Sacrificio
El estruendo de la batalla seguía sonando en los alrededores, pero tal parecía que para Harry, Alex y Hermione eso era lo de menos. Los tres veían a Percy y Ron gritando con desesperación a Fred tratando de hacer que despertara, pero los tres sabían que era inútil: Fred Weasley había muerto.
Vieron caer un cuerpo por el boquete abierto en la fachada del colegio, por donde entraban las maldiciones que les lanzaban desde los oscuros jardines.
—¡Agáchense! —ordenó Harry bajo una lluvia de maldiciones que se estrellaban contra la pared a sus espaldas.
Ron y él habían agarrado a las chicas y las habían obligado a echarse en el suelo, pero Percy estaba tumbado sobre el cadáver de Fred, protegiéndolo de nuevos ataques, y cuando Harry le gritó, el chico se negó.
—¡Percy! —Harry vio como las lágrimas surcaban la mugre que cubría la cara de Ron cuando este cogió a su hermano por los hombros y tiró de él, pero Percy se negaba a moverse—. ¡No puedes hacer nada por él! Nos van a...
En ese momento Hermione soltó un chillido. Acromantulas comenzaban a adentrarse al castillo. Harry y Ron lanzaron hechizos para alejar a las arañas gigantes, pero sin mucho éxito.
—¡Larguémonos ya! —gritó Harry.
Empujó a las chicas hacia Ron y se agachó para coger a Fred por las axilas. Percy, al percatarse de lo que Harry intentaba hacer, dejó de aferrarse al cadáver de su hermano y lo ayudó; juntos, agachados para esquivar los hechizos que les arrojaban desde el exterior, sacaron a Fred de allí.
—Mira, ahí mismo —indicó Harry, y lo pusieron en un nicho desocupado por una armadura.
No soportaba ver a Fred ni un segundo más de lo necesario, y tras asegurarse de que el cadáver estaba bien escondido, salió corriendo detrás de Ron y Hermione. En ese momento de distracción, Percy se alejó de ellos persiguiendo a un mortífago de nombre Rookwood; los cuatros se ocultaron detrás de un tapiz. Hermione trataba de calmar a Ron, quien quería salir a luchar contra los mortífagos para vengar la muerte de su hermano.
Sin dejar de sujetar a Ron, Hermione se volvió hacia Harry y Alex y les espetó:
—Tienen que enterarse del paradero de Voldemort, porque la serpiente debe de estar con él, ¿no? ¡Hágalo alguno de los dos! ¡Entren en su mente!
Tanto uno como otro se sorprendió de la petición de la castaña. Todo el tiempo pidiéndoles que estuvieran fuera de la mente de Voldemort y ahora como si nada les pedía entrar en la mente del Señor Tenebroso. Bien dicen que «en momentos de desesperación, requiere medidas desesperadas».
Los dos se miraron y con un asentimiento de cabeza cerraron los ojos, y al instante los gritos, los estallidos y todos los estridentes sonidos de la batalla fueron disminuyendo hasta quedar reducidos a un lejano rumor, como si estuvieran lejos, muy lejos de allí...
Se hallaban en medio de una habitación que, pese a la atmosfera tétrica que destilaba, les resultaba extrañamente familiar. La Casa de los Gritos.
—Mi señor —dijo una angustiada y cansada voz, y se dieron la vuelta. Allí estaba Lucius Malfoy, sentado en el rincón más oscuro, con la ropa hecha jirones y evidentes marcas del castigo que había recibido después de la anterior huida de los chicos; además, tenía un ojo cerrado e hinchado—. Se lo ruego, mi señor... Mi hijo...
—Si tu hijo muere, Lucius, no será por culpa mía, sino porque no acudió en mi ayuda como los restantes miembros de Slytherin. ¿No habrá decidido hacerse amigo de Harry Potter?
—No, no. Eso jamás —susurró Malfoy.
—Más te vale.
—¿No teme, mi señor, que Potter muera a manos de alguien que no sea usted? —preguntó Malfoy con voz temblorosa—. Perdóneme, pero ¿no sería más prudente suspender esta batalla, entrar en el castillo y... buscar usted mismo al chico?
—No finjas, Lucius. Quieres que cese la batalla para saber qué ha sido de tu hijo. Y yo no necesito buscar a Potter. Antes del amanecer, él habrá venido a buscarme a mí.
Volvió su mirada para contemplar la varita que sostenía. Le preocupaba que... Y cuando algo preocupaba a lord Voldemort, había que solucionarlo.
—Ve a buscar a Snape.
—¿A... Snape, mi señor?
—Sí, eso he dicho. Ahora mismo. Lo necesito. Tengo que pedirle que me preste un... servicio. ¡Ve a buscarlo!
Asustado y tambaleándose un poco en la penumbra, Lucius salió de la habitación. Voldemort siguió allí de pie, haciendo girar la varita entre los dedos y sin dejar de observarla.
—Es la única forma, Nagini —susurró. Miró la larga y gruesa serpiente, suspendida en el aire, retorciéndose con gracilidad dentro del espacio encantado y protegido que él le había preparado: una esfera transparente y estrellada, a medio camino entre una jaula y un terrario.
