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Capítulo 53

No mentía cuando dijo que esto iba a ser peor, cuando dijo que iba preferir estar encerrada en esas cuatro paredes con una luz blanca y un baño.

Oscuridad.

Eso es todo lo que hay.

Luego de la... charla que tuve con Snow y comentarle mi decisión, enseguida llamó a los agentes de la paz.

De paz. De paz no tienen nada.

Me arrastraron por varios pasillos y bajamos escaleras hasta que me tiraron donde me encuentro en este momento. Según yo, es una especie de celda, pero no estoy segura. Puedo sentir barrotes a mi alrededor y una pequeña compuerta donde dejan una bandeja una vez por día. Se supone que es agua y comida, pero no creo.

Mi capacidad para confiar se está yendo lentamente, aunque creo que nunca la tuve.

Hay un pequeño colchón, se siente más como una lámina de lo fina que es, pero dadas las condiciones eso es lo mejor que hay en este lugar.

Todo está oscuro. Ni siquiera puedo ver mis manos, me estoy replanteando lo de la luz blanca que me hacía llorar los ojos. Aquí adentro no puedo saber lo que está pasando, solo puedo escuchar.

Los primeros días había un completo silencio.

Eso cambió la noche anterior.

Gritos.

Gritos desgarradores que me daban escalofríos. Y si eso es lo que me espera, no sé cuánto voy a soportar. Intento seguir adelante. Por Gia, por Finnick. Pero cada vez es más complicado.

Y el show vuelve a comenzar. Los gritos son como alaridos de dolor, empiezan muy fuertes y a medida que pasa el tiempo va mermando en un quejido. Probablemente termine en un desmayo. Nunca había escuchado gritos así, ni en los juegos.

Es cruel y sádico.

Todos los días mis pensamientos se condensan en sí yo seré la próxima. Si la próxima vez que vengan los guardias no me dejen comida, ni agua, sino que me arrastren a ese lugar de tortura o peor... que dejen de venir y me muera lentamente en esta celda, olvidada.

Estos días, para no perder la cabeza, estuve contando. De uno hasta cien, de atrás para adelante, sumando de a dos. También sirve mucho recordar los momentos con mi hermana, con Finn... pero esos recuerdos se vuelven dolorosos en un punto, así que vuelvo a contar.

Eso es algo que puedo hacer, que todavía no me sacaron. Mi capacidad para pensar, para razonar.

Otra cosa que hago mucho es imaginar.

Imaginar cómo mi mano se cierra en la garganta del presidente y este poco a poco va perdiendo aire hasta el punto que sus ojos pierden la luz de la vida. Algunas veces es de esa manera, otras me imagino clavando un cuchillo en su pecho, ahogándolo en el mar de mi distrito, tomando un arma de los agentes de la paz y disparando directo a su frente.

Si... eso me calma por unos instantes.

Los gritos vuelven y está vez llevo mis manos para tapar mis oídos. El ruido se está haciendo insoportable.

Uno.

Dos.

Tres.

Trato de concentrarme en los números pero es imposible, el grito se entrecorta, como si la persona estuviera desgarrando su garganta en el proceso y luego para.

Se detiene.

Escucho murmullos y luego pasos. Miles de escenarios se me vienen a la cabeza, tal vez esa persona murió y yo soy la siguiente, o tal vez quieren experimentar, torturarme hasta que me una a Snow...

Una puerta se abre, tres personas caminan, una de ellas arrastra los pies por como se escuchan sus pisadas. En el momento que pienso que vienen por mí, la celda de al lado se abre y lanzan a esa persona, hace un ruido sordo al golpear contra la pared.

No dicen nada y luego se van.

¿Es la misma persona que estaba gritando?

Tal vez es una trampa, tal vez...

Un quejido me detiene. Sí es la misma persona. El único rayo de luz que entra por una ventana diminuta se posiciona en la unión de las dos celdas.

—¿Estás... —carraspeo, mi garganta duele—. ¿Estás bien?

