La Batalla de Hogwarts
En cuanto Alex vio a Severus, sintió su corazón latir con fuerza y un fuerte deseo de salir de la capa invisible y abrazarlo; sin embargo, no podía hacer eso con Harry, Luna y la profesora McGonagall presentes. Tenía que continuar con las apariencias aunque eso la destrozara por dentro.
Alex no era la única que tenía un debate interno, Severus sabía que su amada estaba cerca; quería alejarla del peligro inminente y enviarla lejos con Eileen, pero sabía que la latina era realmente terca.
Esa misma tarde, Severus había recibido un aviso de Voldemort de que tal vez Potter y sus amigos tratarían de entrar a Hogwarts, justamente a la Sala Común de Ravenclaw. El pocionista le preguntó acerca de esas sospechas, pero como era de esperarse, el Señor Tenebroso no le respondió y envió el mismo mensaje a los hermanos Carrow. Al darse cuenta de que tal vez ese día podría ser peligroso, se la pasó toda la tarde e inicio de la noche buscando a Potter y sus amigos, pero no tuvo éxito. Llegó a pensar que tal vez el Señor Tenebroso solamente estaba siendo paranoico hasta que sintió arder su Marca Tenebrosa y con horror descubrió que Alecto Carrow los descubrió, por lo que los cuatro Gryffindor estaban en peligro. Corrió lo más rápido posible hasta la Torre de Ravenclaw, de pronto escucho pasos de varias personas acercándose a su ubicación; pensando que eran los Carrow con los prisioneros, se escondió detrás de una de las armaduras y en cuanto los Carrow pasarán y estuvieran con la guardia baja los atacaría para liberar a los cuatro Gryffindor de oro. Grande fue su sorpresa al descubrir que era McGonagall y que aparentemente estaba sola.
«Deben de estar bajo la capa invisible de Potter» pensó Severus.
Se bajó del pedestal de la armadura y se acercó a la Jefa de los leones con cautela. Le echó una ojeada a su alrededor tratando de adivinar dónde estarían los adolescentes.
«Homenum revelio» pensó Severus
Detectó la presencia de tres personas detrás de la profesora McGonagall pero no estaba seguro de que quienes eran, podía jurar que se trataban de Potter y Alex pero ¿quién era la otra persona?. Por ahora no se preocuparía por eso, continuaría con su papel de mortífago por ahora.
—¿Dónde están los Carrow? —preguntó Severus con temple
—Supongo que donde tú les hayas ordenado ir, Severus —respondió McGonagall.
—Tenía entendido que Alecto había atrapado a un intruso —dijo Severus.
—¿Ah, sí? —se extrañó la profesora—. ¿Y qué te ha hecho pensar tal cosa?
Severus flexionó un poco el brazo izquierdo, donde tenía grabada con fuego la Marca Tenebrosa.
—¡Ah, claro! Olvidaba que ustedes, los mortífagos, tienen sus propios medios para comunicarse.
Severus fingió no haberla oído. Seguía escudriñando el entorno de la profesora, y poco a poco iba acercándose más, como si no lo hiciera intencionadamente.
—No sabía que esta noche te tocaba vigilar los pasillos, Minerva.
—¿Tienes algún inconveniente?
—Me pregunto qué te habrá hecho levantarte de la cama a estas horas.
—Me pareció oír ruidos.
—¿En serio? Pues yo no he oído nada.
La miró a los ojos.
—¿Has visto a Harry Potter, Minerva? Porque si lo has visto, te ordeno que...
La profesora actuó mucho más deprisa de lo que los chicos habrían imaginado: su varita hendió el aire y por una fracción de segundo creyeron que Snape se derrumbaría, pero la rapidez del encantamiento escudo del profesor fue tal que McGonagall perdió el equilibrio. Entonces ella apuntó hacia una antorcha de la pared, y ésta se desprendió de su soporte. Harry estaba a punto de arrojarle una maldición a Snape, pero tuvo que tirar de Luna y Alex para que no las alcanzaran las llamas. El fuego formó un aro que ocupó todo el pasillo y voló como un lazo en dirección a Snape...
El lazo de fuego se convirtió en una gran serpiente negra que McGonagall redujo a humo; el humo volvió a cambiar de forma y, en pocos segundos, se solidificó y se transformó en un enjambre de dagas. Snape se protegió colocándose detrás de la armadura y las dagas se clavaron en el peto con gran estrépito.
—¡Minerva! —exclamó una voz temblorosa.
Harry, aún protegiendo a las chicas de los hechizos, vio a los profesores Flitwick y Sprout, en pijama, corriendo por el pasillo hacia ellos. El corpulento profesor Slughorn iba detrás, rezagado y jadeante.
—¡No! —gritó Flitwick alzando la varita mágica—. ¡En Hogwarts no volverás a matar!
El hechizo de Flitwick dio también en la armadura, que cobró vida. Snape forcejeó para librarse de los brazos que intentaban aplastarlo, y les arrojó la armadura a sus agresores. Harry y las chicas tuvieron que lanzarse a un lado para esquivarla, y la armadura se estrelló contra la pared y se hizo añicos pero al momento de hacerlo, Alex salió de la capa invisible quedando a unos metros entre sus amigos y la batalla de los profesores.
McGonagall, Sprout y Flitwick no la vieron aparecer pero Severus sí. Aprovechando la distracción de la armadura, Severus se acercó a Alex, la tomó de la muñeca y corrió con ella por los pasillos. Finalmente los tres profesores se incorporaron y vieron con asombro y horror a quien se llevaba Severus.
—¡Suéltala! —exclamó McGonagall lanzándole un hechizo a Severus, el cual el pocionista desvió hacia la pared provocando una explosión, escombros y polvo volaron por el pasillo.