Harry y Alex sofocaron una exclamación, se echaron hacia atrás y abrieron los ojos; al mismo tiempo, los alaridos y gritos, los golpes y estallidos de la batalla les asaltaron los oídos.
—Está en la Casa de los Gritos en compañía de la serpiente; la rodeó de algún tipo de protección mágica. Y acaba de enviar a Lucius Malfoy a buscar a Snape. —contó Harry
Tanto Ron como Hermione se sorprendieron ante la noticia. Los tres se pusieron a dar estrategias sobre cómo alejar a la serpiente de Voldemort y matarla, Alex estaba callada ante la conmoción. Voldemort mandó llamar a Severus y dijo que era la única forma. ¿Acaso el Señor Tenebroso pensaba hacerle algo a Severus? Si era así, no podía quedarse sin hacer nada, tenía que salvarlo.
Al no escuchar a Alex, Hermione volvió la mirada hacia donde estaba su amiga pensando que se había ido. Vio que Alex estaba pálida y con expresión de horror en su cara; entonces comprendió lo que le pasaba y también perdió el poco color que tenía.
Antes de que Hermione lograra decir algo más, el tapiz tras el que se habían ocultado, que disimulaba el acceso a una escalera, se desgarró de arriba abajo.
—¡POTTER!
Acababan de aparecer dos mortífagos enmascarados, pero, sin darles tiempo a que levantaran las varitas, Hermione exclamó:
—¡Glisseo!
Los peldaños de la escalera se aplanaron formando un tobogán y los cuatro amigos se lanzaron por él; no podían controlar la velocidad, pero iban tan deprisa que los hechizos aturdidores de los mortífagos les pasaban por encima de la cabeza. Atravesaron como flechas otro tapiz que colgaba al pie de la escalera y rodaron por el suelo hasta dar contra la pared de enfrente.
—¡Duro! —gritó Hermione apuntando con la varita al tapiz, que se volvió de piedra, y enseguida se oyeron dos fuertes golpes cuando los mortífagos que los perseguían se estrellaron contra él.
En cuanto se vieron liberados momentáneamente del peligro, Alex se reincorporó, varita en mano, dispuesta a ir a la Casa de los Gritos y salvar a Severus. Pero mal dio un par de pasos, sintió una mano sujetándola de la muñeca, volteó y vio que era Hermione.
—Hermione...
—¡Entiendo cómo te sientes y sé lo que quieres hacer! —afirmó la castaña sujetando más fuerte a su amiga sin llegar a lastimarla—. ¡Pero hay que pensar las cosas antes de que se te ocurra hacer una locura!
Alex la miró sorprendida, mientras que los chicos no entendían lo que pasaba. A Harry solo le tomó unos segundos entender lo que pasaba y también se puso a lado de Hermione para hacerle entender a la latina que igualmente comprendía lo que le pasaba.
Alex estaba por decirle algo a sus amigos, cuando escucharon una explosión cerca de ellos y de pronto el suelo comenzó agrietarse a sus pies. Los cuatro amigos corrieron para ponerse a salvo, pero en cuanto llegaron al final del pasillo, el suelo se quebró a los pies de Alex y la chica cayó de espaldas. Harry extendió el brazo para atraparla, pero lo único que logró fue rozar sus dedos con los de la latina.
—¡ALEX! —gritaron a la vez el trío de oro
Harry iba a saltar para buscar a su amiga, pero varias maldiciones que aparecieron de repente por parte de los mortífagos, hicieron que retrocediera. Los tres amigos se defendieron, y con pesar, se alejaron del lugar de camino a la Casa de los Gritos.
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Gracias a su magia elemental, Alex pudo reducir la velocidad de su caída y aterrizar sin problemas. Miró el lugar donde se encontraba y vio que fue a parar a las mazmorras.
—¿Cómo cuántos pisos caí? —se preguntó la latina en voz alta, rascándose la cabeza—. Aunque pensándolo bien, mejor ni me entero.
La latina miró a ambos lados del pasillo y, como en todo el castillo, estaba destrozado. Los escombros abundaban por los pasillos y no podía ver a nadie a los alrededores. Sin estar muy convencida por donde ir, camino por las mazmorras buscando la salida, con varita en mano por cualquier cosa.
De pronto, escuchó unos pasos. Levantó su varita y se puso en guardia por cualquier cosa, pero no vio a nadie por lo que siguió con su camino, pero con la varita lista para atacar. Estaba por doblar una esquina cuando de pronto sintió extraño su cuerpo, lo sentía rígido y se movía sin su consentimiento. Esa sensación le parecía familiar.
—Vaya, es extraño verte separada de Potter y tus amigos —dijo una voz en las sombras que arrastraba las palabras y que con horror Alex reconoció sin problemas.
—Lucius...
Una risa sarcástica se escuchó, y de pronto Alex fue lanzada hacia la pared y arrinconada por un cuerpo vestido totalmente de negro y una melena rubia.
—Me alegra que me reconozcas enseguida, pequeña —dijo Lucius a unos centímetros del rostro de la chica.