Si, lo sé. Es una pregunta estúpido pero no se me ocurre que otra cosa podría decir.

—Escuché... escuché gritos. ¿Eras tú? —mi voz se escucha ronca.

—Ve...nus.

Murmura algo, pero no logro entender.

—Venus... —su voz se escucha lastimada, pero definitivamente es la voz de un chico.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—¿Ya... ya no somos... —hace un esfuerzo enorme para unir las palabras—. ¿Amigos?

Y ahí es cuando me doy cuenta. Nunca lo vi al lado de Katniss en el final y si ella logró escapar, eso quiere decir...

—Peeta... —susurro.

—Por ahora sí.

Me tropiezo para llevar al lado de la celda que comparte con la suya, intento enfocar mi vista y tantear con mi mano dónde se encuentra. Me desespero, ganas de llorar me invaden. Se suponía que él no tendría que estar aquí.

—Peeta... —mi voz suena entrecortada.

—Estoy... aquí —escucho como se acomoda y se acerca hacia los barrotes.

—Peeta...

Sigo tanteando con mi mano hasta que finalmente encuentro la suya. Me recorre una felicidad por todo el cuerpo, sujeto con fuerza su mano que temo lastimarla.

—¿Qué pasó? ¿Qué te hicieron? —las palabras salen a tropezadas—. No tendrías que estar aquí, tendrías que estar con Katniss. Los gritos...

—Vee... respira.

Entrelaza nuestros dedos y siento como su cabeza queda apoyada con los barrotes.

—Desperté aquí... en el Capitolio —suspira—. No sé... no sé qué sucedió —carraspea.

—Había un plan, el trece los iba a rescatar, a ti y a Katniss. A todos.

—¿El distrito...trece?

—Yo tampoco lo creí cuando me lo contaron, pero iba a pasar. La revolución está sucediendo —digo en voz baja.

—Venus... me hicieron algo —sus dedos tiemblan alrededor de los míos y su voz se quiebra—. Están haciendo algo en mi cabeza, con mis recuerdos.

—¿Con tus recuerdos?

—Los están modificando... pero no todos —suelta un jadeo de dolor cuando se acomoda—. Los de Katniss, algo me están haciendo.

—Te quieren usar en contra de ella —pienso en voz alta.

—¿Ella... intentó matarme?

—No, claro que no —busco su otra mano entre medio de los barrotes—. Ella nunca haría eso, te quería salvar. Te quiere, Peeta.

—No estoy seguro... de eso.

—Si no confías en ti, confía en mí. En lo que te digo.

—Tengo miedo —dice en voz tan baja que apenas lo escucho.

—Yo también, pero vamos a luchar, saldremos de aquí.

—¿Cómo estás tan segura de... eso?

—Porque ya no estoy sola, estamos juntos.

✦✦✦

Un ruido metálico me despierta.

—¡Arriba! ¡De prisa!

Me levanto sobresaltada, al igual que Peeta.

—Qué lindo, se toman de las manos —se burla—. No tengo tiempo para esto.

Abre primero mi celda, me arranca de las manos del rubio y me pone en pie como si no pesara nada. Empuja mi espalda para salir de la celda.

—¡Eh! ¡Qué haces!

Al parecer encendieron una luz en algún lugar, porque se ve un poco más iluminado. Peeta tiene ojeras y se nota que perdió algo de peso, no mucho, pero lo suficiente para que sus pómulos se hundan.

—¡Qué haces! —repite.

El agente de la paz me mantiene quieta con su mano sobre mi brazo, a continuación siento algo frío al costado de mi frente.

—Tranquilo... —el rubio levanta las manos.

—Vamos, chico bonito. No tengo todo el día —abre su celda.

El cañón del arma hace presión contra mi sien, cuando Peeta sale asiento en su dirección para indicarle que estoy bien.

—Camina —ordena—. Si no lo haces, bueno —empuja mi frente con el arma—. Ya sabes lo que pasa.

