adivinado incluso sin preguntar. A pesar de que para Irgan resultaba espeluznante la posibilidad de que seres humanos elementales, elegidos por la luz, habitaran un sitio como ese, más inexplicable resultaría que una formación de vida así sobreviviera en un desierto tan extenso y sofocante. Uno al que Irgan, aun siendo un guerrero que se había forzado a entrenar en las peores condiciones, había cedido, y en el que hubiese muerto de no ser porque un grupo de pobladores lo encontraron.
Los humanos elementales controlaban el agua, el viento, el fuego y la tierra, forzando a que los elementos obedecieran parcialmente a sus instintos; sin embargo, los elementales en Paraíso no lograban más que entretener con sus poderes, aspirando a ser artistas si nacían con aquel don. En Infierno la vida dependía de ellos, los superaban por mucho, incluso podían utilizar el viento o el fuego para atacar con rapidez a un enemigo, algo sin precedentes en Paraíso.
Otra de las enseñanzas que obtuvo contra su voluntad: nunca se sabía demasiado, cuando uno creía conocer por completo un mundo, descubría la existencia del universo.
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