—No me digas así —dijo secamente la latina
Eso no molesto a Lucius, al contrario, parecía que encendió algo en el hombre, de lo cual Alex se dio cuenta al verlo a los ojos y provocó que temblara un poco del susto. Lujuria y Deseo. De esa manera la había visto en la Mansión Malfoy antes de que abusara de ella.
—¿Qué te parece —dijo Lucius, pasando lentamente la mano por el abdomen de la chica de manera descendente sobre la ropa— sí reanudamos nuestra pequeña diversión? —subió lentamente la mano ahora por debajo de la ropa provocando que Alex se estremeciera haciendo que Lucius lo tomará como placer y no terror.
—Suéltame —pidió Alex a la vez que trató de alejar al hombre de ella.
El aristócrata le tomó las muñecas y las puso sobre la cabeza de la latina con brusquedad haciendo que Alex gruñera de dolor. Sin darle tiempo a hacer otra cosa, Lucius se abalanzó sobre su cuello; Alex se removía tratando de quitárselo, pero el hombre se pegó más a su cuerpo apretando el agarre de las muñecas de Alex.
—No te librarás de mí, niña. —dijo Lucius, mirándola con malicia—. Ni siquiera en mi humilde morada lograste hacerlo —y la beso salvajemente en los labios
Alex le mordió el labio provocando que sangrara para quitárselo de encima. Lo cual funcionó, pero en consecuencia, Lucius le dio un rodillazo en el estómago, cortándole la respiración y que casi se cayera.
—No. Vuelvas. A. Hacer. Eso —recalcó el mortífago con odio
Lucius sujetó las muñecas con una mano mientras con la otra abría con brusquedad los pantalones de Alex. Estaba por bajárselos cuando un hechizo lo atacó por el costado izquierdo alejándolo de Alex. La chica vio que Lucius chocó contra una columna, se golpeó la cabeza en un borde y cayó inconsciente.
—Nunca creía que sería capaz de hacer algo así. Aún siendo un mortífago —dijo una voz detrás de ella que arrastraba las palabras, pero era más gentil y cálido.
Volteó y se alegró de ver quién era. Alex lo abrazó en cuanto lo tuvo de frente, gesto que el rubio regresó con gusto. Los dos se soltaron y miraron al patriarca Malfoy.
—¿Él no está...?
—Sé que lo que te hizo es imperdonable, pero sigue siendo mi padre. Además, mi padrino me mataría si dejaba que volviera a hacerte daño —dijo lo último con un guiño, pero entonces vio que Alex se puso pálida y miraba a la nada—. ¿Alex? ¿Qué tienes?
—Severus... —miró a Draco y él se preocupó al ver la extensión de la latina— ¡Tengo que ir a ayudarlo! ¡Tengo que salvarlo!
—¿Qué sucede? ¿Por qué dices eso?
Como única respuesta, la chica se dio media vuelta dejando a Draco confundido. Salió de las mazmorras y corrió lo más rápido que pudo hasta la Casa de los Gritos, rezando por llegar a tiempo. Pasaba esquivando combatientes y lanzando hechizos teniendo cuidado de no darle a alguien equivocado.
Salió del castillo, todavía esquivando combatientes. llegó a los terrenos del castillo y se dirigió al Sauce Boxeador. Con su varita hizo levitar una rama y apretó el nudo del tronco y el árbol dejó de moverse. Miró sobre su hombro para asegurarse que nadie la siguiera, al ver que estaba sola se metió en el agujero entre las ramas hacia el túnel y corrió.
«Por favor, que llegue a tiempo. Por favor, que llegue a tiempo» imploraba Alex a cada paso que daba.
Estaba por llegar a la trampilla por la que se entraba a la casa cuando de pronto se le ocurrió algo; sabía que Voldemort y la serpiente estaban ahí, no hay duda, pero no había prestado atención en qué parte de la casa se encontraban y había la posibilidad de que estuvieran justamente en donde se abría la trampilla.
Volvió sobre sus pasos un poco, entonces usando su magia elemental creó un túnel (el cual cerró antes de continuar) que la llevaría a los alrededores de la casa, vería en qué habitación estaban y salvaría a Severus.
Llegó a donde supuso sería el jardín y se acercó a la casa con cautela. Se asomó por una de las ventanas y vio que era la cocina. Se acercó a la puerta y vio que estaba cerrada.
—¡Alohomora!
La puerta cedió y la abrió con cuidado, como estaban oxidadas las bisagras rechinaban. Entró y cerró con el mismo cuidado. En su mano izquierda apareció una pequeña flama y en la derecha sujetaba con firmeza su varita por cualquier cosa. Salió de la cocina con sigilo, llegó al comedor y también estaba vacío, llegó al vestíbulo y vio que al otro lado del pasillo una puerta estaba entreabierta de la cual se podía ver un poco que las luces estaban encendidas y podía escuchar sin problema unas voces que provenían de ahí.