Peeta camina delante de nosotros, sus pasos tambalean un poco, todavía se encuentra dolorido de lo que sucedió ayer. El cañón del arma se traslada de mi frente a mi espalda, el guardia me empuja para que camine.

Pasamos por varios pasillos y subimos por una especie de ascensor de carga, cuando las puertas se abren tengo que cerrar los ojos. Una luz blanca me ciega, pasar de la completa oscuridad a esto es lastimoso.

—Rápido, no tengo todo el día —la máscara amortigua un poco el sonido de su voz pero de igual manera se escucha firme.

Recorremos habitaciones pintadas de blanco y con varias rosas, el olor me hace querer vomitar. Llevo mi vista hacia abajo, mis pies descalzos están resecos y el camisón que antes era de un color claro se ve sucio. No quiero imaginar cómo está mi pelo o mi cara.

Veo a Peeta de espaldas, su pelo rubio está perdiendo un poco de brillo y el camisón que lleva le va grande, se nota que también está perdiendo peso.

Entramos en una habitación, dentro solo se encuentran dos personas del Capitolio, una lleva un traje en la mano y la otra sostiene unas botas. Todo es blanco.

—Tienes cinco minutos para cambiarte —informa el guardia.

—¿Qué está pasando? ¿Para... qué es esto? —carraspea.

—Cámbiate —el arma se posiciona en mi sien—. O sabes lo que va a suceder.

Peeta alterna su vista del arma a mis ojos, traga saliva y sin decir una palabra comienza a sacarse el camisón lentamente.

Aparto mis ojos de él y en su lugar los llevo al piso.

¿Qué quiere Snow? ¿Por qué está haciendo esto?

Está alterando sus recuerdos sobre Katniss, pero ¿por qué? ¿Y todo esto?

—¿Qué opinas? —escucho un cierre subir—. Soy lo suficientemente guapo —intenta sonreír pero solo es una mueca.

—Te ves muy bien, aunque el blanco no es tu color —le sigo el juego.

—Dejen de jugar —empuja mi cabeza—. Andando.

Peeta camina delante nuevamente, los estilistas limpian su rostro con un paño mojado.

Cuando el agente de paz pide que paremos, el ruido se hace presente. Cámaras, micrófonos, estilistas. Hay dos sillones en el medio.

¿Quieren que Peeta hable?

—Oh, llegaron nuestros invitados —Un alegre Caesar Flickerman hace presencia—. Señorita Harkin, señor Mellark, es un gusto volver a verlos. Lamentablemente, en esta ocasión solo precisamos de la participación del señor Mellark, sepa disculparnos, señorita Harkin.

—¿Participación?

—Nos gustaría que de unas palabras, señor Mellark, por lo que está sucediendo en los distritos y con el... eh... el sinsajo.

—¿Por qué? ¿Por qué quieren que haga esto?

—Sabes, creo que no entiendes mucho el concepto —el guardia que está detrás mío empuja mis piernas y caigo con un fuerte ruido sobre mis rodillas—. No tendrías que preguntar por el por qué, sino lo que sucede si no haces lo que te decimos.

Varias lágrimas se acumulan en mis ojos por el dolor de mis extremidades, el cañón del arma hace presión en la parte detrás de mi cabeza.

—¡De acuerdo! ¡Está bien! —dice apresurado—. No hay necesidad de hacer eso, lo haré.

Peeta se agacha frente a mí y me ayuda a levantarme, intento sonreír para indicarle que todo está bien pero él niega con la cabeza sutilmente. Sabe que nada está bien, que estamos jodidos.

—Muy bien... —la voz de Caesar suena un poco más aguda—. Empezamos en un minuto, nos gustaría que aclare que una guerra civil no es la solución, que no hay tal necesidad de tal matanza, por lo que un alto al fuego sería... lo correcto —se aclara la garganta—. Órdenes del presidente Snow.

Sabe que va a perder, que está vez no puede alzarse contra los distritos.

—Por favor señor Mellark, vaya a sentarse —señala el sillón que se encuentra a unos metros.

