XII. Daños colaterales.
Ahora que sabía el secreto de Annette, empecé a pensar en cómo podía usarlo en mi beneficio.
En cómo podía usarlo para hacerle daño a André.
Cuando no quedaron más lágrimas que derramar me quedé completamente dormida, sin importarme siquiera que André pudiera regresar aunque, en el fondo, sabía que no sería así: el vampiro únicamente venía allí cuando buscaba algo de mí. Y anoche parecía haber estado bastante ocupado con la doncella.
Me desagradaba profundamente que hubiera estado retozando con una humana, con alguien que simplemente nos servía de alimento; no entendía por qué había decidido correr los riesgos a los que se exponía al estar con una humana, sabiendo lo que podría suceder si no iba con cuidado. ¿Y si Annette se quedaba embarazada? En el pasado Mihaela se había encargado de esos contratiempos y los había eliminado antes de que se hubieran convertido en una auténtica amenaza. Pero, caí demasiado tarde en cuenta, si Annette se quedaba embarazada de André, aquello podría resultarme ventajoso. Demasiado.
De suceder, podría deshacerme de André y nuestra alianza no se rompería, los vampiros me apoyarían por completo tras descubrir que mi marido había dejado embarazada a una humana y que se estaba gestando un dhampiro en su interior. Que el mismísimo Conde Daskalov, partidario ferviente de la destrucción de los vampiros, se divirtiera dejando embarazas a humanas era algo rompedor y una traición. Exactamente lo que yo buscaba para poder derrotarlo sin necesidad de una guerra de por medio. Era el golpe maestro que buscaba para poder recuperar todo lo que era mío. Incluso la libertad.
Fingí que seguía dormida mientras oía irrumpir en mi dormitorio al séquito de doncellas que se encargaban de prepararme. Me pregunté si alguna de ellas conocería el secreto de André y Annette, pero lo dudaba mucho: ambos necesitaban ir con pies de plomo si no querían que los rumores corrieran como la pólvora y pudieran ponerlos en una situación comprometida.
Corrieron las cortinas con suavidad y su alegre parloteo me obligó a abrir los ojos. Annette estaba cerca de la cama, buscando algo entre los armarios. Entrecerré los ojos y busqué algún signo que delatara lo que había estado haciendo la noche anterior; su cuello no tenía marca alguna, pues André se habría encargado personalmente de curarle las heridas para que nadie pudiera hacer preguntas.
Dejé que me vistieran y las despaché con una amable sonrisa mientras mis ojos se clavaban en la doncella, que mantenía la barbilla alzada y me observaba con enfado. Ahora podía entender a qué se había debido ese cambio en su actitud: estaba celosa de que André estuviera casado conmigo y llevara su supuesta relación en la más absoluta clandestinidad.
Pero aquello no iba a durar mucho tiempo más si las cosas salían como yo quería.
Salí de mi habitación con resolución, dispuesta a seguir fingiendo que vivía en la más completa ignorancia sobre las aventuras de mi marido, y me topé de nuevo con Luka. Nuestra habitual rutina de encontrarnos así parecía haber vuelto.
Sus ojos se movieron por todo el pasillo, controlando que no hubiera nadie cerca que pudiera escucharnos, y yo me sentí terriblemente agradecida por ello; no quería que nadie supiera lo que sabía respecto a André hasta que encontrara la forma de usarlo a mi favor.
Verme tan recuperada, sabiendo lo que había sucedido la noche anterior, pareció dejarlo sorprendido.
Alcé una mano antes de que pudiera decir nada.
-No puedo dejar que las cosas que hace André me afecten –sentencié-. Pero no voy a perdonar y olvidar lo que ha estado haciendo a mis espaldas. Él sabe perfectamente que está más que prohibido las relaciones sexuales entre humanos y vampiros porque no podemos arriesgarnos a seguir alimentando las huestes de nuestros enemigos y, pese a ello, ha seguido haciéndolo.
»Encontraré la manera de utilizar eso a mi favor y ¿quién sabe? A lo mejor puedo deshacerme de él antes de lo previsto.
Luka carraspeó.
-Piensa bien antes de actuar –me recomendó, pero no intentó convencerme de que hiciera lo contrario-. También debes recordar lo que sucede con las mujeres que asesinan a sus maridos. Nuestra sociedad aún necesita madurar e intentar adaptarse a las nuevas situaciones que han venido con estos tiempos.
Alcé la barbilla con obstinación.
-Soy su futura reina –declaré con seguridad-. Soy la última de mi linaje…
-Pero el Conde cuenta con demasiadas amistades dentro de tu círculo –apuntó el vampiro-. Podrían sublevarse de no actuar… bien y con cuidado.
Me humedecí los labios mientras mi cabeza daba vueltas, intentando encontrar algo que pudiera servirme de ayuda. Era cierto que André, con el paso del tiempo, había logrado convertirse en un miembro muy importante dentro de nuestra comunidad, por eso mismo Vladimir se había puesto en contacto con él: aquel vampiro tenía todo lo que yo carecía. De no haber sido por su actuación tan precipitada, realmente había empezado a sospechar que Vladimir me habría sugerido que consiguiera hacer que André se fijara en mí.
Tener a un vampiro como André de aliado era una buena baza con la que poder contar si las cosas se ponían feas.
-Pensaré en ello –le prometí.
Pero antes tenía que encontrar la forma de saber qué era lo que hacía André. Conociéndole, seguramente que habría otras muchas con las que pasaba las noches de aquella manera tan divertida. Necesitaba que alguien espiara para mí. Pero ¿quién? ¿Quién se arriesgaría a hacer ese enorme favor y echarme una mano? Luka no era ningún tipo de opción porque André lo detestaba. Tendría que convencer a alguien del servicio que lo hiciera.