—Severus —susurró Alex
Apagó el fuego de su mano, se acercó a la puerta y observó con cuidado el interior. La habitación estaba débilmente iluminada, pero la latina vio a Nagini, retorciéndose y girando como una serpiente acuática, protegida por aquella esfera estrellada y encantada que flotaba, sin soporte alguno, en medio del cuarto. Detectó también el borde de una mesa y una mano blanca de largos dedos que acariciaba una varita. Entonces Severus habló, y a Alex se le cortó la respiración; vio que cerca de donde estaba parado el pocionista la trampilla estaba algo levantada, y no necesito su magia para saber que Harry, Ron y Hermione se encontraban ahí abajo viendo y escuchando todo.
—... mi señor, sus defensas se están desmoronando...
—Y sin tu ayuda —comentó Voldemort con su aguda y clara voz—. Eres un mago muy hábil, Severus, pero a partir de ahora no creo que resultes indispensable. Ya casi hemos llegado... casi...
—Déjeme ir a buscar al chico. Deje que le traiga a Potter. Sé que puedo encontrarlo, mi señor. Se lo ruego.
Severus pasó por delante de la rendija. Alex brincó un poco al pensar que se toparía con ella. Voldemort se puso en pie y Alex lo contempló: los ojos rojos, el rostro liso con facciones de reptil, y aquella palidez que relucía débilmente en la penumbra.
—Tengo un problema, Severus —dijo Voldemort en voz baja.
—¿Ah, sí, mi señor? —repuso Severus.
El Señor Tenebroso alzó la Varita de Saúco, sujetándola con delicadeza y precisión, como si fuera la batuta de un director de orquesta.
—¿Por qué no me funciona, Severus?
En medio del silencio subsiguiente, a Alex le pareció oír como la serpiente silbaba con suavidad mientras se enroscaba y se desenroscaba, ¿o era el sibilante suspiro de Voldemort que se prolongaba?
—¿Qué quiere decir, mi señor? —preguntó Snape—. No lo entiendo. Ha... logrado extraordinarias proezas con esa varita.
—No, Severus, no. He realizado la misma magia de siempre. Yo soy extraordinario, pero esta varita no lo es. No ha revelado las maravillas que prometía, ni descubro ninguna diferencia entre ella y la que me procuró Ollivander hace muchos años.
Hablaba en un tono reflexivo y pausado, pero a Alex empezó a latirle el rostro, en donde tenía su marca y a darle punzadas; el dolor le aumentaba, y notaba como una furia controlada crecía en el interior del Señor Tenebroso.
—Ninguna diferencia —repitió Voldemort.
Severus no respondió. Alex no le veía la cara a causa de su cabello y se preguntó si el pocionista habría intuido el peligro, o si estaría buscando las palabras adecuadas para tranquilizar a su amo.
Voldemort echó a andar por la habitación y Alex lo perdió de vista unos segundos, pero seguía oyéndolo hablar con aquella voz comedida. Entretanto, el dolor y la furia seguían creciendo en ella.
—He estado reflexionando mucho, Severus... ¿Sabes por qué te he pedido que dejaras la batalla y vinieras aquí?
Entonces Alex atisbo el perfil de Snape: tenía los ojos fijos en la serpiente, que se retorcía en su jaula encantada.
—No, mi señor, pero le suplico que me deje volver. Permítame que vaya a buscar a Potter.
—Me recuerdas a Lucius. Ninguno de los dos entiende a Potter como lo entiendo yo. Él no necesita que vayamos a buscarlo; Potter vendrá a mí. Conozco su debilidad, su único y gravísimo defecto: no soportará ver como otros caen a su alrededor, sabiendo que él, precisamente, es el causante. Querrá impedirlo a toda costa y vendrá a mí.
—Sí, mi señor, pero podría morir de forma accidental, podría matarlo otro que no fuera usted...
—He dado instrucciones muy claras a mis mortífagos: han de capturar a Potter y matar a sus amigos (cuantos más, mejor), pero no matarlo a él... Pero es de ti de quien quería hablar, Severus, no de Harry Potter. Me has resultado muy valioso. Muy valioso.
El tono de voz que usaba Voldemort para dirigirse a Severus le daba muy mala espina a Alex.
—Mi señor sabe que mi único propósito es servirle. Pero... déjeme ir a buscar al chico, mi señor. Deje que se lo traiga. Sé que puedo...
—¡Ya he dicho que no! —lo atajó Voldemort, y Alex distinguió un destello rojo en sus ojos cuando se dio la vuelta de nuevo, y percibió el ruido que hizo con la capa, parecido al deslizarse de un reptil. La chica notaba la impaciencia del Señor Tenebroso en la punzante marca—. ¡Lo que ahora me preocupa, Severus, es qué pasará cuando por fin me enfrente al chico!
—Pero si... Mi señor, sobre eso no puede haber ninguna duda...
—Sí la hay, Severus. Hay una duda.
Se detuvo, y Alex volvió a verlo de frente, acariciando la Varita de Saúco con los blancos dedos mientras miraba con fijeza a Snape.
—¿Por qué las dos varitas que he utilizado han fallado al atacar a Harry Potter?
—No... no sé responder a esa pregunta, mi señor.
—¿No sabes?
La punzada de ira fue como si le dieran a Alex con un cactus en la cara, y se metió un puño en la boca para no gritar de dolor. Entrecerró los ojos, ya que si los cerraba por completo terminaría viendo todo a través de los ojos de Voldemort.
