Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 52

La tela del camisón me raspa la piel. Es áspera, de un color blanco sucio y me llega hasta debajo de las rodillas.

Todo es blanco.

Lo odio.

Llevo la vista a mi brazo. La marca del suero está desapareciendo, aunque dejó un feo moretón en su lugar. Ni hablar de la cantidad de uñas que tengo clavadas en mis brazos y piernas.

Sacarme sangre es mi mayor entretenimiento estos días. Pero no lo hago a propósito. Sirve para controlar mis nervios.

Hace seis días que me capturaron. Al menos yo creo que fue hace seis días, las fechas están todavía confusas y la gente de aquí no me habla, solo se dedican a mirarme de mala manera, pinchar mi brazo e irse con una mueca de satisfacción. Nada de lo que no estuviera acostumbrada.

Al final uno termina cambiando un infierno por otro. Hay cosas que nunca cambian, cosas que siempre me van a perseguir vaya a dónde vaya.

Mi garganta está seca, pero prohibirme agua es otra de las cuestiones que controlan aquí. Ellos deciden cuando como y cuando bebo.

No.

Ellos no.

Snow.

Él es el culpable de todo esto. Aún no tuve mi encuentro con él y no sé si eso es algo bueno o malo. ¿Qué está esperando?

Intento acomodarme en la especie de camilla en la que me encuentro. La habitación es pequeña, diminuta en realidad. Solo hay lugar para una cama que simula ser de hospital y una puerta dónde está el baño.

Podría ser peor.

Estoy esperando que sea peor.

Es la calma antes de la tormenta. Está esperando algo, ¿pero qué? ¿qué quiere? ¿de qué podría servirle?

Mi espalda queda pegada contra la pared, enfoco la vista varias veces. La luz me ciega, siempre parece que una estrella ilumina el lugar de lo fuerte que es. Luz blanca obviamente. Hacen que mis ojos duelan.

Cuando me sedaron apenas llegué no tuve tiempo de inspeccionar nada, pero en los últimos días, encerrada en cuatro paredes, pude echar un vistazo alrededor. Por ejemplo, sé que me alimentan dos veces por día, antes de entrar siempre piden que esté sentada en la camilla y con las manos dónde las puedan ver. Esas dos veces que viene también sirven para usar el baño, está cerrado con llave así que solo ellos pueden abrirlo.

El suero duró tres días más o menos, tres días donde un condenado hijo de puta me pinchaba de más con la excusa de que no encontraba mi vena. Por eso los moretones.

Traté de escuchar algo en los pasillos, lo que sea. No sé si lograron rescatar a Katniss, a Peeta, Johanna... no sé qué pasó con Finnick. Pero me limito a pensar que si Finnick estuviera aquí, el presidente ya hubiera aparecido para alardear de ello. Ese es mi consuelo.

Solo espero que estén bien, todos ellos. Porque mientras ellos estén bien yo tendré un motivo para luchar, para volver. Para regresar con mi hermana, mi novio y mis amigos.

La puerta hace ruido y a continuación un hombre entra, lleva una bata blanca y la barba oscura perfectamente recortada.

—Tú no eres Jack.

—Señorita Harkin —traba la puerta al ingresar—. Un placer finalmente conocerla.

—¿Dónde está Jack?

—Veo que tiene un cierto interés por el doctor Lloris —coloca sus manos detrás de la espalda—. Lamento informarle que hoy no se encuentra disponible, me tocará a mí revisarla. ¿Tiene un interés particular por el doctor?

—No.

Por mi, ese maldito puede no regresar nunca, no voy a extrañar sus intentos fallidos de atravesar mi piel con una aguja.

Se sienta en la camilla, frente a mí y automáticamente un escalofrío me recorre el cuerpo. Lleva el estetoscopio a mi pecho sin apartar sus ojos de los míos. Es incómodo. Lleva el aparato cada vez más abajo hasta rozar mi pezón en el proceso, me aparto hacia atrás.

—Señorita Harkin, quedese quieta. No haga esto más complicado —menciona en voz baja, su aliento chocando contra mi boca.