Peeta camina desconfiado, me continúa mirando de reojo y una línea de preocupación adorna su frente.

—Ya lo sabes, chico bonito —agarra con fuerza mi brazo—. Si no hablas, ella muere.

Así que esto va a ser así. Peeta tiene una entrevista como si estuviéramos en los juegos y si no lo hace me matan. Y todos conocen a Peeta, no va a dejar que alguien muera.

Alguien dice que estamos al aire y Caesar comienza a hablar. Su cabello violeta está en alto y su expresión cambió a una seria cuando las cámaras se encendieron.

Él se presenta, pide absoluta atención y continuación comenta que para aclarar las dudas sobre el vasallaje se encuentra el vencedor del distrito doce.

Peeta me mira, deja de lado su postura nerviosa y se sienta más firme, con más seguridad, aunque sus ojos no mienten, está asustado.

—Peeta, mucha gente no está muy segura de lo que pasó...

—Sí, sé lo que sienten —junta sus manos a la altura de su rodilla para que no tiemblen.

—Entonces, si es posible, ¿puedes describir lo que ocurrió realmente en esa última y controversial noche?

—Primero que nada, deben entender que en los juegos solo tienes un deseo —su mirada se desvía cada pocos segundo a dónde me encuentro—. Un deseo muy caro.

—Te cuesta la vida...

—Te cuesta algo más que la vida —lo interrumpe.

—¿A qué te refieres? ¿Qué es más importante?

La presión de mi brazo cambia y sus dedos comienzan a recorrer lentamente mi piel hasta posicionarse alrededor de mi muñeca. Reprimo las ganas de vomitar que siento en estos momentos.

—Debes matar personas inocentes —Peeta lleva su vista a dónde está la mano del guardia y tensa la mandíbula—. Y eso te cuesta todo lo que eres. Así que uno debe aferrarse a ese deseo. Y esa noche mi deseo era salvar a Katniss.

Asiento con la cabeza cuando busca mi aprobación con sus ojos.

—Porque debía de haber huido con ella ese día, como ella quería.

—No lo hiciste, ¿por qué? —lo señala—. Estabas inmerso en el plan de Beetee.

—No, estaba inmerso en jugar alianzas.

La mano del guardia deja de sujetar mi muñeca, se desliza hacia atrás hasta llegar a mi espalda baja. Su arma sigue haciendo presión en mi columna, pero trato de ignorarlo, de concentrarme en Peeta y seguir lo que está diciendo, apoyarlo.

—Luego nos separaron y... —entrecierra un poco los ojos en mi dirección, está buscando la mano pero no la encuentra—. La perdí. Entonces cayó el rayo y el campo de fuerza que nos rodeaba... pues estalló.

—Sí, pero Peeta... Katniss fue la que lo hizo estallar.

En ese momento lo veo. Lo que le hicieron, cómo jugaron con su mente, con sus recuerdos. Tiene una expresión confusa y no deja de desviar la vista hacia mi para afirmar que lo que está contando Caesar es verdad.

—Ella... ella no entendía lo que estaba haciendo —comenta tembloroso—. Ninguno de los dos sabía que existía un plan mayor, no teníamos idea.

—No tenían idea —repite sin creerlo del todo—. Pero, Peeta... Algunos encuentran eso sospechoso, ¿no lo crees así?

Sujeta fuerte sus manos en torno a su rodilla, los nudillos están blanco y falta poco para que pierda la cordura.

—Parecería que ella fuera parte de un plan rebelde...

Peeta me mira, me encuentro detrás de Caesar así que parece que lo estuviera viendo a él pero no, me busca a mí. Niego con la cabeza, intentando decirle que Katniss no sabía nada, que no era parte de eso.

—¿Y era parte del plan que Johanna intentará matarla?

Ay no. Johanna.

No le dije que Johanna hizo eso para que Katniss pudiera ser rescatada.

—¿Era parte de un plan que me paralizara un rayo? —la tensión está creciendo—. No, no éramos parte de un plan rebelde. No teníamos idea de lo que ocurriría —se remueve en el asiento alterado.