Severus logró colarse por la puerta de un aula todavía llevando consigo a Alex. Soltó a la latina y cerró la puerta tras él, pegó una oreja a la puerta y escuchó pasos por el pasillo; en cuanto esos pasos se alejaron de donde estaban, el pocionista respiro con más tranquilidad y se volvió hacia la chica. En cuanto se dio la vuelta unos brazos rodearon su cintura y un rostro se enterraba en su pecho.
—¡Severus! —exclamó Alex
Por su tono de voz, el pocionista dedujo que la chica estaba a punto de llorar. La rodeó con un brazo en su cintura, correspondiendo el abrazo y el otro acarició su cabello.
—Tranquila pequeña, aquí estoy. Todo saldrá bien
Y finalmente la escuchó. Alex lo abrazaba con fuerza mientras sentía su pecho ser humedecido poco a poco. Severus sabía que era toda la tensión que sentía Alex al verlo "de lado" de Voldemort y no poder hacer nada para protegerlo; lo que más le dolía a Severus era que sabía que él no saldría con vida de la guerra se que avecinaba y lo había previsto con Dumbledore desde hace mucho tiempo.
Con cuidado, separó a Alex un poco y le tomó el rostro con delicadeza. Con el pulgar de su mano derecha limpió las lágrimas que seguían corriendo por las mejillas de la chica.
—¿Estás bien? —le preguntó Severus acariciando una de las mejillas de Alex
—Sí —respondió ella quitando las lágrimas que seguían saliendo—. ¿Y tú, estás bien?
—Ahora lo estoy. Aunque... —Alex miró a Severus entre curiosa y preocupada, el tono dulce de su novio se volvió un poco seria—. ¿¡Podrías explicarme por qué rayos tú y tus amigos fueron a Gringotts!?
—¿¡Eh!? —exclamó Alex entre sorprendida y asustada. «Eso no me lo vi venir»—. Bueno... Nosotros... «¿¡y ahora qué le digo!? —soltó un suspiro y miró a Severus—. De la misión que nos encomendó Dumbledore, un... objeto que al destruirlo nos ayudaría a debilitar a...
—¿Encontraron un horrocrux en Gringotts? —preguntó Severus sorprendido
—Sí, y la verdad es que no fue... —la latina se interrumpió al entender la conversación y no pudo evitar gritar de asombro—. ¿¡QUÉ!? ¿Có... Cómo es que sabes...?
—La noticia del asalto a Gringotts salió en El Profeta, me asusté mucho al leer que irrumpieron en el banco y después huyeron en un dragón. Comencé a hacer suposiciones sobre la razón de sus actos, y al ver que estaba muy nervioso Dumbledore finalmente decidió contarme todo. —Severus se pasó una mano por su cabello a la vez que soltaba un suspiro de frustración—. De verdad que ese viejo siempre tuvo ideas locas y suicidas.
Alex se sorprendió al escuchar aquello. Se suponía que nadie debía saber sobre los horrocrux más que ella y sus amigos, pero enseguida comprendió que tal vez (o más bien, seguramente) Severus estaba al borde la histeria y el viejo director para calmarlo le contó todo.
«Gracias por cuidarlo, profesor Dumbledore» pensó la chica con una pequeña sonrisa
—Es por eso que regresaron al castillo ¿no? —los pensamientos de Alex se vieron interrumpidos por la voz de Severus—. Descubrieron que hay un horrocrux asociado con Rowena Ravenclaw y por eso fueron a la Sala Común de las Águilas ¿o me equivoco?
—Es muy raro que te equivoques —dijo Alex con una sonrisa
—¿Descubrieron que objeto es?
—Sí, aunque no es muy alentador
—¿Por qué?
—Resulta que ese objeto es "La diadema perdida de Rowena Ravenclaw"
—Tiene que ser una broma
—Como no sabemos qué otra cosa podría ser... pues no
—¿Lograron averiguar más?
—No, justamente llegó Alecto y se tocó la Marca Tenebrosa
Severus volvió a pasarse la mano por el cabello pero esta vez en señal de desesperación. Sabía que Alex y sus amigos necesitaban encontrar rápido los horrocruxes para así debilitar al Señor Tenebroso y finalmente poder derrotarlo. Pero de pronto, se le ocurrió una idea para buscar la diadema.
—Creo saber cómo podrán encontrar la diadema
—¿En serio? —preguntó Alex con un deje de emoción—. ¿Cómo?
—Tienes que buscar a...
Se escucharon unos golpes en la puerta y la pareja distinguió las voces de los Jefes de Casa al otro lado de esta. Severus tomó a Alex de la muñeca y la alejó de la puerta.
—Se nos acabó el tiempo —dijo Severus. Tomó a la chica de los hombros y la miró directo a los ojos—. Tienes que irte de aquí
—¿Qué? Severus ¿qué estás...?
—Tienes que irte de Hogwarts. Ve a buscar a Eileen y váyanse lo más lejos posible. Si es necesario váyanse del país, regresa a tu país natal si es necesario, las quiero a las dos fuera del peligro
Alex tardó unos segundos en reaccionar. Se soltó del agarre del mayor tomándolo de las muñecas y lo miró desafiante; sabía que Severus lo decía por su bien y el de su hija, pero de ningún modo se quedaría de brazos cruzados y abandonar a su pareja y amigos.
—Sev, sé que quieres protegernos ¡pero ni creas que los dejaré solos para derrotar a Voldemort! Leen está bien y a salvo junto con Xóchitl así que no tienes de qué preocuparte
—Eres demasiado terca ¿lo sabías? —dijo Severus con una sonrisa, entendiendo que no la haría cambiar de opinión
—Nomás tantito —respondió Alex guiñandole un ojo
Se volvió a escuchar la puerta y los dos voltearon de un brinco. Se les acabó el tiempo. Los dos se miraron, Severus le dio un rápido beso en los labios y corrió hacia la ventana.
