VI. Primera prueba.
Me llevé todos los documentos a mi habitación y di orden estricta de que nadie me molestara. Notaba un nudo en la garganta con cada paso que daba hacia mi habitación; había aceptado usar la nueva identidad y, por ello, tenía que aprenderme todos los datos de la que iba a ser mi nueva vida.
André había sido muy claro al respecto: muchos vampiros habían tenido que dejar atrás sus antiguos nombres para protegerse de los dhampiros y para poder adaptarse entre los humanos. El tiempo en el que los vampiros habían sido venerados casi como a dioses había pasado y nosotros nos habíamos convertido en monstruos que poblaban las pesadillas de los niños pequeños.
Debíamos adaptarnos a esa nueva realidad y yo no podía ser ninguna excepción aunque fuera una princesa. Me debía a mi pueblo.
Dejé la carpeta sobre la cama y me masajeé las sienes con fuerza, tratando de coger ánimo suficiente para mi nuevo aprendizaje.
Primero empecé por mis antecedentes y mi nuevo origen: Elizabeth Moore era hija de un afamado empresario que se dedicaba a las ventas de mansiones de lujo y de una vieja estrella de la gran pantalla que se había retirado nada más conocer al que iba a convertirse en su marido; se casaron en secreto, ya que los medios de comunicación estaban sedientos de novedades respecto a aquella pareja que se había convertido en el centro de la polémica, y tuvieron a una niña. En este punto, las lágrimas corrían libremente por mis mejillas por el hecho de que, en aquella nueva vida, no había tenido tres hermanos.
Simplemente estaba yo.
Continué leyendo, secándome las lágrimas a toda prisa mientras me empapaba con nuevos detalles sobre la vida de Elizabeth Moore. La familia Moore había sido siempre amiga de la familia Daskalov y, desde niños, la pequeña Elizabeth se había mostrado muy interesada en el pequeño André Daskalov. Los padres de ambos, conscientes de lo que suponía este interés mutuo, animaron a los dos niños a que siguieran conociéndose; lamentablemente, a la edad de los dieciséis años, Elizabeth perdió a sus dos padres en un trágico accidente aéreo que la obligó a marcharse de Londres para irse a París con su abuela materna. La marcha de Elizabeth fue un duro golpe para André y él se había intentado ponerse en contacto con ella en varias ocasiones, sin lograrlo.
Sin embargo, y cuando el pobre André estaba a punto de darse por vencido, recibió una llamada de Elizabeth informándole que iba a regresar a Londres después de tantos años en París.
El final era más que predecible: André, encantado con la idea de volver a verla, decidió arriesgarse y pedirle matrimonio nada más verla. La pobre Elizabeth, quien había estado enamorada perdidamente de él desde que eran niños y que no había podido olvidarlo en París, no pudo negarse porque era lo que siempre había deseado. Fin de la historia.
Cerré la carpeta con un resoplido de disgusto. Estaba claro que André había tenido mucho que ver en la creación de la trágica vida de Elizabeth Moore y que había tratado de quedar como un hombre que, en realidad, no lo era. Mientras que en la historia había quedado como un enamorado empedernido que había estado dispuesto a dejarlo todo por amor, el verdadero André era una persona fría y calculadora que únicamente estaba enamorado de sí mismo.
Alguien llamó tímidamente a la puerta y, en un acto reflejo, guardé toda aquella documentación en uno de los cajones de la mesita de noche. Me atusé el pelo en un gesto estúpido y esperé a que abriera la puerta.
El rostro sonrojado de Annette se asomó por la puerta y, nada más verme, bajó la mirada, un tanto avergonzada.
-El señor Daskalov me envía a buscarla, señorita –me informó-. Quiere verla en el despacho.
Otra vez.
Si había pensado que podría pasar el resto del día descansando en mi habitación o buscando a Anya o Luka, estaba muy equivocada. El hecho de que tuviera que ver de nuevo a André no podía ser una buena señal.