—Mi varita de tejo hizo todo lo que le pedí, Severus, excepto matar a Harry Potter. Fracasó dos veces. Cuando lo sometí a tortura, Ollivander me habló de los núcleos centrales gemelos, y me dijo que tenía que despojar a alguien de su varita. Así lo hice, pero la varita de Lucius se rompió al enfrentarse a la de Potter.
—No tengo... explicación para eso, mi señor.
Severus no lo miraba, sino que tenía la vista clavada en la serpiente, que continuaba retorciéndose en su esfera protectora.
—Busqué una tercera varita, Severus: la Varita de Saúco, la Varita del Destino, la Vara Letal. Se la quité a su anterior propietario. La cogí de la tumba de Albus Dumbledore.
Entonces Severus sí lo miró, pero su rostro parecía una mascarilla. Estaba blanco como la cera, y tan quieto que cuando habló fue una sorpresa comprobar que había vida detrás de aquellos inexpresivos ojos. Voldemort sabía porque, pero no comentaría nada al respecto.
—Mi señor... deje que vaya a buscar al chico...
—Llevo aquí toda esta larga noche, a punto de obtener la victoria —dijo Voldemort con un hilo de voz—, preguntándome una y otra vez por qué la Varita de Saúco se resiste a dar lo mejor de sí, porqué no obra los prodigios que, según la leyenda, debería poder realizar su legítimo propietario con ella... Y creo que ya tengo la respuesta. —Severus permaneció callado—. ¿Y tú? ¿Lo sabes ya? Al fin y al cabo, eres inteligente, Severus. Has sido un sirviente leal, y lamento lo que voy a tener que hacer.
—Mi señor...
—La Varita de Saúco no puede servirme como es debido, Severus, porque yo no soy su verdadero amo. Ella pertenece al mago que mata a su anterior propietario, y tú mataste a Albus Dumbledore. Mientras tú vivas, Severus, la Varita de Saúco no será completamente mía.
—¡Mi señor! —protestó Snape alzando su propia varita.
—No puede ser de otro modo. Debo dominar esta varita, Severus. Si lo consigo, venceré por fin a Potter.
—Hasta aquí... —dijo Alex sacándose el puño de la boca, sin darse cuenta de la sangre que salía a causa de que lo mordió con fuerza sin notarlo, abrió la puerta de una patada y le lanzó un hechizo a Voldemort, pero solamente hizo que le rozara el rostro haciendo un corte.
—¡Tú! —exclamó Voldemort con ira en cuanto la vio
—¡Alex! —exclamó Severus con miedo—. ¿Qué demonios...?
La chica se puso enfrente del pocionista con los brazos extendidos a modo de protección. Voldemort al ver eso dejó escapar una risa fría cargada de burla.
—¡Qué tierno! ¡La pequeña Sangre Sucia viene a salvar a su amado!
—Alex ¿qué crees que haces? —preguntó Severus en un susurro para que solamente la chica lo escuchara—. Vete de aquí, estaré bien...
—Mentira —le contestó Alex con el mismo tono de voz—. De lo que alcance a ver, no saldrías bien parado de esto.
—¿Y qué haces aquí, mocosa? —preguntó Voldemort, llamando la atención de la pareja
—Supe que mandaste llamar a Severus y supuse que sería por lo de la Varita de Saúco ¿no?
—Lista. ¿Pero y qué?
—No te conviene perder a uno de tus mejores mortífagos, sobre todo porque cometerías un error
Amo y mortífago miraron a la chica sin comprender lo que decía.
—¿De qué estás hablando? ¡Severus mató a Dumbledore!
—Sí. Odio reconocerlo, pero lo hizo. Sin embargo, esa no es la única manera de ganarse la lealtad de una varita. Basta con desarmarlo y ya, y hace unas semanas yo lo desarme en un combate.
Severus miraba con horror a Alex, gracias a las últimas reuniones que tuvo con Dumbledore sabía sobre la Varita de Saúco y que tal vez no sobreviviría a la guerra. Pero al ver la intervención de la latina y lo que decía comprendió enseguida lo qué tramaba.
—Alex, no...
—Lo que quieres decir, mocosa, es que tú...
—Sí... ¡Yo soy la dueña de la Varita de Saúco!
Severus jadeó en cuanto la escucho. La latina hacía todo esto para protegerlo... pero a costa de su vida.
Voldemort miró a la chica a los ojos. No le creía en lo absoluto, sabía que era un engaño para salvarle la vida al hombre. Sin que Alex se diera cuenta, uso Legeremancia para comprobar lo dicho, y grande fue su sorpresa al ver su mente y comprobar que lo que dijo era cierto. Salió de su mente y sonrió con maldad. Alex disimuló su sonrisa, sabía que Voldemort usaría la Legeremancia con ella, por lo que creó un recuerdo falso sin que él lo notara.