Bajamos al comedor en silencio mientras me devanaba la cabeza buscando una solución al primer inconveniente que había salido en mi fructuoso plan para poder deshacerme de André. Aquel día los hombres de André parecían estar en cualquier parte de la mansión y todos parecían bastante nerviosos.
Miré a Luka a mi espalda y enarqué una ceja, preguntándole en silencio si sabía a qué se debía toda aquella actividad; el vampiro negó imperceptiblemente con la cabeza, respondiéndome, y yo volví a mirar al frente mientras llegábamos a las puertas del comedor.
La ausencia de Victoria era más que evidente. Me dirigí en silencio a mi asiento mientras saludaba a Delphina y su prometido y busqué con la mirada a la vampira; desde que había descubierto la otra faceta de André, la desconfianza había crecido aún más. Si el vampiro tenía intención de hacerme creer que quería que fuéramos amigos y que tuviéramos una relación cordial, incluso con la idea de poder amarnos en un futuro… bueno, yo ya había comprobado personalmente que sus sentimientos no se correspondían en absoluto con lo que me había asegurado.
André apareció poco tiempo después, vestido pulcramente con un traje con aspecto de valer casi una fortuna. Sus ojos se clavaron en los míos y su ceño se frunció. ¿Habría leído en mi rostro la decepción y la humillación que sentía en aquellos precisos momentos tras conocer a lo que se dedicaba por las noches a mis espaldas? Ahora comprendía por qué Annette no había mostrado ningún reparo en espiarle. Estaba más que encantada con la forma en la que André le recompensaba por su trabajo bien hecho.
El vampiro no apartó la mirada de mí durante todo el rato que duró el desayuno. Yo, por mi parte, fingí que estaba bastante interesada en la conversación de Delphina, quien me aseguró que teníamos que salir más a menudo de la mansión si no quería que me volviera una vieja ermitaña.
Lo cierto es que yo me comparaba casi con una prisionera.
André la interrumpió, prometiéndole que tanto Delphina como yo tendríamos nuestros días para poder salir de la mansión y poder pasar tiempo juntas en la ciudad, como dos personas normales.
Al terminar el desayuno, mientras yo me dirigía de forma resuelta hacia la puerta, dispuesta a pedirle a Luka que me llevara de vuelta al edificio de cristal para que Vladimir prosiguiera con sus lecciones, André me interceptó por el camino y me fingió que me acompañaba; al salir del comedor, tiró de mí hacia los jardines mientras las doncellas se apartaban de su camino.
La garganta se me secó de golpe. Quizá André me había visto anoche mientras observaba cómo se divertía con Annette. Quizá pensaba castigarme por ello. Intenté seguirle el ritmo, pero el miedo de que André pudiera hacerme algo me agarrotaba cada músculo de mi cuerpo y me impedía moverme con soltura.
Miré hacia atrás, buscando desesperadamente con la mirada a Luka, pero no había nadie. Los jardines estaban desiertos y André se dirigía hacia el laberinto que había en uno de los laterales y que, según me había comentado Delphina en tono de broma, era enorme. Perfecto para perderse en él.
Nos internamos en el laberinto y André se movió como automáticamente, como si se supiera de memoria el trayecto. Mi respiración se había agitado y miraba horrorizada el vestido que habían escogido mis doncellas para la ocasión: me llegaba por encima de la rodilla y era de palabra de honor. Un reclamo silencioso a que André pudiera hacer de mí lo que quisiera.
-André… André, por favor… -le supliqué mientras jadeaba, intentando coger aire.
Nos detuvimos en lo que debía ser el centro del laberinto: había una fuente con una mujer medio desnuda que llevaba un cántaro por el que salía agua. La estatua estaba llena de plantas y el interior de la fuente repleto de nenúfares.
Cuando se André se giró para mirarme vi que sus ojos resplandecían de furia. ¿Qué había hecho para enfadarlo tanto?
-¿Te sientes incómoda en mi presencia? –me preguntó sin andarse con rodeos.
Su pregunta me pilló desprevenida. ¿Sentirme incómoda con él? ¡Por supuesto que su simple presencia en la misma habitación en la que me encontraba lograba hacer que me echara a temblar mientras los recuerdos de nosotros dos juntos pasaban a toda velocidad por mi cabeza! Y luego estaba el asunto de Annette. André buscaba que tuviéramos una relación cordial, pero su simple comportamiento me convencía de no caer en sus redes de nuevo.
Al ver que no respondía, André repitió la pregunta y su tono adquirió un leve timbre de súplica. ¿Por qué tendría que estar suplicándome?
-No te entiendo, André –susurré, completamente desconcertada por todo.
Sus manos se enroscaron en mis muñecas y su agarré se hizo más fuerte.
Más desesperado.
-¿Qué tengo que hacer para que me creas cuando te digo que quiero que las cosas entre nosotros vayan bien? –exclamó-. Dímelo, Zsóka. Dímelo y lo haré.
Sus ojos grises estaban clavados en los míos y desprendían demasiado… dolor. Un dolor al que no le encontraba sentido porque la única perjudicada en todo aquello era yo. André había conseguido todo lo que se había propuesto conseguir de mí y se había llevado una parte muy importante de mí que nunca más podría recuperar.
No era capaz de entender por qué me decía todo aquello.
¿Me liberaría de todo aquello si me sinceraba con él y le confesaba que aquello era un completo error? No. Por supuesto que no.
-Te pedí tiempo –le recordé con docilidad, metida de nuevo en el papel que llevaba desempeñando desde que André me advirtió que las cosas podrían torcerse entre nosotros si no veía algún tipo de respuesta convincente por mi parte.
Tendría que guardar para mí todo aquel odio y rencor que sentía hacia él por haber descubierto uno de sus muchos secretos.
Debía hacerlo si quería mantener nuestra alianza.
André tensó la mandíbula.
-Y te lo he dado, Zsóka. Te he dado mucho tiempo y no veo ningún tipo de cambio en ti. Ni siquiera te esfuerzas por ello.