Lleva una mano hacia mi espalda para evitar que me aparte y con la otra vuelve a rozar mi pecho. La rabia me inunda por completo.

—Inhale... exhale.

Mi respiración es agitada y las ganas de ahorcar su cuello con el estetoscopio aumenta a cada movimiento que hace. Una vez que termina, la mano que se encuentra en mi espalda baja lentamente, rozando mi cintura y parte de mis piernas desnudas.

Quiero vomitar.

—Está todo en perfectas condiciones.

No se levanta de la camilla, en su lugar coloca un mechón de pelo detrás de mi oreja.

Me paralizo.

No puede estar pasando otra vez.

Por favor no.

No otra vez.

Tanteo a mi alrededor, las posibilidades de escapar, de clavar el bolígrafo en el costado de su cuello y huir de esto, pero no logro hacer nada de eso.

—Daniel... —una mujer entra en la habitación—. La está esperando.

Esas palabras hacen un cambio en él, la mirada lasciva que tenía pasa a una totalmente profesional, acomoda su bata y se aleja hasta la puerta donde se encuentra la mujer.

—Claro. Ya está lista.

¿Ya estoy lista para qué? ¿Para quién? ¿Finalmente el presidente Snow querrá verme?

Ambos me guían fuera de la habitación en la que estuve recluida todos estos días. Mis pies descalzos sienten la baldosa fría, mis piernas están entumecidas y probablemente mi pelo tenga varios nudos, aunque intenté peinarlo con mis dedos lo mejor que pude.

Recorremos varios pasillos, todos de pintura blanca y madera, zigzagueamos varias veces hasta que el lugar se me hace conocido. Estos corredores los transité muchas veces en mi estadía en el Capitolio. Cuadros caros, joyas, oro, roble y malditas rosas blancas.

La oficina del presidente.

Las puertas enormes se abren, un agente de la paz custodia cada lado. Una mano se posa en mi espalda baja y me empuja hacia dentro de la habitación. Al retirarse, roza mi trasero. Me trago el insulto, en su lugar avanzo a paso firme.

Parece como si fuera ayer cuando estuve aquí. Snow sabía de lo mío con Finnick, pero él no está aquí, no tiene que estar aquí, él seguro se salvó.

El presidente aparta su vista de los grandes ventanales que dan hacia un patio, da media vuelta y enfoca sus ojos en los míos. Lleva un traje negro y en el bolsillo, a la altura de su pecho, una rosa blanca.

—Señorita Harkin —lleva una copa con un líquido ambarino a su boca—. Veo que ya se encuentra mejor. Lamento los daños causados, pero cómo podrá imaginar, nos tomó... desprevenidos —alza una ceja.

Hace un gesto con la mano para que tome asiento frente a él. El camisón se levanta un poco cuando me siento, intento bajarlo pero es inútil. Alzo la cabeza y la mantengo en alto, que no me vea intimidada.

—¿Usted sabe algo de dicho... imprevisto?

—Lamento decirle, señor presidente, que sé exactamente lo mismo que usted —miento.

—Permitime dudar de esa afirmación.

Su postura está tensa, tiene más líneas alrededor de sus ojos y se nota que definitivamente no esperaba esto, no esperaba que el distrito trece estuviera oculto y listo para atacar cuando llegara el momento. No puedo culparlo en eso, nadie pensaba que el trece estuviera vivo todavía.

—¿Sabe? —carraspea—. Siempre fue mi favorita. Creo que la última vez que nos vimos se lo dije. Clientes felices, cero problemas, cara bonita. El Capitolio la adora.

No respondo, en su lugar lo miro fijamente. ¿Qué más podría pasarme?

—Por otro lado, la señorita Everdeen. La chica en llamas, una rebelde sin causa que perdió todo. Su familia, su distrito, su...esposo —suelta una carcajada seca—. Nunca entendió lo que podría haber tenido, lo que pudo haber logrado aquí. Ella no es como usted, señorita Harkin.

El sol se está poniendo detrás de él, el atardecer se hace presente y varios rayos de luz entran por el ventanal, pero esa luz es mucho mejor que en la que estaba. Si me despersonalizo lo suficiente podría imaginar que estoy en el cuatro, en el mar.