—Oye ¿qué...? ¿¡Qué haces!? ¡SEVERUS!
La puerta del aula se abrió al mismo tiempo que se escuchaba el sonido del vidrio estrellándose. Al aula entraron corriendo McGonagall, Sprout y Flitwick gritando.
—¡Cobarde! ¡COBARDE! —gritó McGonagall
Alex seguía de pie junto a la ventana rota en cuando llegaron los profesores quienes igual se asomaron por la ventana y pudieron ver a lo lejos, una gran figura que parecía un murciélago volando por el oscuro cielo hacia el muro de los jardines.
Se escucharon pasos acercándose, Alex volteó y vio que se trataban de Harry y Luna.
—¡Alex! —exclamó la rubia corriendo hacia la latina seguida por Harry y la abrazo—. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien —respondió Alex alejando un poco a su amiga
—¿Segura que estás bien? —insistió Harry
Alex entendió el tono de voz de su amigo y el sentido de su pregunta.
—Sí, Harry. Estoy bien
El azabache entendió a su amiga y estanco el tema. Se acercó a los profesores y miró también por la ventana, ignorando las exclamaciones de asombro de Flitwick y Sprout ante su repentina aparición.
—Ha saltado —les dijo la profesora.
—¿Está muerto? —preguntó Harry
—No, no lo está —dijo McGonagall con amargura—. A diferencia de Dumbledore, él llevaba su varita... Y por lo visto ha aprendido algunos trucos nuevos de su amo.
Entonces oyeron pasos y unos fuertes resoplidos. Slughorn, vestido con un pijama de seda verde esmeralda, acababa de alcanzarlos.
—¡Harry! —exclamó, jadeando y masajeándose el enorme pecho—. Hijo mío... qué sorpresa... Minerva, explícame, por favor... Severus... ¿Qué sucedió?
—Nuestro director se ha tomado unas breves vacaciones —explicó McGonagall señalando el agujero que Snape había dejado en la ventana.
De pronto la cicatriz de Harry y la marca en el rostro de Alex comenzaron a arder. A causa del dolor los chicos apenas pudieron distinguir la visión de Voldemort en una caverna y en el centro del lugar un lago. Alex no entendía qué hacía ahí Voldemort pero por la expresión de Harry dedujo que era el lugar donde él y Dumbledore encontraron el guardapelo. Les quedaba poco tiempo.
Los chicos alertaron a los profesores, quienes enseguida se pusieron manos a la obra: McGonagall indicó a los tres Jefes de Casa que fueran a despertar a todos los alumnos y se fueran inmediatamente al Gran Comedor, de camino comenzarán a fortalecer las defensas del castillo y pensar la manera de evacuar a los alumnos lo más rápido y seguro posible. Antes de que el Flitwick se fuera, Harry le preguntó sobre la diadema de Ravenclaw, pero el profesor de Encantamientos no supo responderle.
En cuanto terminó de hablar con el profesor, Harry y las chicas se fueron junto con la profesora McGonagall; sin embargo, la profesora le hablo desafiante a Slughorn respecto a su lealtad y la de los alumnos de Slytherin. Slughorn se escandalizó pero al final salió diciendo que los alumnos de su casa irían al Gran Comedor.
De camino a la torre de Gryffindor, McGonagall lanzó el encantamiento ¡Piertotum locomotor! a las armaduras y estatuas de los pasillos haciendo que se movieran solas y les ordenó proteger Hogwarts. A mitad del camino los chicos se separaron de la profesora de regreso a la Sala de Menesteres; pero en cuanto llegaron su sorpresa fue grande al descubrir que la Orden del Fénix ya se encontraba en el lugar.
En cuanto el asombro pasó, Harry y Alex les explicaron a todos que Voldemort estaba en camino y los profesores llevarían a los alumnos al Gran Comedor y se organizarían para la batalla. Mientras todos salían, los dos amigos se dieron cuenta que ni Ron ni Hermione estaban en la Sala de Menesteres, iban a buscarlos cuando volvieron a sentir una punzada de dolor y esta vez miraban a través de las altas verjas de hierro forjado, flanqueadas por pilares coronados con sendos cerdos alados, y observaban el castillo que, con todas las luces encendidas, se alzaba al fondo de los oscuros jardines. Sentían a Nagini colgada sobre los hombros, y estaban poseídos por esa fría y cruel determinación que invadía antes de matar.
Llegaron al Gran Comedor y estaba hecho un caos: alumnos en pijama preguntando a gritos lo que sucedía, qué pasaría con ellos y sus pertenencias, si El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado estaba cerca, si podían quedarse a pelear y que había sucedido con el director Snape. McGonagall aclaró todas la dudas, pero la última hizo que Gryffindor, Ravenclaw y Hufflepuff gritarán de alegría al descubrir que Snape se había ido.
Harry y Alex caminaron hacia la mesa de los profesores mientras la profesora McGonagall seguía dando indicaciones, pero la voz de la profesora quedó ahogado por otra voz que resonó en todo el comedor. Era una voz aguda, fría y clara, y parecía provenir de las mismas paredes. Se diría que llevaba siglos ahí, latente, como el monstruo al que una vez había mandado.
—Sé que se están preparando para luchar. —Los alumnos gritaron y muchos se agarraron unos a otros, mirando alrededor, aterrados, tratando de averiguar de dónde salía aquella voz—. Pero sus esfuerzos son inútiles; no pueden combatirme. No obstante, no quiero matarlos. Siento mucho respeto por los profesores de Hogwarts y no pretendo derramar sangre mágica.
El Gran Comedor se quedó en silencio, un silencio que presionaba los tímpanos, un silencio que parecía demasiado inmenso para que las paredes lo contuvieran.