Tragué saliva con esfuerzo. ¿Acaso no consideraba como esfuerzo haberme entregado a él por completo? Podría haberme negado la segunda noche que quiso pasarla conmigo, pero no lo hice. Y Luka fue testigo de la fogosidad del momento. Algo que me iba a reconcomer por la culpa durante mucho tiempo.
Pero nuestra alianza estaba pendiendo de un hilo. André parecía sospechar algo que ni siquiera yo había sido consciente hasta hacía poco tiempo y estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para evitarlo; no entendía su deseo sobreprotector de apartarme de Luka, de todos los amigos que había logrado hacer desde que había despertado, para tenerme bajo su merced. Completamente sola.
Sabía lo que André estaba buscando con todo aquello. Quería ver que me había rendido, que había caído bajo su influjo.
Tenía que hacerle creer que así era.
Si quería vengarme de él, antes tenía que mantener la alianza entre nosotros. No quería arriesgarme a que André la diera por concluida y convenciera a todos los vampiros que él era alguien más apto para el trono. Debía conseguir que su secreto, el hecho de que disfrutara manteniendo sexo con humanas, saliera a la luz para que todos aquellos que antes lo habían apoyado sin reservas vieran el tipo de persona que era y lo abandonaran. Quería despojarlo de todo.
Quería verlo hundido.
Pero antes tenía que convencerlo de que estaba haciendo un gran esfuerzo para cumplir con sus exigencias.
Necesité de toda mi fuerza de voluntad para acercarme a él y alzarme de puntillas para mordisquearle el labio inferior. André había notado mi poca percepción cuando me tocaba o cuando me hacía el amor y por eso había empezado a sospechar que, tal vez, mis buenas intenciones eran eso, simples buenas intenciones.
El vampiro inspiró con fuerza mientras pegaba mi cuerpo al suyo y liberaba mis muñecas para poder acariciarle el pecho con suavidad. En mi fuero interno me sentía asqueada por lo bajo que había llegado a caer y en lo sucia que me iba a sentir después de aquello, sabiendo que la otra noche había estado con Annette.
Sus manos acariciaron el contorno de mi cuerpo hasta detenerse en mi cintura. André respiraba entrecortadamente y sus ojos se habían oscurecido; me obligué a inclinarme hacia su cuello y empezar a besarlo con suavidad mientras sus manos tanteaban la tela de mi vestido, enterrando su rostro en la curva de mi cuello.
Notaba su respiración húmeda contra mi piel y eso me provocaba una desagradable sensación de náusea. No podía negar que André era terriblemente atractivo y que, debido a su gran atractivo físico, no tenía mucho problema para conseguir lo que buscaba, pero yo había conseguido ver más allá de esa apariencia. Sabía que era una persona cruel y perversa que se movía por puro interés.
Que jamás, por mucho que me lo asegurara, podría amarme o hacerme sentir querida.
En aquella ocasión fui yo la que tomó la iniciativa y él no se negó. Me mordisqueó la oreja mientras sus manos se encargaban de subir mi vestido y yo llevaba las mías a su pantalón. Una y otra vez me recordaba que todo aquello era un simple preludio para alcanzar mi fin, un simple medio para estar más cerca de mi objetivo. Necesitaba que André siguiera confiando en mí. Necesitaba que siguiera creyendo que yo era una pobre chica que había empezado a abrirle su maltrecho corazón y que se derretía entre sus brazos.
Jadeé cuando noté la creciente erección de André contra la piel de mi vientre y él sonrió con perversión mientras se deshacía de la última barrera que nos separaba para poder adentrarse en mí. Enrosqué mis piernas alrededor de su cintura y le mordí con fuerza en el cuello para evitar que se me escaparan más jadeos o gemidos de placer. Él, por su parte, siguió moviéndose dentro de mí y jadeó con fuerza.
Allí no había nadie que pudiera vernos, pero deseé que Annette apareciera por allí para demostrarle cómo era en realidad André Daskalov y cómo podía cambiar de opinión si una sabía qué ofrecerle.
Con aquel encuentro esporádico logré que André durmiera conmigo el resto de la semana. No me insinuó que retomáramos lo que habíamos dejado pendiente ni me forzó a que lo hiciéramos; simplemente se limitó a aferrarse a mi cintura durante las noches y a dormir conmigo.
Después de salir del laberinto, con una pinta deplorable, subí directa a mi habitación para darme una buena ducha. Estuve un buen rato debajo del chorro del agua, frotando cada centímetro de mi piel y tratando de eliminar cualquier rastro que hubiera en ella de André. Había aprendido que la única manera de mantener a André contento era ofreciéndole voluntariamente mi cuerpo y estaba dispuesta a explotar aquel nuevo descubrimiento hasta que encontrara mi oportunidad de vengarme de él por lo que me había estado ocultando y haciendo a mis espaldas.
En los sucesivos días fui consciente del malhumor de Annette y de las continuas miradas fulminantes que me dedicaba cuando creía que no la veía; estaba molesta conmigo por haber logrado que André la dejara de lado, que estuviera conmigo. Sus celos la cegaban y eso era algo que me beneficiaba: si cometía el más mínimo desliz podría actuar y deshacerme de ella.
Respecto a Luka… mentiría si dijera que las cosas habían logrado arreglarse. Desde que me había dicho de una forma bastante sutil que no sentía el más mínimo interés por mí, había decidido intentar tratarlo como a un amigo… como a un viejo amigo. Me limitaba a hablar con él de cosas sin importancia cuando íbamos en el coche y, al regresar a la mansión, simplemente lo saludaba o me despedía de él. Quería poner distancia entre nosotros y no quería que supiera del daño que me había causado su negativa. El vampiro, al ver mis duros esfuerzos, se mostraba más amable que de costumbre, aunque había cierto recelo en su mirada.