Me alisé el vestido negro que me había puesto aquella mañana y salí de la habitación mientras Annette me hacía una inclinada reverencia y desaparecía por el otro lado del pasillo. Me encaminé sola al despacho, preguntándome a qué podía deberse que André quisiera verme de nuevo, y llamé con muchísima más seguridad que lo había hecho Annette.
Cogí aire cuando oí la voz de André invitándome a pasar y abrí la puerta con mi mejor gesto.
André estaba al otro lado del escritorio y se frotaba la frente con insistencia mientras tamborileaba una cara pluma estilográfica sobre unos documentos que quedaban fuera de mi alcance.
-Ah –suspiró el vampiro y, por primera vez en todo aquel tiempo, parecía agotado-, has sido más rápida de lo que esperaba…
Tomé asiento y lo miré fijamente.
-¿Para qué me necesitas ahora, André?
Él dejó la pluma a un lado y juntó las manos, como si estuviera rezando.
-Me he reunido con Vladimir y le he pedido que nos diera permiso para que puedas salir al exterior –me explicó, serio-. Ahora que todos los nuestros saben que estás viva, me parece una soberana tontería que te mantengas aquí encerrada. Es cierto que es más seguro para ti, pero ahora que estamos comprometidos, es necesario que me acompañes a ciertos eventos.
Me esforcé por no dejarme llevar por la alegría de saber que iba a poder salir de aquel edificio, aunque fuera con André. Estaba deseando que alguien me diera esa oportunidad y, pese a que había sido André, no pensaba desaprovecharla.
Estaba preparada para ello.
-¿A qué tipo de eventos te refieres? –quise saber. Me imaginaba que serían las típicas fiestas que daban los nobles vampiros para alardear de su poder y donde permitía que la gente bebiera directamente de los humanos.
André respiró hondo.
-Con el tiempo me he ido creando un nombre dentro del mundo humano –respondió con tirantez-. Mis empresas se han convertido en una fuente de ingresos que me ayudan y, además, me han servido para conseguir… ciertas amistades. Los humanos son criaturas traicioneras y, por ello, me he visto en la obligación de relacionarme con las personas adecuadas en los momentos adecuados. Incluso he tenido algún que otro affair con mujeres con poder…
»Esta noche he sido invitado junto a mi prometida a una recepción. Es evidente que tienes que acompañarme.
Parpadeé varias veces debido a la sorpresa. Nuestro mayor deseo era pasar desapercibidos entre los humanos pero lo que estaba haciendo André iba en contra de ese principio. ¿Por qué motivo André quería llamar tanto la atención, arriesgándose a que los dhampiros dieran con él o que alguien descubriera su secreto, nuestro secreto?
Alcé ambas manos mientras la cabeza me daba vueltas.
-Un segundo, por favor –le pedí, tratando de poner algo de orden en mi cabeza-. ¿Me estás diciendo que, en el mundo de los humanos, eres una persona importante y que supone un foco de atención constante? No entiendo cómo es posible que te arriesgues tanto a que alguien pueda descubrirte…
André esbozó una sonrisa socarrona.
-Soy bastante cuidadoso, princesa –me aseguró, con firmeza-. Sé adaptarme a cualquier entorno y he aprendido a moverme con facilidad entre los humanos sin levantar sospechas. Además, cuento con la persuasión, por si acaso no lo recordabas –añadió, lanzándome una oscura mirada.
Logré controlarme para no sonrojarme como una estúpida y me mantuve con mi gesto de indiferencia mientras por dentro bullía de emoción por la idea de poder abandonar mi prisión durante unos momentos para poder asistir a la recepción junto a André. Ahora que había aceptado comprometerme con él, tendría que aceptar las consecuencias que llevaban y que André no me había hecho partícipe en su momento: la idea de convertirme en una mujer que atrajera la atención por el hecho de haberse comprometido con André Daskalov, acaudalado e importante empresario, que, además, había tenido una vida difícil.
Justo lo que necesitaba.