—Tal parece que lo dicho es verdad... —dijo Voldemort, casi siseando como vil serpiente—. Y tienes razón, sería un desperdicio matar a uno de mis mejores seguidores. Debería de agradecerte por hacerme ver el error que estuve a punto de cometer —hizo una pequeña reverencia a modo de agradecimiento—. Sin embargo... acabas de dictar tu sentencia de muerte
—Mi señor, no... —dijo Severus pasando junto a Alex
Voldemort no lo dejo hablar, con un movimiento de varita lanzó al pocionista hacia la pared detrás de él y Alex, y con otro movimiento de varita lo dejó atado, totalmente inmovilizado en la misma pared.
—¡Severus! —exclamó Alex y se encarnó a Voldemort con odio, apuntándole con la varita—. ¡No lo metas en esto!
—Claro que no lo hago —reconoció el señor tenebroso con una sonrisa burlona—. Por eso lo inmovilice, para que no se atraviese... y no salga herido
—Más te vale
—Pero sigo sin entender... Si sabes que busco el poder de la Varita de Saúco y para lograrlo debo asesinar al actual dueño ¿por qué delatarte voluntariamente? —Alex apretó el agarre en su varita, pero bajó el brazo al mismo tiempo que su mirada—. Dime, niña ¿qué es lo que te propones?
—¿Qué me propongo? —murmuró Alex para sí misma.
La verdad, si tenía un propósito. Su prioridad era salvar a Severus; pero también tenía que cumplir con su misión... a pesar de que Dumbledore no pudo decirle que ella saldría con vida.
FLASHBACK
Alex se dirigía a la oficina de Severus después del incidente en el baño de hombres con Harry y Draco, cuando a mitad del camino se encontró con Dumbledore y con Xóchitl.
—Buenas noches Alex
—Buenas noches profesor. ¿Xóchitl?
—Qué onda
—¿Qué sucede profesor?
—Necesito hablar con ustedes en mi despacho de inmediato, por favor
Tanto Alex como la loba se sorprendieron por la petición puesto que casi nunca iban a hablar al despacho del director.
Caminaron en silencio hasta que llegaron a la gárgola que custodiaba la entrada a la oficina de Dumbledore. El viejo director dijo la contraseña, la gárgola se apartó mostrando la escalera de caracol. Los tres subieron y entraron a la oficina del director.
Dumbledore caminó hacia su escritorio, pero pasó de largo. Alex y Xóchitl se miraron algo confundidas.
—Síganme, por favor —pidió Dumbledore volteándose un poco y reanudando su camino.
Ambas latinas lo siguieron hacia unas puertas al fondo de la oficina. Alex supuso que una de ellas llevaría al dormitorio del director, pero las otras no supo que podrían ser. Dumbledore abrió la puerta del fondo y entró; Alex y Xóchitl entraron detrás de él y se sorprendieron que era otro despacho, pero este estaba desordenado: libros (abiertos y cerrados) y pergaminos desparramados por todo el escritorio, la silla y en el suelo junto al escritorio.
—Disculpen por el desorden —dijo Dumbledore, recogiendo algunos libros y pergaminos—. Como podrán ver, he estado algo ocupado investigando
—Sobre los horrocruxes ¿cierto? —dijo Alex
—Sí, así es. Pero también otra cosa de la cual no contaba
—¿Y qué es? —preguntó Xóchitl
Dumbledore puso las cosas que tenía sobre el escritorio, dejó escapar un suspiro el cual las latinas interpretaron como algo malo.
—Descubrí una magia oscura que, además de los horrocruxes, impide que Voldemort pueda morir
—¿Qué? —exclamaron Alex y Xóchitl
—¿Cómo es eso posible? —preguntó Alex
Dumbledore cerró los ojos y les dio la espalda a las chicas. No era fácil lo que iba a decirles; desde que lo descubrió, buscó todos los medios necesarios para salvarla de aquel destino. Sin embargo, no encontró nada.
—¿Profesor Dumbledore? —llamó Alex algo preocupada ante el silencio del viejo director
—No conozco a fondo cómo funcionan las Artes Oscuras, incluso le pedí a Severus que me explicara algunas cosas y me prestara algunos de sus libros... pero no he tenido éxito
—Ya nos está preocupando, profesor —dijo Xóchitl—. Díganos ya, por favor, que pasa ¿por qué nos llamó?
—Lo que intento decirles... es que... Voldemort encerró parte de su alma en dos seres humanos. Por eso a pesar de que destruyan los horrocruxes, Voldemort creó inconscientemente dos horrocruxes humanos.
Alex y Xóchitl se quedaron anonadadas. ¿Horrocruxes en seres humanos? ¿Cómo era eso posible?
—Profesor, ¿cómo? ¿quién?
Dumbledore suspiró y cerró los ojos con fuerza, lo que iba a decir, solamente Severus lo sabía.
—La noche en que lord Voldemort intentó matarlo, cuando su madre, Lily, actuando como un escudo humano, dio su vida por él, la maldición asesina rebotó contra el Señor Tenebroso y un fragmento del alma de este se separó del resto y se adhirió a la única alma viva que quedaba en aquel edificio en ruinas. Es decir, que una parte de lord Voldemort vive dentro de Harry, y eso es lo que le confiere el don de hablar con las serpientes y una conexión con la mente de lord Voldemort, circunstancia que él nunca ha entendido. Y mientras ese fragmento de alma, que Voldemort no echa de menos, permanezca adherido a Harry y protegido por él, el Señor Tenebroso no puede morir.