Mientras tanto, yo seguía buscando a alguien que pudiera tener controlado a mi marido y que pudiera decirme qué hacía en cada momento. Aquella mañana, cuando André ya hacía rato que se había marchado, entró mi habitual séquito de doncellas y mis ojos se clavaron en una. Parecía más joven que el resto y era la que estaba más atemorizada de todas; era humana a todas luces. Y bastante atractiva e inocente. Justo lo que buscaba André y lo que buscaba yo.
Estaba deseando que mi plan se pusiera en marcha y aquella era una buena oportunidad. Me aclaré la garganta y sentí un cosquilleo en todo mi cuerpo cuando les exigí a mis doncellas que salieran todas de la sala menos una; me quedé bastante sorprendida de que Annette no pusiera impedimento alguno y que su rostro estuviera… lleno de devoción. Al igual que el resto de doncellas. Todas tenían los ojos vidriosos y las mejillas se les habían sonrojado mientras su respiración se había vuelto acelerada.
Reconocía esos síntomas, pues yo misma los había sufrido en una ocasión. La misma en la que había conocido a André y cuando se había colado en mi habitación. Aquel era el poder de la persuasión de André y no entendía cómo podía usarlo yo. Por lo general, para poder usar la persuasión debías mantener contacto visual con tu víctima y era muy difícil usarlo en un grupo tan numeroso como aquel.
¿Por qué era capaz de usar la persuasión como André?
-Fuera –ordené y de nuevo sentí ese cosquilleo.
Todas salieron en orden menos la muchacha que había pedido que se quedara. Se mantuvo erguida y con la mirada clavada en mí, aguardando pacientemente a que le diera sus instrucciones.
Me bajé de la cama con suavidad y la estudié en silencio. Era lo que yo necesitaba, por supuesto, y con mis recién descubiertas habilidades para la persuasión, supe que podría hacerlo sin que me supusiera ningún problema.
Me humedecí los labios y la muchacha suspiró imperceptiblemente. ¿Así me comportaba cuando estaba bajo el influjo de André?
-¿Cómo te llamas? –pregunté con suavidad.
-Rosalie, mi señora –respondió inmediatamente la doncella.
Asentí.
-Bien, Rosalie –empecé, utilizando mi tono más sugerente y seductor. Aquel que ayudaba a que la persuasión tuviera mayor efecto, te he elegido porque tengo un pequeño encargo para ti. ¿Lo harás por mí? –ronroneé y ella inspiró con fuerza mientras asentía varias veces-. Estupendo.
»Necesito que vigiles al Conde. Quiero que seas mis ojos y oídos cuando no esté con él –hubo otro asentimiento por parte de Rosalie y tragué saliva-. Si el Conde te pide que… que te entregues a él, hazlo. Hazlo y cuéntamelo todo. No quiero ni un solo secreto entre ambas –sonreí-. Y no quiero que nadie sepa de nuestro pequeño acuerdo, ¿me has entendido?
No necesité que Rosalie volviera a asentir porque el cosquilleo que sentí por todo mi cuerpo fue respuesta suficiente para mí. Despaché a la muchacha y me quedé en mitad de la habitación, saboreando aquella pequeña victoria y el regalo más perfecto que había recibido en mucho tiempo: la igualdad de armas frente a André. El hecho de que pudiera usar la persuasión de la misma forma que él era una gran noticia para mí.
Supe que algo iba mal dentro de mí cuando me desperté empapada en sudor y con un terror irracional anidado en mis entrañas. Estaba amaneciendo y André seguía durmiendo a mi lado, completamente ajeno a todo; había pasado una semana más y los informes de Rosalie no eran lo que buscaba. Parecía que André hubiera perdido todo interés en Annette y se dedicara únicamente a encerrarse en su despacho para hablar por teléfono y discutir con sus hombres.
El estómago me dio un vuelco de nuevo y yo gemí. Volví a recostarme sobre la cama y cerré los ojos con fuerza mientras intentaba ralentizar mi respiración. No funcionó y no entendía qué demonios podía sucederme. ¿Sangre en mal estado? ¿Por fin habría explotado aquella enorme burbuja en la que me encerraba para que nadie notara lo mucho que odiaba aquella vida y ahora estaba sufriendo sus consecuencias? No lo sabía.
André se removió a mi lado y sus ojos grises se clavaron en mí.
-¿Qué te sucede? –preguntó el vampiro, incorporándose y quedando apoyado únicamente en su codo.
¿Cómo iba a saberlo? No tenía ni la más mínima idea de lo que estaba sucediéndome, pero me encontraba muy mal. ¿Y si Annette había decidido vengarse de mí de alguna forma?
-No lo sé –resollé y noté cómo me resbalaba el sudor por mi piel.
Los ojos de André me estudiaron en silencio y su mano apartó los mechones húmedos de mi frente. Su simple contacto provocó que mis nervios se pusieran aún peor de los que habían estado en un principio.
Al final se dio cuenta de que algo no iba bien.
Me aferré a las sábanas con más fuerza mientras contenía a duras penas el grito de dolor que pugnaba por escaparse de mi garganta. André salió de la cama de un salto y se dirigió a la puerta, dejándome allí a solas. Sufriendo en silencio.
Regresó al cabo de un rato con un vampiro vestido pulcramente y que llevaba consigo un maletín de cuero. Los olores que traía consigo el desconocido me marearon y la cabeza me dio vueltas. Me encontraba perdida, rodeada por André, su familia y aquel extraño vampiro que usaba gafas de media luna.
-Les pediría que esperaran fuera –sugirió el vampiro, aunque sonó claramente a una orden.
Por primera vez, no quería que André se fuera de allí. Quería que se quedaran todos, especialmente Delphina y Jezebel; los Daskalov se miraron entre ellos y salieron lentamente de la habitación, dejándome a solas con aquel hombre.