—Entreguen a Harry Potter —dijo la voz de Voldemort— y nadie sufrirá ningún daño. Entreguen a Harry Potter y dejaré el colegio intacto. Entreguen a Harry Potter y serán recompensados. Tienen tiempo hasta la medianoche.
El silencio volvió a tragarse a los presentes. Todas las cabezas se giraron, todas las miradas convergieron en Harry, y él se quedó paralizado, como si lo sujetaran mil haces de luz invisibles. De pronto, Pansy Parkinson gritó exigiendo que alguien apresara a Harry, pero como resultado Alex, los miembros del ED y demás alumnos de Gryffindor (y hasta Ravenclaw y Hufflepuff) protegieron al chico de los Slytherin. Gracias a eso, McGonagall ordenó a Filch sacar a las serpientes del lugar, seguidos por los alumnos que serían evacuados.
Mientras se realizaba, Kingsley organizaba a la Orden, al ED, profesores y alumnos que pelearían, en donde defenderían y quiénes irían. Harry y Alex trataron de encontrar a Ron y Hermione en la multitud, pero seguían sin encontrarlos. McGonagall al verlos buscando por el Gran Comedor les recordó a los dos sobre el objeto que buscaban y los dos salieron corriendo del lugar.
—¿Y ahora como buscamos esa dichosa diadema? —preguntó Alex mirando por los pasillos
—No lo sé —respondió Harry—. Nadie de Ravenclaw la a visto, ni siquiera Flitwick. Esto será difícil
—Tal parece que ningún ser vivo la ha visto... —entonces de pronto Alex recordó que Severus intentó decirle algo y también medito las palabras que ella misma acaba de decir—. Ningún ser vivo... ¡Eso es!
—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó Harry algo alterado por el cambio de actitud de su amiga
—¡Ningún ser vivo la ha visto! ¡Lo que significa que tenemos que preguntarle a un fantasma!
—¿Un fantasma?
—¡Ajá! Pero no uno cualquiera, tendría que ser...
—¡El fantasma de Ravenclaw, La Dama Gris! —exclamaron los chicos al mismo tiempo en cuanto Harry entendió el plan de Alex
—¡Buena idea, Alex! Pero... solo que hay un problema
—¿Qué cosa, Harry?
—¿Dónde la buscamos? Recuerda que fuimos a la Torre de Ravenclaw y ella no estaba
—Ay... eso no lo pensé
Los chicos estaban por resignarse, cuando de pronto divisaron una figura de un blanco perlado flotando por el vestíbulo, y Harry gritó a todo pulmón por encima de aquel jaleo:
—¡Nick! ¡NICK! ¡Necesitamos hablar contigo!
Se abrieron paso a empujones entre la marea de alumnos, hasta que llegaron al pie de la escalera, donde Nick Casi Decapitado, el fantasma de la torre de Gryffindor, los esperaba.
—¡Harry! ¡Alejandra! ¡Queridos mío!
Nick hizo ademán de cogerles las manos, y los chicos sintieron como si se las hubieran sumergido en agua helada.
—Tienes que ayudarnos, Nick. —dijo Harry
—¡Por supuesto, muchachos! Lo que necesiten
—Buscamos al fantasma de Ravenclaw, la Dama Gris. ¿Sabes dónde está? —preguntó Alex
—Hum... Veamos...
La cabeza de Nick se bamboleó un poco sobre la gorguera de la camisa mientras la giraba de acá para allá mirando por encima del hormiguero de alumnos.
—Es esa de ahí, muchachos, esa joven de cabello largo.
Los dos miraron en la dirección que indicaba el transparente dedo de Nick y vieron a un fantasma de elevada estatura que, al darse cuenta de que lo miraban, arqueó las cejas y desapareció a través de una pared.
—Y... Se fue —dijo Alex colgando los brazos
—¡No hay que dejar que se vaya! —dijo Harry
Y los chicos corrieron tras la Dama Gris. Entraron por la puerta del pasillo por el que ella había desaparecido y la vieron al fondo, deslizándose con suavidad y alejándose de ellos.
—¡Espere! ¡Vuelva aquí! —exclamó Harry
«Creo que no son modos de pedir las cosas, pero ahora no es momento de preocuparse de los modales.» pensó Alex corriendo detrás de su amigo
El fantasma accedió a detenerse y se quedó flotando a unos centímetros del suelo. A Harry le pareció guapa: la melena le llegaba hasta la cintura y la capa hasta los pies, pero tenía un aire orgulloso y altanero.
«Luego la contemplas, tenemos una emergencia.» pensó Alex rodando los ojos y chasqueando los dedos en la cara de Harry.
El chico reaccionó y se puso serio.
—¿Es usted la Dama Gris? —Ella asintió con un gesto—. ¿Es usted el fantasma de la torre de Ravenclaw?
—Así es. —Su tono de voz no era muy alentador.
—Tiene que ayudarnos, por favor. Necesitamos saber cualquier dato que tenga usted sobre la diadema perdida.
El fantasma esbozó una fría sonrisa y dijo:
—Me temo que no puedo ayudarles. —Y se dio la vuelta.
—¡ESPERE! —gritó Harry
—A este paso no encontraremos la diadema a tiempo —murmuró Alex y consultó su reloj mientras el fantasma permanecía suspendido ante ellos: eran cuarto para las doce.
—Es muy urgente —dijo Harry con vehemencia—. Si esa diadema está en Hogwarts, tenemos que encontrarla, y rápido.
—No crean que son los primeros alumnos que la codician —dijo el fantasma con desdén—. Generaciones y generaciones de alumnos me han dado la lata para...
—¡No la queremos para sacar mejores notas! —le espetó Harry
—¡Además de que la situación no se presta para preocuparnos ahora de asuntos académicos! —agregó Alex
—Lo que deseamos es derrotar a Voldemort. —continuó Harry—. ¿Acaso no le interesa eso?