Tanto Alex como Xóchitl se quedaron de piedra. ¿Una parte del alma de Lord Voldemort... en Harry? Eso explicaba muchas cosas con respecto a la conexión que tenían, pero eso ya era demasiado. Entonces, Alex recordó las palabras del director y una idea loca apareció en su cabeza, haciendo que se pusiera pálida.
—Profesor, lo que nos está diciendo es que Harry es uno de esos horrocruxes, pero ¿quién es el segundo horrocrux?
Dumbledore dio la vuelta para esta vez mirar a la chica a los ojos. En cuanto la chica vio la expresión de tristeza y lástima en el rostro del viejo director, fue suficiente respuesta para ella. Xóchitl tardó unos momentos en entender lo que pasaba.
—Uh... Profesor, por favor dígame qué el otro horrocrux no es quien creo que es —dijo Xóchitl con miedo
—Me temo que sí. El segundo horrocrux humano... es la Srta. Macías
Alex al escuchar esa confirmación, sintió que le fallaron las piernas y estuvo a punto de caerse de no ser porque Xóchitl, tomando su forma humana, logró sujetarla a tiempo.
—Pero... ¿Cómo es posible? —preguntó Alex en cuanto se calmó—. Sé que estamos emparentados (por desgracia) pero nunca supe de él sino hasta que llegué a Hogwarts
—Al ir desarrollando tu magia poco a poco, la magia que heredaste de Voldemort fue despertando. Y el año pasado que Voldemort te poseyó por un momento debió hacer que una parte de su alma se adhiriera a la tuya.
—No puede ser... ¿De qué manera podemos deshacernos de los fragmentos de alma?
—La única manera es que Voldemort los ataque con la maldición asesina
—¿QUÉ? —exclamó Xóchitl—. ¿Esa es la única forma? ¿Se tienen que sacrificar para poder derrotarlo? ¡Vaya, que ayuda!
—¡Xóchitl!
—¡Ay, por favor! Nomás espera a que Snape se entere... —en cuanto Xóchitl dijo el apellido, las dos tensaron
Alex se llevó una mano a la boca y las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Severus... ¿ahora qué iba hacer? Eso era algo que no podría decirle. Alex lloró en silencio, Xóchitl la abrazó por los hombros tratando de calmarla mientras que Dumbledore lloraba en silencio en su lugar. Por eso mismo no le había dicho nada a Severus, sabía que su muchacho impediría que Alex se sacrificará y más que Harry tenía mayores posibilidades de sobrevivir que la latina.
—Alejandra, de verdad lo siento mucho
FIN DEL FLASHBACK
Cada vez que recordaba esa conversación con Dumbledore, sentía una opresión en el pecho y las lágrimas acumulándose en sus ojos. Pero esta vez, no podía mostrarse débil; no enfrente de Voldemort y mucho menos de Severus.
Levantó la mirada, mostrándole al Señor Tenebroso que no tenía miedo. Gracias a su magia elemental, pudo darse cuenta que sus amigos se acercaban a la trampilla del túnel para ir a socorrerla.
«Lo siento, chicos»
Sin que Severus ni Voldemort se dieran cuenta, movió un poco las manos haciendo que la tierra bajo los pies de sus amigos los sujetará por los tobillos impidiéndoles avanzar más.
Voldemort seguía creyendo que la latina estaba tramando algo para poder atacarlo, pero al ver que estaba quieta en su sitio y que, de pronto, arrojó su varita a los pies de Severus, fue suficiente para convencerlo de que la chica se estaba entregando voluntariamente.
—Esto quizá sea el acto más valiente... o más estúpido que haya visto en mi vida. Sacrificarte por amor, y sobre todo sacrificarte por uno de mis más fieles mortífagos, esto es realmente una locura. Pero bueno, no voy a desaprovechar esta oportunidad.
Voldemort hendió el aire con la Varita de Saúco, la esfera de Nagini empezó a dar vueltas alrededor de Alex y, antes de que ella pudiera hacer algo, se le encajó hasta los hombros.
Alex miró sobre la cabeza de la serpiente hacia Severus. El hombre forcejeaba con sus ataduras para liberarse y ayudarla, pero era inútil. Se detuvo ante el cansancio y entonces sus ojos negros se encontraron con los castaños de la latina.
—Alex... No... —susurró Severus
—Nimitstlasojtla*, Severus —susurró Alex
La chica volteó su rostro y se encaró a Voldemort.
—Mata —ordenó Voldemort en pársel.
Se oyó un grito espeluznante. Severus y los chicos (desde la trampilla) vieron cómo Alex perdía color, al mismo tiempo que abría mucho los ojos, cuando los colmillos de la serpiente se clavaron en su cuello; pero no pudo quitarse la esfera encantada de encima; se le doblaron las rodillas y cayó al suelo.
—Una menos, falta otro —dijo Voldemort con una sonrisa de triunfo, pero escalofriante.