Mi cuerpo estaba empapado en sudor y mi respiración era costosa. La mirada del vampiro me traspasaba y no entendía nada de lo que estaba sucediendo. ¿André querría deshacerse de mí? ¿Era eso?
Me humedecí los labios con trabajo.
-Señora Daskalov, soy el doctor Hopkin Davis –se presentó el hombre y me relajé visiblemente al escuchar que era médico-. Estoy aquí porque su marido me ha llamado y voy a hacerle un pequeño chequeo, ¿entendido?
Asentí y dejé que el vampiro empezara a hacer su trabajo. Me incomodaba que un extraño me tocara, aunque fuera de la forma tan profesional como lo estaba haciendo el doctor Davis, porque me traía a la memoria la sucia sensación de ser tocada por aquel dhampiro.
Respiré hondo mientras el vampiro proseguía con su labor y me obligué a tranquilizarme. Estaba deseando que todo aquello terminara.
Los ojos verdes del doctor Davis se clavaron en los míos con una mueca de contrariedad.
-Me gustaría que me respondiera con sinceridad a un par de cuestiones, señora Daskalov –aún no terminaba de sonarme del todo bien y nunca lo haría-. Le prometo que todo esto quedará en la más estricta confidencialidad. Pero tiene que ser sincera, por favor.
Me recosté con cierta dificultad en la cama y asentí, dándole vía libre al doctor Davis para que empezara con sus preguntas. ¿Sería algo grave lo que me sucedía? ¿Por qué no empezaba de una vez con ello?
El vampiro carraspeó, visiblemente incómodo.
-Señora Daskalov, ¿recuerda cuándo tuvo el período por última vez? –me preguntó sin rodeos.
La pregunta me pilló completamente desprevenida. Me sonrojé de golpe, muerta de la vergüenza, mientras el vampiro esperaba pacientemente a que le respondiera a la pregunta que me había formulado. Le había prometido sinceridad.
-No lo sé –reconocí, desviando la mirada.
Era un fallo bastante grave, pero apenas había tenido tiempo y no había prestado atención suficiente al tema. Me sentía avergonzada por el hecho de estar hablándole a ese vampiro sobre temas tan femeninos y que únicamente los había tratado con mi madre o con Mihaela. Quería morirme allí mismo de la vergüenza que sentía.
El vampiro asintió.
-¿Cuándo fue la última vez que mantuvo relaciones sexuales? –prosiguió el doctor Davis, impasible.
Aspiré con fuerza. De esa pregunta sí tenía una respuesta clara y concisa.
-Una semana, quizá más –respondí, con las mejillas ardiendo.
El doctor Davis me sonrió amablemente, intentando darme ánimos.
-Solamente queda una pequeña cuestión y habremos terminado –me prometió y yo contuve el aliento, aguardando pacientemente-. ¿Toma normalmente precauciones cuando mantiene relaciones sexuales?
Ahora la pregunta me golpeó como una maza. ¿Precauciones? No entendía nada de lo que me estaba diciendo aquel vampiro. Nadie me había advertido sobre el tema y me sentía como una estúpida.
Ni siquiera había recibido una charla en condiciones sobre el asunto; Victoria se había explayado sobre cómo debía hacerlo y punto. Su relato me había parecido demasiado nauseabundo y la realidad había sido muy distinta a como me la había pintado Victoria.
-No –respondí en un murmullo.
La sonrisa que me dedicó no me gustó ni un ápice. Al igual que su veredicto.
-Entonces debo darle la enhorabuena, señora Daskalov –el aire se me atascó en la garganta-: está embarazada.
Sentí que el mundo se me venía encima. Yo. Embarazada. De André.
No, tenía que haber algún tipo de error. Las conclusiones del doctor Davis eran erróneas. Debía sucederme algo muy distinto.
Los ojos se me humedecieron mientras toda la familia Daskalov entraba dentro de la habitación y se dirigían a la cama. Simplemente oí la felicitación del vampiro y las exclamaciones de alegría y júbilo de todos. Por encima del hombro de André vi a Annette, junto a la puerta, con el pelo completamente revuelto y vistiendo únicamente un fino camisón. ¿Se habría ausentado André para tener otro encuentro con ella mientras aguardaban a que el doctor Davis les diera el veredicto?
Cuando miré a André, vi que sus ojos grises resplandecían de orgullo. Orgullo de sí mismo. Había conseguido lo que buscaba: perpetuar su linaje y unirlo al más poderoso, el mío. Me sentí asqueada conmigo misma.
Tardé varias horas en convencerme a mí misma de que la única solución era que interrumpiera el embarazo. De haberse dado otras circunstancias, habría seguido adelante con él. Pero no sabiendo que el padre de aquella criatura era André Daskalov. Sabía que estaba actuando de forma impulsiva, pero era la única solución: no tendría un bebé suyo. Nunca.
André me había humillado, se había burlado de mí y me había utilizado a su antojo. Me había convertido en su juguete personal y el resultado de todo aquello había sido mi repentino embarazo.
No quería que mi bebé se convirtiera en alguien como André. No quería que corriera la misma suerte que yo.
Sin embargo, no tenía fuerzas suficientes para hacerlo yo sola. Necesitaba ayuda. Pero ¿de quién? ¿A quién podía pedirle que me ayudara a deshacerme de mi bebé y fuera discreta?
-Señora –me interrumpió una voz tímida y alcé la mirada. Rosalie me esperaba al otro lado de la cama-. Tengo que deciros algo. Importante.
André había dado orden de que me quedara guardando reposo porque el doctor Davis nos había advertido que, en las primeras semanas de embarazo, era muy común que pudieran darse abortos esporádicos. Y André no iba a correr ningún peligro respecto a su futuro hijo.
Le hice un gesto a Rosalie para que se acercara más a mí y comenzara a hablar. Sabía que lo que iba a decirme no me iba a gustar.