El fantasma no podía sonrojarse, pero sus transparentes mejillas se volvieron más opacas y, un poco acalorada, respondió:
—Pues claro que... ¿Cómo te atreves a insinuar...?
—Y yo que creía que era Ron el que no tenía tacto para hablar con las chicas —comentó Alex de brazos cruzados y con un claro tono sarcástico
—No me ayudes y no es momento para tus "comentarios creativos" —respondió Harry con fastidio
—Pues disculpe usted. Y volviendo al asunto —esta vez la latina se dirigió al fantasma—. Si de verdad quiere ver derrotado a Voldemort, por favor díganos donde quedo la diadema.
La Dama Gris estaba perdiendo la compostura.
—No se trata de... —balbuceó—. La diadema de mi madre...
—¿De su madre? —exclamaron los chicos a la vez
—En vida —dijo la Dama, como enfadada consigo misma—, yo era Helena Ravenclaw.
—Oh sorpresa... —susurró Alex
—¿Que usted es su hija? ¡Pues entonces debe saber qué fue de esa joya! —exclamó Harry
—Aunque la diadema confiere sabiduría —repuso la Dama Gris intentando calmarse—, dudo que mejorará mucho sus posibilidades de vencer al mago que se hace llamar lord...
—¿No acabo de decírselo? ¡No me interesa ponérmela! —chilló Harry con fiereza—. ¡Ahora no tengo tiempo para explicárselo, pero si le importa Hogwarts, si quiere ver derrotado a Voldemort, tiene que decirnos todo lo que sepa sobre la diadema!
La Dama Gris se quedó quieta, flotando, mientras miraba a Harry y a Alex desde su elevada posición; los chicos comenzaron a inquietarse ante el silencio de la fantasma. Desesperanzados, se dispusieron a marcharse, pero el fantasma dijo en voz baja:
—Yo se la robé a mi madre.
—¿Quéeee?
—¿Cómo dice? ¿Qué dice? ¿Qué hizo qué?
—Le robé la diadema —repitió Helena Ravenclaw con un susurro.
Les explico la razón por la que lo hizo, huyó con la diadema e incluso como todo había terminado en su propia muerte. Les dijo que escondió la diadema en un árbol de Albania y con eso Harry y Alex comprendieron que la Dama Gris le había contado esto a alguien más, que la había engatusado para confesarle la ubicación de uno de los objetos más valiosos y propiedad de uno de los fundadores de Hogwarts.
Entonces Harry comprendió todo.
—¡La noche que vino a pedir trabajo! —exclamó Harry.
—¿Perdón?/¿Qué?
—¡Escondió la diadema en el castillo la noche que le pidió a Dumbledore un empleo de profesor! —explotó Harry—. ¡Debió de esconderla cuando subió al despacho de Dumbledore, o cuando se marchó de allí! Pero de cualquier forma valía la pena intentar conseguir el empleo; así también tendría ocasión de robar la espada de Gryffindor... ¡Gracias, muchas gracias! ¡Vámonos! —tomó a Alex de la mano y los dos salieron corriendo dejando a la Dama Gris flotando, completamente desconcertada.
Al doblar una esquina camino del vestíbulo, Harry miró la hora. Faltaban cinco minutos para la medianoche, y aunque al menos ya sabían qué era el último Horrocrux, no estaban más cerca de descubrir dónde estaba escondido. Alex tardó unos minutos en entender de qué hablaba su amigo, pero cuando al fin lo hizo se quedó con el mismo pensamiento de que en donde pudo Voldemort esconder la diadema.
De camino se encontraron con Hagrid y Fang y los cuatro continuaron su camino. Durante el camino, Alex miró por una de las ventanas y a lo lejos, en los oscuros jardines, vio destellos de luz y oyó un inquietante grito parecido a un lamento. Miró el reloj: era medianoche. La batalla había comenzado.
Siguieron su camino esquivando escombros y hechizos que rebotaban en los pasillos o se colaban por las ventanas. Otro hechizo les pasó rozando chocando contra una pared provocando una explosión y que cayeran escombros sobre ellos.
—¡Tranquilo, Fang! ¡No pasa nada! —gritó Hagrid, pero el enorme perro jabalinero salió huyendo, mientras fragmentos de porcelana saltaban por los aires como metralla. El guardabosques echó a correr tras el aterrorizado animal y dejó solo a Harry y Alex.
Empuñando sus varitas, los muchachos continuaron adelante por pasillos que todavía temblaban. Derraparon en otra esquina y, con un grito de alivio y furia a la vez, vieron a Ron y Hermione, ambos cargados con unos enormes objetos amarillentos, curvados y sucios. Ron también llevaba una escoba debajo del brazo.
—¿Dónde demonios se habían metido? —les gritó Harry.
—En la cámara secreta —contestó Ron.
—¡¿Dónde...?! —exclamó Alex, y se detuvo sin resuello.
—¡Ha sido idea de Ron! —explicó Hermione, que casi no podía respirar—. ¿Es un genio o no? Cuando se marcharon, le pregunté cómo íbamos a destruir el Horrocrux si lo encontrábamos. ¡Todavía no habíamos eliminado la copa! ¡Y entonces a Ron se le ocurrió pensar en el basilisco!
—Pero...
—Claro, algo con lo que destruir los Horrocruxes —dijo Ron con sencillez.
Harry y Alex observaron lo que sus amigos llevaban en los brazos: los enormes y curvados colmillos que habían arrancado —ahora comprendían— del cráneo del basilisco muerto.
—Pero, a menos que alguno de los dos tomará cursos por correo o tutorías particulares ¿cómo lo lograron si para entrar ahí hay que hablar pársel? —preguntó Alex
—¡Ron sabe hablar pársel! —saltó Hermione—. ¡Enséñales!