Había llegado la hora de abandonar aquella cabaña y hacerse cargo de la situación, provisto de una varita que "ahora sí" obedecería sus órdenes. Apuntó con ella a la estrellada jaula de la serpiente, que soltó a Alex y se deslizó hacia arriba, y la chica quedó tendida en el suelo, con las heridas del cuello sangrando.
Con otro movimiento de la varita liberó a Severus de sus ataduras. El pocionista cayó de rodillas y miraba horrorizado el cuerpo de Alex.
—Haz con ella lo que quieras. Eso le pasa por dejarse llevar por el dichoso amor —dijo Voldemort con burla
Salió de la habitación sin mirar atrás, y la gran serpiente flotó tras él, encerrada en la enorme esfera.
Severus seguía inmóvil en su lugar mirando a Alex. ¿Por qué...? ¿Por qué se sacrificó de esa manera para protegerlo? Eran las preguntas que rondaban por la cabeza del pocionista. De pronto sintió que algo caía por sus mejillas, no necesito tocar para saber que eran lágrimas. Estaba llorando.
En el túnel, Harry, Ron y Hermione fueron liberados de sus ataduras de tierra; pero la conmoción los tenía petrificados en su lugar. Su amiga...
Con dificultad a causa del temblor de sus piernas, Severus se puso de pie y se acercó a Alex. Cuando estuvo a su lado, cayó de rodillas. Vio con asombro que Alex aún respiraba y se estremecía un poco a causa del dolor; la sangre seguía escapando peligrosamente por la herida del cuello, pero Alex no hacía nada para intentar retenerla.
—Alex... ¡Alex! —la llamaba Severus a la vez que el hombre la volteó con cuidado y la tomó entre sus brazos.
La chica abrió lentamente los ojos y se topó con los negros del hombre.
—Se... verus... Estas... bien... —dijo Alex entrecortado a causa del esfuerzo
Se escuchó la trampilla abrirse de golpe y unos pasos apresurados saliendo de ella.
—¡Alex! —sus amigos finalmente reaccionaron al escucharla hablar
—Potter... Weasley... Granger... —dijo Severus, la verdad no estaba sorprendido de verlos
Harry se colocó al otro lado de Alex y se arrodillo a su lado. Ron y Hermione estaban detrás de él llorando en silencio (Ron abrazaba a Hermione por los hombros).
—Alex... ¿por qué...? —dijo Harry
—Tenía... que... hacerlo...
—¿Cómo que tenías que hacerlo?
—Cuando... llegue... tu... turno... lo... entenderás... —Alex pasó su mirada de Harry a Ron y Hermione—. Espero... que... los... dos... sean... muy... felices...
—Alex... —fue lo único que pudo decir Hermione antes de soltar un fuerte sollozo y ocultar su rostro en el pecho de Ron.
—Alex... tonta... —dijo Ron derramando más lágrimas y bajando su mirada a la cabeza de Hermione
Finalmente, Alex miró a Severus. El pocionista la sujetaba con fuerza, pero a la vez con delicadeza, las lágrimas seguían saliendo.
—Alex, tú... ¿por qué? ¿POR QUÉ ME PROTEGISTE?
—Severus, tú... siempre... te has... sacrificado... por los... demás... Ya... era justo... que alguien... lo... hiciera... por ti...
—Alex... mi pequeña...
—Severus... por favor... sé fuerte... por Eileen...
Al escuchar el nombre de su hija, Severus abrió más los ojos y un sollozo salió de sus labios.
—¡Tú también! —exclamó Severus—. ¡Tú también debes ser fuerte por Eileen! ¡Ella debe crecer junto a su madre! ¡No puedes dejarla sola!
—Pero... ella no... estará sola... te... tiene... a ti... a Harry... Ron... Hermione... a toda... la Orden... —Alex tosió y un poco de sangre salió de su boca y otra poca se deslizó por la comisura de sus labios—. Los dos... cuídense... mucho... Sean... felices...
—Alejandra... —Severus acarició la mejilla de la chica, retirando un poco de la sangre que había—. No te vayas... No me dejes... No nos dejes... por favor...
—Severus... —con dificultad, Alex levantó un brazo y acarició la mejilla de Severus. El pocionista sujetó su mano sin apartarla de su mejilla—. Nimitstlasojtla... Severus...
Alex cerró lentamente los ojos y su mano se puso flácida. Severus dejó de sentir los movimientos de los dedos de Alex; soltó su mano y esta cayó junto a su costado.
El pocionista sintió que su corazón se detenía en ese preciso momento.
—¿Alex? ¡Alex! ¡Alejandra! ¡ALEJANDRA! —gritó Severus moviéndola un poco, pero la latina ya no respondió. Severus negó con la cabeza y la abrazó con fuerza hacia su pecho—. ¡ALEX!
Harry dio un puñetazo al suelo y rompió en llanto. Ron y Hermione siguieron abrazados dejando escapar su llanto. Severus lloraba con fuerza, todavía abrazando el cuerpo de Alex. Se fue... su pequeña se había ido... su hija se había quedado huérfana de madre...
—Nimitstlasojtla, Alex —susurró Severus entre llantos.
Esa fue la primera palabra en náhuatl que Alex le enseñó: Te amo.
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