-Ayer, tal y como usted me pidió, seguí como hago diariamente al Conde –comenzó Rosalie, atropellándose-. Lo cierto es que sucedió algo mientras a usted la asistía el doctor –hizo una pausa, armándose de valor para contármelo-. El Conde se reunió con una de las doncellas, Annette, en uno de los cuartos de invitados. Allí… allí mantuvieron un apasionado encuentro, mi señora.
Lo había sospechado al ver el descolocado aspecto de Annette en la puerta, escuchando que estaba embarazada. Me molestó que André la hubiera buscado después de tanto tiempo y que lo hubiera hecho mientras yo estaba con el doctor Davis.
Ahora mis ganas de vengarme de ambos se habían duplicado.
Estaba deseando hacerlo.
Quería destruirlos a ambos.
En aquel momento supe a quién debía acudir para que pudiera ayudarme. Rezaba para que aún quisiera saber de mí, al menos.
-Llama de inmediato al lord Kozlov y dile que envíe a Anya –le ordené y sentí de nuevo el cosquilleo de la persuasión. Iba a tener que trabajar en él si quería mantenerlo bajo control.
Quince minutos después, Anya irrumpía en mi habitación con un gesto de evidente preocupación. Creí ver a Luka en el pasillo antes de que Anya cerrara la puerta y se acercara a toda prisa a mi cama.
Me cogió por las manos y me las estrechó con fuerza mientras sus ojos se le humedecían al verme con ese aspecto. ¿Sabría que estaba embarazada? ¿Vladimir lo sabría?
-Cielo, estás… estás… -tartamudeó.
Bajé la mirada, avergonzada.
-Estoy embarazada, Anya –le desvelé.
A mi amiga se le escapó el aire de golpe al escucharme. Fue entonces cuando me eché a llorar, incapaz de seguir manteniendo las apariencias; delante de Anya pude hacerlo con facilidad y sin sentir vergüenza alguna. Sabía que ella no iba a juzgarme porque me conocía lo suficiente y porque le había confesado los trucos que había usado André conmigo para conseguir lo que quería de mí.
-No lo quiero –sollocé mientras Anya me frotaba la espalda con cariño, intentando consolarme-. Esto… esto es muy duro para mí…
Anya chasqueó la lengua.
-Cariño, tendrías que haber tenido más cuidado cuando dejabas que André… en fin –me regañó con suavidad-. Existen multitud de cosas que ayudan a que esto no suceda.
Lloré aún con más fuerza.
-No lo sabía –gemí-. Victoria no me explicó que las cosas habían cambiado tanto, simplemente me hizo un pequeño resumen de lo que debía hacer y esperar de la noche…
-Maldita vampira entrometida –gruñó Anya-. Debes tener mucho cuidado con ella, Zsóka. No todo son buenas intenciones por su parte, cielo.
-¿Qué quieres decir? –inquirí, controlando el llanto.
Anya desvió la mirada y se mordisqueó el labio, debatiéndose internamente sobre algo.
-Ella y André son más que cercanos –me respondió, evasiva-. Aunque quizá deberías verlo por tus propios ojos.
Sacó su móvil y empezó a buscar algo en él. Después me lo puso en las manos y le dio un toque a la pantalla, mostrándome una escena bastante similar a la que habían mantenido André y la doncella y de la que había sido testigo; en aquella ocasión tenía lugar en uno de los sofás del edificio de Vladimir: Victoria estaba encima de André mientras ambos se besaban apasionadamente y el vampiro intentaba tocarla por todos lados. Ella se quitó el vestido que llevaba y su mano acarició el cuerpo desnudo de André mientras éste hurgaba debajo de la ropa interior de ella.
Aparté la mirada antes de que las imágenes fueran a peor y le pedí a Anya que me quitara el maldito vídeo.
Otra pieza que encajaba.
Otro motivo más por el que odiar a André y querer deshacerme de Victoria.
-Lo siento tanto –se disculpó-. No sabía que pudiera molestarte tanto…
-No me molesta –le aseguré-. Me duele el hecho de que él pueda hacer lo que quiera con todo el mundo y a mí me tenga tan… tan encerrada. Me ha usado como un juguete y se ha aprovechado de mí. Eso –dije, haciendo referencia al vídeo- no es ninguna novedad para mí. Yo misma lo he visto con mis propios ojos. Se lo estaba pasando más que bien con esa doncella –añadí con desagrado.
Quería deshacerme de todos ellos. De André, de Annette y de Victoria. Su simple presencia me enfermaba y ahora sabía el motivo por el cual André había querido mantener cerca a esas dos mujeres. Me gustaría saber cuánto tiempo llevaban André y Victoria viéndose a escondidas y si habría algún vínculo más profundo entre ellos que unos simples encuentros esporádicos.
-No quiero este bebé –le confesé en voz baja. Me dolía tener que deshacerme de él, pero no había otra alternativa: no iba a permitir que mi hijo siguiera los pasos de André. No quería verlo convertido en un monstruo-. No quiero tenerlo y quiero destrozar a André. Quiero que sufra. Quiero hacerlo sufrir.
Oí respirar profundamente a Anya.
-¿Estás segura de ello? –se cercioró Anya-. Sabes que tu decisión es definitiva. Que no hay marcha atrás.
La miré fijamente con gratitud. Anya había acudido a mi ayuda sin pensárselo siquiera, demostrándome lo equivocada que estaba sobre lo que significaba nuestra amistad para ella; ahora estaba dispuesta a ayudarme a deshacerme del bebé sin intentar convencerme de lo contrario. Cualquier otra persona me hubiera intentado convencer de que siguiera con el embarazado, pero ella no.
Anya confiaba en mí y respetaba mis decisiones.
-Estoy segura, Anya –sentencié-. No quiero que mi bebé se convierta en alguien como André. No puedo condenarlo a eso. No podría soportarlo.
»Prefiero perderlo a verlo convertido en un monstruo como su padre –declaré con rotundidad.