—Te creo... me convenciste Peeta Mellark.

Él se relaja un poco, vuelve a su postura anterior pero puedo notar por sus ojos que está confundido, que necesita respuestas de recuerdos que están modificados.

—Iba a pedirte que hablaras de esta guerra, pero... tal vez estás alterado.

—No, estoy bien.

Siento como la mano baja lentamente hasta posicionarse en mi trasero, intento alejarme, apartarme hacia delante, pero me sujeta con fuerza en la muñeca. Tan fuerte que seguro deje un moretón.

—Sirenita... No te conviene hacerme enfadar —libera mi muñeca y vuelve a su posición inicial, magrea mi culo—. Nunca entendí que te veían, todos desesperados por la Sirena del Capitolio. En estas pintas no eres muy linda que digamos...

Aprieta mi culo a lo que suelto un quejido de dolor, estoy a dos segundos de darme la vuelta y pegarle dos tiros en la cabeza cuando la voz de Peeta me trae a la realidad.

—Ya terminé... no hay necesidad de que la sigas apuntando con un arma —su mandíbula está tensa.

Su mano se aleja disimuladamente de mi trasero, no sin antes rozarlo con sus dedos, trago saliva y ese gesto hace que Peeta se quiera abalanzarse sobre el agente de la paz.

Agarro su mano y niego con la cabeza, él se relaja un poco.

El guardia nos lleva de vuelta a la habitación donde estaban los estilistas pero para que ahora se quite el traje, una vez hecho eso, nos guía de vuelta hacia las celdas.

Nos encierra a cada uno en su celda, la ventana la abrieron más y entra un poco de luz, lo suficiente para que podamos vernos las caras. El guardia se va pero me deja una sensación el cuerpo extraña.

Peeta se sienta contra los barrotes y yo hago lo mismo, como si estuviéramos espalda con espalda, salvo que él busca desesperadamente mi mano.

—¿No te hizo nada, no? —inquiere—. Trataba de ver durante la entrevista pero no podía concentrarme, todas esas preguntas... y después no vi dónde puso su mano y yo...

—Estoy bien, Peeta —afirmo—. Hablo en serio, ya estoy acostumbrada de todas formas.

—Eso no está bien, Venus. ¿Por qué estás acostumbrada?

—Yo... tal vez más adelante te lo cuente, ahora quiero que me escuches —doy media vuelta y él hace lo mismo—. Ni Katniss, ni tú sabían nada del plan, ¿de acuerdo? Johanna solo le sacó el rastreador a Katniss para que el Capitolio no pudiera capturarla, está a salvo, en el trece y seguramente está haciendo lo imposible para salvarte.

—Yo... no sé si quiera salvarme.

—Quiere, ¿recuerdas lo que te dije ayer? Si no confías en ella o en ti, confía en mí. Ella te quiere, y quiere que estés a salvo, siempre lo quiso. El plan era una forma de acercarnos a la revolución, no quieres que haya más juegos ¿o sí?

—No, claro que no.

—Era una forma de luchar, no salió del todo bien... nos capturaron.

Nos quedamos en silencio, juega con mis dedos, se acuesta de manera que puedo pasar mi mano por su pelo y así tranquilizarlo.

—Gracias, Venus.

—¿Por qué?

—Por ser mi amiga.

Hubiese sido una linda declaración si no fuera por los gritos de tortura que se escucharon a los pocos segundos.

Al parecer, no fuimos los únicos capturados. 




✦✦✦

Holaa, ¿cómo están?

Hoy subo un poquito más tarde el capítulo porque recién llego de rendir un final, aprobé!!!! 

Ahora, Venus se reencontró con Peeta, y ya sabemos lo que le están haciendo :(

Todavía faltan varios capítulos sobre el Capitolio, así que sean fuertes jajaja 

Espero que les esté gustando, me ayudan mucho votando y dejando un comentario, me encanta leerlos. 

Nos leemos el viernes :)

~Luly

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