Y el chico emitió un espantoso y estrangulado sonido silbante.
—Es lo que dijiste tú para abrir el guardapelo —le dijo a Harry como disculpándose—. Tuve que intentarlo varias veces, pero... —se encogió de hombros, modesto— al final logramos entrar.
—¡Ha estado sensacional! —exclamó Hermione—. ¡Sensacional!
—Entonces... —Harry intentaba atar cabos—. Entonces...
—Ya queda un Horrocrux menos —confirmó Ron, y de la chaqueta sacó los restos de la copa de Hufflepuff—. Se lo clavó Hermione. Me pareció justo que lo hiciera ella porque todavía no había tenido ese honor.
—¡Genial! —exclamó Harry.
—Y yo estoy pintada ¿verdad? —reclamó Alex de brazos cruzados
Ron se tensó un poco y se frotó la parte de atrás del cuello en señal de nerviosismo e incomodidad. Para romper la pequeña tensión, Hermione le preguntó a los de gafa lo que estuvieron haciendo, eso fue suficiente para recordarán su misión.
—Averiguamos cómo es la diadema, y también sabemos donde está —les explicó Harry precipitadamente—. La escondió en el mismo sitio donde yo guardé mi viejo libro de Pociones, donde la gente lleva siglos escondiendo cosas. Y creyó que sólo él la encontraría. ¡Vamos!
Las paredes volvieron a temblar. Harry guió a sus amigos por la entrada oculta y por la escalera que conducía a la Sala de Menesteres. Allí sólo quedaban tres mujeres: Ginny, Tonks y una bruja muy anciana con un sombrero apolillado, a la que reconocieron al instante: era la abuela de Neville.
Las tres mujeres les preguntaron a los chicos sobre los demás y ellos aseguraron que se encontraban bien (aunque no estaban muy seguros). Alex se llevó a parte a Tonks para poder hablar en privado.
—¿Qué haces aquí? Creí que te quedarías con tu madre a cuidar a Teddy y Eileen junto con Xóchitl
—Lo sé, pero no pude soportar más el hecho de quedarme en casa y no saber nada. Necesitaba saber cómo estaban Remus y los demás. Mi madre cuidará de ellos.
—Gracias Tonks
—Por cierto, ¿sabes dónde está Remus?
—Uh... pues... creo que planeaba llevar un grupo de combatientes a los jardines...
Tonks no dijo nada más y se marchó a toda prisa. Seguida por la abuela de Neville, quien estaba decidida a ayudar a su nieto en la batalla. Harry le pidió a Ginny que saliera un momento de la Sala pero que enseguida regresara por su seguridad; la pelirroja escuchó a medias ya que estaba feliz de poder finalmente salir a combatir junto a su familia.
—¡Espera un momento! —dijo de pronto Ron—. ¡Se nos olvida alguien!
—¿Quién? —preguntó Hermione.
—Los elfos domésticos. Deben de estar todos en la cocina, ¿no?
—¿Quieres decir que deberíamos ir a buscarlos para que luchen de nuestro lado? —preguntó Harry.
—No, no es eso —respondió Ron, muy serio—. Pero deberíamos sugerirles que abandonen el castillo; no queremos que corran la misma suerte que Dobby ¿verdad? No podemos obligarlos a morir por nosotros...
En ese instante se oyó un fuerte estrépito: Hermione había soltado los colmillos de basilisco que llevaba en los brazos. Corrió hacia Ron, se le echó al cuello y le plantó un beso en la boca. El chico soltó también los colmillos y la escoba y le devolvió el beso con tanto entusiasmo que la levantó del suelo.
Harry y Alex se quedaron en shock ante la acción de sus mejores amigos.
—De acuerdo... esto no lo vi venir ni por error —comentó Alex algo incómoda por la situación
—¿Les parece que es el momento más oportuno? —preguntó Harry con un hilo de voz, y como no le hicieron caso, sino que se abrazaron aún más fuerte y se balancearon un poco, les gritó—: ¡Hey! ¡Que estamos en guerra!
—¡Ya suéltense! ¡Cuando esto termine, podrán seguir después! —gritó Alex también.
Ambos se separaron un poco, pero siguieron abrazados.
—Ya lo sé, amigo —dijo Ron con cara de atontado, como si acabaran de darle en la cabeza con una bludger—. Precisamente por eso. O ahora o nunca, ¿no?
—¡Piensa en el Horrocrux! —le soltó Harry—. ¿Crees que podrás aguantarte hasta que consigamos la diadema? O como dijo Alex, cuando todo esto termine.
—Sí, claro, claro. Lo siento —se disculpó Ron, y con Hermione, ambos ruborizados, se ocuparon de recoger los colmillos del suelo.
En lo que recogían las cosas, Harry jaló a Alex de la manga para poder hablarle al oído sin que sus amigos los escucharan.
—Espero que no hicieras eso con... Snape en cuanto te llevo al aula en cuanto escapó de los profesores.
Alex se puso un poco roja y esquivo la mirada, afirmando silenciosamente la acusación de su amigo.
—¿Es una broma?
—Eh... Qué cosas ¿no?
Harry soltó un suspiro y se dio una palmada en la cara ante la respuesta de su amiga. Ron y Hermione terminaron de recoger las cosas, los cuatro salieron de la Sala de Menesteres. Cuando llegaron al pasillo de arriba, comprobaron que en los pocos minutos que habían pasado en la Sala de los Menesteres la situación en el castillo había empeorado.
—Hay que ponerle velocidad al asunto —dijo Alex en cuanto vio las luces que provocan los hechizos que venían de los jardines.
Se fueron a toda velocidad hacia el trozo de pared detrás del cual la Sala de los Menesteres los esperaba para ofrecerles una nueva respuesta a sus necesidades.
«Necesito el sitio donde se esconde todo», le suplicó Harry mentalmente, y la puerta se materializó una vez que los chicos hubieron pasado tres veces por delante.
El fragor de la batalla se apagó en cuanto traspasaron el umbral y cerraron la puerta detrás de ellos; todo quedó en silencio. Se hallaban en un recinto del tamaño de una catedral que encerraba una ciudad entera de altísimas torres formadas por objetos que miles de alumnos, ya muertos, habían escondido en aquel lugar.
Los cuatro se separaron para buscar bajo la indicación de Harry de donde podría estar la diadema de Ravenclaw: un busto de piedra de un anciano con peluca y diadema sobre un armario.
Alex caminaba por los pasillos mirando a ambos lados en busca del busto, pero no veía nada, escuchaba los pasos de sus amigos por el lugar, pero de pronto le pareció escuchar más pasos de los que deberían de ser.
—¡Homenum revelio! —pronunció la latina.
El hechizo le mostró la ubicación de sus amigos, pero también detectó la presencia de otras tres personas más, las cuales se dirigían hacia donde estaba uno de sus amigos. Aun con el hechizo funcionando, se guió por el mismo hasta donde estaban las cuatro figuras. Llegó una esquina donde podía ver bien a Harry, pero no a los tres intrusos, se ocultó lo más que pudo y agudizó el oído. Grande fue su sorpresa al descubrir que se trataba de Draco, Crabbe y Goyle, y más al ver que lograron seguirlos hasta la Sala de los Objetos Ocultos.
Después escuchó la voz de Ron seguida por la de Crabbe (si es que no se confundió) y en seguida una montaña de cacharros cayendo.
—¡Finite! —conjuró Alex a tiempo, pero por desgracia se había delatado.
Salió de su escondite y se situó junto a Harry. Los tres Slytherin se sorprendieron de verla, pero Draco fue el único que pudo disimular ese asombro.
—No importa cuantos años pasen, ustedes dos siempre tendrán esas caras de brutos neandertales. —dijo Alex a Crabbe y Goyle.
Los dos aludidos fruncieron el ceño y con la mano que no sujetaban las varitas, las hicieron puños apretandolas tan fuerte que se escucharon sus nudillos crujir.
—Lo que más nos sorprende es que estés ayudando a Potter, Macías. —dijo Crabbe con desafío—. Después de que pasaras tiempo divirtiéndote con Snape, pensé que incluso ya te tenían entre las filas del Señor Tenebroso
Alex apretó los puños con fuerza. Harry podría jurar que del puño que no tenía su varita salían una pequeñas llamas, pero no prestó atención ya que no dejaría que insultaran a su amiga.
—Basta, Crabbe —ordenó Draco, sorprendiendo un poco a los dos gorilas y a los dos Gryffindor—. Si estamos aquí fue para seguir a Potter y averiguar que esta tramando. Y más si es que tiene algo que ver esa dichosa diadema.
—¿Qué más da? —se reveló Crabbe—. Es a Potter a quien quiere el Señor Tenebroso. ¿Qué me importa a mí la diadema?
—Potter entró aquí para cogerla —dijo Malfoy, im- paciente ante la torpeza de sus colegas—, y eso debe de significar...
—¿«Debe de significar»? —Crabbe miró a Malfoy con ferocidad—. ¿A quién le importa lo que tú pienses? Yo ya no acepto tus órdenes, Draco. Tu padre y tú están acabados... ¡Hey! ¡Crucio!
Aprovechando la discusión de Draco y sus compinches, Alex trató de tomar la diadema, pero Crabbe se dio cuenta y lanzó la maldición rozando a la chica, pero dándole al busto, el cual salió por los aires y se perdió de vista entre la masa de objetos sobre los que fue a parar.
—¡Oh, genial! —exclamó Alex sarcásticamente
En ese momento, una batalla comenzó a librarse en la Sala. Crabbe lanzaba el Avada Kedavra a diestra y siniestra, Draco le ordenaba que se retuviera, pero el chico no lo escuchaba. Harry y Alex se lanzaron a la montaña de objetos donde fue a caer el busto para buscar la diadema a la vez que se defendían de los maleficios; pero de pronto un rugido estruendoso los previno del nuevo peligro que lo amenazaba. Se dieron la vuelta y vieron cómo Ron y Crabbe se acercaban a toda velocidad por el callejón.
—¿Tenías frío, canalla? —le gritó Crabbe mientras corría.
Pero al parecer éste no podía controlar lo que había hecho. Unas llamas de tamaño descomunal los perseguían, acariciando las paredes de trastos, que en contacto con el fuego se convertían en cenizas.
—¡Aguamenti! —bramó Harry, pero el chorro de agua que salió de la punta de su varita se evaporó enseguida.
—¡CORRAN!
El fuego se extendió por toda la sala. Incluso Alex trató de detenerlo con su magia elemental, pero no pudo hacerlo, el fuego debió de haber sido creado con magia oscura ya que no se podía detener y parecía que tenía vida propia. Las cosas empeoraron cuando el fuego comenzó a mutar y formó una gigantesca manada de bestias abrasadoras: llameantes serpientes, quimeras y dragones se alzaban y descendían y volvían a alzarse, alimentándose de objetos inservibles acumulados durante siglos, metiéndoselos en fauces provistas de colmillos o lanzándolos lejos con las garras de las patas; cientos de trastos saltaban por los aires antes de ser consumidos por aquel infierno.
Draco, Crabbe y Goyle habían desaparecido dejando a los cuatro amigos solos, afortunadamente encontraron unas escobas y montaron en ellas; Harry en una, Alex en otra y Ron y Hermione juntos en una. Emprendieron rápidamente el vuelo hacia la salida, Alex miraba a todos lados (lo que alcanzaba a ver) buscando rastros de los tres Slytherin y entonces los vio: estaban encaramados en una frágil torre de pupitres calcinados, y Malfoy abrazaba a Goyle, que estaba inconsciente. Antes de que la latina dijera algo, Harry descendió en picado hacia ellos. Draco lo vio llegar y levantó un brazo; Harry se lo agarró, pero al punto supo que no lo conseguiría: Goyle pesaba demasiado y la sudorosa mano de Malfoy resbaló al instante de su presa...
En seguida llegaron Ron y Hermione en su auxilio. Entre Hermione y Ron subieron a Goyle a su escoba y volvieron a elevarse, cabeceando y balanceándose, mientras Malfoy se montaba en la de Harry. Las tres escobas se dirigieron hacia la puerta, pero entonces Alex recordó la diadema y regresó a buscarla.
—¡Alex! ¿QUÉ DEMONIOS HACES? —gritó Draco llamando la atención de los tres Gryffindors.
Alex dio un brusco viraje y descendió en picado. La diadema caía como a cámara lenta, girando hacia las fauces de una serpiente, y de pronto se ensartó en la muñeca de Alex...
—¡La tengo! —exclamó con triunfo la latina—. ¡Vámonos! —ordenó volando de regreso a la puerta.
Todos presionaron sus escobas para salir de la Sala, pero de pronto la serpiente de fuego hizo volar algunas sillas que se dispararon hacia los jóvenes y una le dio a Draco haciendo que se cayera de la escoba.
—¡Malfoy! —gritó Harry estirando su brazo para alcanzarlo, pero por desgracia no lo logró.
Draco iba a caer justamente en la boca de la serpiente de fuego hasta que de pronto algo o alguien lo sujetó de la muñeca alejando de la bestia a tiempo. El rubio levantó la mirada y se encontró con los ojos castaños de Alex.
—Severus nunca me perdonaría si dejara morir a su alumno consentido ¿no crees? —dijo Alex guiñandole un ojo
Como simple respuesta, Draco le sonrió. Ayudó al rubio a subir a la escoba y fueron una vez más hacia la salida. A través del humo, Alex atisbo un rectángulo en la pared y dirigió la escoba hacia allí. Unos instantes más tarde, el aire limpio le llenó los pulmones y se estrellaron contra la pared del pasillo que había detrás de la puerta.
Draco quedó tumbado boca abajo, jadeando, tosiendo y dando arcadas; Alex rodó sobre sí, se incorporó y comprobó que la puerta de la Sala de los Menesteres se había esfumado y Ron y Hermione estaban sentados en el suelo, jadeando, al lado de Goyle, todavía inconsciente y Harry cerca de ellos tambien jadeando.
—Gracias por salvarme, Alex —agradeció Draco posando una mano sobre el hombro de la latina.
Alex miró sobre su hombro sonriéndole al chico y tomando su mano en un cariñoso gesto. Draco miró a Goyle inconsciente y entonces se percató de algo.
—Crabbe... ¿Dónde está...?
—Está muerto —contestó Harry con aspereza.
Se quedaron callados; sólo se oían sus toses y jadeos. Entonces Harry miró la muñeca de Alex y vio que la chica tenía la diadema de Ravenclaw.
—¡Alex, la diadema!
—¿Qué? ¡Ah, sí es cierto!
Alex se quitó la diadema de la muñeca y la sostuvo en alto. Todavía estaba caliente y manchada de hollín, pero al examinarla de cerca vio las minúsculas palabras que tenía grabadas: «Una inteligencia sin límites es el mayor tesoro de los hombres.»
Una sustancia densa y oscura, de textura parecida a la sangre, goteaba de aquel objeto. Entonces la diadema empezó a vibrar intensamente y un instante después se le partió en las manos. Al mismo tiempo le pareció oír un débil y lejano grito de dolor que no provenía de los jardines del castillo, sino de la propia diadema que acababa de romperse entre sus dedos.
—Que miedo... —comentó la chica
La tranquilidad les duró poco a los chicos. El pasillo se llenó de gritos y ruidos de un combate de duelistas. Miraron a su alrededor hasta que vieron que mortífagos habían penetrado en Hogwarts. Fred y Percy acababan de aparecer en escena, luchando contra sendas figuras con máscara y capucha. Olvidándose por completo de Draco y Goyle, los cuatro amigos acudieron rápidamente a su ayuda.
En ese instante se produjo una fuerte explosión. Los seis muchachos formaban un grupo junto a los dos mortífagos —uno aturdido y el otro transformado—, y en cuestión de una milésima de segundo, cuando ya creían tener controlado el peligro, fue como si el mundo entero se desgarrara. Harry y Alex saltaron por los aires, y lo único que atinaron a hacer fue agarrar tan fuerte como pudieron el delgado trozo de madera que era su única arma y protegerse la cabeza con ambos brazos. Oyeron los gritos de sus compañeros, pero ni siquiera se plantearon saber qué les había pasado...
Todos comenzaban a ponerse de pie quitándose los escombros de encima. Entonces oyeron un grito desgarrador que los sacudió por dentro, un grito que expresaba una agonía que no podían causar ni las llamas ni las maldiciones, y se levantaron tambaleante.
Hermione también intentaba ponerse en pie en medio de aquel estropicio, y había tres pelirrojos agrupados en el suelo, junto a los restos de la pared derrumbada. Harry y Alex cogieron a Hermione de las manos y fueron a trompicones por encima de las piedras y los trozos de madera.
—¡No! ¡No! —oyeron gritar—. ¡No! ¡Fred! ¡No!
Percy zarandeaba a su hermano, Ron estaba arrodillado a su lado, y los ojos de Fred miraban sin ver, todavía con el fantasma de su última risa grabado en el rostro.
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