Anya se frotó la barbilla, pensativa.
-No podemos llevarte a una clínica para que te practiquen un aborto –elucubró mi amiga-. Sería demasiado obvio y llamaría la atención de André…
-Mihaela usaba plantas –recordé de golpe-. Ella era la que se encargaba de deshacerse de los bebés de las sirvientas que decidían pasar los límites con algunos vampiros. Mihaela sabría cómo hacerlo –concluí en voz baja.
Echaba de menos a Mihaela. Ella me habría podido ayudar con todo aquello.
Cuando alcé la mirada, vi que Anya me miraba con una sonrisa oscura.
-Creo que ya sé cómo vamos a deshacernos de Annette –me dijo y un escalofrío bastante agradable recorrió todo mi cuerpo. Mi lado oscuro y vengativo pugnaba por salir y, en aquella ocasión, no iba a hacer nada por impedirlo-. Daremos dos golpes en uno solo.
Tras dos días de continuas reuniones con Anya, al final habíamos conseguido un plan que llevar a cabo. Yo me había mantenido enclaustrada en mi habitación, siguiendo las órdenes de André, y había adoptado una postura inocente e ilusionada; Anya me había advertido que debía parecer una futura madre feliz e ilusionada con mi embarazado. Había recibido las visitas de Jezebel y Delphina, que me habían felicitado y se habían mostrado bastante esperanzadas con la llegada del futuro bebé.
Me dolió tener que mentirles y fingir, pero sabía que era por su bien. Porque jamás lograrían entender los motivos que me habían movido a hacerlo.
Annette y Victoria, las únicas amantes que había descubierto por el momento, parecían bastante apesadumbradas al enterarse de mi estado. Victoria había sabido cómo disimularlo, pero Annette no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente en su cruzada para lograr el amor de André. Un amor que no era correspondido.
Le había pedido inocentemente a André si Annette podía quedarse conmigo para hacerse cargo de lo que pudiera necesitar y el vampiro había aceptado de buena gana. Y ahora iba a cobrarme mi propia venganza.
Anya, que había decidido quedarse en la mansión al enterarse de la buena nueva, se pasaba horas y horas conmigo. Me miró fijamente y me guiñó un ojo, tratando de infundirme ánimos por lo que estábamos dispuestas a hacer.
Antes me había reunido con Rosalie y todo estaba listo para ponernos en marcha.
Ya no había marcha atrás.
Carraspeé con timidez y le dirigí una diminuta sonrisa a una malhumorada Annette.
-¿Podrías traerle a la princesa algo de beber? –inquirió Anya con inocencia mientras me acariciaba el brazo distraídamente-. Y, si es posible, que sea caliente.
La doncella miró a Anya con desagrado y salió de la habitación en silencio.
Le agarré con fuerza las manos a Anya y me sentí frenética por lo que estábamos a punto de hacer.
Tenía la garganta seca.
-¿Lo tienes? –pregunté en un susurro.
Anya sacó una pequeña ampollita rellena con un líquido verdoso y me sonrió con tristeza. Para ella tampoco debía ser fácil hacer todo aquello. También entendía mi dolor ante lo que iba a suceder.
Pero era necesario.
-Es ruda –me contestó en el mismo tono bajito-. Es la planta abortiva más fuerte y eficaz que he podido encontrar. ¿Estás seguro de ello, Zsóka? –me preguntó de nuevo-. Siempre podemos echarnos atrás.
Negué con la cabeza varias veces.
-Debemos hacerlo, Anya –respondí-. Quiero hacer sufrir a André tanto como él me lo ha hecho a mí.
-Pero esto también te hará sufrir a ti –replicó mi amiga-. Estamos hablando de algo muy serio.
Respiré hondo.
No quería que me entraran las dudas.
Simplemente quería hacerlo y punto.
-Tú hazlo, por favor –le supliqué, tragándome las lágrimas.
Annette volvió en ese preciso momento, trayendo consigo una humeante taza que olía de maravilla. El estómago se me encogió y tuve que respirar varias veces para poder calmarme. Observé a la doncella acercarse a nosotras en silencio y recé para que saliera todo bien.
Anya se puso en pie y le pidió amablemente a Annette que se detuviera para comprobar si el líquido estaba muy caliente, alegando que no quería que me quemara la garganta por un descuido; miré a Annette y ella me devolvió la mirada. Por el rabillo del ojo vi cómo Anya vaciaba el contenido de la ampolla dentro del caldo y fingía comprobar la temperatura, colándole la ampolla vacía en uno de los bolsillos que llevaba el uniforme de la doncella.
Tras pasar por el examen de Anya, Annette me entregó la taza y se retiró de nuevo a su rincón mientras Anya ocupaba su puesto a los pies de mi cama, observándome con atención. Me llevé la taza a los labios y la mantuve así durante unos segundos, armándome de valor para hacerlo.
Me tragué las lágrimas e intenté no pensar en lo que suponía beberme aquel líquido. Intenté no pensar en lo que iba a sucederme después. Ni siquiera me atreví a pensar en cómo habría sido mi futuro de no haber tomado aquella drástica y desesperada decisión que iba a ser una de las más duras de mi vida.
No iba a ver a mi bebé crecer.
Ni siquiera iba a ver su carita llena de sangre después de su nacimiento.
André me había obligado a renunciar a mi bebé y yo iba a cobrarme el sacrificio con intereses.
Vacié el contenido de un trago, ignorando la quemazón del líquido caliente al bajar por mi garganta, y dejé la taza sobre la mesita de noche mientras aguardaba pacientemente la llegada de sus efectos.
Éstos no se hicieron de esperar. Un fuerte dolor en el abdomen me hizo que se me escapara un gemido mientras me aferraba con fuerza al colchón; Anya me había advertido de las consecuencias de tomar aquella planta y me había hecho un breve resumen de lo que iba a sucederme. No me había imaginado que el dolor físico pudiera ser peor al dolor de saber que iba a perder a mi bebé para intentar protegerlo.