Sin esperar a que dijera nada, André continuó:
-Te mandaré el vestido para la ocasión y Victoria irá para aleccionarte de manera rápida para que no te sientas perdida durante el tiempo que dure la fiesta.
-Estoy cansada de tus regalos, André –repliqué.
Se encogió de hombros, como si aquello no le importara lo más mínimo. Como si mi opinión no tuviera la suficiente importancia para tenerla en cuenta.
-En estos tiempos es la forma más rápida y segura de conquistar a una mujer –se excusó y entrecerré los ojos-. Me gusta tener a mi prometida feliz y contenta.
-El hecho de estar agasajándome como si fuera tu mascota no te ayuda en absoluto, André –le previne-. No todas las mujeres estamos deseando que nos colmes de lujosos regalos para ganarte su… afecto –usé ese término en concreto porque yo nunca podría amar a alguien como ese vampiro-. Quizá deberías cambiar tu táctica.
Sus ojos escrutaron mi rostro y sus labios se fruncieron con fuerza, descontento con mi reacción ante sus continuos regalos.
-Quizá tú deberías abrirte un poco, princesa –replicó, con molestia-. Estar cerrada dentro de tu caparazón no es beneficioso para ninguno de los dos. Y más sabiendo que esto –subrayó la palabra- es para siempre. Me gustaría que nuestro matrimonio fuera… cordial, amable incluso.
»No puedes odiarme eternamente, princesa.
Solté el aire de golpe y me incliné hacia él, fulminándolo con la mirada.
-Puedo hacerlo –afirmé con rotundidad-. Jamás podía sentir otra cosa diferente por alguien como tú, André. Eres un monstruo.
Negó varias veces con la cabeza. Todo aquel aire cansado y decaído había desaparecido por completo y ahora se mostraba igual de prepotente y manipulador como siempre que estaba conmigo.
Quería doblegarme, pero no lo iba a conseguir.
No se lo permitiría.
-No. No lo soy –me contradijo, apretando la mandíbula-. En este mundo de política, princesa, debes aprender que la ley que impera es la del más fuerte: si te muestras débil, serás una presa para todos. Deja atrás tu inocencia y date cuenta que, aquí, es una guerra por el poder donde hay multitud de bandos; busca aliados poderosos y muéstrate segura de ti misma. De lo contrario… bueno, podrías acabar muy mal.
Se me escapó una amarga carcajada.
-¿Estás insinuándome que, con nuestro compromiso, me estás haciendo un favor? –adiviné.
Él sonrió.
-No quiero ser tu enemigo, Zsóka –torcí el gesto al oírle pronunciar mi diminutivo con tanta familiaridad… y cercanía-. De verdad que no deseo serlo. Siempre he admirado a la familia real y los he apoyado desde que era niño. Y, ahora que tengo oportunidad de ayudarte, tú me rechazas continuamente…
Me dieron ganas de echarme a reír, pero me contuve.
-Si quisieras ayudarme –siseé- no me habrías hipnotizado aquella noche. No hubieras dejado que me tocaras de aquella manera sin mi permiso…
Tragué saliva mientras apoyaba mi espalda sobre el respaldo de la silla e intentaba serenarme. Un escalofrío me recorrió el cuerpo mientras recordaba lo que, en un principio, había olvidado hasta que miré a André a los ojos; mi comportamiento había sido indecoroso y humillante.
Mis padres y hermanos se sentirían decepcionados de mí si estuvieran aún con vida.
Alejé mi mano rápidamente cuando vi la suya intentar posarse sobre la mía. No le permitiría que me tocara aunque, tarde o temprano, tendría que hacerlo; al convertirse en mi marido… no quería ni pensarlo. Se me hacía demasiado duro.
André entrecerró los ojos, dolido por mi rechazo.
-Es posible que no debí comportarme así –reconoció ante mi sorpresa-, pero te estoy diciendo la verdad, Zsóka: quiero ser tu amigo, me encantaría que las cosas cambiaran entre nosotros.
-No vuelvas a llamarme así –le advertí con un siseo-. No mereces hacerlo.
-Te estoy pidiendo una oportunidad. Quiero demostrarte que puedo ser diferente, que quiero ayudarte con todo esto y proporcionarte el apoyo que necesitas. Déjame demostrártelo –me pidió y de nuevo sentí ese tirón que me obligaba a aceptarlo.
A creerlo.
Gruñí de rabia y me alejé un poco de él, rompiendo el contacto visual entre nosotros. De nuevo había intentado persuadirme, pero había logrado calarlo al principio y resistirme; no me atrevía a mirarlo fijamente, así que opté por hablarle con la mirada clavada en el escritorio.
-¿Cómo quieres que confíe en ti si has intentado persuadirme de nuevo? –le acusé, con la voz temblándome-. No puedo hacerlo, André. No puedo. Así no.
Oí sus dientes crujir y me atreví a mirarlo de soslayo: me miraba fijamente, con la silla apoyada sobre sus patas traseras, y con aspecto de estar enfadado.
Y no me convenía enfadarlo porque las consecuencias no serían agradables para mí.
-Dame tiempo –concluí, con un fingido deje de súplica.
Aquello pareció calmarle los ánimos y su ego masculino herido porque soltó un suspiro de derrota.
-Está bien –concedió, compasivo-. Si lo que necesitas es tiempo… tiempo tendrás. Y ahora, cambiando por completo de asunto, quería que me explicaras una cosa –alcé la mirada y la clavé en sus ojos grises, que se habían vuelto calculadores-: ¿tienes tú algo que ver con el regreso de Luka Hodges a Londres? Vladimir me ha informado que ha pedido quedarse aquí para tu protección.
El corazón me palpitó con fuerza al escucharlo. Luka iba a quedarse en Londres y había aceptado mi petición; no iba a estar sola, después de todo, porque él podría ayudarme y servirme como espía.
Me dieron ganas de aplaudir como si tuviera cinco años y me hubieran regalado el poni que tanto había querido por mi cumpleaños.
-Necesito gente de confianza, André –respondí, un tanto a la defensiva-. Y me gustaría contar con Luka Hodges entre mis hombres porque, en el pasado, me demostró que era lo que yo necesito en estos momentos.
André cabeceó.
-Entonces lo tomaré con un sí –en su tono había un timbre de enfado-. Deberías consultarme antes, princesa. La gente que crees que podría ser útil, en ocasiones, resultan ser todo lo contrario…
Su antigua actitud cercana y abierta que había mostrado antes, pidiéndome una oportunidad de cambiar las cosas entre nosotros, había desaparecido como si nunca la hubiera mostrado. Había regresado el verdadero André, el vampiro que quería tenerme controlada y que no me permitía siquiera hacer lo que quería. Lo que me pertenecía por nacimiento.
Me puse en pie, dispuesta a dar por zanjada la conversación.
-Me gustaría tomar mis propias decisiones, André –le advertí en tono frío-. Te recuerdo que soy la princesa y que tú, por el momento, eres mi prometido. Si quiero a Luka Hodges entre mis hombres, lo tendré; ya he tenido bastante aguante aceptando a Victoria como mi institutriz. Tómalo como un acto de buena fe.
-Iré a recogerte a tu habitación a las siete –me despachó André, evidentemente molesto con mi osadía.
Salí del despacho con una leve sensación de triunfo ante mi rebeldía. En toda mi vida me había limitado a asentir y cumplir con todo lo que se me ordenaba, pero ahora era el momento de rebelarme: si André quería una mujercita callada y sumisa, se había equivocado de persona.
Se había acabado las manipulaciones. Era momento de ponerme la armadura y demostrarle que yo también era capaz de jugar a sus juegos de poder de igual forma y lograr lo que deseaba.
Durante mi trayecto de regreso a mi habitación me topé con Luka, que iba vestido de un modo muchísimo más informal y parecía un tanto nervioso. Nada más clavar sus ojos verdes en los míos, noté cómo se relajaba de golpe.
-Alteza, os he estado buscando toda la mañana –me informó.
-He estado reunida con mi prometido –expliqué y, con un gesto de mano, le indiqué que me siguiera a una de las habitaciones vacías que había en el pasillo-. ¿Querías hablar conmigo… de algo?
Luka se pasó una mano por el cabello con nerviosismo mientras sus ojos recorrían la habitación, alertas de cualquier detalle que pudiera suponer un peligro. Tras comprobar que estábamos solos, soltó un suspiro de derrota.
-Espero que no te haya causado ningún problema con tu prometido que le haya informado que pensaba quedarme… aquí –me dijo-. He decidido mudarme al edificio para poder así velar por tu seguridad de una manera mucho más eficaz.
«Va a quedarse aquí. Vamos a estar en el mismo espacio». Procuré no agitarme y que mi respiración fuera normal; no podía permitirme que Luka se diera cuenta de lo que aquello significaba para mí. Si Luka se quedaba en el edificio, podría protegerme de André, si se dieran las circunstancias.
Me llevé una mano al pecho con suavidad y solté un diminuto gritito de sorpresa.
-Eso es… maravilloso –reconocí-. Te estoy muy agradecida de que hayas decidido quedarte conmigo aquí, en Londres –no podía reconocer que, en realidad, estaba agradecida de que hubiera decidido mudarse al edificio para estar más cerca de mí.
Su mano se elevó durante unos momentos y deseé fervientemente que me cogiera la muñeca o me tocara. Tras unos instantes de dudas, volvió a bajarla, dejándola pegada a su costado.
-Estoy en deuda contigo, princesa –me confesó-. Siento que no hice lo suficiente para encontrar a tu hermano y, por ello, quiero compensarte de alguna forma. Aunque sé que nunca será lo suficiente como para cubrir mi deuda.
Sonreí como una boba ante sus palabras.
-Hiciste lo que pudiste, Luka –le aseguré-, y por ello te estoy eternamente agradecida, y no solo por buscar a mi hermano: tú me salvaste de aquella sala. De no haber sido por ti… es muy probable que yo estuviera muerta ahora mismo. Cuando desperté quise encontrarte para poder agradecerte personalmente todo lo que hiciste por mí. Por darme una segunda oportunidad de vivir. Gracias.
Sus mejillas se tiñeron de color y él se mostró un tanto azorado después de mi discurso de agradecimiento. Mi sonrisa se hizo más amplia.
-No creo… que deba… tener tal honor, princesa –tartamudeó, cogido por la sorpresa y el azoramiento-. Simplemente cumplí con mi deber.
En un gesto inconsciente, lo cogí por las muñecas y Luka se puso rígido, observándome con los ojos abiertos por mi inesperado movimiento.
-Y yo te estoy agradecida por ello –repetí-. Gracias por quedarte conmigo aquí. No sabes lo importante que es para mí.
Volví a mirarme en el espejo con un gesto indignado. Annette y el resto de mis doncellas habían traído consigo otro vestido, obsequio de André, y me habían ayudado diligentemente a ponérmelo soltando suspiros en multitud de ocasiones.
En esta ocasión, y siguiendo con las costumbres fijas de André, había escogido un vestido de noche largo, en color negro, con el cuello tipo halter con filigranas que creaban patrones asimétricos en color dorado. Sin embargo, y contra todo pronóstico, el vestido no trajo consigo ninguna joya.
Me pellizqué en las mejillas para mejorar mi color y despaché a mis doncellas para tener unos minutos para mí sola.
Unos minutos que no llegué a tener porque André irrumpió en mi habitación muy airado y me instó a que saliéramos de allí de inmediato. No le dije que Victoria no había acudido a nuestra cita y él tampoco me preguntó cómo me había ido. Mientras bajábamos en el ascensor, en dirección al garaje, no pude fijarme en una mancha oscura que André llevaba en el cuello.
La rocé con la uña y él me dedicó una mirada asesina, sobresaltado por mi contacto contra su piel.
-¿Una mancha? –me interesé, puesto que los vampiros, por lo general, no teníamos que soportar los problemas del acné y muy pocos de nosotros tenían lunares por su cuerpo.
André se recolocó el cuello de la camisa que llevaba, tapando la macha, y carraspeó. Parecía bastante agitado.
-No es asunto tuyo –farfulló, bastante molesto.
Decidí no insistir en el tema y me centré en la idea de que aquella iba a ser la primera vez que saliera del edificio donde había estado recluida; le había pedido, de todas formas, a Luka si podía mandar a un par de hombres que pudieran controlar el perímetro donde se celebraba la recepción. No era capaz de olvidarme de los dhampiros y de sus ansias de verme bajo tierra… o sin cabeza.
El ascensor llegó a la planta del garaje y sentí una leve brisa en aquel sitio tan… frío. Jamás había visto un garaje, pero era igual de frío e inhumano que los pasillos del castillo donde me había criado. Entre las columnas había distintos modelos de coches, todos ellos de gran cilindrada y con los cristales tintados. André tiró de mí para que nos pusiéramos en marcha y nos encaminó hasta un impresionante Mercedes; abrió la puerta de atrás y me instó a que subiera. Le obedecí en silencio y él rodeó el culo del coche para poder entrar por la otra puerta.
Empecé a respirar hondo para calmarme.
André le ordenó con voz tensa al humano que iba al volante que arrancara y nos sumimos en un incómodo silencio.
Mientras recorríamos las concurridas calles de Londres, me mantuve con la cara casi pegada al cristal, tal y como había hecho en multitud de ocasiones cuando era niña y había algo que me fascinaba. Había visto algo desde las alturas del edificio, a través de las ventanas, pero estar fuera de allí… era un gran triunfo. Bajé la ventanilla, puesto que ya había anochecido, y dejé que el aire me golpeara en la cara mientras me empapaba de colores y aromas que me traía.
El coche se detuvo frente a una imponente construcción de piedra blanca que me dejó impresionada. No se parecía nada al castillo donde me había criado.
Alguien me abrió la puerta y me quedé paralizada durante unos breves segundos. «Erguida y con las piernas bien juntas», me recordé; me apeé del coche con éxito y de tal forma que tanto Anya como Vladimir estarían orgullosos de mí. André se colocó a mi lado de nuevo y me cogió por la muñeca, guiándome de nuevo hacia el interior del edificio. El corazón me aleteaba dentro del pecho de emoción al poder sentir el aire libre por primera vez en varias semanas desde que desperté.
Había más parejas ascendiendo por las escaleras y me fijé en todos ellos, sorprendida por el hecho que, a pesar de su avanzada edad, algunas de aquellas mujeres llevaban vestidos demasiado atrevidos.
-Estamos en la National Gallery –me explicó André en un susurro-. Se encuentra al norte de Trafalgar Square que, si te has fijado bien, tiene una enorme columna, la Columna de Nelson. La plaza fue creada para conmemorar la victoria de la armada británica frente a las tropas francesas y españolas en la Batalla de Trafalgar.
A pesar del poco interés que despertaba André en mí, me mantuve atenta a sus palabras. Me sentía un poquito agradecida con él por el detalle que había tenido de sacarme del edificio y por explicarme un poco de historia de Londres, mi nuevo hogar.
Alcanzamos una enorme sala que estaba llena de cuadros y donde había mucha gente reunida. Oía risas ahogadas y gente que hacía comentarios sobre personas que no conocía de nada. Era extraño encontrarme entre tanto humano… sobre todo cuando esos humanos nos servían a nosotros como comida.
André nos llevó hasta un grupo mixto de personas que se reían de la broma que había hecho uno de ellos y cuyas risas cesaron cuando nos vieron aparecer. Pestañeé involuntariamente y todos los hombres se fijaron en mí, atraídos por mi inconfundible belleza; las mujeres, por el contrario, se mostraron un poco menos fascinadas que sus acompañantes masculinos y me estudiaron con atención.
-André –lo saludó uno de los hombres, recuperado ya de mi presencia-. Pensábamos que ya no ibas a venir… -sus ojos se perdieron en recorrerme de arriba abajo-. ¿Quién es tu acompañante, por cierto? Nunca te habíamos visto con ninguna mujer…
El vampiro esbozó su mejor sonrisa cargada de timidez.
-Ella es mi prometida –me presentó.
Su respuesta tuvo el efecto que había deseado: todos los humanos soltaron una exclamación de sorpresa y me miraron con mucha más atención, como si fuera un animal en cualquier zoológico expuesto. Me obligué a mostrarme impasible y que no se notara que su escrutinio me estaba poniendo de los nervios.
A mi lado, André parecía estar a punto de explotar de puro júbilo.
Los humanos siguieron interrogando a mi prometido y André les hizo una explicación bastante detallada de mi vida.
-Elizabeth tuvo que mudarse a París –estaba explicando André con voz afectada-. Su marcha me dolió profundamente porque nuestra relación siempre había sido muy especial para mí. Tardé mucho en dar con ella pero, cuando decidió regresar a Londres, no me lo pensé más: la quería para mí.
Los ojos de las mujeres que habían estado escuchando el relato de André estaban llenos de lágrimas mientras los hombres, más reacios a mostrar sus sentimientos, cabeceaban mientras le daban rápidos sorbos a sus copas llenas de champán.
Aguanté estoicamente el resto del interrogatorio que tuvo lugar después de que André terminara con nuestra trágica historia de amor y, cuando nos alejamos de ellos, me permití el lujo de dejar escapar un suspiro de alivio. La curiosidad morbosa de los humanos era insaciable.
André se había hinchado como un pavo real, paladeando su reciente protagonismo, y se movía a mi lado, sin dejar de sonreír. No me había hablado directamente desde que habíamos entrado en el interior de la National Gallery y, me dije, que se debía a que había perdido todo el interés en mi persona ahora que había logrado atraer la de otros que, seguramente, le resultaban más interesantes que yo.
Noté que se ponía tenso a mi lado y busqué con la mirada el motivo por el que se mostraba tan… rígido. Mis ojos se detuvieron en una mujer que debía rondar la treintena, quizá algunos años más, que miraba hacia mi dirección. A André.
Su piel apenas tenía una brizna de color. Sus ojos oscuros estaban clavados en el rostro del vampiro a pesar de la gente que había entre ambos; tenía las cejas finas y la nariz recta. Sus labios carnosos estaban fruncidos en una línea fina y su cabello castaño oscuro estaba recogido en un intrínseco moño rodeado por una trenza.
A mi lado, André se recuperó de la sorpresa y tiró de mí, sonriendo de nuevo.
-Ven, hay alguien a quien quiero presentarte –se justificó.
Tragué saliva con nerviosismo cuando vi que nuestro objetivo era aquella escalofriante mujer que no se había movido del sitio. Sujetaba con firmeza la copa de champán que llevaba entre las manos.
Nos dedicó una fría sonrisa cuando llegamos a su lado y André me rodeó, por primera vez en toda la noche, la cintura con su brazo. Un extraño escalofrío me recorrió cuando observé a aquella misteriosa mujer más de cerca.
Su aspecto me resultaba tan familiar… Por unos segundos me volvieron a la mente los buenos momentos que había pasado con mi familia. Su presencia me recordaba dolorosamente a ellos.
-Elizabeth –empezó André con evidente orgullo-, ella es Isobelle Delpy. Es… una vieja amiga.
Advertí que, tras esa frase, se ocultaba algún tipo de información que no supe cómo interpretar. Isobelle me tenía fascinada, tal y como me había sucedido con André nada más conocerlo; sin embargo, con ella era algo diferente… Había algo en ella que me intrigaba porque me resultaba de lo más familiar y me hacía que sintiera añoranza por todos los miembros de mi familia.
Isobelle sonrió con igual tirantez que antes y me tendió una mano.
Al estrechársela, hubo un auténtico chispazo entre nosotras.
-Eres más hermosa de lo que había llegado a imaginarme –me elogió Isobelle-. André ha sabido elegir bien.
Me hubiera gustado aclararle que André no me había elegido, precisamente, por mi belleza, pero me mantuve en silencio.
André e Isobelle comenzaron una aburrida conversación sobre negocios y yo me dediqué a gastar el tiempo en contemplar a los otros invitados a la recepción. Únicamente reconocía a los hombres y mujeres a los que André les había explicado nuestra historia de amor.
Un aroma que llevaba mucho tiempo sin oler me golpeó de lleno, provocando que creyera que había regresado al pasado, justo a aquella noche donde fui testigo de la brutalidad de los dhampiros. Lo primero que nos enseñaban cuando éramos niños era a reconocer a los dhampiros: al ser parte vampiros y parte humanos, su olor se intensificaba pero, en vez de atraernos, nos causaba una gran repulsa.
Me puse frenética al reconocer y sentenciar que, en efecto, aquel olor pertenecía a un dhampiro. Mis ojos recorrieron con avidez la sala, buscando a la fuente de aquel hedor, y sentí en el labio inferior los colmillos clavándoseme sobre la piel.
Quería encontrarlo y destrozarlo hasta convertirlo en algo irreconocible. Los dhampiros que habían asesinado a mi familia estaban muertos, sí, pero a mí eso no me bastaba: los dhampiros eran una abominación que debía erradicarse. Eran criaturas oscuras que buscaban nuestra muerte, que carecían de sentimientos.
Mis ojos se detuvieron en un invitado concreto: era un chico joven, para mi sorpresa, que debía rondar la edad de André; tenía el pelo ondulado, de un color castaño oscuro, y sus facciones eran demasiado… duras. Una sombra de barba le cubría el mentón y sus ojos azules estaban clavados en la cara del interlocutor con el que conversaba.
Aquella fue la segunda vez que sentí que iba a desfallecer allí mismo. Aún recordaba perfectamente al pequeño dhampiro que había estado presente el día en que asesinaron brutalmente a toda mi familia; también recordaba la amenazada que le había dedicado y la promesa que me había hecho.
Y ahora iba a cumplirla.
Me incliné hacia delante, dispuesta a abalanzarme contra ese hombre, pero André me detuvo de un solo golpe, pegándome más a su cuerpo. Intenté rebatirme, liberarme, pero el brazo de acero de André me lo impidió.
Los miré a ambos, a André y a Isobelle, y vi que ambos también estaban igual de serios, mirando hacia la misma persona que yo había observado y reconocido.
-Es… es… un… dhampiro –balbucí-. ¿Qué… qué hace alguien así aquí? –me salió un tono roto.
Isobelle apretó la mandíbula con fuerza. Así que ella también era una vampira.
No me sentí mejor de saberlo.
-Es Ethan Cavill –dijo con evidente odio y repulsión-. Es cierto que es un dhampiro, pero él no sabe que nosotros somos vampiros ni tampoco cuenta con el hecho de que sepamos lo que es. Debemos mantener la compostura y fingir que somos humanos, no debemos delatarnos delante de él. Aunque se haya declarado un amante de la paz, mis informadores me han advertido que la única paz que busca es decapitando a vampiros que no suponen un riesgo o auténtico peligro para los humanos. Me temo que es un hipócrita, demasiado atractivo, eso sí.
André a mi lado soltó un resoplido de disgusto.
-Se ha ganado muchos favores con su habilidad con las palabras, Isobelle –hizo notar con desagrado-. Todos lo apoyan porque creen que está a favor de una buena causa cuando, en realidad, se gasta el dinero de sus contribuyentes en convertirse en un asesino a sangre fría.
-Qué abominación –secundó Isobelle-. Le partiría el cuello. Lo haría que se desangrara delante de mí. Pero jamás bebería de su sangre. Es asqueroso.
»Su simple existencia es asquerosa. Repulsiva.
No pude estar más de acuerdo con ambos.
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