—Tengo entendido que la señorita Everdeen es la cara de la rebelión, una niña de diecisiete años liderando tropas, se así se puede llamar, a una guerra que no ganarán —trago un sorbo de alcohol—. Pero usted, señorita Harkin, podría ser la representante del Capitolio, la verdadera cara de Panem. No hay necesidad de ir a una guerra.

Ahí está.

Esa sonrisa petulante y palabras arrogantes.

Me quiere para ser la contracara de la revolución, para frenar lo que sea que esté pasando allí afuera. No está confiado, no cree que esa guerra de la que tanto habla, salga triunfante.

Su ojo titila.

—¿Y qué pasa si no quiero? —replico.

—Bueno... en ese caso, si creía que estar encerrada en cuatro paredes era malo, lo que venga será mucho peor.

No lo tiene.

Estoy segura que no lo tiene. Ya lo hubiese usado en este punto, es lo único que me haría cambiar de opinión. Pero no lo tiene, no tiene a Finnick.

Cientos de pensamientos se me cruzan por la cabeza, pero todo se reduce a él. El distrito trece logró rescatarlo, está a salvo, está bien y vivo. Lágrimas se acumulan en mis ojos pero no las hago caer. No es momento para eso.

Era una fantasía estar en esa habitación, con una luz blanca permanente, comida y baño para usar. Si digo que no, el verdadero infierno me va a esperar.

Pero no me importa.

No. Me. Importa.

Prefiero mil veces ser yo ya que se encuentra en esta posición, pasar por todo lo que Snow tiene planeado a que sea Finnick. No podría soportarlo si fuera Finnick.

Seguramente será su versión personal de los juegos, demonios acechandome, mutos, muerte. No me voy a rendir sin luchar. Eso se lo dije a Gia y voy a mantenerlo.

Si me matan que sea luchando.

—Le preguntaré una vez más, señorita Harkin —entrelaza sus manos arriba del escritorio—. ¿Usted sabe algo del imprevisto de los juegos?

Me está dando una oportunidad. Un boleto de salida.

A lo largo de mi vida sufrí innumerables veces. Mi madre murió, mi padre me vendió, mi hermano fue cosechado y asesinado, recibí insultos, rumores sobre mi persona, abusos. Estuve en los juegos dos veces...

Y todo por culpa de la persona que tengo delante.

Por la sociedad que creó.

Siempre fui yo contra el mundo, tratando de que Gia tenga una vida mejor, aceptando el hecho de que no tengo un padre, al menos ya no. Haciendo oídos sordos de todo lo que decían de mí en el distrito y en el mismo Capitolio. Imaginando que un hombre que me dobla la edad se aprovechara de mi cuerpo.

No sobreviví los juegos a los dieciséis.

Los sobreviví a los doce.

Todo para que Gia viviera, para que Dennis, Mags, Annie, Johanna, Haymitch vivieran. Para que Peeta y Katniss vivieran. Para que Finnick viviera.

Recuerda quién es el verdadero enemigo.

Las palabras de Haymitch retumban en mi cabeza.

Está asustado. No esperaba está guerra, no esperaba que lo desafiaran, que su poder finalmente se acabara. Sus dedos tamborilean sobre la mesa, tiene ojeras y una pequeña mancha de sangre pinta el borde de la copa.

Veneno.

Como alguna vez Finnick me dijo. Y lo está matando.

Así que me acomodo en el asiento, espalda recta, frente en alto, mirada firme.

—Como ya le dije anteriormente, señor presidente —llevo el cuerpo hacia delante—. Sé exactamente lo mismo que usted.

Él solo asiente. 




✦✦✦

Holaa, ¿cómo están? 

Arrancamos con la última parte de esta historia que corresponde a Sinsajo. 

No me maten por lo que pueda pasar, tengo que seguir escribiendo. 

En fin, cada vez nos acercamos más al final. Como siempre, me ayudan dejando un voto o un comentario :) 

Nos leemos el martes. 

~Luly

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro