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XIII. Escapadas nocturnas.

No sé cuánto tiempo estuve así, aovillada mientras las lágrimas empapaban la almohada.

Quizá hubieran pasado horas.

Quizá hubieran sido minutos.

O quizá solamente habían sido unos segundos.

Pero la sensación era igual de devastadora. No era capaz de dejar de pensar en lo que podría haber sido, en cómo podría haber sido mi bebé de no haber tomado aquella drástica solución. El dolor era tan atroz que me impedía pensar con claridad.

Así me encontró André cuando regresó a la habitación, con manchas de sangre por el rostro y la camisa que llevaba; se acercó a la cama en silencio, mirándome con aquellos ojos grises que tantos escalofríos me habían causado y que ahora estaban cargados de dolor y sufrimiento.

La pérdida del bebé y la traición de Annette le estaban pasando factura y yo lo agradecía en silencio. Él se merecía más que yo todo lo que estaba sucediendo; André era el único que merecía sufrir por todo el daño que me había causado.

Me quitó las mantas de encima con cuidado y observó con el ceño fruncido mi ropa llena de sangre. Cuando me alzó en volandas no me resistí, dejé que me llevara en brazos hacia el baño y me depositara dentro de la bañera con sumo cuidado.

Las lágrimas aún seguían corriendo por mis mejillas y el dolor del pecho se estaba volviendo insoportable.

-Mi bebé ya no está –sollocé con fuerza-. No… no está…

Escondí mi rostro entre las rodillas y lloré con más ahínco, esperando que así el nudo se fuera deshaciendo poco a poco hasta desaparecer por completo; quería salir adelante. Necesitaba hacerlo.

«Hazlo por tu bebé –me dije-. Convierte la vida de André en un infierno por lo que ha hecho.»

Las manos de André me acariciaron el cabello con lentitud y cierta torpeza.

-Shhh… Ella ya no está, Zsóka –susurró-. Fue un error y ahora estoy pagando por ello. Me he dado cuenta demasiado tarde del error que había estado cometiendo todo este tiempo y tú has tenido que pagar las consecuencias. Lo siento tanto…

Me hubiera gustado gritarle que la culpa de todo aquello era únicamente la suya y que, si por mi fuera, se la haría pagar; pero no pude hacerlo. De hacerlo, eso habría levantado sospechas en André y me convenía que siguiera pensando que la culpable de mi aborto había sido Annette, movida por los celos.

Su disculpa no me afectó en absoluto. Para mí eran palabras vacías.

Lo único que me dolía era la pérdida de mi bebé. En el sentimiento de dolor que se había enroscado en mi garganta y me impedía pensar con claridad.

-¿Po-por qué? –pregunté en un tono bajo.

Quería saber los motivos que lo habían empujado a acostarse con Annette. Aunque también podía aplicarse a conocer si sentía algo más por Victoria, algo más profundo; quizá estuvieran ambos enamorados y André se había obligado a sí mismo a acercarse a mí para conseguir más poder. Quizá había sacrificado un futuro junto a Victoria para lograr su objetivo.

De ser así, me alegraba haberle estropeado sus planes de futuro.

Era lo mínimo que se merecía por todo el daño que me había causado desde que lo había conocido. Desde que Vladimir le había suplicado que necesitaba su ayuda para protegerme a mí de los dhampiros.

André se inclinó sobre mí para abrir el grifo, intentando ganar algo de tiempo para darme una respuesta convincente. La experiencia me había demostrado que André no contaba la verdad. Al menos, no a mí.

Sentir el agua caliente en los dedos de los pies me arrancó un respingo mientras me encogía más sobre mí misma y observaba la mancha de sangre en mi camisón. El efecto del sedante del doctor Davis se había hecho cargo del dolor físico.

-Supongo que la curiosidad… -respondió el vampiro, a media voz-. Sé que nos está prohibido el relacionarnos más de lo estricto con los humanos, pero siempre tuve la curiosidad de… de hacerlo. También estaba molesto contigo por el hecho de que tú no parecías… estar dispuesta a darme una mísera oportunidad.

»No soy una persona tan horrible, Zsóka.

Lo miré de reojo y vi que apretaba los labios con fuerza. Quizá en otra ocasión lo hubiera creído, pero ahora sabía que todo aquello era pura palabrería, un intento pésimo de intentar animarme y convencerse a sí mismo.

A André lo único que le dolía era la pérdida de su hijo. De su descendencia.

Lo que a mí pudiera haberme pasado no le importaba lo más mínimo pues, para él, yo era un simple recipiente. El verdadero premio había estado en mi interior.

No me moví cuando las manos de André agarraron el bajo de mi camisón y me lo retiró con cuidado. El agua caliente ya me cubría por encima del pecho y se estaba tiñendo de rosa por la sangre.

Por mi sangre.

Dejé que André siguiera quitándome la sangre y no hizo ningún comentario más. Todo esto parecía haberlo superado y necesitaba tiempo para acostumbrarse o, quizá, para coger fuerzas para intentar engendrar un nuevo vástago que sustituyera al anterior. Las pretensiones de André estaban claras al respecto: poder y permitir que su linaje siguiera en la cima cuando él ya no estuviera.

Sollocé con aún más fuerza al darme cuenta que André me querría para él solo durante algún tiempo, hasta que volviera a quedarme embarazada. Y yo no podía soportarlo, había perdido un bebé en tan poco tiempo y no quería otro porque me obligaría a mí misma a hacerlo de nuevo.

Y el dolor era tan atroz…

André terminó de lavarme y cogió una mullida toalla con la que me envolvió, alzándome de nuevo en volandas para llevarme directa a la cama de nuevo; me arropó con varias mantas y se encargó de limpiar todo el estropicio que había causado mi aborto. Después se tumbó a mi lado y me contempló en silencio.

Yo, por mi parte, lo único que quería era dormir, pero si cerraba los ojos se repetía una y otra vez la sangre y el dolor, el arrepentimiento de haberlo hecho y las ganas de borrar mi mala acción.

-Necesitamos tiempo –murmuró André-. Lo que ha hecho Annette… creo que es mejor que dejemos pasar un tiempo antes de volver a intentarlo –concluyó.

Sabía a lo que se refería y agradecía profundamente que decidiera plantarse durante un tiempo antes de volver a intentarlo. Quizá así evitaría pasar las noches conmigo y buscaría a Victoria, dándome una oportunidad perfecta para vengarme de él y dejarlo en evidencia ante toda la comunidad.

Esperaba que, por el momento, los rumores sobre su affaire con Annette corrieran como la pólvora, sembrando la duda entre todos los vampiros y dándome a mí la apariencia de una pobre esposa engañada y traicionada.

No me moví de la cama en una semana. Para entonces, y gracias a la información que me traía Anya, los dhampiros ya habían actuado de nuevo, eliminando a un miembro importante de la comunidad y dejando sus habituales mensajes escritos en sangre; la mía propia me bullía de rabia e impotencia… además de ganas de salir allí fuera para cobrarme mi venganza. No le había hablado a mi amiga de mi primera y única excursión al exterior para cazar dhampiros pues no sabía cómo iba a reaccionar y, en aquellos momentos, necesitaba apoyos, no regañinas como si fuera una niña pequeña que hubiera confesado una de sus travesuras intentando ganarse algún cumplido por parte de sus padres.

El doctor Davis también había venido varios días a comprobar cómo seguía mi recuperación. Me había intentado convencer de que aquello era algo que sucedía en algunas ocasiones, pensé que se refería al aborto en sí, no al hecho de que una doncella celópata había decidido darme ruda para hacerme perder al bebé, pero que no por ello debía perder la ilusión de quedarme embarazada de nuevo. Yo mantuve una expresión afable, deseando que no siguiera dándome aquellos ánimos porque, de lo contrario, me echaría a llorar allí mismo de nuevo.

Tras la semana exigida por el doctor Davis, conseguí salir de la cama y pude caminar por la mansión, buscando a Luka. No había visto al vampiro desde que estuvo presente cuando perdí al bebé y necesita encontrarlo a toda costa; en aquella ocasión no le iba a pedir que me acompañara, simplemente le pediría que escogiera un grupo de sus hombres para que pudiéramos salir a cazar dhampiros.

Aquello era lo único que podía distraerme.

Jezebel y Delphina se habían mantenido apartadas de mí durante todo aquel tiempo, quizá por petición expresa de André, pero Anya se había mantenido a mi lado a pesar de las protestas de mi marido. En un punto de la discusión Anya había insinuado que, de no haber estado perdiendo el tiempo con aquella chica, Annette era a quien se refería, no habría sucedido nada y el bebé seguiría bien; con tal argumento calló de golpe al vampiro, que salió de la habitación echando humo.

Estaba paseando por los enormes pasillos junto a Anya cuando recordé que mi amiga era toda una experta en enterarse de cualquier cosa entre aquellas paredes y que con ello quizá podría ayudarme.

-¿Has sabido algo de Lord Hodges? –pregunté, esperando que mi pregunta no sonara demasiado desesperada.

Anya enarcó una ceja y me sonrió con malicia.

-Seguramente que disfrutando de la compañía de Victoria –respondió y a mí se me paró el corazón al escucharla-. Ambos parecían demasiado divertidos y ocupados el uno con la otra la última vez que lo vi.

Alcé la barbilla y procuré que no se me notara la rabia que sentía en aquellos momentos por haber descubierto por qué Luka parecía ser tan reacio a decir sus verdaderos motivos. Al parecer, Victoria había conseguido añadir a su colección de amantes privados a mi guarda personal… y favorito. ¿Por qué no había sido sincero conmigo?

-Qué mal gusto tiene –contesté.

Anya soltó una risita.

-A lo mejor lo único que le interesa es… aliviar ciertas necesidades, Zsóka –propuso mi amiga, pero aquello no me hizo sentir mejor.

-Necesito hablar con él –insistí-. De inmediato.

Debía dejar a un lado la rabia que sentía por el descubrimiento de Victoria y Luka. Necesitaba pensar con claridad y no dejar que nadie averiguara cuánto me molestaba aquello.

Tenía que empezar a comportarme como una auténtica reina.

Mi única preocupación debía ser la seguridad de mi pueblo. En nada más.

-Siempre puedes mandarlo llamar –me dijo Anya.

Me pareció una idea estupenda, así que decidí llevarla a cabo. Llamé la atención de una de las criadas que pasaban y le ordené que buscara a Luka para informarle que necesitaba hablar con él de inmediato. El cosquilleo que recorrió todo mi cuerpo me informó que la persuasión había funcionado y que esa chica iba a cumplir con mi encargo de manera eficiente.

Cuando miré a Anya, vi que fruncía el ceño.

-¿Qué ha sido eso? –me preguntó.

Pestañeé.

-¿El qué?

Anya hizo un aspaviento con la mano.

-Esa sensación de… de querer obedecerte –respondió, mirándome con los ojos abiertos como platos-. ¿Qué sucede?

Le expliqué que, debido a motivos que yo desconocía, parecía haber adquirido el mismo grado de poder en persuasión que André y que ahora era capaz de usarlo sin ningún problema. Anya me escuchó en silencio, frotándose la barbilla y lanzándome de vez en cuando miradas especulativas.

Al terminar con mi relato, miré a Anya, aguardando su reacción.

-Solamente puedo hacer hipótesis –dijo.

Me incliné hacia ella.

-¿Qué hipótesis?

-Es posible que tú… que tú sin querer absorbieras parte de su poder cuando compartisteis sangre –me explicó.

La miré desconcertada. ¿Gracias a la sangre de André podía usar su mismo tipo de persuasión? ¿Le debía estar agradecida por el gran favor que me había hecho? Anya se mantuvo a mi lado mientras avanzaba hacia un pequeño estudio que había en la planta y que había escogido para reunirme con Luka.

Él ya nos esperaba cuando entramos. Observaba distraídamente lo que sucedía allí fuera por las ventanas, pero supe que nos había escuchado llegar; Anya murmuró una disculpa y salió del estudio, dejándonos a solas.

¿Debía exigirle algún tipo de explicación? No. Por supuesto que no. Luka era una persona adulta y podía hacer con su vida lo que le viniera en gana. Yo no era nadie para pedirle siquiera que me diera un motivo de por qué había escogido a Victoria.

Me aclaré la garganta y el vampiro se giró hacia mí.

-Lord Hodges –lo saludé con educación-. Espero no haberte molestado…

Luka negó con la cabeza. Asentí.

-Bien, necesito que me prepares un grupo de diez hombres para esta misma noche –proseguí y los ojos de Luka se entrecerraron-. No es necesario que vengas con nosotros –le aclaré-. De verdad.

-Tengo que protegerte –respondió-. Debo hacerlo.

-No creo que sea necesario –repetí y la imagen de Victoria y Luka juntos me revolvió el estómago-. Además, tendrás más tiempo para ti, supongo. Y yo estaré bien protegida con esos vampiros.

Luka frunció los labios con fuerza.

-¿Por qué? –preguntó-. ¿Qué ha cambiado para que ya no quieras tenerme cerca?

«Quizá sea el dolor de todo lo que ha sucedido –pensé-. Quizá sean todos los secretos. No lo sé». Su negativa me había hecho daño, pero yo había intentando mostrarme estoica y había fingido que no me había importado, que había sido un inocente malentendido. El hecho de saber que esa negativa había sido por culpa de Victoria había terminado de destrozarme; el aborto, el asesinato de Annette… todo aquello había sido para vengarme de André.

Pero Victoria parecía estar sacándome ventaja. Demasiada ventaja.

Me quedé paralizada cuando Luka cruzó el espacio que nos separaba y rodeó mis muñecas. Había perdido peso desde el aborto y los huesos destacaban sobre mi piel, pero aquel era el mínimo castigo que me merecía. Y lo estaba cumpliendo.

-Si es por lo que vi –continuó el vampiro y su aliento chocó contra mi rostro-, no debes preocuparte. Estaba preocupado por ti, por saber que estabas bien… Sé que es duro perder un bebé y que uno nunca termina de recuperarse de esa pérdida, pero siempre tendrás más oportunidades…

Era obvio que no era capaz de entender el duro golpe que había recibido al perder a mi bebé. De haberme obligado a hacerlo. El hueco que había dejado me acompañaría siempre, por muchos hijos que tuviera; ninguno de ellos podría llenar el que éste había dejado.

Además, parecía seguir creyendo firmemente en que André y yo tendríamos hijos. Algo que no me molesté en corregirle pues me habría parecido una pérdida de tiempo sabiendo ahora que parecía haber estrechado lazos con Victoria.

Quizá por ello André lo odiaba: por quitársela. O por compartirla.

-Es demasiado reciente –repliqué, liberándome de su agarre-. No quiero pensar en ello durante una buena temporada.

Luka dejó el tema y empezó a hablarme sobre lo que iba a suceder aquella noche; tenía una excelente memoria fotográfica, por lo que no fue necesario que trajera consigo el informe con todos los dhampiros que había en Londres. Escogí uno de ellos y le recité la dirección a Luka, el vampiro me prometió que conseguiría diez vampiros y los vehículos necesarios para llevar a cabo la operación.

Tendríamos que salir antes de las diez de la mansión, pues a esa hora era cuando el sofisticado sistema de seguridad se ponía en marcha, pero Luka me explicó que sus hombres podrían desactivarlo durante unos momentos para que pudiéramos regresar sin que nadie se diera cuenta de nuestra salida.

Una vez establecido el procedimiento a seguir, llegó el momento de la despedida. Me aliviaba tener que alejarme de Luka porque su presencia había pasado de ser agradable a ser una tortura al intentar imaginarme qué es lo que hacía con Victoria cuando nadie los veía.

Agarré el pomo de la puerta, dispuesta a irme de allí antes de que alguien pudiera hacerse una idea equivocada, pero decidí retrasarme un par de segundos más. Los suficientes para decirle a Luka:

-No quiero que me acompañes esta noche. Ni ésta ni ninguna otra –el vampiro abrió la boca para replicarme, pero no le di tiempo-. Es una orden.

No esperé a que Luka dijera algo, salí del estudio a toda prisa y casi choqué con Victoria, que parecía estar bastante preocupada. Me erguí cuanto pude y musité una disculpa.

-Alteza –me llamó la vampira con suavidad-, no habréis visto a Lord Hodges por aquí, ¿verdad? Necesito tratar un asunto de suma importancia con él.

Apreté la mandíbula con fuerza y me obligué a sonreírle con amabilidad aunque quisiera despellejarla allí mismo. Parecía haberse vuelto más segura de sí misma en mi presencia y podía entender el porqué: había conseguido meterse en la cama de mi marido y ahora disfrutaba pasando el rato con Luka. Era obvio que estaba más que orgullosa con sus victorias.

-No –respondí-. Lamento decirle que no.

Me largué de allí antes de que pudiera hacer alguna alusión más sobre sus temas con el vampiro.

Rosalie fue la encargada de traerme el uniforme que llevaría aquella misma noche. Había dejado el anterior en el edificio de Vladimir y por ello habían tenido que traerme un modelo nuevo; un modelo que, en aquella ocasión, llevaba una bonita capa de color negro a la espalda y que, según rezaba la nota que había adjuntado Luka, se debía a que me había convertido en su nueva líder.

Estaba nerviosa, ya que mi plan original podía resultar ser un completo fiasco y entonces sí que tendría un verdadero problema con André.

Había subido rápidamente a mi habitación tras la cena y la había recorrido de un lado a otro mientras aguardaba a que Anya viniera. Cuando lo hizo, casi le salté encima debido a los nervios.

-Espero que funcione –farfulló mi amiga, sacando un botecito repleto de polvos-. Es el somnífero más potente que he logrado encontrar…

-Dentro de nada te vas a convertir en una auténtica experta en plantas –bromeé, con un nudo en la garganta.

Escondí a toda prisa el somnífero en uno de los pliegues de mi camisón y salí en busca de André. Rosalie había conseguido averiguar que, cada noche mientras estaba encerrado en su despacho, le gustaba tomar varias tazas de café. Mi objetivo.

Llamé a la puerta antes de abrirla y colarme en su interior. André estaba tras el escritorio, revisando una pila de papeles y sin percatarse siquiera de mi presencia; mis ojos dieron con la taza y carraspeé, esbozando una tímida sonrisa.

Los ojos de André se abrieron debido a la sorpresa.

-Espero no interrumpir nada –me excusé.

Me coloqué entre él y el escritorio, tapándole la taza de café que aún no había tocado. En otras circunstancias estaría muerta de los nervios, pero ahora que me había acostumbrado a conspirar a sus espaldas, aquello se había vuelto una rutina para mí; le acaricié el brazo distraídamente mientras el vampiro me contemplaba en silencio.

Con la mano que tenía libre cogí el somnífero y, a tientas, logré echarlo todo en el interior de la taza. Ahora solamente quedaba esperar a que mi marido decidiera tomárselo y aguardar a sus efectos.

-Quería darte las buenas noches personalmente –me expliqué, sintiéndome como una estúpida- y disculparme por mi frialdad de estos días…

-Entiendo tus motivos, Zsóka –contestó André-. No tienes por qué disculparte por nada.

Me incliné hacia él para depositar un beso en su mejilla.

-Entonces, buenas noches –me despedí.

Me cambié el camisón por aquel ajustado uniforme negro y aguardé pacientemente a que vinieran a recogerme. La tímida llamada a mi puerta un minuto antes de la hora acordada me hizo soltar un respingo, pero acudí rápidamente a abrir y encontrarme con un vampiro con el pelo negro recogido en una coleta y con un gesto demasiado serio. Aquel debía ser el sustituto que había mandado Luka para cubrir su ausencia por mi expresa petición para que no nos acompañara. Esperaba, al menos, que tuviera una noche tan divertida como la que me esperaba a mí.

Lo seguí en silencio por la casa, procurando no llamar la atención de nadie, hasta llegar a la entrada de la mansión, donde nos esperaba un furgón negro.

-¿No hay ninguno más? –quise saber mientras ocupaba mi sitio.

-Nos esperan fuera, mi señora –respondió el vampiro cuyo nombre desconocía-. Habríamos llamado la atención de lo contrario.

Nos reunimos con el otro furgón que nos esperaba a un par de kilómetros de donde se encontraba la mansión y proseguimos nuestro camino hacia la ciudad. Había logrado reponer fuerzas para hacerlo de nuevo. Necesitaba matar a un dhampiro para poder sacar de mi interior toda la rabia y dolor que me consumía poco a poco.

Agradecía que Luka me hubiera obedecido, pero echaba en falta charlar con él mientras nos dirigíamos hacia nuestro destino.

Nuestro nuevo objetivo vivía en una zona no muy alejada de donde había vivido el segundo dhampiro; dejamos los furgones en un callejón oscuro y todos los vampiros se reunieron a mi alrededor. Luka me había informado que uno de sus subalternos, Thomas, se encargaría de establecer el procedimiento de actuación.

Un vampiro fornido y con el pelo completamente rapado se colocó a mi lado y empezó a ladrar órdenes. Después, me dedicó una breve reverencia y me invitó a que lo siguiera, abriendo la comitiva. Mientras subíamos por la escalera de incendios tuve la sensación de que alguien mantenía su vista fija en mí, pero lo achaqué a estar rodeada de vampiros que estaban igual de deseosos que yo de matar dhampiros.

Había logrado que un grupo muy pequeño confiara en mí al demostrarles cuáles eran mis intenciones de futuro, así que esperaba poder convencer al resto de que estaba más que capacitada para acceder al trono. Sin la ayuda de André.

Forzaron la cerradura de la ventana y nos colamos de nuevo en un apartamento cuya distribución me resultaba vagamente familiar. Observé con los ojos entrecerrados la cantidad de juguetes infantiles que había esparcidos por el salón y maldije en silencio por mi mala suerte.

No podía permitirme dudar.

Mandé a mis hombres a que me trajeran al salón a todos los inquilinos y aguardé pacientemente apoyada contra una estantería; todos los vampiros se habían cubierto el rostro con un pasamontañas negro y apenas podía reconocerlos.

La única que llevaba el rostro descubierto era yo.

Los gritos y chillidos de horror inundaron todo el apartamento cuando trajeron consigo a una mujer y a una niña. Esperé encontrarme con algún hombre, pero no había ninguno. Había salido.

Bueno, quizá eso me conviniera. Deseaba que ese dhampiro regresara a casa y se encontrara con una truculenta escena donde su mujer y su preciosa hija habían sido brutalmente asesinadas. Un pequeño recordatorio de que los vampiros también sabíamos dónde encontrarlos.

Y cobrarnos venganza.

Ignoré por completo las súplicas de la mujer mientras le arrancaba parte de la garganta de un mordisco, cubriéndome casi por entero de su sangre, y me giré hacia la niña, que se había encogido entre los brazos del vampiro que la tenía presa. Por un momento creí ver a mi hermana Orsolya en vez de a la niña dhampiro y me quedé parada, sin saber qué hacer; ambas tenían una edad similar y su parecido era más que evidente.

Retrocedí en el tiempo y reviví la agonía a la que estuvo expuesta mi hermana menor mientras era quemada viva. Las lágrimas me escocieron en los ojos, pero no llegaron a derramarse.

Me había encontrado en una encrucijada.

¿Debía matarla como había hecho antes con su madre? ¿Debía mostrar mi brutalidad con aquella criatura que me recordaba tanto a mi hermana menor? Me encontraba perdida, sin saber qué hacer.

Sin embargo, aquella niña también me recordó al bebé que había perdido. De no haberlo hecho, ¿habría sido niño o niña? Quizá se hubiera parecido a esa criatura que me miraba con los ojos desorbitados por el horror.

«Hazlo, Zsóka –me urgí a mí misma-. Hazlo de una vez y no pienses en nada».

Hice una señal y el vampiro me la acercó. Cogí aire y lo mantuve mientras mis manos se dirigían raudas hacia su cuello y se movían por sí solas, girando la cabeza de la niña hasta que sonó un chasquido escalofriante y su cuerpo se quedó lánguido.

Solté de golpe el cadáver y les pedí que se deshicieran de todo aquello mientras me daban un tiempo para estar a solas.

Bajé de un salto hacia la acerca y oí unos pasos tras de mí. Me giré como un resorte para toparme con un vampiro que se estaba quitando lentamente el pasamontañas; mi estómago dio un vuelco y me apoyé en la furgoneta antes de vomitar estruendosamente. Había asesinado a una niña pequeña.

Con mis propias manos.

Los ojos me escocieron debido a las arcadas y solté un gemido ahogado. Había logrado convertirme en una asesina. En alguien como aquellos dos dhampiros.

Unas manos me cogieron el rostro y vi que se trataba de Luka. Me aparté de su lado de un empujón mientras me secaba la boca con la manga del uniforme y lo miraba con sorpresa… y horror.

-Tú no deberías estar aquí –grazné.

No. No. Luka no debía estar aquí, tendría que haberse quedado en la mansión, pasando un buen rato con Victoria. Él me lo había prometido, me había dado su palabra de que no me iba acompañar aquella noche.

Me sentía asqueada conmigo misma por haber permitido que Luka viera lo que había hecho allí arriba.

Ahora debía de odiarme.

-Yo… yo… yo no… -tartamudeé, intentando excusarme patéticamente-. Yo no quería.

Me eché a llorar como una niña pequeña cuando Luka me abrazó con fuerza. Había obrado mal aquella noche y no había resarcimiento posible; no me importaba asesinar dhampiros adultos, pero los niños… ellos me recordaban demasiado a mis hermanos pequeños.

Y yo había asesinado a esa niña a sangre fría.

Al menos, dije para intentar consolarme, lo había hecho de manera rápida e indolora, ahorrándoselo a la pobre criatura.

Me aferré al jersey negro que llevaba Luka con fuerza y lo estrujé entre mis manos mientras seguía llorando. Noté el aliento cálido de Luka junto a mi mejilla y alcé un poco la mirada: el vampiro me observaba con cariño y comprensión. Sin odio o repulsión por lo que había hecho.

En aquellos momentos no se me pasó por la cabeza las posibles consecuencias que podría tener mi acto. Ni siquiera recordé la negativa de Luka y el hecho de que se había estado viendo con Victoria.

Ni siquiera le reproché que no hubiera cumplido con lo que le había pedido.

Sus labios se movieron contra los míos con suavidad mientras sus manos acariciaban mis mejillas con cuidado. Pegué mi cuerpo más al suyo, deseando que el momento nunca terminara.

Esperando que aquello fuera real.

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