Grité con todas mis fuerzas mientras el dolor se hacía mucho más insoportable y provocaba que tuviera espasmos. Arqueé mi espalda, tratando de contener los gritos, pero me era imposible. Casi podía notar cómo mi bebé moría dentro de mí. Y yo lo había provocado.
Yo había matado a mi pequeño bebé.
Se me escaparon las lágrimas cuando vi la enorme mancha de sangre que se estaba formando en las mantas y que significaban que aquello estaba funcionando. Sollocé con ganas mientras Anya le gritaba a una sorprendida Annette que avisara a André, pero no hizo falta que saliera en su busca: mis gritos de dolor parecían haber atraído a los Daskalov… y a Luka.
Todos se mostraron horrorizados ante la estampa de verme cubierta de sangre mientras yo gemía de dolor y pedía en silencio que aquel dolor terminara de una vez. Llegué a creer que aquello era mi castigo por lo que acababa de hacer.
André le ordenó a su madre que buscara de inmediato a un médico mientras se abalanzaba sobre mí y trataba de mantenerme pegada a su pecho.
El dolor era tan insoportable…
-Duele –gemí mientras los espasmos seguían y notaba cómo la sangre me llenaba por entero el camisón que llevaba-. Duele mucho, André…
Sus ojos grises estaban abiertos de par en par y me miraban con horror. Quizá supiera lo que había sucedido. Quizá habría adivinado lo que significaba todo aquello.
Me hubiera gustado gritarle que todo esto había sido su culpa. Que el bebé se había ido para siempre por él.
Seguí sollozando hasta que apareció el doctor Davis y le pidió a André que se hiciera a un lado. Jezebel y Delphina me observaban con horror y tristeza; Anya me miraba con compasión, sabedora que no todo el dolor era físico, y Luka… Luka me miraba como si estuviera sufriendo tanto como yo.
El doctor Davis tuvo que administrarme un sedante para ayudarme con el dolor y poder iniciar su reconocimiento. En aquella ocasión no les pidió que salieran de la habitación a ninguno; simplemente me miró a los ojos y empezó a hacer su trabajo. Cerré los ojos y apreté los dientes con fuerza mientras esperaba que el sedante cumpliera su función y me alejara de aquel dolor tan atroz que sentía tanto en mi vientre como en mi corazón.
-¿Ella ha bebido o tomado algo antes de que pasara todo esto? –oí la voz dura del doctor Davis y abrí un poco los ojos.
-Una taza de caldo que ha traído la doncella –respondió Anya-. La taza es la que se encuentra sobre su mesita de noche, doctor.
Todos clavaron la vista en el objeto que había señalado Anya y el doctor la cogió con cuidado. Pasó un dedo por su interior y se lo llevó a los labios, degustando su sabor; su rostro se contrajo en una mueca y miró a André con tristeza.
Tragué saliva y vi cómo Anya también lo hacía.
-Alguien le ha echado ruda a la bebida, señor Daskalov –le reveló-. Ella… ella ha abortado.
Sus últimas palabras tuvieron el efecto que buscaba: el rostro de André se puso pálido y sus ojos brillaron de furia. La mirada de todos los presentes se clavaron en Annette, que se encogió sobre sí misma.
-¡No he sido yo! –se apresuró a decir la doncella-. Os juro que no he sido yo.
-¡Tú estabas allí cuando el doctor le informó a los señores que la señora estaba embarazada! –la acusó la voz de Rosalie-. Estabas celosa de ella, Annette: te oí cómo hablabas de la señora y de su embarazo con las otras doncellas.
El rostro de André estaba desencajado. Podía observar rabia, dolor y traición; paladeé en silencio aquella victoria y me permití regodearme de lo mal que debía estar pasándolo André por haber confiado en aquella humana que, movida por los celos, había provocado que perdiéramos a nuestro bebé.
Mi marido se giró hacia Luka con un gesto impasible.
-Registradla –le ordenó.
Luka avanzó hacia la humana y ella sollozó con fuerza mientras él sacaba la ampolla vacía del bolsillo donde la había dejado Anya.
Aquello fue demasiado para André.
-Tú –rugió-. ¡Tú has sido la culpable de todo esto! ¡¡LLEVÁOSLA DE AQUÍ INMEDIATAMENTE!! Llevadla abajo y esperad a que vaya. Lo que ha hecho será castigado con su muerte.
Aparecieron de la nada dos hombres de André y cogieron a Annette por los brazos, que empezó a revolverse y gritar cuánto quería a mi marido y que no entendía por qué no la creía después de los muchos momentos que habían pasado juntos.
Tras su último intento de liberarse, Annette desapareció y sus gritos se oyeron por todo el pasillo. Solté un suspiro de derrota y pedí que me dejaran sola; nadie intentó convencerme de que se quedara conmigo. Ni siquiera André.
Era la primera vez que lo veía tan afectado. Tan dolido.
Me sentó bien saber que él estaba sufriendo como yo.
Se lo merecía.
Cuando cerraron las puertas, dejándome completamente a solas, dejé que todo lo que había estado conteniendo saliera sin poner impedimento alguno. Ni siquiera les había permitido que me cambiaran; seguía empapada en mi propia sangre y no me importaba en absoluto.
Me aovillé tal y como había hecho cuando descubrí que André tenía una aventura con Annette y dejé que las lágrimas fluyeran por mis mejillas. El sedante me había quitado el dolor físico, pero el que sentía en mi corazón seguía allí anclado, haciéndome sufrir por lo que había hecho.
Pedí perdón en silencio.
Me despedí de mi bebé y le prometí que aquello simplemente era una despedida temporal, que pronto nos volveríamos a encontrar.
Que pronto volvería a mí.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro